Si el internet y la televisión no llegan a los niños y niñas de comunidades marginadas, los profesores y profesoras sí. El ciclo escolar pasado, el maestro José Genaro López López tuvo que ir casa por casa buscando a sus alumnos para dejarles tareas que hacer.
En plena epidemia de COVID-19 en México, a este maestro no le quedó más opción que arriesgarse.
De sus 21 estudiantes de tercer grado de primaria, de la comunidad de San Juan Carapan, en el municipio de Chilchota, en Michoacán, a una hora de Zamora, solo dos o tres se podían conectar a internet. Las familias sólo tienen teléfonos celulares básicos, sin WhatsApp. No había más forma de estar en contacto que andar a buscarlos.
“Fue difícil, a veces llegaba a una casa y no había nadie. Me iba a buscar a otro niño o niña y luego regresaba. Pasaba tres o cuatro veces para encontrar al alumno. Si no lo lograba, me tocaba regresar a buscarlo al día siguiente”, cuenta el profesor Genaro, que vive en la comunidad de Cheranástico, a 20 minutos en automóvil de donde está la escuela.
En cada casa, el maestro de primaria no sólo dejaba las tareas, se quedaba a explicar los ejercicios. “Era muy pesado. Si encontraba a todos, era explicar 21 veces lo mismo”.
Lo más frustrante, dice, es que llegaba a las casas y los estudiantes no habían hecho las tareas de la semana anterior. “No las hacen porque los papás se los llevan al campo a trabajar. No les dan tiempo para estudiar. Con la mitad de los alumnos me pasó eso. Iba e iba en balde”.
Los padres, admite el profesor, tienen una condición económica precaria y están más preocupados por resolver la parte de tener comida y casa todos los días que por la educación de sus hijos.
Muchos de los habitantes de Carapan son jornaleros. Padres y madres se van todos los días a trabajar a Zamora o a Purépero.
Si no hay clases formales y presenciales, las familias se llevan a los niños con ellos al trabajo, los mandan a la milpa para el autoconsumo o les encomiendan el cuidado de los hermanos menores.
Al profesor no le quedó más opción que cerrar el ciclo pasado y pasar de grado a sus alumnos con lo que había para calificar. “Me basé en los pocos trabajos que entregaron. Les puse calificaciones de entre 7 y 8. Pero sí hay una baja muy considerable en la educación, en los aprendizajes de los alumnos”.
Aunque no han terminado de levantar las encuestas para saber qué tanto acceso tendrán sus estudiantes este ciclo a las transmisiones de clases por televisión, que ahora estarán disponibles en más canales, el profesor espera que un mayor número tenga señal de TV para seguir las lecciones.
Pero los problemas para comunicarse con ellos seguirán siendo los mismos. Lo mismo que la pugna entre el deber de ayudar a los padres y las clases.
Los estudiantes no sólo estarán solos en casa sin nadie que los apoye para seguir y entender las lecciones. “Hay niñas que tienen que cuidar a sus hermanos menores, así que no podrán poner atención a las transmisiones”.
Pese a las reuniones que el equipo de profesores ha tenido para tratar de organizar el nuevo ciclo, el profesor Genaro, que ahora estará a cargo del cuarto grado, afirma que será el lunes y en los siguientes días cuando podrán evaluar el acceso de los alumnos a las clases televisadas y determinar una forma de trabajo.
Sobre todo porque cuando iba de casa en casa dejando los trabajos no había casos de COVID ni en Carapan ni en Cheranástico, ahora ya hay y el riesgo de contagio hace que ir a buscar a sus estudiantes sea menos posible.
En la comunidad de Uringüitiro, en Los Reyes, Michoacán, el profesor Pascual Martínez Francisco también tuvo que ir cada semana a dejar copias con tareas y actividades a sus alumnos de primero año de primaria. En esa comunidad, las familias tampoco tienen acceso a internet. El maestro iba a la escuela y ahí los niños y niñas recogían el material y le consultaban sus dudas.
