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Santa Lucía y COVID-19: el riesgo de trabajar en una megaobra que no para
Santa Lucía y COVID-19: el riesgo de trabajar en una megaobra que no para
15 minutos de lectura
Santa Lucía y COVID-19: el riesgo de trabajar en una megaobra que no para
09 de junio, 2020
Por: Zedryk Raziel
@amormundi_ 

Al menos un obrero y dos militares que trabajan en la obra del aeropuerto de Santa Lucía han fallecido por COVID-19, de acuerdo con cifras de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) actualizadas al viernes pasado.

También ha habido 2 contagios confirmados y 28 sospechosos entre los obreros, y otros 2 confirmados y 9 sospechosos entre el personal militar.

Este megaproyecto, que congrega a 25 mil personas diariamente, no ha parado un solo día durante a la pandemia. El 23 de marzo, al comienzo de la emergencia sanitaria, el presidente Andrés Manuel López Obrador declaró que la construcción del aeropuerto de Santa Lucía, junto con sus demás megaobras, sería considerada una actividad esencial por su importancia en la generación de empleos.

Desde entonces, la contratación de mano de obra no ha hecho sino aumentar, según cifras de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). En marzo había 14 mil 232 trabajadores formales activos; en abril, 15 mil 415; en mayo, 17 mil 356, y en junio, 24 mil.

Además, hay 980 militares que laboran directamente en la obra.

Para la Sedena, autoridad encargada del proyecto, las cifras de contagios y muertes por COVID-19 son optimistas, comparadas con la magnitud de la población que labora en la construcción y que está expuesta a la enfermedad.

Pese a que gran parte de la obra es al aire libre, los obreros no están exentos de trabajar cercanos entre ellos. Foto: Alejandro Ponce.

“Consideramos que, a la fecha, dada la población de trabajadores, los casos han sido mínimos, han sido controlados. Creemos que las medidas (de higiene) adoptadas se (aplicaron) en muy buen tiempo para evitar un contagio masivo, y esto se continuará implementando hasta que lo determine la autoridad competente”, afirma José Luis Martínez Beltrán, ingeniero militar a cargo de la construcción del nuevo aeropuerto. 

El Ejército ha impuesto medidas de higiene para “cortar” las cadenas de transmisión del contagio al interior de la base militar, como monitorear la temperatura de los trabajadores, aplicarles gel antibacterial e impartirles pláticas de concientización sobre prácticas saludables, pero estos esfuerzos se ven obstaculizados por la realidad que viven los obreros en el trabajo diario y en el exterior de la obra.

En el momento más crítico de la pandemia, cuando los casos de contagios y muertes por COVID-19 crecen exponencialmente en el país, y cuando, al mismo tiempo, está en marcha el desconfinamiento paulatino -lo que ha arrojado a más personas a las calles-, miles de obreros de Santa Lucía viajan cada fin de semana a destinos donde se han registrado contagios y muertes por la enfermedad, mientras que, entre semana, provisionalmente, alquilan departamentos de colonias aledañas de Tecámac, donde se hacinan hasta 15 hombres para reducir al máximo el precio de las rentas, que van de los mil a los 3 mil 500 pesos mensuales. Además, al interior de la megaobra, los obreros trabajan en grupos numerosos y sin distanciamiento.

La obra acumula, hasta inicios de junio, a más de 24 mil trabajadores en activo, cifra que sólo ha ido en aumento desde el inicio de la pandemia. Foto: Alejandro Ponce.

‘Nos transportan como carros sardinas’

Concluir el nuevo aeropuerto internacional de Santa Lucía en 2022 (la obra tiene un avance general de 19% y faltan 650 días para la fecha límite) requiere que haya labores seis días a la semana, las 24 horas del día, en turnos que comienzan desde las 6 de la mañana (el último turno inicia a las 10 de la noche y se extiende hasta la madrugada del día siguiente).

