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En Hopelchén, Campeche, las soluciones en comunidad hacen frente a la amenaza de las fumigaciones aéreas
En Hopelchén, Campeche, las soluciones en comunidad hacen frente a la amenaza de las fumigaciones aéreas
Lizeth Ovando
19 minutos de lectura
En Hopelchén, Campeche, las soluciones en comunidad hacen frente a la amenaza de las fumigaciones aéreas
27 de abril, 2022
Por: Mayela Sánchez 

 

En 2015, un apicultor de la comunidad de Bolonchén de Rejón, en Hopelchén —un municipio a 94 kilómetros de la capital de Campeche—, encontró que una veintena de sus colmenas había muerto. Cerca del terreno donde tenía su apiario había un cultivo de sandía y cree que el plaguicida usado para fumigar la fruta fue lo que mató a sus abejas. El producto se había esparcido desde el aire con una avioneta.

“Sembraron sandía como a 300 metros, lo fumigaron y se me murieron las 20 colonias”, recuerda el apicultor afectado, quien pidió no ser identificado por temor a represalias.

Para entonces, el Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes, integrado por apicultores, pobladores y organizaciones de Hopelchén que luchan por la defensa del territorio maya, ya había detectado vuelos de avioneta para fumigar extensos cultivos de soya desde el aire. El colectivo empezó a prestar atención a esos vuelos cuando notó la afectación en las abejas y cuando en las comunidades se comenzó a reportar el olor de los plaguicidas.  

“Probablemente un poco antes ya había fumigaciones aéreas, pero no se habían registrado afectaciones tan claras y no eran tan frecuentes”, dice la ingeniera agrónoma Irma Gómez, asesora del colectivo. Aunque no tienen un conteo preciso de los vuelos, los integrantes del colectivo sí vieron cómo las fumigaciones aéreas fueron aumentando; para 2017, identificaron que se hacían en casi todo el municipio.

Además, han documentado que entre 2013 y 2018 se perdieron de mil 500 a mil 700 colmenas. 

Hopelchén es un municipio de 42 mil habitantes que ganó notoriedad en los últimos años por su oposición a la siembra de soya genéticamente modificada, que el gobierno mexicano había autorizado a la empresa Monsanto. Pero el uso de transgénicos es apenas una parte de un problema mayor, causado por el crecimiento desmedido de la producción industrial de monocultivos de soya, sorgo y hortalizas. 

Tan solo la soya pasó de ocupar 7 mil 469 hectáreas en 2010 a abarcar 33 mil 80 para 2020, un área casi cinco veces mayor, según datos del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera.

Con ese crecimiento, y por su capacidad para fumigar grandes extensiones en menos tiempo, las avionetas se han convertido en una opción, a pesar del impacto que provoca la aspersión aérea de plaguicidas para el ambiente y la salud de las personas.

Para los apicultores de Hopelchén, la principal preocupación es el riesgo que la aspersión aérea de plaguicidas implica para las abejas, un animal que es fuente de ingresos para unas mil 500 familias y que lo convierte en el segundo municipio de Campeche con mayor producción de miel. Para 2018, se produjeron más de mil 940 toneladas, con un valor de producción de 68 millones de pesos, según los datos más recientes del Atlas Nacional de las Abejas y Derivados Apícolas.

Además de ser el sostén económico de muchas familias mayas en Hopelchén, las abejas también son símbolo de identidad y de su lucha por el territorio. La reflexión sobre su importancia llevó a un grupo de mujeres a trabajar en soluciones útiles para las comunidades frente a los impactos de los plaguicidas y su aspersión aérea. Los pilares de su trabajo son la sensibilización de las personas sobre los peligros de los agrotóxicos y la capacitación que proveen en alimentación agroecológica y plantas medicinales, como una manera de concientizar sobre la importancia de la preservación del medio ambiente.

Cultivo en Campeche
Colmenas de apis melliferas en un cultivo maya de la comunidad de Huechil. FOTO: Lizeth Ovando

Fumigar desde el aire, más rápido y con menos control

La aplicación aérea de plaguicidas agrícolas es una actividad permitida en México, regulada por la Norma Oficial Mexicana NOM-052-FITO-1995. Pero esta solo estipula requisitos y especificaciones técnicas, como la información que los pilotos deben registrar sobre los productos que usarán. No menciona nada sobre la distancia mínima que debe existir entre las zonas de vuelo, poblados o cuerpos de agua. Tampoco habla de acciones de supervisión o vigilancia. 

