“Es una lucha muy fuerte, es todos los días. Es estar pasando por un dolor que parece eterno, que parece que nunca se va a acabar. Nunca me había dolido tanto algo como ahora. Estar cerca de la muerte en un accidente con más personas que también estuvieron cerca de la muerte, con mi mejor amiga que era como mi hermana, que la escuché sufrir, incluso los últimos momentos cuando su cuerpo se aplastó. Cuando murió la escuché gritar, la escuché agonizar”.
Es Aranza de la Cruz, una joven de 18 años sobreviviente al choque de trenes en la Línea 3 del Metro de la Ciudad de México, ocurrido el 7 de enero. Yaretzi Adriana Hernández, la víctima mortal del hecho, era su mejor amiga y estaban juntas hasta antes del impacto. Aranza no puede explicarse cómo es que ella terminó a metros de distancia del asiento que había tomado al ingresar al vagón, lo que le salvó la vida, mientras que su amiga quedó en el mismo sitio.
“Su cuerpo estaba prensado en el tren. Solo podía ver su tronco lleno de sangre y su cabeza ya estaba caída; sus cabellos, que eran largos, tapaban su rostro. Le empecé a gritar ‘¡Adri, Adri!’ pero no me contestaba; entonces, yo dije ‘está muerta’”.
Apenas habían pasado unos minutos del choque entre las estaciones Potrero y La Raza. Era sábado e irían a una clase muestra de pintura en la escuela del INBAL La Esmeralda, a la que Aranza quería ingresar y Yaretzi Adriana la acompañaría. Quedaron de verse a las 8:40 de la mañana en el Metro 18 de Marzo, pero ambas llegaron tarde, y se encontraron hasta las 9:00.
“El Metro se empezó a parar, pensé que era como de costumbre, no, pero esta vez era raro porque se paraba de verdad muy fuerte, casi nos caíamos. Cuando íbamos de Potrero a La Raza, nuestro tren chocó con otro que estaba parado adelante. Nuestros vagones empezaron a hacer movimientos trepidatorios y yo me asusté mucho porque se fue la luz al instante, yo salí volando, me golpeé contra todo. Cerré los ojos y no supe qué pasó, solo escuchaba los gritos de mi amiga”.
Eran las 9:06 de la mañana.
“Yo le gritaba, pero ya no me contestaba. Cuando el tren finalmente se detuvo, yo estaba una puerta más adelante de donde nos habíamos sentado. Sentí que había sido un milagro que estuviera viva. Empecé a buscar con las manos a mi amiga porque todas las personas estaban tiradas por todos lados. Empecé a sentir los cabellos, los brazos de otros, y pensé que ahí estaba Adri pero no, ella sí estaba en el mismo asiento”.
En ese momento todo era desconcierto. La otra treintena de mujeres del vagón también gritaba, lloraba, entre ellas, una madre desesperada viendo a su hija con una pierna prensada y quejándose. Aranza sentía que la cabeza le explotaría del dolor y su pierna lastimada le impedía caminar bien. Tenía las manos ensangrentadas, también la cabeza, tenía incrustados vidrios de las ventanas que se hicieron trizas tras el impacto.
Aún sin saber qué estaba pasando, quiso buscar su celular entre los escombros. Lo encontró dentro de su bolsa que había terminado debajo de un asiento. Le marcó a su madre, Miriam Coronel.
“¡Mamá, estoy viva, estoy viva! Yo me salvé, pero Adri murió”, le dijo.
Te puede interesar: “Metro sin muertes y sin militares”, el reclamo de manifestantes a dos semanas del accidente en la Línea 3
Ha pasado un mes del choque y Aranza sigue asimilando lo que ocurrió. No ha sido fácil intentar retomar la vida después de ver morir a su mejor amiga, con quien tenía planes para los siguientes años. Tenían el sueño de poner una galería-café, porque el arte era una de las cosas que más las había acercado. Yaretzi Adriana dibujaba y Aranza pintaba. Querían crear un espacio de encuentro con otros artistas y apenas habían hablado de eso una tarde de diciembre, un par de semanas antes del siniestro.
Se conocieron en el último año de preparatoria y, aunque ya estaban en diferentes escuelas, la amistad seguía intacta. Yaretzi Adriana estudiaba en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM, en Xochimilco, y Aranza en la Facultad de Filosofía y Letras, en Ciudad Universitaria, pero eran vecinas y las visitas se podían alargar hasta entrada la noche.
