Más de 37 mil personas habitan en las colonias aledañas al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México “Benito Juárez”. Para ellas y ellos, vivir cerca del puerto aéreo significa estar expuestos a derrames de hidrocarburos que les provocan dolores de cabeza y mareos, y hacer su vida cotidiana a lado de un sitio que desde hace más de 15 años ha estado contaminado y que, a la fecha, no tiene un plan de remediación.
Pedro es uno de esos miles de habitantes. Ha vivido durante más de 20 años en CTM Aragón, una de las colonias atravesada por el ducto de turbosina que lleva el combustible de Azcapotzalco al puerto aéreo, pero fue hasta el año pasado que empezó a detectar un olor a hidrocarburos en la zona, el cual las autoridades atribuyeron a tomas clandestinas que hicieron grupos criminales. Pedro es un nombre ficticio de este vecino del Aeropuerto, quien pidió reservar su identidad por miedo a represalias.
Este olor se debía a la turbosina, una sustancia compuesta por químicos como el benceno –que es cancerígeno–, etilbenceno, tolueno, y derivados que han sido catalogados como “probablemente cancerígenos” por la Agencia para Sustancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades (ATSDR) del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos.
Pedro, junto con otros vecinos, comenzaron a denunciar los hechos en febrero de 2024, tanto con la Secretaría de Protección Civil capitalina como en redes sociales, pero no han obtenido respuesta íntegra a sus preocupaciones, e incluso ya recibieron amenazas de las cédulas delictivas, por lo que pidieron omitir sus nombres reales por su seguridad.
“Estamos sobre una bomba del tiempo”, dice, “estamos ahí porque ese es nuestro patrimonio, pero por ejemplo, mi mamá no sale de la casa por el aroma. Si tuviéramos a dónde cambiarnos, muchos ya lo hubiéramos hecho”.
Sumado a las tomas clandestinas, se han derramado miles de litros de turbosina en dos ocasiones en la estación de combustible. Además, el uso continuo de combustibles en el área y la falta de atención integral a las filtraciones han generado un significativo pasivo ambiental en el subsuelo. El ducto de turbosina y la estación de combustibles conforman una infraestructura completa que, aunque es operada por dos empresas distintas, ha causado contaminación en el subsuelo del AICM y las colonias aledañas.
El AICM se encuentra en el norponiente de la Ciudad de México, sobre terrenos que fueron utilizados para la aeronáutica militar y civil desde inicios del siglo XX. El hoy Aeropuerto “Benito Juárez” se surte de combustible, para los más de 300 mil vuelos que operan cada año, por medio de un ducto de turbosina que está a cargo de Petróleos Mexicanos (Pemex). Este tubo desemboca en la Estación de Combustibles, que es administrada por Aeropuertos y Servicios Auxiliares (ASA).
La misma estación se ubica encima de suelos contaminados con turbosina y trazos de gasavión. El total de suelos afectados podría llenar poco más de 4 albercas olímpicas, o más de 14 mil metros cúbicos.
La Estación de Combustibles del AICM se encuentra justo detrás del Deportivo Oceanía ubicado en la Alcaldía Gustavo A. Madero de la capital del país. Del lado sureste colinda directamente con la colonia Pensador Mexicano, en la Alcaldía Venustiano Carranza; y hacia el norte y noroeste con la colonia San Juan de Aragón III Sección de la Alcaldía Gustavo A. Madero.
En tanto, el ducto de turbosina que surte al AICM de combustible atraviesa las colonias Cuchilla del Tesoro, San Juan de Aragón secciones III, IV y V; Narciso Bassols, Fovissste Aragón, CTM Aragón, y Ciudad Lago, en el municipio mexiquense de Nezahualcóyotl.
Las calles de las colonias no son sólo habitacionales, pues hay comercios, escuelas, jardines de niños, bibliotecas y centros comunitarios.