Irma Gómez, la asesora del Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes, considera que la NOM es “deficiente” porque no contempla los impactos ambientales y a la salud humana de estas aspersiones.

El colectivo ha registrado fumigaciones en cultivos cercanos a 15 comunidades de Hopelchén, siendo notoria la proximidad a los poblados de Ich-Ek, San Francisco Suc-Tuc, Huechil y la cabecera municipal. Asimismo, en 2019, dio cuenta de fumigaciones aéreas en zonas colindantes con una escuela de educación superior.

Quienes viven en los poblados cercanos a cultivos agroindustriales han identificado que, cuando la época de cosecha va a comenzar, los vuelos para fumigación son más recurrentes.

“Cuando siembran la soya fumigan creo que dos o tres veces a la semana”, dice un apicultor de San Juan Bautista Sahcabchén, una comunidad en Hopelchén que colinda con extensos monocultivos que esta primavera son de arroz, pero que en el pasado fueron de soya.

Él y otros apicultores señalan que quienes usan las avionetas para asperjar son los productores menonitas. De acuerdo con un artículo de la investigadora Flavia Echánove, la mayoría de los menonitas en Hopelchén cultiva entre 100 y 400 hectáreas de soya individualmente, pero hay quienes trabajan 800 hectáreas o más. No por nada son quienes aportaron 90% de la producción de soya en 2018, según el mismo estudio.

La llegada de este grupo a Hopelchén data de la década de 1980 y, aunque viven en asentamientos separados del resto de la población (llamados campos), ya forman parte de la cotidianidad en el municipio. Esa cercanía también hace que quienes señalen sus prácticas teman represalias y por eso piden no ser identificados.

“Como 10 años para acá empezaron esas fumigaciones con avionetas, que pues creo que aparte que le sale más barato pues avanzan más, en un día se fumigan dos o tres campos; una hora, dos horas, ya fumigaron toda una superficie”, dice el apicultor. También relata que antes las fumigaciones de esos cultivos se hacían con tractores o aspersores manuales, pero los menonitas cambiaron esos métodos por el uso de avionetas.

“La mayoría de los menonitas ahora utilizan no solamente aquí en la cabecera, sino que hasta por la montaña donde hay desmonte, hasta allá llegan a rociar con avionetas, o sea que lo hacen lo más rápido que se puede porque pues con tractor, ¿cuándo lo van a hacer si tienen grandes extensiones? En cambio, con la avioneta pasan y al rato ya cargaron otra vez”, dice otro apicultor de la comunidad de El Poste.

El modo de asperjar ha cambiado porque cada vez las áreas de cultivo son más grandes y la fumigación aérea es más barata que la terrestre: con una sola aplicación aérea, se puede abarcar más terreno que hacerlo en tierra, explica la ingeniera Irma Gómez.

“Básicamente es un tema económico, de costos”, considera.

Se pueden distinguir tres formas básicas de aplicar un plaguicida según el equipo que se utiliza: manual, que se realiza usando una mochila accionada con una palanca de mano; terrestre, que utiliza vehículos autopropulsados o propulsados por otra máquina, y aérea, mediante aeronaves.

Para la aplicación aérea, la NOM-052-FITO-1995 establece que únicamente se debe obtener un certificado de cumplimiento y presentar un aviso de inicio de funcionamiento, además de inscribirse en un directorio fitosanitario.

En Hopelchén, solo hay una persona con certificación vigente para aplicar plaguicidas vía aérea, Adolf Froese Wiebe, quien además solo tiene registrada una aeronave, según el Directorio de empresas con certificación vigente para la aplicación aérea de plaguicidas agrícolas. Su pista se ubica en un campo menonita cercano a Sahcabchén. 

Froese Wiebe no accedió a una entrevista.

Pero según el Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes, al menos cinco avionetas distintas se utilizan para asperjar cultivos agroindustriales en Hopelchén. Atribuye la propiedad de algunas de ellas al campo menonita Santa Fe, donde al pasar se pueden divisar dos avionetas estacionadas. Otras aeronaves, de acuerdo con el colectivo, pertenecen al rancho El Cenit y a la empresa La Sierrita. Ninguna de estas razones sociales figura como certificada en Campeche en el Directorio de empresas.