Aranza es delgada, de cabello al hombro. Se expresa con claridad sobre lo ocurrido, sobre sus ideales y, aunque le cuesta trabajo hablar en pasado sobre Yaretzi Adriana, los ojos se le iluminan y sonríe al describirla. “Era muy talentosa. Era una artista. Sus flores favoritas eran los girasoles, le gustaba mucho el amarillo, le gustaba mucho los atardeceres. Era una persona muy cálida. Era una persona llena de amor. Le encantaba la ciudad, el Centro; por eso, ahora cualquier lugar del Centro que paso me acuerdo de ella”.
La joven concede esta entrevista para que las personas sepan quién era Adri y honrar su memoria: “No somos una más, no somos un dígito. No solo es un cuerpo, es una vida. Es una familia, son lazos de amistades. Adri pertenecía a una comunidad, a la UNAM, a un grupo de amigos; entonces, cuando una vida termina, no queda en esa vida, sino que afecta todo”.
Sin embargo, recordar es duro. Aún tiene pesadillas y a ratos está bien, pero en otros no puede controlar el llanto. Las noches tampoco han vuelto a ser iguales que antes.
“A mí no me daba miedo la oscuridad, pero después del accidente no puedo estar con la luz apagada, necesito correr como una niña chiquita a prender la luz porque siento que me voy a morir o siento que algo me persigue o recuerdo el cuerpo de mi amiga o los olores, esa sensación de que estoy en peligro, de que mi vida va a terminar”.
Mientras relata esto, Aranza tiene la mirada hacia sus manos. Tiene puesto un anillo, al que le da vueltas sobre su dedo una y otra vez. Ya avanzada la entrevista confiesa que era de Yaretzi Adriana y lo traía el día del choque; siempre lo usaba porque era regalo de su exnovia. Recuerda que, al ver su cuerpo inerte, ni siquiera intentó moverlo porque sería imposible hacerlo entre los fierros, pero en su mano sobresalía ese anillo, el dedo en el que lo usaba quedó estirado, como señalando.
Aranza pensó en que quería rescatarlo, “como un amuleto, como lo último que tuve de ella”. Por eso es que cuando personal acudió a su rescate, le pidió a un brigadista que le diera el anillo de su amiga. Ahora lo usa especialmente en las noches, cuando tiene miedo de la oscuridad y se siente protegida. “Es como si mi amiga me cuidara”.
Ha pasado un mes, y para Aranza cada día es una lucha permanente. “Han sido muchas emociones encontradas. Me duele mucho, mucho, y me hago bolita y no termino de llorar. Tengo llantos repentinos o hay días en los que la gente me vuelve a preguntar y de repente me encuentro con sensaciones nuevas, especialmente negativas, con las que no me había encontrado”.
Ninguna actividad cotidiana ha vuelto a la normalidad, explica Aranza. “Quizá salir al pan no vuelve a ser lo mismo porque me acuerdo que a mi amiga le gustaba este pan. Toda mi vida empieza a resignificarse de cierta manera”.
Este 30 de enero regresó a clases en la carrera de Desarrollo y Gestión Intercultural en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, pero volver también significará encontrar nuevas rutinas. Su camino comenzaba en la estación 18 de Marzo y concluía en la última estación, Universidad, pero aún no está lista para volver a subir a ese transporte. Solo de pensar en los túneles, en la oscuridad, “tan solo pasar por la estación Potrero me parte; entonces, no considero que esté preparada mentalmente”. Por eso, probablemente usará Metrobús, aunque haga casi dos horas de camino.
A esto se suma el dolor físico. Su diagnóstico es policontusión, pero el daño en la pierna le impide caminar sin la ayuda de muletas. Desde el día del choque fue atendida en el hospital San Ángel Inn y ha tenido pase abierto en las semanas siguientes para revisión, pero no está recuperada del todo. Se cansa rápido y, por supuesto, no puede moverse como lo hacía.
Aun así, intenta todos los días retomar su vida, porque eso es lo que hubiera querido Adri: es la mejor manera de honrarla, dice. Además, ha tomado algunas sesiones con una tanatóloga que el Gobierno de la Ciudad de México le ofreció, y también le ofrecieron terapia psicológica, que aceptará. Sabe que necesitará trabajar en su salud mental durante más tiempo.
