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“A mi sobrino lo asesinaron por unos tenis”: Las historias de quienes integran la Caminata por la Paz
“A mi sobrino lo asesinaron por unos tenis”: Las historias de quienes integran la Caminata por la Paz
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“A mi sobrino lo asesinaron por unos tenis”: Las historias de quienes integran la Caminata por la Paz
24 de enero, 2020
Por: Manu Ureste
@ManuVPC 

“A mi sobrino lo asesinaron para robarle los tenis”.

José Manuel Galván, de 67 años, deja la sentencia flotando en el aire durante unos segundos, mientras, apoyado en un bastón metálico, hace visibles esfuerzos para caminar junto al resto de integrantes de la Caminata por la Verdad, la Justicia, y la Paz, convocada por el poeta y activista Javier Sicilia.

“Unos simples tenis –murmura entre enojado y aún incrédulo, y con la mirada fija en el largo y empinado camino que tiene por delante-. Eso fue lo que le costó la vida a mi sobrino, un joven brillante, deportista, y con un gran futuro por delante”.

Apenas son las 10 de la mañana y la caminata acaba de arrancar. Pero José Manuel ya está fatigado. Los años, dice, no pasan en balde para nadie. Y a sus 67 años ya no tiene las mismas energías que cuando también acompañó a Javier Sicilia en aquella primera gran movilización a la Ciudad de México que hizo tras el asesinato en marzo de 2011 de su hijo Juan Francisco, de 24 años.

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Aun así, el hombre dice que con todo y bastón tenía que estar en esta nueva marcha. Por su sobrino Iván Lorenzoni Mendiola, pero también por Javier y su hijo. Y por los Lebarón. Y por María Herrera, que le desaparecieron a cuatro hijos. Y por tantas y tantas personas que, “de una u otra forma”, son víctimas de la violencia en México.

En el caso de José Manuel, cuenta que la desgracia se cebó con su familia cuando, hace apenas un año y medio, su sobrino Iván, una joven promesa del futbol mexicano –era delantero centro del equipo filial del Club Pachuca- se trasladaba de la Ciudad de México hacia Tultepec, en el Estado de México.

Ahí, en algún punto de la colonia San Diego Churubusco, aún en territorio capitalino, Iván se detuvo junto a unos amigos en una tienda departamental, para comprar algunas cosas para un convivio. Pero la reunión se convirtió en tragedia cuando, al parecer, otro hombre entró al comercio y le exigió a punta de pistola que le entregara los tenis y sus pertenencias.

José Manuel hace una pausa en la narración. Se seca el sudor que le cae a borbotones por la frente, se recoloca con cuidado el paliacate blanco con el que se protege de los rayos del sol, y se ajusta el peso de la mochila sobre los hombros y una playera que dice en grandes letras negras: “No más sangre”.

A continuación, el hombre dice que la investigación del caso aún no es muy precisa. Pero, al parecer, su sobrino “se hizo de palabras” con el asaltante para defenderse, y éste lo asesinó a sangre fría. “Le pegó un tiro directo en el corazón”.

Pero eso, cuenta José Manuel, lo supieron cuatro días después. Porque tras el homicidio, el joven estuvo en paradero desconocido hasta que fue localizado en el depósito de cadáveres del Hospital de Traumatología de Lomas Verdes.

El asesinato fue doloroso, dice José Manuel. “Imagínate, un joven que era estudiante, atleta, y un ejemplo…”. Pero, al menos, la familia tiene un pequeño consuelo: saben qué sucedió con Iván. Saben dónde pueden ir a visitarlo, ponerle unas flores, y llorarlo.

Pero, muchas otras personas que caminan junto a José Manuel en esta caravana, no tienen ni siquiera ese mínimo consuelo. Esa mínima resignación.

Muertas en vida

Al contrario, dice ahora Janeth González, la mayoría de familiares de víctimas que dan forma a esta caminata, son personas que llevan años sin descanso, ni consuelo, ni certidumbre.

“Todas las mujeres que estamos aquí… estamos muertas en vida”, sentencia con rabia en el tono de voz Janeth, madre de José Luis Rabadán González, desaparecido el 7 de agosto de 2016 en Puente de Ixtla, Morelos, luego de que se alojara en un hotel, saliera a cenar, y, según le contaron algunos testigos, un grupo armado se lo llevó del lugar a la fuerza.

Desde ese día, Janeth no ha cesado de buscar a su hijo, que también es padre de tres niñas. Ha ido con otras madres a buscar en cerros, montañas, y en las terribles fosas clandestinas halladas en Tetelcingo y Jojutla, Morelos. Pero no ha encontrado nada a la fecha, y las autoridades de investigación tampoco le han dado resultados.

“Ante tanta corrupción y tanta ineptitud, la verdad es que ya no sabes qué más puedes hacer. Por eso vine hoy aquí, a caminar y a exigir al Gobierno que nos dé una entrevista y nos escuche”, explica la mujer, mientras se toma un respiro bajo la sombra generosa de un árbol, en una pequeña isla de la carretera México-Cuernavaca, aprovechando el primer descanso de la caminata tras recorrer cuatro kilómetros.

Pero, acto seguido, Janeth dice aferrada al retrato de su hijo, un joven guapo de tez morena, ojos negros, que posa coqueto para la cámara que lo retrata, que es poco probable que el presidente del Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, los reciba personalmente.