Animal Político buscó al Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica), la entidad encargada de supervisar el cumplimiento de la NOM-052-FITO-1995, para conocer qué acciones ha realizado para supervisar las fumigaciones aéreas en Hopelchén y particularmente sobre las avionetas que estarían operando sin certificación. Al cierre de edición, no hubo respuesta.

Basura en Campeche
Basura de botes de plaguicida tirados en el camino de Huechil. FOTO: Lizeth Ovando

¿Fumigaciones controladas o fuera de control?

La NOM que regula las fumigaciones aéreas también establece que los pilotos de las aeronaves que asperjan deben llevar una bitácora de control. Dicha bitácora debe incluir información como el nombre comercial y común de los productos usados, las dosis empleadas, las plagas a erradicar, así como el predio y el cultivo donde se aplique. También señala que los pilotos deben aplicar únicamente plaguicidas con registro vigente y que el equipo de aplicación debe reunir especificaciones técnicas para realizar una aplicación eficiente, aunque no se detallan esas especificaciones. Tampoco se no detalla cómo se supervisa su cumplimiento.

Animal Político requirió a Senasica, mediante una solicitud de información pública, las bitácoras de control a fin de conocer qué plaguicidas se han aplicado vía aérea en los cultivos de Hopelchén y cuántas aspersiones se han realizado. La institución respondió que quienes tenían la atribución de tener dichas bitácoras eran los pilotos que realizan las fumigaciones.

Irma Gómez dice que también han intentado acceder a esa información, sin lograrlo. 

“No existen estas bitácoras, nosotros las hemos solicitado varias veces, y no hay, no está la información. O sea, a pesar de que las personas que aplican están obligadas a entregarlas, aparentemente no las entregan porque nunca nos han dado esta información”, dice. “Entonces, no hay mucho control realmente de las fumigaciones aéreas y se aplica más a la conveniencia del productor agrícola, sin tomar en cuenta la afectación que está generando, tanto medioambiental como a los poblados, a la salud humana”.

Senasica tampoco respondió a este señalamiento.

La NOM, además, no obliga a notificar a las poblaciones cercanas sobre una aspersión aérea, solo establece distancias mínimas entre la pista y poblados o cuerpos de agua, pero no entre estos sitios y puntos de aplicación, ni tampoco detalla cómo se asegura que el plaguicida no se extienda más allá del sitio donde fue autorizado asperjarlo.

Otro apicultor de la comunidad de Sahcabchén cuenta que trabajó en los cultivos de un menonita. Dice que cuando se hacían los vuelos para fumigar, a él, desde tierra, le tocaba colocar banderas para marcar el paso de la avioneta. 

“Nosotros también nos poníamos con unas banderas a dirigir dónde iba a cruzar la avioneta y ya cuando está cerca te quitas para que no te brinque y cruza”, narra. Uno de los retos era calcular la dirección del viento para situarse en el lado opuesto y así evitar que los productos lo alcanzaran. Dice que a él nunca le cayó “líquido”, refiriéndose a los plaguicidas que aplicaban. 

“Pues se siente, claro que se siente y como nosotros tenemos que estar, no donde está el viento, sino que al contrario”, dice. 

La variabilidad del viento es un factor imposible de controlar cuando se asperjan plaguicidas. Y no es el único, ya que otros elementos climáticos como la velocidad del viento, la temperatura ambiental y la humedad, así como las características del producto y hasta el modo de aplicación pueden afectar su efectividad y dispersar el producto fuera del blanco. Este fenómeno en el que las partículas del plaguicida se dispersan fuera de su blanco es conocido como deriva.

Hay estimaciones de que apenas entre el 25% al 32% de los plaguicidas da en su blanco o es retenido por las plantas a las que se dirige, según un artículo del ingeniero químico argentino Marcos Tomasoni, quien ha estudiado a profundidad el tema de las derivas de plaguicidas.

El problema con las derivas no es solo que el resto del plaguicida que no da en el blanco afecta a otros organismos, sino la dimensión que puede abarcar. Un plaguicida arrojado desde una altura de tres metros puede llegar hasta a 4 mil 800 metros del sitio de aplicación, en condiciones climáticas óptimas (aunque eso puede cambiar si esas condiciones se modifican). Además, las derivas pueden ser instantáneas o durar hasta años después de la aplicación, según el artículo de Tomasoni. 

