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Agroecología en Jalisco: proteger la tierra y apoyar el trabajo de mujeres rurales
Agroecología en Jalisco: proteger la tierra y apoyar el trabajo de mujeres rurales
9 minutos de lectura
Agroecología en Jalisco: proteger la tierra y apoyar el trabajo de mujeres rurales
07 de marzo, 2022
Por: Mayela Sánchez 
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Cuando Yáskara Ethel Silva era niña, la Huerta de Trejo no era más que el sitio a donde su madre la mandaba a comprar las verduras del día. Imposible que entonces imaginara que se casaría con uno de los herederos de ese huerto y que compartiría el trabajo de cultivar esa tierra. Mucho menos, que convertiría esa labor en una forma de resistencia.

La Huerta de Trejo se encuentra en el corazón de Ciudad Guzmán, el más importante centro urbano del sur de Jalisco y cabecera del municipio de Zapotlán el Grande. Yáskara dice que alguna vez la huerta fue un gran centro de abasto de vegetales, pero la producción y el consumo de productos locales se fue abandonando con la llegada de la agroindustria en la región en la década de 1980. 

Desde entonces se privilegia la producción agroindustrial: el cultivo a gran escala de alimentos de alto valor agregado, con un uso intensivo de la tierra y de las fuentes de agua, y el uso de productos químicos para mejorar las cosechas y evitar las plagas. Por el sur de Jalisco se han expandido así los cultivos de aguacate, agave, frambuesa y zarzamora, por ejemplo, hasta abarcar la tercera parte de la superficie agrícola en esa región, de acuerdo con datos de 2020 del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera. 

Solo en el municipio donde vive Yáskara, la mitad de las tierras ha sido acaparada por un único cultivo: el aguacate. Pero ella y su esposo Rogelio han aprendido cómo trabajar la tierra para impulsar la producción a pequeña escala. Cuando la huerta dejó de ser negocio, primero cultivaron hortalizas, frutas y plantas medicinales solo para su consumo. Pero ante la expansión de los monocultivos, decidieron comercializar una parte para recuperar y promover una producción sustentable de alimentos.

No solo se trata de evitar productos químicos —como fertilizantes o insecticidas— en sus cultivos o de rotarlos para mantener sano el suelo. Además, venden sus productos pensando en que la comercialización es una oportunidad de dar a conocer y promover la agricultura sustentable, y no únicamente para tener un ingreso.  

“Porque no nomás es sembrar en la tierra, sino hay que sembrar en las personas. Y yo digo, el que permanezca la huerta, el que siga produciendo es como el decir ‘sigues viva, estás caminando y tienes permanencia’”, considera Yáskara.

Ella y su esposo no resisten solos. Otras productoras y productores en Jalisco han empezado a ver en las prácticas ecológicas una manera de hacerle frente a un modelo agrícola que explota los recursos y daña al medio ambiente, pero que también ha privilegiado un reparto desigual de la tierra y ha dejado a las mujeres fuera de la actividad productiva. 

En esta forma de producción sustentable, las mujeres juegan un papel clave, pues al igual que la agroecología, ponen al centro la preservación de la vida.

Monocultivo
Aspectos de invernaderos en el sur de Jalisco para monocultivos de aguacates y ‘berries’. FOTO: Mayela Sánchez

La devastación del “gigante agroalimentario”

Jalisco es llamado “el gigante agroalimentario” de México por la preponderancia de sus cultivos en la producción agropecuaria nacional, que están por encima de otros estados con vocación agrícola, como Veracruz, Oaxaca y Sinaloa, y por ser la entidad que más aporta al PIB del sector primario en todo el país.

Pero también es uno de los estados donde más ha penetrado la agroindustria, de acuerdo con Alejandro Macías, profesor investigador del Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara, quien trabaja temas de agricultura con un enfoque social y económico. 

Aunque la agroindustria está presente en casi todo el estado, Macías dice que donde más ha crecido es en el sur, una región que se extiende desde el suroeste del Lago de Chapala hasta el volcán de Colima.

En Atoyac, uno de los 27 municipios que forman el sur jalisciense, Araceli Paniagua Barajas ha visto cómo la producción a gran escala de aguacates, frutos rojos —genéricamente llamados berries— y, últimamente, maguey ha trastocado el paisaje por la deforestación para convertir zonas boscosas en tierras de cultivo.

