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Tulyehualco despide a Fátima con dolor, rabia y desconfianza hacia las autoridades
Tulyehualco despide a Fátima con dolor, rabia y desconfianza hacia las autoridades
7 minutos de lectura
Tulyehualco despide a Fátima con dolor, rabia y desconfianza hacia las autoridades
19 de febrero, 2020
Por: Alberto Pradilla
@albertopradilla 

A las diez de la mañana, cuando el violinista Edmundo Paz tocaba ante el féretro de Fátima, apenas eran un puñado.

Pasadas las 13 horas, cuando el obispo de Xochimilco, Andrés Vargas Peña, oficiaba una misa de cuerpo presente, eran unos cientos.

Tres horas después, cuando el ataúd con los restos de la niña de 7 años atravesó Santiago Tulyehualco con destino al panteón, eran miles. 

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Tláhuac llora por la muerte de Fátima Cecilia Aldrighetti Antón. Miles de personas, conmovidas, consternadas, enfadadas, hartas, desesperadas, frustradas, acompañaron a la familia de la última víctima de feminicidio en un cortejo fúnebre que se convirtió en clamor por la justicia.

La brutalidad de los hechos sirvió para que una comunidad sacase lo mejor que puede ofrecer: el apoyo incondicional a quien ha sufrido el zarpazo del feminicidio.

“Tenemos que ser solidarios unos con otros. Si no, ¿quién nos va a defender? Nadie”. Griselda Ávila, con 44 años viviendo en Tulyehualco, ponía voz al sentir de cientos de vecinos. El golpe es contra una familia, pero también contra una comunidad humilde que combina dos elementos: sus lazos de confianza mutua, casi familiares, y el incremento de las sospechas ante un auge de la delincuencia.

En un contexto como este, casi todos recuerdan algún episodio violento: una mujer desaparecida aquí; un cadáver encontrado allá. Nada como lo de Fátima. Nada que haya conmovido tanto a una población. 

Miles de personas acompañaron dieron el último adiós a Fátima. Foto: Alberto Pradilla.

“Esto nos va a dejar marcados a todos. Nos deja la enseñanza de que estamos en una sociedad podrida, que ni no nos solidarizamos unos con otros estamos perdidos”, dijo Griselda Ávila.

No habían dado todavía las 17 horas y Ávila mostraba un cartel con el lema “Cobarde”. Aguardaba, cerca del panteón, la llegada del féretro. Todo Tulyehualco había salido a la calle.

Una larga marcha acompañaba a una familia destrozada que había pasado las últimas 24 horas velando a una niña secuestrada, violada y asesinada. Una familia que había visto cómo, en medio de la tragedia, se exponía su intimidad, se alimentaba la sospecha, se culpabilizaba y se sobreexponía.

Ávila representaba a esa mayoría abrumadora de vecinos que se sumaron a la marcha fúnebre porque habían matado a una vecina. A una de sus hijas más vulnerables.

Ninguno sabía que, horas después, decenas de agentes irrumpirían en un domicilio de la colonia de San Felipe, también en la alcaldía de Xochimilco, a unos 10 minutos en coche de la escuela en la que fue secuestrada Fátima.

La familia de la menor hizo una parada en la escuela a la que asistía. Foto: Alberto Pradilla.

Fuentes de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México aseguraron haber identificado a la mujer que se llevó a la niña y esperaban que una orden de aprehensión sería girada por la Fiscalía capitalina. Mientras, en el cateo, fueron halladas ropas de la víctima y documentación de la principal sospechosa.  

Es la triste paradoja. En la comunidad que se vuelca con sus vecinos heridos también habitaban los responsables de causar la herida. 

Con esta mezcla de angustia, confusión, dolor y rabia se hizo pública la dirección en la que la SSC creía que se encontraba la vivienda utilizada para, al menos, guardar a Fátima en algún momento. Así que decenas de vecinos se plantaron ante el exterior exigiendo que se les entregase a la sospechosa.

Las autoridades ya habían advertido que ésta se encuentra prófuga. Pero hay mucho miedo en una población que, históricamente, respondió en comunidad ante los que consideraba agresiones colectivas, como la inseguridad. 

Esta es la otra cara de la moneda de la solidaridad: la desconfianza hacia las autoridades. Y eso puede llevar a que alguien quiera cobrarse la justicia por su lado. 