Daños por todas partes

En Hopelchén, la muerte de abejas prendió las alertas sobre cómo se estaban usando los plaguicidas en los cultivos agroindustriales. Aunque no se ha comprobado que la aplicación aérea de plaguicidas sea la causa única y directa de la pérdida de abejas, para los apicultores hay pistas para creer que esa es la razón.

“Son zonas donde están más cerca o donde se puede correlacionar una aplicación y una muerte muy pegada”, explica Irma Gómez. “Los apicultores reportan este tipo de daños, tanto bajas en la población como muerte inmediata o casi inmediata, o sea, en el lapso de una semana se mueren el grueso de sus abejas, y que no solo es un apiario, son varios apiarios en la misma región, y ahí es cuando va sumando”.

La coincidencia entre fechas de cultivo y de aplicación de plaguicidas con los momentos en que se observan problemas con las abejas es otro indicador para relacionarlo.

Los plaguicidas tienen la función de matar, de manera selectiva, organismos vivos que se quieren controlar o erradicar, explica Jaime Rendón von Osten, investigador de la Universidad Autónoma de Campeche y quien ha investigado el impacto ambiental del uso de plaguicidas. Sin embargo, agrega el académico, su riesgo es que también aniquilan o afectan a especies que no necesariamente son su objetivo.

Algo que cambió este principio fue la introducción de la soya transgénica, pues fue diseñada para resistir al herbicida glifosato, que ha sido clasificado por la Organización Mundial de la Salud como probable cancerígeno para humanos. Ambos productos fueron introducidos por la empresa Monsanto.

En Hopelchén se usa glifosato y este no se queda solo en los cultivos, como demostró Rendón von Osten en un estudio en 2017, al encontrar que el plaguicida persistía en el agua subterránea, el agua potable y en la orina de pobladores de varias comunidades. Uno de los aspectos relevantes que detectó es que el volumen del herbicida registraba picos que coincidían con la época en que se preparan los cultivos.

Pero el glifosato no es el único plaguicida que se emplea en los cultivos agroindustriales de Hopelchén. Otros ingredientes activos que tanto Rendón von Osten como el Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes han detectado son los insecticidas carbofurán, imidacloprid y clorpirifós, todos altamente tóxicos. Varios de estos productos incluso son considerados altamente peligrosos por la OMS y la Red Internacional de Acción en Plaguicidas, y prohibidos en varios países.

Diversos estudios han analizado los efectos de estos plaguicidas en las abejas. Algunos han relacionado su alta tasa de mortalidad con la intoxicación de larvas por glifosato, imidacloprid y clorpirifós. También se ha encontrado que el imidacloprid afecta longevidad, comportamiento, desarrollo cerebral y producción de crías de las abejas, así como su capacidad de navegación, imposibilitando que puedan regresar a su colmena.

En el caso del glifosato, Rendón von Osten explica que afecta la flora intestinal de las abejas y las hace más propensas a la varroasis, una enfermedad que afecta la orientación y disminuye su producción de miel, entre otros efectos.

Otros de los plaguicidas detectados en los cultivos de Hopelchén son la atrazina, la cual puede retardar el crecimiento normal de bebés si mujeres embarazadas se exponen a él, y paraquat, cuya inhalación puede causar daño pulmonar, así como a los riñones, el hígado y el esófago. Mientras, el malatión también es considerado un probable cancerígeno por la OMS, y el clorpirifós afecta el sistema nervioso y puede producir desde dolores de cabeza hasta convulsiones o la muerte.

Los impactos ecológicos de los plaguicidas van más allá de las abejas y los seres humanos. De hecho, pueden afectar ecosistemas enteros, pues causan daños o incluso la muerte de especies animales, generan el desequilibrio de especies vegetales, merman la fijación de oxígeno en el suelo y dañan a los microorganismos del suelo. 

La mecanización de las fumigaciones agrícolas a través del uso de avionetas es un tema de importancia para la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), ante la falta de control que hay al momento de asperjar y las afectaciones que provoca, sobre todo a los polinizadores, dice en entrevista su titular, María Luisa Albores. 

“Cuando hablamos sobre esto, estamos hablando del cuidado de los polinizadores porque son los que más se afectan”, expresa.

Abejas
Abejas meliponas de Leydi dentro de su jobón. Estos los abren únicamente dos o tres veces al año. FOTO: Lizeth Ovando

De acuerdo con Albores, la Semarnat ha realizado estudios en Hopelchén en cultivos de soya y maíz, así como en el suelo, aire y algunas muestras de abejas, para analizar la presencia de agroquímicos en ellos, y se encuentra realizando otros para conocer sus impactos en la salud de las personas.