Personal médico militar toma la temperatura a los trabajadores en los cinco accesos de la base aérea y les aplica gel antibacterial en las manos. El uso de tapabocas -o cualquier prenda de tela que les cubra el mentón- es obligatorio para poder ingresar.

Después, los miles de trabajadores son trasladados en cientos de autobuses a los 22 “frentes” u obras que se construyen simultáneamente como parte del aeropuerto: la torre de control, la terminal de pasajeros, las pistas de aterrizaje, los hangares, las unidades habitacionales militares, la barda perimetral, la terminal de combustibles.

La base aérea es tan vasta, que los trayectos a los puntos de trabajo duran 40 minutos en camión y no pueden hacerse a pie. 

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En un spot oficial difundido el 16 de abril, la Sedena afirmaba que en las áreas donde laboran los obreros hay “sana distancia”. Por su parte, el ingeniero militar Martínez Beltrán describe que la dependencia contrató empresas de supervisores que vigilan que los obreros usen tapabocas y cumplan las medidas de higiene en el trabajo. Además, el mando castrense destaca que todos los obreros están asegurados ante el IMSS, y que, si alguno manifiesta síntomas de COVID-19, recibe incapacidad laboral inmediata y es enviado a una clínica del seguro social.

Los trabajadores viajan a sus lugares de origen los sábados, para volver los domingos por la noche. Las condiciones de viaje los orilla a estar encerrados. Foto: Alejandro Ponce.

“Cuando iniciaron los primeros casos de la pandemia, se siguieron las medidas establecidas por la Secretaría de la Salud: por supuesto la sana distancia, el empleo de gel antibacterial, la sanitización de áreas de trabajo, así como de los vehículos de transporte del personal y de las herramientas de trabajo. Incluso, dentro del transporte del personal, se emplea una mayor distancia en el acomodo de los pasajeros, y se escalonaron los horarios de los comedores”, expone Martínez Beltrán en entrevista.

“Nosotros contamos con personal de seguridad e higiene dentro de cada frente de trabajo, ellos están encargados de supervisar que el personal realice sus labores con las medidas necesarias de sanidad, una de ellas, y muy importante, es el uso de cubrebocas durante los trabajos. La supervisión es constante y permanente”.

No obstante, en un recorrido realizado por Animal Político al interior de la obra, se observó que, en el día a día, en el terreno, bajo pleno sol, miles de obreros trabajan hombro con hombro y sin distancia, pese al uso de tapabocas -que se quitan a menudo, debido al calor-.

Asimismo, trabajadores entrevistados describieron aglomeraciones en los autobuses internos, en los comedores y en los accesos a la base militar.

Buena parte de los obreros vienen de otros estados de la República. A los alrededores de la obra existen puestos de comida, lavanderías y tianguis. Foto: Alejandro Ponce.

 “A la hora de la formación para pasar lista sí tomamos distancia, nos exigen el cubrebocas, lavado de manos constantemente, pero en las unidades que nos transportan a los tramos nos suben como carros sardinas, entonces, de nada sirve; supuestamente nos exigen el cubrebocas, que los tenemos que estar comprando nosotros, y en las salidas, ustedes vieron cómo salimos: aglomerados”, dice Víctor, un operador de maquinaria pesada.

A las afueras del aeropuerto, los obreros se aglomeran para cruzar la calle y hacer sus compras en un tianguis enfrente de la obra. Foto: Alejandro Ponce.

“Estamos amontonados”, secunda Mariano, que es albañil. “En las mañanas nos subimos al autobús, ahí va así la gente -dice apretando los dedos con gesto itálico-. El autobús nos lleva a la obra, porque caminando es una hora, tenemos que irnos en autobús, si no, en cualquier camión (de transporte de materiales) nos trepamos”.

“No es posible tener distancia”, subraya Adriana, que es ayudante de topógrafo (cadenera). “No sé cuántas personas somos, en mi frente hay hasta empleado número 2 mil; no guardamos la distancia, no tenemos las medidas que debemos de tomar. Hay riesgo porque viajas en el transporte público, ahí se acumula la gente, en el camión (interno) igual, en el comedor es igual, no tenemos la distancia que debemos de tomar, no hay una medida ahí, es normal, se aglomera ahí la gente”.