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 “No hay mucho que decir. Los hechos hablan por sí solos”. Javier Hernández tiene 38 años y tres hijos de 10, 9 y 7 años. Reside muy cerca del lugar en que pasó la mayor parte de su vida la familia de Fátima.

Hernández no tiene muchas ganas de hablar. Han matado una niña que tiene la edad de su hijo mayor. “Aquí nos conocemos de toda la vida. Esto va a cambiar todo en cuestión de seguridad”, dice. 

Él fue uno de los miles de asistentes al cortejo fúnebre que acompañó a Fátima durante su último recorrido.

Tulyehualco es urbana, pero con raíces rurales. Sus casitas pequeñas, muchas muy humildes, y sus callejuelas estrechas, son un lugar en el que la gente se conoce. Quizás por eso, la mayoría de vecinos entendió el asesinato como algo que le podía haber ocurrido a ellos. 

La verdadera dimensión de cómo una comunidad sale a apoyar a uno de los suyos se vivió a partir de las 16 horas, cuando el féretro blanco, con puntillas, decorado con la fotografía de la pequeña Fátima, algunos globos y dos coronas de flores iniciaba el trayecto hacia panteón. 

El pequeño callejón en el que se había oficiado la misa no servía para dar la medida del impacto. Ahí solo estaban, destrozados, los familiares más directos, los vecinos de puerta con puerta y los compañeros de clase de la pequeña. 

Poco a poco la calle donde vivía la pequeña se abarrotó de personas. Foto: Alberto Pradilla.

Cuando el féretro salió y alcanzó la calzada Tláhuac Tulyehualco, se encontró con la verdadera dimensión de cómo una tragedia sacude una comunidad. Ya no eran cientos. Eran muchos más. Hombres, mujeres y niños que acompañaban a uno de los suyos con carteles exigiendo justicia, que aplaudían al paso del cortejo, que repetían el nombre de la niña.

La primera parada estuvo en la escuela Rébsamen, el centro al que acudía Fátima y del que fue secuestrada. Ese día había reiniciado las clases. Al contrario que en jornadas anteriores, los padres tuvieron que identificarse para recoger a sus hijos. Con ese protocolo es posible que la niña ahora estuviese viva, como lamentaba su abuelo, Guillermo Antón Godínez. 

Con el féretro ante la puerta del centro escolar, algunos de los vecinos pidieron explicaciones. 

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Salió una mujer, que se presentó como ayudante del director. Dijo que el maestro y el supervisor, los dos responsables directos de la seguridad de los menores, no se encontraban en ese momento: habían sido citados a declarar por las autoridades. Así que la marcha, tras un minuto de silencio, siguió su camino hacia el panteón. Había más ganas de acompañar a la familia que de exigir explicaciones. Aunque las negligencias del centro escolar y del Ministerio Público que no quiso investigar la desaparición son dos heridas recurrentes.

Desde ahí, la caminata siguió sin detenerse hasta el panteón. En todo el recorrido, el féretro era recibido con aplausos, la gente salía al paso de la comitiva para presentar sus respetos y, de vez en cuando, el enfado se convertía en la exigencia de justicia.

“Lo que queremos es que no suelten a los malos”, decía Laura Roselle Aldrighetti, prima del padre de la víctima. Con cuatro hijos, la mujer decía tener cuatro razones para no sentirse segura en su propia colonia. 

Al menos, durante algunas horas, esa misma colonia que lleva siendo un poco más hostil desde que se halló el cuerpo de Fátima, quiso ser un lugar que protegiese a los suyos.

Por eso, no hubo un solo metro en el que la comitiva no avanzara acompañada. “Fátima, Dios hará lo justo”, “Justicia para Fátima”, “Tulyehualco de luto”, son algunos de los lemas que acompañaban al fin de 24 horas de duelo. 

Había mucho dolor en Tlayehualco y también mucha rabia. 

Entre las exigencias de “justicia”, una niña de siete años había sido enterrada. 

Había globos y lágrimas y música. Y la música servía para tapar las paletadas de tierra sobre el féretro y los sollozos de la familia. 

Cuando la mayor parte de la gente se había marchado, una mujer seguía caminando en los alrededores del panteón. Era Malena, la madre de Fátima. Poco antes, su primo, Juan Manuel Espinosa, había lanzado una petición: no dejar sola a la familia cuando el proceso de búsqueda de justicia se alargue.

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