Tan sólo de las manzanas que colindan directamente con la zona de la Estación de Combustibles, se calcula que hay 4 mil personas viviendo alrededor de este sitio contaminado, con base en cifras del Inventario Nacional de Vivienda 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Sin embargo, el total de pobladores de las colonias que colindan con la Estación de Combustibles y el ducto de turbosina –que es operado por Petróleos Mexicanos (Pemex)– es de aproximadamente 37 mil personas.
Desde febrero de 2024, vecinos de las colonias Narciso Bassols, Fovissste Aragón, CTM Aragón y San Juan de Aragón secciones IV y V denunciaron un fuerte olor a gasolina en varias avenidas y en coladeras cerca de sus viviendas.
No fue hasta inicios de julio, cuando el olor se extendió también a la colonia Cuchilla del Tesoro y se produjo un incendio en el límite entre esta colonia y Ciudad Lago, en el municipio mexiquense de Nezahualcóyotl, que Pemex y bomberos locales intensificaron labores de desazolve para limpiar los drenajes y medir los niveles de explosividad en las alcantarillas, el cual indicaron que era nulo.
En ese momento, técnicos de Pemex y elementos de la Fiscalía General de la República (FGR) explicaron que la presencia de hidrocarburos en los drenajes se debía a que había tomas clandestinas a lo largo del ducto de turbosina.
Las autoridades también negaron que el incendio que se produjo el 1 de julio haya estado relacionado con la infraestructura a cargo de Pemex, pero en los vecinos se cimbró el miedo de que sus colonias tuvieran el mismo destino que Analco, en Guadalajara, hace 33 años, cuando la tragedia del Sector Reforma se cobró la vida de más de 200 personas por una explosión causada por la filtración de miles de litros de gasolina en el drenaje.
“En Jalisco, el accidente que hubo, lo mismo: lo minimizaron, que no pasa nada, que hay una fuga de combustible, y en dos o tres días ya estaban volando casas, autos, camiones y demás”, expresó Pedro.
En las inmediaciones del AICM, Pemex se comprometió a cambiar la infraestructura y hacer que el ducto fuera más profundo para evitar que fuera comprometido. Asimismo, removió la tierra del camellón sobre la Avenida 604 que había sido contaminada por turbosina, pero sin previamente hacer estudios de caracterización para determinar cuánto suelo había sido afectado.
Igualmente, participó el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC) para hacer estudios de contaminación en el aire; y se mandaron a hacer estudios de caracterización por parte de la Secretaría de Medio Ambiente capitalina (Sedema) para determinar el nivel de afectación en el suelo.
“Nos dijeron que la turbosina no es inflamable, la turbosina no hace daño, la turbosina no huele, que tú puedes convivir con la turbosina como si nada”, dijo Pedro sobre la información que dio Pemex en las primeras juntas.
Sin embargo, la misma hoja de datos de seguridad que maneja Pemex para la turbosina lo clasifica como un “líquido inflamable” y marca como medidas de prevención que se mantenga fresco y alejado del calor, superficies calientes, chispas, llamas al descubierto y otras fuentes de ignición.
Asimismo, indica como riesgo para la salud “peligro por aspiración”, y en particular por contacto con la piel o en caso de ingestión. Si bien señala que “No se cuenta con datos significativos para demostrar causar cáncer”, uno de los componentes de la turbosina es el benceno, que múltiples fuentes –entre ellas el Departamento de Salud estadounidense– señalan como cancerígeno.
Técnicos de Pemex Logística, junto con la autoridad de aguas en la Ciudad de México SACMEX y Protección Civil local hicieron estudios del porcentaje de explosividad en las zonas afectadas, y aunque todos los resultados arrojaron cero, los vecinos desconfiaron de la autoridad.