También busca que su testimonio abone a la memoria colectiva: “Porque la memoria colectiva es lo que nos dice quiénes fuimos, quiénes somos ahora y quiénes podríamos ser. Si uno vuelve a pasar por Potrero, quizá lo ve como una estación, si uno no recuerda que ahí murió una persona. Por eso me gustaría que hubiera un mural en el Metro donde hablemos de quién era Adri”.
Después de todo esto, Aranza solo pide que cualquier ciudadano esté seguro al usar un transporte público. “No pedimos un lujo al viajar en el Metro, solo pedimos un transporte digno”, que cada uno de los funcionarios públicos redignifiquen su trabajo y que sepan que “su trabajo no solo repercute en ellos, sino que repercute en miles de personas”.
Los dos estadounidenses, quienes permanecieron casi nueve meses en la Estación Espacial Internacional, serán sometidos a una serie de exámenes que permitirán ampliar el conocimiento sobre los efectos para hombre de permanecer largas estancias fuera del planeta.
Los astronautas Suni Williams y Butch Wilmore nunca se imaginaron que permanecerían nueve meses en órbita.
Su viaje a la Estación Espacial Internacional (EEI) a bordo de la nave espacial Boeing Starliner estaba programado para durar solo ocho días en junio de 2024. Pero por problemas técnicos, los cuales a obligaron a la nave a regresar a la Tierra sin ellos, su estancia en el espacio se prolongó.
Ahora que finalmente regresaron, la pareja tendrá que aclimatarse a la fuerza de la gravedad de nuestro planeta tras tanto tiempo lejos de casa.
Para ninguno de los dos los rigores de los viajes espaciales es algo nuevo. Ambos son astronautas experimentados.
Pero es probable que cualquier tiempo prolongado en el extraño entorno haya afectado sus cuerpos. Para comprender cómo, debemos observar a quienes han permanecido aún más tiempo en el espacio.
El vuelo espacial más largo realizado por un estadounidense hasta la fecha fue el del astronauta de la NASA Frank Rubio, quien pasó 371 días viviendo a bordo del conjunto de módulos y paneles solares del tamaño de un campo de fútbol americano que componen la EEI.
Su tiempo en órbita, que superó el récord anterior de 355 días consecutivos, se prolongó en marzo de 2023 después de que la nave espacial en la que él y sus compañeros debían regresar a casa sufriera una fuga de refrigerante.
Finalmente volvió en octubre de 2023. Los meses adicionales en el espacio le permitieron a Rubio completar un total de 5.963 órbitas alrededor de la Tierra, recorriendo 253,3 millones de kilómetros.
Aun así, le faltaron unos dos meses para alcanzar el récord del vuelo espacial más largo jamás realizado por un ser humano que ostenta el cosmonauta ruso, Valeri Polyakov, quien pasó 437 días a bordo de la Estación Espacial Mir a mediados de la década de 1990.
Y en septiembre de 2024, dos cosmonautas rusos, Oleg Kononenko y Nikolai Chub, batieron el récord de la estancia más larga en la EEI tras pasar 374 días en órbita. La pareja partió de la estación en la nave espacial Soyuz MS-25 junto con el astronauta estadounidense Tracy Dyson, quien pasó seis meses a bordo.
Con una gran sonrisa, Kononenko hizo un gesto de aprobación con los pulgares al recibir ayuda para salir de la cápsula de reentrada, tras impactar contra la Tierra en medio de una nube de polvo cerca de la remota ciudad de Jezkazgan, en la estepa kazaja.
Ahora también ostenta el récord de mayor tiempo acumulado en el espacio: un total de 1.111 días en órbita.
Kononenko y Chub recorrieron más de 254 millones de kilómetros durante sus 5.984 vueltas a la Tierra en su última misión en la EEI. Sin embargo, pasar tanto tiempo en el entorno de baja gravedad de la estación espacial les afectó gravemente, por lo que los equipos de rescate tuvieron que sacarlos de la cápsula.
El prolongado viaje de Rubio al espacio proporcionó valiosas perspectivas sobre cómo los humanos pueden afrontar los vuelos espaciales de larga duración y cómo contrarrestar mejor los problemas que pueden presentar.
Rubio es el primer astronauta en participar en un estudio que examina cómo el ejercicio con equipo de gimnasio limitado puede afectar al cuerpo humano.