-¿Desinfectan las herramientas de trabajo?

-No, no se desinfectan, todo mundo agarra la herramienta y es lo que ocupamos- asegura.

Esta trabajadora, madre de tres hijas y que vive con sus dos padres diabéticos, tuvo hace unos días gripa y dolor de cabeza; aun ahora, dice, no ha recuperado el sentido del gusto y el olfato (síntomas de posible COVID-19). Sin embargo, “descartó” tener la enfermedad tras hacerse una oximetría en un consultorio privado, una prueba que, en realidad, no es efectiva para determinar la presencia del nuevo coronavirus.

“A mí sí me da miedo”, comenta Adriana detrás de su tapabocas. “De hecho, la semana pasada estuve enferma, me hicieron la prueba, pero salió negativa. Y vengo enferma, no puedo meter incapacidad, pero ya, salimos con toda la actitud. Me hice la prueba en un médico particular, yo la pagué, por la consulta te cobran 150 pesos, te hacen la prueba con el oxímetro, que es para ver cuánta oxigenación te elevas o si estás normal”.

-¿Estás tranquila?

-Pues no, porque ahorita no tengo ni gusto ni olfato, pero no he podido ir al doctor porque salgo tarde, para poder hacer tiempo extra -justifica-.

“En mi casa viven cuatro personas: están mis papás, están en riesgo porque son diabéticos; tengo a mis hijas, que igual traen algo de gripa, pero, pues, con medicamento y sin ir al seguro. Yo tengo que seguir trabajando, yo mantengo tres niñas, y en otros lados sí está difícil entrar a trabajar”.

Plaza Santa Lucía

Como es sábado, es día de paga de toda la semana. En efectivo. El sueldo de seis días trabajados. Tras cobrar, a partir de las 2 de la tarde, los obreros comienzan a salir por el acceso principal a la obra del aeropuerto de Santa Lucía, cruzan la carretera México-Pachuca auxiliados por soldados que detienen el tráfico para que puedan pasar estos ríos de gente con las ropas sucias del trabajo y unos trapos manoseados en el mentón, paliacates, bufandas, tapabocas, telas que despreocupadamente traen colgando del cuello porque ya se terminó la jornada y también la instrucción de que hay que cuidarse del virus en esta obra prioritaria del gobierno, y además hay tanto calor y tanto polvo asfixiante. 

¿Y qué hacen al cruzar la carretera cientos, miles de obreros? Aquí mismo hay una verbena como de feria de pueblo. Ya se forman decenas de autobuses y vans y combis que partirán hasta estar repletas. Ya gritan los cobradores sus destinos: a Puebla, a Hidalgo, a Veracruz, al Estado de México, súbale súbale, ya se va, ya se va. Y no se van aún, y esperarán estacionadas todavía una hora o dos horas más, porque los obreros se distraen, pues de este lado de la carretera hay un tianguis donde aquéllos pasan a comer tacos y tortas y sincronizadas a mano limpia, allí mismo dejan sus mochilas en el suelo, sus equipajes para ir el fin de semana a ver a la familia a sus comunidades, y así juntos departen todos, ignorando los letreros de que la comida es para llevar o de que hay que guardar la prudente distancia, ¿y cuál gel antibacterial?, ¿cuál lavarse las manos para prevenir la enfermedad?, si en el baño que está al fondo del tianguis sólo hay agua pero no jabón.