“Al enterarnos que la turbosina sí tenía afectaciones, no solamente a nosotros como seres humanos, sino también al medio ambiente, se comprometen a cambiar la tierra por donde corre todo el derecho de vía, que era donde estaba contaminada la tierra, y a limpiar en lo más posible el drenaje, porque obviamente el drenaje también estaba contaminado”, explicó Ana, otra vecina de las colonias que pidió resguardar su identidad por amenazas de grupos criminales.
Los vecinos no han recibido todavía los resultados de los estudios de caracterización, por lo que no saben en qué nivel los suelos de sus colonias pueden estar contaminados.
“Si no hubo un estudio en el derecho de vía, ¿qué te dice que este metro está contaminado y el siguiente metro no? Si no hubo una reparación, más que la cantidad que ellos [Pemex] determinaron que iba a sacar tierra y hasta ahí”, comentó Ana.
Entre la posibilidad de que se detecten nuevas tomas clandestinas y haya derrames, junto con su temor de la exposición a químicos cancerígenos, los habitantes de la zona aledaña al AICM han reiterado su miedo de perder sus colonias por la turbosina.
“Todos tenemos hijos, nietos, sobrinos, y nuestra primera preocupación fue por ellos. Por el futuro que les vamos a dejar, pero también muchos tienen su sustento y su medio de vivir en estas colonias, así como muchos”, expresó la vecina de la Alcaldía Gustavo A. Madero.
“Es gente que vive ahí en la colonia, y ha sido su vida y va a ser la herencia de sus hijos, sus nietos y por una casa que lucharon. Nosotros llegamos antes que la turbosina”.
Científicos están analizando los olores del espacio, desde los vecinos más cercanos a la Tierra hasta los planetas a cientos de años luz de distancia, para aprender sobre la composición del universo.
El planeta más grande del sistema solar tiene varias capas de nubes, explica, y cada capa tiene una composición química diferente. El gigante gaseoso podría tentarte con el dulce aroma de sus “nubes venenosas de mazapán”, dice. Después, el olor “solo empeoraría a medida que te adentras”.
“Probablemente desearías estar muerto antes de llegar al punto de ser aplastado por la presión”, añade.
“Creemos que la capa superior de nubes está hecha de hielo de amoníaco”, comenta Barcenilla, comparando este hedor con el de la orina de gato.
“Luego, a medida que desciendes, encuentras sulfuro de amonio. Ahí es cuando tienes amoníaco y azufre juntos: una combinación infernal”. Los compuestos sulfurosos son famosos por ser los responsables del olor a huevo podrido.
Si pudieras explorar aún más profundo, continúa, encontrarías las características rayas y remolinos de Júpiter. “Júpiter tiene estas gruesas bandas coloreadas. Creemos que algunos de estos colores podrían ser creados por columnas de amoníaco y fósforo”.
También podría haber moléculas orgánicas llamadas tolinas, moléculas orgánicas complejas relacionadas con la gasolina. Por lo tanto, Júpiter, señala, podría tener un toque de “oleosidad” como de petróleo con un poco de ajo.
Barcenilla es científica espacial, diseñadora de fragancias y estudiante de doctorado en astrobiología en la Universidad de Westminster, Londres. Durante sus primeros años estudiando el cosmos, se preguntaba constantemente: “¿A qué olería eso?”. Entonces se dio cuenta: “Tengo esa molécula en mi laboratorio. Podría crearlo”.
Así que, además de su trabajo académico —la búsqueda de señales de vida en Marte—, Barcenilla se ha dedicado a diseñar aromas que recrean el olor del espacio exterior para la última exposición del Museo de Historia Natural de Londres, Espacio: “¿Podría existir vida más allá de la Tierra?”.
Desde el hedor a huevos podridos hasta el dulce aroma de las almendras, el espacio es un lugar sorprendentemente apestoso, dice.
Cometas, planetas, lunas y nubes de gas tendrían cada uno su propio olor único si pudiéramos olerlos. Pero ¿qué pueden revelar estos aromas sobre los misterios del Universo?
