Para entender mejor
En Irapuato, Guanajuato, sujetos armados ingresaron al domicilio de José Francisco Arias, conocido como Don Panchito y padre buscador en activo del colectivo Hasta Encontrarte, a quien privaron de la libertad mientras que a su hijo Jaime González Vázquez, de 27 años, lo asesinaron.
“Desaparecieron a un buscador (…) y antes de desaparecerlo matan a su hijo. Exigimos a las autoridades buscarlo con vida. Ni un buscador más!!!!” (sic), escribió el colectivo en su página de Facebook tras los hechos ocurridos la noche de este lunes 9 de junio.
Viviana Mendoza, integrante de Hasta Encontrarte, relató a Animal Político que alrededor de las 20:00 horas de este lunes la señora Eva María Vázquez Flores, esposa de Don Panchito y también parte del colectivo, se comunicó en el grupo de WhatsApp de la agrupación para informarles que su esposo había sido secuestrado y su hijo asesinado.
Ante esto, los integrantes del colectivo se trasladaron al lugar de los hechos, en la colonia Álvaro Obregón, en donde la señora Eva les relató que se encontraba con su esposo viendo la televisión cuando sujetos armados ingresaron a la fuerza y los colocaron boca abajo, por lo que no pudo ver en qué momento mataron a su hijo Jaime, quien se encontraba en la parte de arriba de la casa, y solo presenció cuando se llevaron a su esposo.
De acuerdo con Viviana, el señor José Francisco no les había comunicado haber recibido amenazas o que sintiera algún tipo de riesgo. “No logramos entender porqué lo privaron de la libertad y porqué asesinaron a su hijo”, añadió.
La privación de la libertad del padre buscador y su hijo en Irapuato fue condenada por organizaciones en defensa de los derechos humanos y la libertad de expresión como Amnistía Internacional, Artículo 19 y la Plataforma por la Paz y la Justicia en Guanajuato, las cuales, al igual que el colectivo, exigieron su localización con vida, así como seguridad para personas buscadoras y el cese de agresiones en su contra.
“Que la gente sepa que buscar y ser parte de un colectivo no es fácil, es vivir con miedo de que te maten todos los días por buscar a un ser querido. Y en ese camino uno va creando un lazo de hermandad (…) Todas las del colectivo volvimos a sufrir la desaparición de un familiar (por el secuestro de Don Panchito)”, señala Viviana Mendoza.
Si bien la Fiscalía estatal inició con las investigaciones correspondientes, hasta el momento de la publicación de esta nota no ha emitido un pronunciamiento al respecto.
En tanto la Secretaría de Seguridad Ciudadana de Irapuato únicamente realizó una publicación en redes en la que informa que “a través del Centro de Atención Integral a Víctimas (CAIV) difundimos en sitios públicos las Fichas de Búsqueda de Irapuatenses”, esto sin mencionar el caso específico de Don Panchito pero en las fotos se ve a una funcionaria colocando su ficha de búsqueda en paredes.
Cabe destacar que José Francisco y Eva María buscan a su hijo Miguel Ángel González Vázquez, desaparecido el 20 de enero de 2022, y localizado sin vida en febrero de 2023, pero como la Fiscalía sólo restituyó fragmentos del cuerpo, ellos decidieron continuar en la búsqueda así como apoyar en el rastreo de otras víctimas de desaparición y participar en marchas.
En los últimos 13 años se han registrado 26 casos de asesinato, feminicidio o desaparición de familiares de personas desaparecidas en el país, para un promedio de dos cada año.
Noe Sandoval, Lorenza Cano, Lucero Berenice, Teresa Magueyal y Blanca Esmeralda son algunos de los buscadores que fueron ultimados o desaparecidos, y a pesar de que ya habían recibido amenazas o habían sido víctimas de agresiones, no recibieron una protección o ésta fue insuficiente para salvaguardar su integridad.
Ante esta situación, en febrero de 2024 familiares y colectivos pidieron la intervención de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para exigir al Estado mexicano medidas de protección y seguridad para personas buscadoras ante el incremento de amenazas y asesinatos en su contra.
Como parte de esa exposición, el activista Raymundo Sandoval apuntó que la Plataforma por la Paz y la Justicia ha registrado desde 2010 el asesinato de más de 20 personas buscadoras, 15 de ellas durante el sexenio de Andrés Manuel Lópe Obrador. Después, la oficina en México del Alto Comisionado de la ONU agregó que de 2019 a la fecha, el organismo tiene documentados al menos nueve casos de mujeres asesinadas como posible represalía a la búsqueda.