Como apicultora, esta situación le afecta directamente, ya que la pérdida de vegetación ha reducido las opciones para que las abejas coman y polinicen. Además, las fumigaciones de cultivos con agroquímicos han causado la muerte de más de una tercera parte de las 400 colmenas que tenía.

A pesar de las pérdidas, Araceli y su esposo se mantienen firmes en continuar trabajando con las abejas y en conseguir zonas libres de agroquímicos donde puedan polinizar. Para ellos, producir miel orgánica no es solo una fuente de ingresos, sino la forma en la que defienden la preservación de un medio ambiente sano. Como para Yáskara y Rogelio con el trabajo en la huerta. 

“Más que nada, piensas o tienes la conciencia de decir ‘tenemos que luchar, tenemos que defender este trabajo, a nuestras colmenas, que nuestras generaciones conozcan todavía algo de esto’”, dice Araceli.

Proteger la tierra, tejer redes

Con el avance de la agroindustria, también comenzaron a surgir varias iniciativas de agricultura ecológica: pensar en diversificar cultivos —no tener el mismo todo el tiempo, para dejar que el suelo se recupere y no se degrade—, evitar el uso de agroquímicos y semillas procesadas, emplear fertilizantes naturales y semillas nativas, y garantizar, primero, el autoconsumo y los ciclos naturales del medio ambiente. 

“Es decir, que toma en cuenta aspectos de la ecología donde se instala (…) lo que hemos visto es que en el sur de Jalisco la necesidad de cambio hacia una agricultura sustentable nace a partir de un proceso de degradación ambiental”, dice Norma Helen Juárez, profesora investigadora en el Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara y quien desde 2008 estudia la agroecología en Jalisco.

No existen datos precisos sobre cuántos productores agroecológicos hay en el estado, pero al menos para 2016 había unos mil 200 que desarrollaban una agricultura ecológica, según documentó Juárez. De ellos, pudo registrar que 191 estaban en la zona sur.

Al margen de las cifras, un caso paradigmático del impulso de prácticas sustentables en la agricultura del estado es el de El Limón, que en 2021 fue declarado por sus autoridades locales como municipio agroecológico, a fin de fomentar prácticas agropecuarias que preserven la diversidad biológica y cuiden los recursos naturales de la comunidad. El Limón se ubica en la región conocida como Sierra de Amula, al sureste de Jalisco, una región también impactada por cultivos agroindustriales.

Pero también están las tiendas y los mercados locales que fungen como redes para conectar a productores, organizaciones civiles y consumidores. 

Yáskara y Araceli, por ejemplo, son parte de una red de productoras agroecológicas cuyo punto de confluencia es el Mercadito Alternativo Solidario Flor de Luna, ubicado en Guadalajara.

El mercadito abrió en 2015 para dotar a mujeres productoras de un espacio para comercializar sus productos, explica Carmen García, una de sus fundadoras y coordinadora de la Escuela para Defensoras Benita Galeana, una organización de formación de defensoras de derechos humanos y ambientales.

El trabajo itinerante de la escuela para la formación de líderes comunitarias había llevado a sus integrantes a relacionarse con productoras en distintos municipios de Jalisco, con las que trabajaron en proyectos productivos basados en la agroecología.

Actualmente, el mercadito distribuye hortalizas, miel, huevo, salsas, mermeladas y plantas medicinales, entre otros productos, todos elaborados de manera sustentable por unas 20 productoras de Jalisco y algunas de otros estados del país. Aunque también ha incluido a productores, son los menos, pues el mercadito “es un espacio que se ha hecho para las mujeres organizadas”, dice García.

El trabajo de la escuela y del mercadito con mujeres productoras se distingue de otros proyectos agroecológicos en que tiene una perspectiva feminista, consideran sus integrantes. Esto les ha permitido comprender que las mujeres se relacionan de una forma distinta que los hombres con la tierra por el rol de cuidados que se les ha asignado socialmente.

Mercadito
Aspectos del Mercadito Alternativo Feminista Flor de Luna, ubicado en Guadalajara, Jalisco. FOTO: Mayela Sánchez

Tal relación propicia que las productoras agrícolas estén enfocadas en la preservación y protección de la tierra, los cultivos y la comunidad, en lugar de buscar el lucro y la explotación de los recursos. 

“Es una agricultura que sostiene la vida”, dice García. Y que, por tanto, empata con los principios de la agroecología y choca con todo lo que implica la agroindustria.