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Antes de lanzarnos a explorar las delicias olfativas del cosmos, quizás valga la pena detenernos un momento en qué son los olores en primer lugar.
El olfato, a menudo subestimado, es posiblemente el sentido más antiguo.
Tomemos como ejemplo un diminuto organismo unicelular, una bacteria, que surcaba los mares arqueozoicos hace unos 3500 millones de años. Al detectar la presencia de una sustancia química, quizás un sabroso nutriente o algún peligro que evitar, el flagelo de la bacteria (su apéndice con forma de cola) actuaba como una hélice, permitiendo a esta diminuta criatura redirigir sus movimientos.
Para nuestros primeros antepasados, este “sentido del olfato más rudimentario” marcaba la diferencia entre la vida y la muerte.
Y nuestro propio sentido del olfato es simplemente una versión más sofisticada de esta capacidad para detectar sustancias químicas en el entorno que nos rodea.
Nuestras narices contienen densos grupos nerviosos compuestos por millones de neuronas especializadas, repletas de moléculas conocidas como quimiorreceptores. Cuando se adhieren a una sustancia química, envían una señal a nuestro cerebro que se interpreta como un olor distintivo.
Este sentido del olfato nos permite detectar las sustancias químicas que nos rodean. Para los humanos, el olfato no solo nos ayuda a identificar alimentos o nos advierte de peligros ambientales, sino que también evoca recuerdos y desempeña un papel crucial en la comunicación social.
Tras millones de años de evolución, la capacidad de oler está intrínsecamente ligada a nuestro bienestar emocional.
Durante los largos y aislados meses en órbita, también puede ser un importante vínculo con el hogar para los astronautas. Pero una estación espacial también puede ser un lugar extraño en lo que a olores se refiere.
“Alexei Leonov [la primera persona en completar una caminata espacial] estaba a cargo de todos los astronautas extranjeros”, dice Helen Sharman, la primera astronauta de Reino Unido.
Era 1991 y Sharman se preparaba para pasar ocho días en la Mir, la estación espacial soviética. Justo antes del lanzamiento, Leonov “me dio una ramita de ajenjo”.
Durante su estancia en la Mir, Sharman de vez en cuando machacaba las hojas de ajenjo para liberar su aroma parecido al de la salvia, porque, dice ella, “es agradable tener un poco de olor a algo”.
En la estación espacial Mir, explica Sharman, había muy poco olor. En microgravedad, el aire caliente no asciende, así que “el olor de la comida caliente no se desprende del plato”. La única forma de experimentar el olor sería “meter la nariz en el paquete”, dice.
Pero había un olor distintivo en la estación espacial que muchos astronautas han reportado después de una caminata espacial. “Me recordó a cuando era niña y pasaba por delante de un taller de coches”, dice Sharman. “Podía oler soldaduras; ese olor metálico en el aire”.
Durante la misión, Sharman realizó experimentos con posibles materiales para la construcción de naves espaciales. “Tenía un montón de películas delgadas, principalmente cerámica, que tuve que colocar en un marco y luego exponer al ambiente circundante de la estación espacial”.
Cuando trajo sus muestras de la esclusa de aire, sintió una oleada de olor, el aroma metálico del espacio. “Ese fue mi experimento favorito, porque olía”. Otros astronautas han descrito un olor similar al de carne carbonizada, pólvora o cableado eléctrico quemado.
Pero la causa de este olor sigue siendo un misterio. Una posible explicación, según Sharman, es que se deba a la oxidación. “La atmósfera, el entorno, alrededor de la estación espacial, es prácticamente un vacío, pero no completamente a esa altura”, explica. “Lo que tenemos en la atmósfera residual es oxígeno atómico”.
El oxígeno atómico, o átomos individuales de oxígeno, puede adherirse al traje espacial o a las herramientas de un astronauta. Al reingresar a la estación espacial, los átomos individuales de oxígeno se combinan con el O2 presente en la cabina, produciendo ozono (O3).