Una inspección de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente y el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático en cultivos de soya y maíz en Hopelchén para detectar cultivos transgénicos —realizada en noviembre de 2021 y cuyos resultados fueron recientemente publicados— encontró envases usados de glifosato en los alrededores de cultivos de soya, que “indican un posible uso ilegal y sin supervisión técnica”, según el documento facilitado por la Semarnat.

“Pero después de estos estudios tenemos que llegar a contrarrestar directamente, en el encaminar qué es lo que tenemos que hacer como autoridad para ya no seguir permitiendo esto”, dice Albores.

La funcionaria agrega que la Semarnat está trabajando directamente el tema de los plaguicidas y el uso técnico de las fumigaciones (como la utilización de avionetas) en la mesa técnica formada a raíz del decreto presidencial para la sustitución gradual del glifosato, publicado en el Diario Oficial de la Federación en diciembre de 2020. 

Conocer las afectaciones de los plaguicidas en la salud humana no es simple, dice el investigador Rendón von Osten. Una de las limitaciones es que, contrario a lo que se asume, muchos productos no se acumulan en el organismo, por lo que no es posible detectarlos; sin embargo, su toxicidad sí puede tener efectos en el largo plazo.

Su impacto es notorio cuando alguien se intoxica. El problema es que muchas personas no acuden al médico, dice Rendón von Osten. Además del riesgo a la salud, una consecuencia de ello es que no queda un registro de esos casos.

Durante 2020, la Secretaría de Salud federal registró 2 mil 49 casos de intoxicación por plaguicidas en todo el país. Solo 18 de ellos ocurrieron en Campeche, muy por debajo de otros estados con vocación agrícola como Jalisco (329 casos) o Sinaloa (119 casos).

Pobladores de las comunidades de Sahcabchén y Huechil relatan casos de personas expuestas a las aspersiones aéreas de plaguicidas que resultaron intoxicadas. Uno de ellos fue un niño que, emocionado por ver la avioneta, salió a la calle cuando esta estaba asperjando. Nadie les había advertido a los pobladores que se trataba de una fumigación y mucho menos sobre los riesgos si se exponían.

Soluciones locales y en comunidad

En el 2000, en Hopelchén nació la organización Muuch Kambal, que en un principio se enfocó en las mujeres para impulsar su participación en procesos organizativos. Pero conforme sus integrantes se acercaron a las comunidades mayas del municipio, fueron identificando que las personas tenían otras preocupaciones por cosas que estaban ocurriendo.

La muerte de abejas fue el detonante para ver una problemática mayor, dice Andrea Pech, una de las integrantes de Muuch Kambal. “Empezamos a ver muchísimas cosas más aparte de la muerte de abejas”. Una de ellas fue que se estaban usando plaguicidas, a los que llaman “venenos”.

A partir de los problemas que detectaron, las integrantes de Muuch Kambal estructuraron las cuatro líneas de trabajo en las que se enfocan actualmente: organización, salud, agricultura y jóvenes. En la línea de salud abordan el impacto de los plaguicidas en el ambiente y en la alimentación, explica Socorro Pech, otra de las cuatro mujeres que sostienen el núcleo de la organización, que actualmente trabaja con adultos, niñas, niños y jóvenes en 10 comunidades de Hopelchén. 

Su objetivo es proponer soluciones que funcionen a nivel local. “Si la problemática es la producción con muchos plaguicidas y toda esta producción agroindustrial, entonces, ¿qué proponemos para ir cambiando esa parte?”, expone Andrea.

Lo que hicieron fue identificar, a partir de hablar directamente con la gente, cuáles eran los problemas de salud comunes. La obesidad y la diabetes resultaron recurrentes y eso les dio la idea de promover una sana alimentación como una forma de conducir a las personas a que analizaran y reflexionaran sobre otros problemas asociados a la producción de alimentos, como la contaminación de cultivos por plaguicidas.

Otra estrategia ha sido dar talleres a mujeres sobre plantas medicinales, lo que funciona para que hagan sus propios huertos y tengan a la mano remedios naturales, pero también para llevarlas a reflexionar sobre la importancia de las abejas como preservadoras ambientales.