Si bien los resultados aún no se han publicado, esta información será vital a medida que la humanidad se propone enviar misiones para explorar las profundidades del Sistema Solar. Por ejemplo, se espera que un viaje de regreso de Marte dure alrededor de 1.100 días (poco más de tres años) según los planes actuales.
La nave espacial en la que viajarán será mucho más pequeña que la EEI, lo que significa que se necesitarán dispositivos de ejercicio más pequeños y ligeros.
Pero dejando de lado los problemas para mantenerse en forma, ¿qué efectos tiene el vuelo espacial en el cuerpo humano?
Sin la constante presión de la gravedad sobre nuestras extremidades, la masa muscular y ósea comienza a disminuir rápidamente en el espacio.
Los más afectados son los músculos que ayudan a mantener la postura en la espalda, el cuello, las pantorrillas y los cuádriceps, pues en microgravedad, ya no tienen que esforzarse tanto y comienzan a atrofiarse.
Tras solo dos semanas, la masa muscular puede disminuir hasta un 20% y, en misiones más largas, de tres a seis meses, un 30%.
De igual manera, dado que los astronautas no someten sus esqueletos a tanta tensión mecánica como cuando están sujetos a la gravedad terrestre, sus huesos también comienzan a desmineralizarse y a perder fuerza.
Los astronautas pueden perder entre un 1% y un 2% de su masa ósea cada mes que pasan en el espacio y hasta un 10% en un período de seis meses (en la Tierra, los hombres y mujeres mayores pierden masa ósea a un ritmo del 0,5% al 1% anual).
Esto puede aumentar el riesgo de sufrir fracturas y alarga el tiempo de recuperación, pues la masa ósea puede tardar hasta cuatro años en recuperarse tras regresar a la Tierra.
Para combatir esto, los astronautas realizan 2,5 horas diarias de ejercicio y entrenamiento intenso mientras están en órbita. Esto incluye una serie de sentadillas, peso muerto y remos con un dispositivo de resistencia instalado en el gimnasio de la EEI, además de sesiones regulares de trote y de bicicleta estática.
También toman suplementos dietéticos para mantener sus huesos lo más sanos posible.
Sin embargo, un estudio reciente destacó que incluso este régimen de ejercicios no fue suficiente para prevenir la pérdida muscular. Y, por ello, se recomendó evaluar si cargas más altas de ejercicios de resistencia y un entrenamiento de alta intensidad a intervalos podrían ayudar a contrarrestar esto.
La falta de gravedad ejerce presión sobre el cuerpo humano, lo que significa que los astronautas experimentan un ligero crecimiento durante su estancia en la EEI, pues su columna vertebral se alarga.
Esto puede provocar problemas como dolor de espalda y hernias discales al regresar a la Tierra.
Durante una sesión informativa a bordo de la EEI antes de su regreso a la Tierra, Rubio comentó que su columna vertebral estaba creciendo y que esto podría ayudarle a evitar una lesión de cuello común que los astronautas pueden sufrir cuando su nave espacial impacta contra el suelo.
“Creo que mi columna se ha extendido lo suficiente como para que esté encajado en mi asiento, así que no debería moverme mucho”, dijo.
Aunque el peso significa muy poco en órbita (el entorno de microgravedad permite que cualquier cosa que no esté atada pueda flotar libremente en la EEI, incluidos los cuerpos humanos), mantener un peso saludable es un desafío en órbita.
Si bien la NASA intenta garantizar que sus astronautas consuman una variedad de alimentos nutritivos, incluyendo algunas hojas de ensalada cultivadas a bordo de la estación, esto puede afectar el cuerpo de un astronauta.
Scott Kelly, astronauta de la NASA que participó en el estudio más extenso sobre los efectos de los vuelos espaciales de larga duración tras permanecer 340 días a bordo de la EEI mientras su hermano gemelo permanecía en la Tierra, perdió 7% de su masa corporal durante su estancia en órbita.
En la Tierra, la gravedad ayuda a impulsar la sangre hacia abajo mientras el corazón la bombea de nuevo hacia arriba. Sin embargo, en el espacio, este proceso se altera (aunque el cuerpo se adapta en cierta medida) y la sangre puede acumularse en la cabeza más de lo normal.