“En cuanto reacciona, se percibe ese olor a ozono”, afirma Sharman. Y nosotros, los humanos aquí en la Tierra, también podemos experimentar el fuerte olor del ozono. ¿Han notado alguna vez el olor metálico de la electricidad estática justo después de una tormenta? Eso es ozono.
Otra posibilidad es que Sharman estuviera inhalando los átomos de una estrella moribunda.
Cuando una estrella muere, libera una enorme cantidad de energía. Durante este proceso, la estrella produce hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP) —moléculas con forma de malla de alambre, explica Sharman— que flotan por el universo y contribuyen a la creación de nuevos cometas, planetas y estrellas.
En la Tierra, los HAP están presentes en combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo crudo y la gasolina, y a menudo se forman durante la combustión incompleta de materiales orgánicos.
“Si quemas tu comida”, dice Barcenilla, “ese es el tipo de molécula que estás creando. Cuando las estrellas mueren, la combustión crea el mismo tipo de moléculas. Luego flotan en el espacio para siempre”. Muchos de estos compuestos tienen un olor similar al de un disolvente o a naftalina, mientras que otros recuerdan más al plástico o al betún quemados.
Los datos espaciales llegan en diversas formas. La primera información científica espacial llegó en 1958, a través del Explorer 1 de la NASA, en forma de sonido.
En 2022, el Telescopio Espacial James Webb (JWST) de la NASA detectó el primer rastro de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera de un exoplaneta —un planeta fuera de nuestro sistema solar—, el gigante gaseoso WASP-39 b.
El JWST no olió el CO2 en el sentido de inhalarlo, sino que detectó su presencia al rastrear cómo la atmósfera del planeta alteraba la luz estelar al pasar frente a su sol. Al analizar los sutiles cambios en la luz, el JWST puede identificar las diversas sustancias químicas de los mundos extraterrestres.
Y “el espacio es inmenso”, afirma Barcenilla. Está lleno de mundos con olores diversos.
El análisis químico de la atmósfera de Titán, la luna más grande de Saturno, sugiere que huele a almendras dulces, gasolina y pescado podrido. Mientras tanto, el olor a huevos podridos podría disuadirte de visitar el planeta HD 189733 b, un gigante gaseoso abrasador a unos 64 años luz de la Tierra.
Las nubes de polvo interestelar, que giran a través de los brazos espirales de la Vía Láctea, combinan olores a “helados locos” y amoníaco que te hace doblar las rodillas, según dicen los investigadores.
Mientras tanto, en Sagitario B2, una gigantesca nube molecular de gas y polvo cerca del centro de nuestra galaxia, se podrían oler “algunas de las moléculas prebióticas necesarias para la vida”, afirma Barcenilla.
“Allí encontramos sustancias como etanol, metanol, acetona, sulfuro de hidrógeno y etilenglicol, que se pueden usar como anticongelantes”.
Al formiato de etilo se le suele atribuir el aroma a frambuesa del centro de la Vía Láctea, pero, según Barcenilla, esto no es del todo cierto. “Es solo una molécula entre muchas, y si la hueles aisladamente, no huele a frambuesa”.
El formiato de etilo, explica, se encuentra en el interior de diversas frutas. Es en parte responsable del sabor —no del olor— de las frambuesas, pero también del sabor de otras frutas. [También] se asocia con el esmalte de uñas o quizás con el quitaesmalte, y con un olor a alcohol, casi a ron.
Y rastrear sustancias químicas cósmicas no solo puede proporcionarnos detalles vitales sobre la composición del universo, sino también pistas sobre dónde buscar vida, afirma Barcenilla.
“Si pudieras navegar en [el planeta] K2-18b —si hubiera un océano allí y pudieras quitarte el traje espacial—, entonces podría oler a repollo podrido”, afirma Subhajit Sarkar, astrofísico de la Universidad de Cardiff, en Reino Unido.