“Las plantas medicinales existen porque hay las abejas que polinizan esas plantas y las abejas son clave en esto de querer cambiar las cosas, porque las abejas son las que polinizan tanto las plantas medicinales como todos los cultivos que comemos”, dice Leonor Pech, también integrante de Muuch Kambal.

En su trabajo en las comunidades, también dan información sobre los daños de los plaguicidas, sobre todo a las mujeres. 

“No podemos garantizar que realmente los plaguicidas estén afectando directamente a las personas y que les dé un cáncer, por ejemplo. Porque eso es un tema muy delicado”, dice Andrea Pech. “Pero sí podemos hacer un análisis de los problemas que genera, por ejemplo, en la salud de las personas, cómo entran esos plaguicidas a nuestro cuerpo, si lo respiramos, estamos en contacto directo. Las mujeres, por ejemplo, a la hora de lavar la ropa de los esposos entran en contacto directo porque son quienes fumigan y terminan bañados con los plaguicidas”.

Teresita de Jesús Noh es una de las mujeres que han sido capacitadas por Muuch Kambal. Ella es promotora de salud de la comunidad de Huechil y su trabajo es clave para conocer los problemas de salud de sus vecinos en el pueblo. En los talleres sobre plantas medicinales ha aprendido cómo productos naturales y accesibles pueden ayudar como remedios o en tratamientos de algunas enfermedades.

Colmenas
Colmenas de apis melliferas dentro del monte. Su apicultor explicó que dentro de cada caja puede haber hasta 20 mil abejas, cada una con su abeja reina. FOTO: Lizeth Ovando

Los talleres también la han sensibilizado sobre la importancia de esas plantas y cómo la deforestación y el uso de plaguicidas amenazan su preservación.

“Si se llega a morir todo este tipo de plantas, nosotros aunque sabemos cómo manejarlos no las vamos a poder adquirir porque, por ejemplo, el roceo con la avioneta no solamente lo va a tirar donde está el sembrado, sino que el viento lo va a tirar más por fuera, y si ahí está una planta medicinal, seco va a quedar, y mientras no le vamos a poder dar el uso que necesitamos”, reflexiona. 

Las integrantes de Muuch Kambal también han intentado suplir la falta de información sobre casos de intoxicación por plaguicidas que, consideran, hay en el municipio. Según Andrea Pech, los médicos de las casas de salud que hay en las comunidades no los registran con detalle. Para llenar ese vacío, organizaron foros con las médicas y los médicos locales y lograron que aceptaran registrar, por ejemplo, cuáles eran los padecimientos más comunes que les llegaban en épocas de siembras, cuenta.

Pero la pandemia detuvo esta iniciativa.

“Justo empezábamos a trabajar sobre eso y a ponernos de acuerdo con ellos cuando cae la pandemia”, dice. “Nuestros aliados que teníamos aquí en Hopelchén, las aliadas médicas pues las cambiaron de puesto, la prioridad fue pandemia y se frenó un poco esto”.

Modificar la NOM, una solución en ciernes

El problema de las fumigaciones aéreas no afecta solo a los apicultores de Hopelchén, y por eso en la Península de Yucatán los apicultores se han organizado para denunciar esta práctica y exigir su prohibición. 

La Alianza Maya por las Abejas Kabnáalo’on, que agrupa a cooperativas, colectivos y productores apícolas mayas de Campeche, Yucatán y Quintana Roo, forma parte de un grupo de trabajo para la modificación de la NOM que regula las fumigaciones aéreas. Dicho grupo es coordinado por Senasica y en él participan tanto el gobierno como la sociedad civil, explica Irma Gómez, quien también es asesora de la alianza.

El Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes, del que forma parte Muuch Kambal, participa en esa alianza. 

La apuesta de la alianza es que se prohíban totalmente las fumigaciones aéreas en el país. La única excepción que contemplarían es su aplicación en condiciones extraordinarias, debidamente justificadas y que no se puedan aplicar a menos de 5 mil metros de zonas urbanas, escuelas, cuerpos de agua o apiarios, explica Irma Gómez.

“Ha sido una discusión larga, porque pues es una norma muy deficiente, que básicamente se centra solo en la cuestión de los aviones y las pistas y no veía nada más sobre el impacto”, dice. 

Mientras germina una posible modificación que repercutiría en todo el país, en Hopelchén siguen construyendo soluciones en comunidad.

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