Los obreros que no están comiendo se pasean por los puestos donde venden aguas frescas o botas para la construcción o tenis o ropa de segunda mano, gafas de sol, carteras, gorras, serruchos o martillos, cigarros que sacan de las cajetillas con la mano, sombreros vaqueros, cinturones de piel, deslizan las manos por las cosas, sopesándolas, sintiendo las texturas de piel, admirándolas, regateando: ¿de a cómo?, ¿a cuánto?, ¿y lo menos?, y sacando allí los billetes para pagar todo y para comprar las botellitas de Coca-Cola con ron que una vendedora extrae de una hielera, 15 hombres se agolpan en el puesto bajo un tenderete y junto a una bocina con música, chocando sus envases de PET y diciendo salud, brindando, pagando las rondas de sus amigos.

-¿A cuánto la Coca?

-A 10 pesos sola, a 15 con Bacardí- dice la vendedora y ya va sacando una botella de la hielera, tira en el suelo de tierra una cuarta parte del refresco y la rellena con ron mediante una jarra.

A unos metros están los soldados vigilando la verbena, pues la Policía Militar despliega un operativo a los alrededores de la base aérea todos los sábados, día de paga, para cuidar que no asalten a los obreros, que ya ha habido tres robos, admite un mando encargado de la seguridad de la 37 Zona Militar de Santa Lucía.

Pese a los esfuerzos de Sedena por vigilar el uso de cubrebocas, los trabajadores se enfrentan a espacios de aglomeración en su día a día, como el transporte y las viviendas en las que comparten cuartos. Foto: Alejandro Ponce.

El tianguis está asentado en el terreno baldío de lo que hasta hace ocho meses era un mero estacionamiento.

Tianguis nacido de la pura demanda, atraído por las 24 mil almas que trabajan como albañiles, herreros, carpinteros, plomeros, electricistas, operadores de maquinaria, bandereros, cadeneros e intendentes en este megaproyecto que fue catalogado por el gobierno como prioritario. Hay que sumar a los 980 militares que también participan en la obra, y contar también a las decenas de personas que todos los días vienen a formarse a pedir trabajo. El tianguis creció, se consolidó y ya tiene un nombre: “Plaza Santa Lucía”. 

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“Los lunes y jueves se concentra mucha gente a buscar la contratación; continuamente hay gente que se va y gente que se está contratando, y como está creciendo esto, va demandando otro tipo de necesidades. Todo el tiempo hay mucha gente que está llegando para trabajar”, dice el mando de la Policía Militar.

Turismo hacia el semáforo rojo de la pandemia

La afluencia de miles de trabajadores hizo que diversas empresas de transporte crearan “rutas” para trasladarlos, cada fin de semana, desde Santa Lucía hasta sus lugares de origen: las unidades parten los sábados por la tarde y retornan la medianoche del domingo al mismo punto de la base aérea, para que los obreros puedan ingresar al turno de las 6 de la mañana. Entre semana, los trabajadores suelen alquilar viviendas en colonias de los alrededores de la megaobra. 

Los obreros van y vienen de localidades donde se han registrado contagios e incluso muertes por COVID-19, según las cifras oficiales actualizadas al viernes pasado.

En Veracruz, Puebla, Hidalgo, Estado de México y CDMX, los principales destinos de los trabajadores están en semáforo rojo debido a la gravedad de la enfermedad entre la población local:

–Veracruz: Poza Rica (390 casos confirmados, 67 sospechosos, 77 muertes); Córdoba (109 confirmados, 84 sospechosos, 9 muertes), Martínez de la Torre (27 confirmados, 18 sospechosos, 5 muertes) y Perote (25 confirmados, 6 sospechoso, 5 muertes).

–Puebla: Huauchinango (66 casos confirmados, 8 sospechosos, 14 muertes); Xicotepec (17 confirmados, 7 sospechosos, 3 muertes) y Teziutlán (13 confirmados, 9 sospechosos, 2 muertes).

–Hidalgo: Tizayuca (222 confirmados, 37 sospechosos, 36 muertes).

–Edomex: Toluca (969 casos confirmados, 735 sospechosos, 48 muertes) y Texcoco (250 confirmados, 115 sospechosos, 18 muertes).