Es posible que parte del líquido se acumule en la parte posterior del ojo y alrededor del nervio óptico, lo que puede provocar un edema. Esto puede provocar cambios en la visión, como disminución de la agudeza visual y cambios estructurales en el propio ojo.
Los cambios pueden comenzar a ocurrir tan solo a dos semanas de estar en el espacio, pero a medida que transcurre ese tiempo, el riesgo aumenta. Algunos cambios en la visión se revierten aproximadamente al año del regreso a la Tierra, pero otros pueden ser permanentes.
La exposición a los rayos cósmicos y a las partículas solares también puede provocar otros problemas oculares. La atmósfera terrestre nos protege de estos problemas, pero en la órbita, esta protección desaparece.
Si bien las naves espaciales pueden llevar blindaje para evitar el exceso de radiación, los astronautas a bordo de la EEI han reportado haber visto destellos de luz en sus ojos cuando los rayos cósmicos y las partículas solares impactan en su retina y nervios ópticos.
Tras su larga estancia en la EEI, se descubrió que el rendimiento cognitivo de Kelly cambió poco y se mantuvo relativamente igual al de su hermano en la Tierra.
Sin embargo, los investigadores observaron que la velocidad y la precisión del rendimiento cognitivo de Kelly disminuyeron durante unos seis meses después de su aterrizaje, posiblemente a medida que su cerebro se reajustaba a la gravedad terrestre.
Un estudio sobre un cosmonauta ruso que pasó 169 días en la EEI en 2014 también reveló que algunos cambios en el cerebro parecen ocurrir durante la órbita.
Se encontraron cambios en los niveles de conectividad neuronal en partes del cerebro relacionadas con la función motora (es decir, el movimiento) y también en la corteza vestibular, que desempeña un papel importante en la orientación, el equilibrio y la percepción del propio movimiento.
Lo anterior no debería sorprender dada la peculiar naturaleza de la ingravidez en el espacio; los astronautas a menudo tienen que aprender a moverse eficientemente sin gravedad para anclarse a nada y adaptarse a un mundo donde no hay arriba ni abajo.
Un estudio más reciente ha suscitado preocupación. Las cavidades cerebrales conocidas como ventrículo lateral derecho y tercer ventrículo (responsables de almacenar líquido cefalorraquídeo que proporciona nutrientes al cerebro y elimina desechos) pueden hincharse y tardar hasta tres años en recuperar su tamaño normal.
Las investigaciones recientes demuestran que una clave importante para la buena salud reside en la composición y diversidad de los microorganismos que habitan en nuestro cuerpo. Esta microbiota puede influir en la digestión, afectar los niveles de inflamación e incluso alterar el funcionamiento del cerebro.
Los científicos que examinaron a Kelly tras su viaje a la EEI descubrieron que las bacterias y hongos que habitaban en su intestino se habían alterado profundamente.
Esto quizás no sea del todo sorprendente, dada la gran diferencia en su alimentación y el cambio en las personas con las que compartía sus días (obtenemos una cantidad alarmante de microorganismos intestinales y orales de las personas con las que convivimos).
Sin embargo, la exposición a la radiación y el uso de agua reciclada, junto con los cambios en su actividad física, también podrían haber influido.
No te pierdas: ¿Qué pasa en nuestro cuerpo después de la muerte?
Aunque ya son cinco los astronautas de la NASA que han pasado más de 300 días en órbita, debemos agradecer a Kelly por la información sobre el estado de su piel tras su estancia. Se detectó una mayor sensibilidad en su piel y una erupción cutánea durante unos seis días tras su regreso.
Los investigadores especularon que la falta de estimulación cutánea durante la misión podría haber contribuido a su problema.
Uno de los hallazgos más significativos del prolongado viaje espacial de Kelly fueron los efectos a su ADN.
Al final de cada cadena de ADN están estructuras conocidas como telómeros, que se cree ayudan a proteger a nuestros genes. A medida que envejecemos, estos se acortan, pero las investigaciones sobre Kelly y otros astronautas han revelado que los viajes espaciales parecen alterar la longitud de los telómeros.
“Lo más sorprendente fue el hallazgo de telómeros significativamente más largos durante el vuelo espacial”, afirma Susan Bailey, profesora de Salud Ambiental y Radiológica en la Universidad Estatal de Colorado, quien formó parte del equipo que estudió a Kelly y a su hermano.