Ahora la situación no podrá ser diferente. En Uringüitiro solo llega a las televisiones, de las familias que las tienen, la señal de tres canales, precisa el profesor, que no son por los que se transmitirán las clases televisadas de la Secretaría de Educación Pública.
Esta escuela, además, es parte de un proyecto que nació en 1995, bautizado como Tarhexperakua “Creciendo Juntos”. El modelo de enseñanza aquí es realmente bilingüe. Los niños y niñas aprenden a leer primero en su lengua el purépecha y después ya en español. Todo el aprendizaje se desarrolla después en ambas lenguas. En las clases a distancia este tipo de esquemas no se está considerando.
“Los padres nos han pedido que demos aunque sea dos o tres horas a la semana de clases. Para los niños y niñas es muy difícil hacer solos las actividades. Los padres no les pueden ayudar, primero porque trabajan todo el día como jornaleros y segundo porque muchos no terminaron ni la primaria”, explica el profesor.
La necesidad de los padres de dejar solos a los niños para ir a emplearse en el corte de fresa, frambuesa y zarzamora, generalmente a Los Reyes y a Tancítaro, hace de la escuela un refugio seguro para los alumnos.
“Somos como una guardería, dice el maestro Pascual y se ríe. Los estudiantes están más seguros con nosotros en la escuela que solos en su casa. Y ahora no tienen ese refugio. Los mismos padres sienten esa tristeza, esa preocupación de que no estamos, por eso nos insisten también en que vayamos aunque sea unas horas, pero no es posible por ahora”.
Al maestro Pascual le preocupa llevar el virus que causa la enfermedad COVID-19 a sus estudiantes y sus familias. Allá, en Uringüitiro donde está la escuela todavía no hay casos confirmados, pero en la comunidad donde vive él, en San Isidro, sí hay.
“En donde vivo apenas empezaron los casos. Van tres semanas seguidas que hay un fallecimiento por COVID. Cuántos casos haya en realidad en la comunidad no lo sabemos, porque la gente lo oculta. No creen en el virus. No quieren ir a los hospitales. Van con el médico de la clínica del pueblo, pero lo tienen amenazado. Tiene miedo de que lo golpeen o le hagan algo como a otros médicos en otros pueblos, por decir que alguien tiene el virus”, cuenta el profesor.
El maestro dice que hace falta que alguna autoridad de fuera llegue a hablarle a la gente de la enfermedad y cómo prevenirla. “No ha venido nadie ni del municipio ni del estado, ninguna autoridad de Salud, y pues a los que somos de aquí la gente no nos quiere creer. Así no vamos a parar esto y menos iniciarán las clases”, sentencia.
El profesor Adán Vara Rosas se armaba con cubrebocas y gel antibacterial el ciclo escolar pasado y se iba a dejarles trabajo a sus alumnos de la telesecundaria de Ajuchitán, en Tlaquiltenango, en la sierra de Huatla, en Morelos.
En la escuela multigrado había apenas una docena de estudiantes. Los más preocupados por no perder el año eran los de tercero. “No querían quedarse fuera del bachillerato. Terminaron el ciclo y me pedían más trabajo para repasar”.
Al profesor más que contagiarse de COVID por ir a dejar los trabajos, le preocupa contagiar a sus alumnos, llevar el virus a una zona donde no ha llegado aún.
“Pero no puedo dejarlos solos, de por sí ya estar en escuela multigrado es una desventaja, si se quedan sin labores escolares se van a atrasar más. No es que podamos avanzar tanto. Les tengo que dejar cosas sencillas, casi didácticas, también para que se distraigan”.
Seguir las clases por televisión y tener comunicación por medios eléctricos no es viable aquí. “La señal de internet que hay es satelital, es muy inestable y no hay buena recepción, no se cargan las páginas, no bajan los archivos. Señal de tele abierta no hay tampoco, solo de paga y la mayoría de los alumnos no puede costearla”.
Así que el ciclo pasado, el profesor les llevaba personalmente guías cada semana o cada quince días hasta la comunidad, daba una breve explicación de los ejercicios, y a la siguiente visita las recogía y dejaba otras. “Estamos luchando porque no haya más rezago”, dice.