–CDMX: Iztapalapa (5 mil 548 casos confirmados, 1 mil 477 sospechosos, 676 muertes).

Asimismo, la base de Santa Lucía está enclavada en los municipios mexiquenses de Zumpango (que tiene 160 casos confirmados, 79 sospechosos, 16 muertes) y Tecámac (458 casos confirmados, 154 sospechosos, 45 muertes).

De hecho, el principal acceso de la base aérea, por donde ingresan y salen miles de obreros, está ubicado a escasos 210 metros del Hospital General Regional No. 200 del IMSS, donde ya se atiende a pacientes con COVID-19.

Las vans, minibuses y autobuses que cada semana trasladan a los trabajadores a destinos en semáforo rojo pertenecen a compañías que hasta hace tres meses se dedicaban exclusivamente al turismo, un sector económico aniquilado por la pandemia. Empresas como Atreyo, Maturano, Heme, Santa Clara y ODT encontraron en la megaobra del aeropuerto una alternativa a la quiebra.

“Esto nos está afectando. Éste no es nuestro giro, transportar a la gente de esta manera, sino de manera turística, pero el turismo está varado”, explica un socio de Atreyo mientras espera la salida masiva de obreros. “No hay destinos turísticos, no hay balnearios, no hay ningún atractivo nacional abierto, museos, lugares de esparcimiento. ¿Por qué no estamos explotando ese giro en este momento? Estamos dando un servicio mucho mejor a un costo mucho menor porque nos están obligando las circunstancias. ¿Cuándo se van a abrir los destinos? No sabemos”.

Megáfono en mano, el socio de Atreyo anuncia a gritos una ruta a Puebla y Veracruz.

La obra no ha parado pese a la pandemia; los trabajadores están obligados a portar cubrebocas, pero ello no es suficiente para evitar los riesgos de contagio. Foto: Alejandro Ponce.

“Formas una camioneta y ya sabes qué destinos hay, ya sabes que los trabajadores van a Huauchinango, a Poza Rica, y tú te formas y empiezas a acarrear la gente: ¡vamos para allá, súbale súbale!”, describe. “Hay cientos de empresas del sector turístico, chicas, medianas y grandes, que no tienen trabajo y están buscando la subsistencia en este tipo de trabajo. Tú ahorita te vas para allá atrás y vas a ver 20 autobuses más formados”.

El recién nacido negocio de transportes ya atrajo hasta a los extorsionadores.

“Hace ocho días salieron unos tipos queriendo intimidar, que si no les das un pago hay problema. Sí te andan amedrentando. Aquí a todo comerciante, por ponerse a vender, le cobran”, comenta un integrante de las empresas turísticas.

‘Cada uno tiene su espacio de 50 centímetros’

Andrés, 31 años, quien trabaja en el frente 16, donde se construyen hangares, visita todos los fines de semana a su familia en Xicotepec, Puebla. 

Aparta con su mochila un lugar en una camioneta van estacionada entre la muchedumbre que transita en la Plaza Santa Lucía. Andrés se pone su “tapabocas”, que no es sino una prenda de tela que más bien sirve para proteger del frío, y detrás de ella suelta una tos seca. Se aclara la gartanta.

“Me vengo todos los lunes viajando de allá pa’ acá, a las 2 de la mañana, para estar aquí a las 5 o 6. Llego aquí, trabajo, y el fin de semana otra vez me voy”, relata. “Prácticamente toda la semana me la paso aquí. Vivo sobre esta zona. Siembre buscamos lo más cerca del trabajo. Rentamos, pero no sabría decirle dónde es. Somos varios, somos alrededor de 10…”, medita y corrige: “15 debemos ser, en el mismo cuarto, en la misma casa”.

-¿Sí tienen espacio?

-Lo normal, lo de una persona, 50 centímetros, así nada más, a como quepamos, a como podamos vivir ahí, con luz, agua, baño, lo normal. Compramos colchonetas y ahí nos dormimos, traemos una cobija, lo que es de nosotros y nada más.