En 2023, Sarkar formó parte de un equipo que, con la ayuda del JWST, detectó lo que podría ser el rastro de vida en K2-18b, un exoplaneta a unos 120 años luz de la Tierra. El telescopio detectó “un leve indicio”, dice Sarkar, de sulfuro de dimetilo (DMS), a veces considerado uno de los principales componentes que producen el “olor a mar”.
“K2-18b es interesante por varias razones”, afirma Sarkar. Forma parte de un grupo más amplio de exoplanetas llamados subneptunos. Más grandes que la Tierra pero más pequeños que Neptuno, los subneptunos son el tipo de planeta más común en la galaxia y, a pesar de su prevalencia, muchos de sus aspectos siguen siendo un misterio.
“Existen grandes preguntas sobre los subneptunos”, afirma Sarkar. “¿Por qué no existen en nuestro sistema solar? ¿Y de qué están hechos?”.
Una forma de comprenderlos mejor, según Sarkar, es observar sus atmósferas. “Se sabía que K2-18b era un buen objetivo para ello”.
K2-18b es, en teoría, un mundo “hicéano”, un exoplaneta habitable cubierto de océanos. En 2025, Sarkar y sus colegas volvieron a analizar la atmósfera de K2-18b y detectaron un olor aún más intenso a sustancias químicas atmosféricas que, hasta donde sabemos, solo son producidas por la vida, específicamente el fitoplancton y otros organismos marinos.
Según los investigadores, la atmósfera de K2-18b podría contener DMS y/o disulfuro de dimetilo (DMDS).
“Actualmente, desconocemos procesos no biológicos que puedan producir estas [sustancias químicas] en grandes cantidades. Sin duda, en la Tierra es evidente que el DMS y el DMDS se producen biológicamente. Desde ese punto de vista, son biofirmas muy específicas”, afirma Sarkar.
Y con concentraciones 10.000 veces superiores a las de la atmósfera terrestre, los hallazgos sugieren que K2-18b podría albergar un océano “rebosante de vida”, añade Sarkar.
Sin embargo, advierte que es posible que las sustancias químicas provengan de fuentes abióticas, por lo que se necesita más investigación. No obstante, añade que si K2-18b es realmente un mundo oceánico habitable, “entonces encaja en ese panorama, porque entonces existe la posibilidad de que la vida marina produzca esta molécula que, en la Tierra, está asociada con la vida marina”.
Así que quizás no sea necesario viajar al espacio para experimentar su verdadero olor. Muchos de los olores del espacio nos resultan familiares y los encontramos aquí mismo en la Tierra, y algunas personas han intentado recrear el aroma del espacio, como Barcenilla.
Cuando meto la nariz en su cápsula de aromas de Marte en la exposición del Museo de Historia Natural, huelo óxido, polvo y un toque de humedad.
El olor evoca un recuerdo: el rincón trasero de un garaje, lleno de viejas cajas de cartón con libros que alguna vez amamos, y trozos de madera de muebles de generaciones anteriores. Un olor acogedor, de infancia.
Pero quizás el mayor tesoro olfativo de todos no se encuentra tan lejos en el espacio, sino aquí en la Tierra.
No hay nada como el aroma de nuestro propio planeta, dice Sharman. La astronauta describe su regreso a casa en 1991, aún vívido en su mente. “Era finales de mayo, así que, incluso en Asia Central, el suelo no estaba completamente seco el día que regresamos a la Tierra”.
Al aterrizar, la nave rebotó bastante, aplastando las plantas del suelo. “Aterrizamos en un matorral de ajenjo en Kazajistán”, recuerda Sharman.
“La ráfaga de aire fresco al abrir la escotilla fue fantástica. Olía de maravilla, absolutamente delicioso”.
*Este artículo fue publicado en BBC Future. Haz clic aquí para ver la versión original (en inglés).
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