La lucha seguirá este ciclo, hasta que estudiantes y profesores vuelvan a las aulas. “Por ahora vamos a seguir implementando las guías (que en realidad son fotocopias que costea la escuela y a veces el mismo profesor). El lunes voy a ver cómo les hago llegar un mensaje de bienvenida a los alumnos al nuevo ciclo escolar. Y el martes ya les llevo sus guías”.
Si para la mayoría de los alumnos de las zonas marginadas y alejadas de los centros de población es difícil seguir su educación a distancia, para los estudiantes con necesidades especiales es aún más complicado.
La profesora Laura, aunque llamaremos así porque ella prefiere que no se revele su nombre real, es maestra de educación especial en comunidades de la montaña de Guerrero.
Laura atiende a alumnos de cinco escuelas primarias. Pero le preocupan cinco niños: uno con problemas de lenguaje y cuatro con sordera, de San Antonio Coyahuacán, en el municipio de Olinalá.
Sus alumnos de las otras comunidades tienen más acceso a internet y a televisión. Con ellos la comunicación ha sido difícil pero se ha dado. En cambio de los de Coyahuacán sólo pudo intercambiar mensajes con uno.
“A través de él me puse de acuerdo para llevarles guías una vez el ciclo pasado, pero ya no las pude recoger. La comunidad restringió el acceso de externos para evitar que llegara el COVID y ya no pude entrar. De haberlo hecho, me hubiera tenido que quedar en cuarentena 14 días en una casa, solo para después recoger los trabajos y salir”.
Con las clases por televisión no va a ser más fácil. “La señal de tele abierta no llega. Las familias tendrían que contratar televisión de paga y no tienen recursos para eso. Allá se sostienen de la venta de artesanías, de las tortuguitas esas que mueven el cuello”.
Por ahora, todavía ni ella ni sus compañeros profesores de la zona tienen claro qué harán este nuevo ciclo. “Vamos a tratar de organizarnos sobre la marcha. Con los padres que nos puedan apoyar. Hemos pensado incluso gestionar recursos para poner internet en las primarias y que aunque sea ahí puedan ir los alumnos a pescar red, pero estamos todavía evaluando opciones”.
De los 219 alumnos que hay en la secundaria del director “Pedro”, a quien llamaremos así para no revelar su identidad y evitar problemas laborales, alrededor de 30% no ha manifestado si seguirá en la escuela, ubicada en Los Altos de Chiapas.
El director teme perderlos. “No se han inscrito y no sabemos si es porque las autoridades dijeron que no era necesario, pero si no logramos comunicación con ellos, los iremos a buscar. Vamos a insistir para que sigan los estudios. Sí hay un desánimo porque no tienen internet en sus casas, el acceso en la mayoría de los casos es con fichas, los papás no tienen para comprarlas y además deben ir a donde hay señal y andarla pescando. Pero nosotros insistiremos”.
Pedro dice que en muchas comunidades tampoco hay señal de televisión abierta ni recursos para costear la de paga.
“Sobre la marcha vamos a ir viendo cómo le hacemos. Vamos a tratar de entregar un cuadernillo de actividades. Nosotros estamos tratando de prepararnos. Hemos hecho capacitación en línea. Aunque luego nos dicen que vamos a tener un taller y luego ya no lo dan. Iniciamos un trabajo y ya no se termina por tanto cambio. Es difícil la comunicación con las autoridades”.
La educación, dice, está enfrentando una situación muy crítica. “La tecnología no logra llegar a las comunidades, a los maestros les deben sueldos, la capacitación es frágil, y los más perjudicados son los que ya tienen una abierta posición de desventaja: los niños, niñas y adolescentes de las comunidades más pobres”.
Animal Político solicitó una entrevista a la Secretaría de Educación Pública para saber si habrá alguna estrategia adicional, además de los cuadernillos de trabajo que ya han usado los profesores, para asegurar el acceso a la educación en las zonas donde no llega la tecnología, pero hasta el cierre de la edición no hubo respuesta.