Compartidos los gastos de alquiler y servicios entre 15 personas, a Andrés sólo le toca pagar 250 pesos de los 3 mil 500 que les cobran al mes.

La presencia de miles de trabajadores no sólo atrajo a los comerciantes de la nueva Plaza Santa Lucía y a los transportistas, sino que también detonó un mercado inmobiliario local en colonias de Tecámac cercanas al megaproyecto. Las localidades más frecuentadas por los obreros para alquilar son San Pedro Potzohuacán, San Pablo Tecalco y Los Reyes Acozac. También es concurrido el conjunto de viviendas del Infonavit “Real Granada”, ubicado en la colonia San Jerónimo. Los dueños de las propiedades permiten que vivan varios inquilinos para que puedan compartir gastos, de acuerdo con testimonios de los trabajadores.

“Son dos cuartos donde yo vivo, pero no vivo solito, estamos compartiendo entre cuatro personas para que nos salga un poquito más económico, porque, si no, para una sola persona, la neta sí está cariñoso”, dice Mariano. “Están grandes los cuartos, uno vive en una esquina, el otro en otra, y los otros dos viven en el otro cuarto, separados. No, ¿cuál cama? Nosotros nos quedamos en el piso; la mera verdad, si compramos una cama, se queda aquí, gastamos a lo tonto, y no podemos hacer eso”.

 “Yo rento otro cuarto”, repone Artemio, que trabaja con Mariano en el frente 16, paisano suyo de Puebla. “Yo vivo en Los Reyes, hacia abajo. Vivimos como 10 en una misma casa, pero tiene cuatro cuartos”.

Benigno, proveniente de Xicotepec y quien también trabaja en el frente 16, alquila una vivienda con cinco personas, lo que le permite pagar 200 pesos de los mil 200 de renta mensual.

“Rentamos en Tecámac, somos cinco, vivimos juntos, son dos recámaras nada más para puro dormir; tratamos de estar con higiene para que estemos a gusto, cómodos. Tendemos una cobija y ahí mero dormimos”, cuenta.

Vivir en estas condiciones no sólo permite a los trabajadores compartir los gastos, sino también los riesgos de contagio. Andrés, tosiendo detrás de la tela que usa como tapabocas, minimiza la enfermedad que ha causado la muerte de más de 12 mil personas en México.

“No pasa nada, es una enfermedad común y corriente”, dice. “Si agarra al más débil, pues sí lo tira”.

Este trabajador estima que en el frente 16 laboran con él unas 2 mil personas. Aun cuando goza de la prestación de seguro social, comenta que él prefiere atenderse en consultorios privados para “no perder tiempo” y poder seguir acudiendo a trabajar.

“El seguro no sirve”, sostiene. “O sea, sí sirve, pero hay que invertirle tiempo y todo eso, yo mejor prefiero ir a un doctor particular, me receten medicina de patente, la compro, me evito todo ese tiempo y asisto a mi trabajo”.

-¿A usted no le da miedo la enfermedad?

-Sinceramente, no. Es una enfermedad que es una tos, una gripa y ya.

Andrés se va luego al tianguis y regresa a la camioneta con comida. No sólo él. Sentados los obreros ponen los platos de unicel sobre sus piernas y allí mismo comen sus tacos campechanos, sus tortas cubanas, mientras el vehículo espera estacionado a que se llene de pasajeros. Dos niños de 5 o 6 años, con diminutos tapabocas puestos, les ofrecen en la puerta corrediza refrescos y aguas, se trepan a la camioneta jugando, se suben a los asientos aún vacíos. Así comiendo, los trabajadores se limpian las manos en el pantalón y sacan el dinero para pagar el pasaje cuando alguien pasa a su lugar a cobrarles. El hombre que anuncia los destinos de viaje con su megáfono insiste a los obreros en que se pongan sus tapabocas, “por su salud y la de todos”, lo repite y lo repite y se desespera, porque no le hacen caso.

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