Al menos, así lo dijo el propio mandatario a inicios de esta semana, cuando, ante la pregunta de los reporteros, aseguró que la comitiva sería recibida el próximo 26 de enero por su gabinete de Seguridad y no por él, puesto que no quería participar en ningún “show”.

“Pueden entrar a Palacio Nacional, van a ser recibidos, pero no los voy a recibir, sino que lo hará el gabinete de seguridad para no hacer un show, un espectáculo. No me gusta ese manejo propagandístico”, señaló López Obrador el pasado 20 de enero.

Precisamente, esa palabra dicha por el presidente, “show”, fue de las más mencionadas en la primera etapa de la caminata.

Al inicio de la marcha, que partió de la glorieta de la Paloma de la Paz, en Cuernavaca, tanto Sicilia como Benjamín Lebarón, subrayaron que la caminata no era una protesta ‘personal’ en contra de presidente.

“No tenemos nada en su contra”, insistieron. Pero rechazaron categóricamente que la caminata fuera “un show mediático”, ni una protesta que esconda una agenda o intereses políticos.

“Claro que esto no es un show. Las víctimas, la sangre, la violencia, el Estado cooptado por el crimen organizado, no son un show. Es la realidad que está viviendo México”, respondió Sicilia, ataviado con su habitual sombrero y cigarrillo en la comisura de los labios.

“No es posible que el presidente sea tan insensible”, critica por su parte Janeth. “Quienes estamos hoy aquí no queremos ser protagonistas de nada. El presidente tiene que saber que estamos aquí caminando porque nos arrancaron a nuestros hijos, a nuestros familiares”.

“Esto no es un movimiento político”

A unos metros de distancia, en la vanguardia de la caminata, Adrián Lebarón se desgañita gritando consignas con su peculiar voz ronca.

Acompañado de varios hermanos, como Benjamín, y de sus hijos, que portan dos banderas de México, una que simula estar acribillada de balazos y otra ensangrentada, Adrián lanza consignas amorosas en recuerdo de “los 9” integrantes de su familia que, apenas en noviembre pasado, fueron salvajemente acribillados en Bavispe, Sonora.

De hecho, uno de los momentos más emotivos de la jornada se da cuando la marcha comienza a entonar, a capela, la célebre canción de José Alfredo Jiménez, ‘La vida no vale nada’.

“Yo creía mucho en este presidente. Era mi ídolo y por eso voté por él”, dice el señor Alfredo Ramos, de 68 años, que tiene una sobrina de 21 años que desapareció en Cuernavaca.

“Aunque, la verdad –matiza a colación-, sé que él solo no puede hacerlo todo; necesita que sus colaboradores sean más eficientes”.

En cualquier caso, dice el hombre, que sostiene entre sus manos una manta con la fotografía de su sobrina Diana Melissa Vega Ramos, desaparecida el 22 de octubre de 2014, lo último que quieren es desgastarse, aún más, en una polémica con el presidente.

“Lo único que le pedimos es que volteé los ojos hacia nosotros, que nos vea, y que nos escuche. Solo le pedimos eso”, apunta Alfredo.

“Nuestro movimiento no es político, que quede muy claro”, hace hincapié ahora el señor Melchor Flores, de 63 años, y padre de Juan Melchor Flores Hernández, un artista popularmente conocido como ‘El Vaquero Galáctico’ en Monterrey, ciudad de donde desapareció el 25 de febrero del 2009 sin que a la fecha las autoridades hayan resuelto el caso.

“No tenemos nada en contra del presidente, pero el señor es quien dice que le da mucha flojera atendernos”, añade molesto Melchor, en alusión a otra declaración de López Obrador, cuando en noviembre pasado dijo que tenía que atender más asuntos, y que las víctimas serían recibidas por la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero.

“Pero esto no es ningún show, ni un circo. Lo que somos, lo que aquí estamos representando en esta caminata, es una sociedad dolida por tantos asesinatos, desapariciones, secuestros y feminicidios. Por eso, queremos sentarnos con él y dialogar”.

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El fin de la primera jornada

Son poco más de las cinco y media de la tarde. Ocho horas y casi 20 kilómetros después, la primera jornada de la extenuante caminata concluye en las cercanías de Coajomulco, a 82 kilómetros de la Ciudad de México.

Junto a unos puestos de quesadillas y de antojitos mexicanos que están en fila en una bahía a orillas de la pista, los integrantes de la caravana guardan un minuto de silencio por los activistas asesinados que participaron en la primera caravana de Sicilia y del Movimiento Por la Paz, como Nepomuceno Moreno, muerto de siete balazos en noviembre de 2011 tras años de denunciar la desaparición forzada de su hijo Jorge Mario.

Tras el discurso final de Sicilia, los integrantes de la caravana suben a los autobuses que los llevan de regreso a Cuernavaca, de donde, otra vez, saldrán mañana rumbo a Tres Marías, para desde ahí iniciar a pie la caminata hacia la Ciudad de México.

Janeth González, como el resto de compañeras que visten playeras blancas con los rostros de sus familiares desaparecidos, o asesinados, está exhausta. Pero dice que está satisfecha y con ganas de reiniciar el camino. Cree que la caravana, y la repercusión que ésta pueda tener, la va a ayudar a encontrar a su hijo desaparecido, el cual tiene esperanza de hallarlo aun con vida.

“Tengo fe en que él está vivo –dice con una sonrisa-. Porque siempre lo sueño así, lleno de vida”.

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