Bailey ha realizado estudios separados con otros 10 astronautas no emparentados que participaron en misiones más cortas.
“También fue inesperado que la longitud de los telómeros se acortó rápidamente al regresar a la Tierra para todos los miembros de la tripulación. De particular relevancia para la salud a largo plazo y el envejecimiento, los astronautas en general tenían muchos más telómeros cortos después del vuelo espacial que antes”, indicó.
Aún se está descifrando la razón exacta por la que esto sucede, afirmó. “Tenemos algunas pistas, pero la presencia de tripulantes adicionales de larga duración, como Rubio, quien pasó un año en el espacio, será fundamental para caracterizar y comprender esta respuesta y sus posibles consecuencias para la salud”.
Una posible causa podría ser la exposición a la compleja mezcla de radiación durante el espacio. Los astronautas que experimentan exposición prolongada en órbita muestran signos de daño en el ADN, añadió.
También se observaron en Kelly algunos cambios en la expresión génica (el mecanismo que interpreta el ADN para producir proteínas en las células) que podrían estar relacionados con su viaje espacial.
Algunos de estos cambios se relacionaban con la respuesta del cuerpo al daño en el ADN, la formación ósea y la respuesta del sistema inmunitario al estrés. Sin embargo, la mayoría de estos cambios se normalizaron a los seis meses de su regreso a la Tierra.
En junio de 2024, un nuevo estudio destacó algunas posibles diferencias entre la forma en que el sistema inmunitario de los astronautas masculinos y femeninos responde a los vuelos espaciales.
¡Bolillos para todos! Esto es lo que pasa con tu cuerpo y tu cerebro cuando tiembla
Utilizando datos de muestras obtenidas de la tripulación de la misión SpaceX Inspiration 4, que pasó poco menos de tres días en órbita en el otoño de 2021, se identificaron cambios en 18 proteínas relacionadas con el sistema inmunitario, el envejecimiento y el crecimiento muscular.
Al comparar su actividad genética con la de otros 64 astronautas en misiones anteriores, el estudio detectó la expresión de tres proteínas que influyen en la inflamación, en comparación con la de antes del vuelo. Los hombres tendieron a ser más sensibles al vuelo espacial, con mayor alteración de su actividad genética y tardaron más en recuperar su estado normal tras regresar a la Tierra.
En particular, los investigadores descubrieron que la actividad genética de dos proteínas conocidas como interleucina-6, que ayuda a controlar los niveles de inflamación en el cuerpo, e interleucina-8, que se produce para guiar a las células inmunitarias a los focos de infección, se vio más afectada en los hombres que en las mujeres.
Otra proteína, el firbrinógeno, que participa en la coagulación sanguínea, también se vio más afectada en los astronautas masculinos.
Sin embargo, los investigadores afirmaron que aún necesitan descubrir por qué las mujeres parecen ser menos sensibles a estos efectos particulares de los vuelos espaciales, aunque esto podría estar relacionado con su respuesta al estrés.
Kelly recibió una serie de vacunas antes, durante y después de su viaje espacial, y se observó que su sistema inmunitario reaccionaba con normalidad.
Sin embargo, la investigación descubrió que los astronautas sufren ciertas disminuciones en el recuento de glóbulos blancos que se corresponden con las dosis de radiación que reciben en órbita.
Aún quedan muchas preguntas por responder sobre el impacto que los viajes espaciales pueden tener en una especie bípeda de cerebro grande que evolucionó para vivir en la Tierra.
A medida que los investigadores analizan las pruebas médicas, las muestras de sangre y las exploraciones de Rubio tras sus 371 días en el espacio, sin duda esperan obtener más información.
* Este artículo fue publicado originalmente en BBC Future, cuya versión en inglés puede leer aquí.
* Este artículo se publicó originalmente el 27 de septiembre de 2023. Se actualizó el 12 de junio de 2024 para incluir detalles del estudio de la misión SpaceX Inspiration 4 y el 25 de septiembre de 2024 para incluir detalles del vuelo espacial de Oleg Kononenko y Nikolai Chub en la EEI. Se actualizó el 13 de marzo de 2025 para incluir detalles sobre Suni Williams y Butch Wilmore.
Haz clic aquí para leer más historias de BBC News Mundo.
Suscríbete aquí a nuestro nuevo newsletter para recibir cada viernes una selección de nuestro mejor contenido de la semana.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.