A partir de esta reflexión es que García habla de feminizar la agricultura, no como una participación exclusiva de las mujeres, sino como una apropiación de todas las personas de esa relación de cuidados con la naturaleza.

“Hablar de una feminización es hablar de que todos nos volvamos cuidadores y cuidadoras. Feminización de la vida, feminización de la agricultura, de la tierra”, dice.

Agroecología, una oportunidad de producción para las mujeres

En Jalisco, las mujeres son propietarias de apenas 30% de los núcleos agrarios, según el Registro Agrario Nacional. La relación que socialmente suele hacerse entre las actividades agrícolas y el trabajo masculino ha perpetuado esta desigualdad en la propiedad de la tierra, considera Carmen García. 

Sin embargo, la agroecología propicia la producción a pequeña escala, como en huertos o cultivos de traspatio, que suelen ser los espacios donde producen las mujeres rurales.

El huerto de Santa Elena, en Ciudad Guzmán, es ejemplo de cómo las mujeres han sabido aprovechar una pequeña extensión de tierra para gestionar un proyecto productivo y de vida. Se trata de un espacio de no más de 30 metros cuadrados, que alberga unas 200 plantas, entre hortalizas y plantas medicinales, explica María Anguiano, una de las tres mujeres que lo sostienen.

El huerto fue una idea fomentada y apoyada por las integrantes de la Escuela para Defensoras. Además de María y otras dos mujeres, también participan en los trabajos del huerto dos hombres, quienes suelen realizar las tareas más pesadas, como la elaboración de la composta que usan para abonar las plantas. En el huerto no usan ninguna clase de productos químicos.

Anguiano dice que algunas plantas medicinales, como el gordolobo o la valeriana, antes eran fáciles de encontrar al lado de los caminos, pero la expansión de los invernaderos donde se cultivan aguacates o berries ha ido acabando con ellas.

Plantarlas en el huerto es una manera de preservarlas. La otra es enseñando a más mujeres a cultivarlas y a producir con ellas remedios medicinales.

Ejemplo que arrastra

Yáskara tiene claro que comercializar el excedente de la producción de su huerta no va a terminar con la agroindustria. Sin embargo, cree que la suma de esfuerzos a pequeña escala como el suyo sí tiene impacto y es una amenaza a los productores agroindustriales.

“Somos un granito de arena pero les da miedo que esos granitos se vayan juntando”, dice.

No se trata de una pelea de David contra Goliat. Como señala la investigadora Juárez, la función de las iniciativas agroecológicas que han surgido en Jalisco es ser incubadoras de procesos de formación y de cambios futuros.

En el Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara, el también investigador Macías trabaja en un proyecto piloto para instalar parcelas agroecológicas y desarrollar acciones complementarias (como parcelas de traspatio o en escuelas) en tres estados, entre ellos Jalisco. Su opinión sobre el alcance de las iniciativas de agroecología a pequeña escala es similar a la de Juárez.

“Realmente nosotros sabemos que este tipo de iniciativas en entornos altamente industrializados como en el sur de Jalisco pues son iniciativas de largo plazo e iniciativas de mucha resistencia y de mucho estar picando piedra para lograr resultados”, dice.

En el mercadito hacen su parte para sensibilizar a quienes compran sobre el valor de los alimentos sanos y crear una relación entre ellos y las productoras, así como también una red de consumidores, dice Karenina Casarín, del área de comunicación de la Escuela para Defensoras.

Las mujeres vinculadas con el mercadito también están convencidas del valor de sus proyectos productivos y de que, aunque pequeños, pueden ser referente para otras mujeres. 

Por ejemplo, en Tapalpa —otro municipio del sur jalisciense afectado por la agroindustria—, Gabriela Guerrero mantiene un huerto agroecológico y dice que ha propiciado que otras mujeres de la comunidad estén haciendo sus propios huertos.

“El ejemplo arrastra”, dice Mercedes Justo, originaria de Tapalpa y quien planea tener su propio proyecto de farmacia viviente de plantas medicinales. Más mujeres trabajando por proteger la tierra y a sus comunidades. 

“Ya los que vienen atrás ya darán pasos más gigantes, porque también, al igual que nosotros, estarán despertando su conciencia. Y viendo los resultados tiene que haber un cambio”.

Mercedes Justo
Retrato de Mercedes Justo en el municipio de Tapalpa, Jalisco. FOTO: Mayela Sánchez
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