La risa no es solo un pasatiempo agradable ni un lujo ocasional. Es un pilar fundamental en nuestra salud.
¿Alguna vez se ha puesto a reír con alguien que apenas conoce? Tal vez fue por una broma tonta o, incluso, por el simple hecho de oír el sonido de esa persona riendo.
No importa si es la primera vez que la vemos o si no compartimos intereses con ella, porque en ese momento estamos conectados por una simple y poderosa reacción: la risa.
La risa como reflejo biológico se confirma en diversos estudios que muestran que los bebés ya sonríen hacia el primer mes de vida y empiezan a reír alrededor de los tres meses, incluso antes de comprender las dinámicas sociales que los rodean.
De forma similar, las personas sordociegas, que nunca han visto ni oído una risa, también ríen de manera espontánea, lo que subraya el carácter innato de este comportamiento.
Sorprendentemente, la risa no es un rasgo exclusivo de nuestra especie.
Investigaciones recientes han descubierto que al menos 65 especies de animales —como vacas, loros, perros, delfines o urracas— emiten sonidos similares cuando juegan o incluso cuando les hacen cosquillas, como les ocurre a los simios y a las ratas.
Esto sugiere que la risa no es algo exclusivamente humano, sino que tiene raíces evolutivas muy antiguas, compartidas con otros animales.
De hecho, las carcajadas de los simios al jugar podrían ser el origen evolutivo de nuestra risa. A diferencia del habla, que requiere un lenguaje complejo, la risa es instintiva y contagiosa, lo cual refuerza el sentimiento de pertenencia al grupo.
Los científicos creen que esta función social surgió probablemente con el Homo ergaster hace unos dos millones de años, ya que generaba cohesión grupal sin necesidad del lenguaje.
Pero ¿por qué ciertos estímulos nos resultan graciosos? La gelotología, la ciencia que estudia la risa, lleva años buscando una respuesta a esta pregunta. Y pese a las más de veinte teorías que intentan explicarlo, no existe un consenso definitivo.
Sin embargo, la mayoría de los modelos actuales coinciden en tres factores clave: la percepción de una violación de expectativas (incongruencia), la evaluación de esa violación como inofensiva y la simultaneidad de ambos procesos.
Es decir, la risa aparece cuando algo desafía nuestras expectativas de forma repentina pero inofensiva, y lo procesamos de manera inmediata.
Por ejemplo, si alguien tropieza con una cáscara de plátano y se levanta riendo, nuestro cerebro registra la sorpresa (“¡qué inesperado!”) y, al comprobar que no hay riesgo (“solo es una caída tonta”), libera esa tensión con una carcajada de alivio porque no existe una amenaza real.
Este mecanismo explica por qué un chiste fallido no causa gracia (falta sorpresa) o por qué un accidente real no es cómico (el suceso no es inofensivo).
Sin embargo, no todos los estímulos humorísticos son universales.
Las diferencias culturales, personales y contextuales afectan profundamente lo que se considera gracioso. Un mismo chiste puede resultar cómico en una cultura, ofensivo en otra o completamente irrelevante en una tercera.
Pero ¿qué ocurre en nuestro cerebro desde que percibimos algo gracioso hasta que nos reímos?
Diversos estudios han demostrado que el procesamiento del humor involucra múltiples regiones. Así, mientras la incongruencia se detecta en la corteza prefrontal dorsolateral, la unión temporo-occipital evalúa su carácter inofensivo.
Una vez confirmada esta ausencia de riesgo, se producen cambios en la sustancia gris periacueductal y se activa el circuito de recompensa (liberando el neurotransmisor dopamina), lo que finalmente desencadena la risa.
Curiosamente, no todas las risas son iguales.
La risa emocional ligada a un estado de placer genuino es innata y espontánea, activando principalmente estructuras cerebrales asociadas a la recompensa emocional, como el núcleo accumbens y la amígdala.
En cambio, la risa voluntaria es aprendida y funciona como una herramienta social para imitar o reforzar vínculos emocionales y depende de áreas cerebrales responsables de movimientos conscientes.
Así, cada tipo de risa refleja mecanismos neuronales distintos: lo automático frente a lo social.
Además, se ha observado que los jóvenes tienden a mostrar una mayor activación en las zonas vinculadas al placer emocional, lo que refleja una experiencia más intensa y primaria del humor.
En cambio, en los adultos se encienden más aquellas áreas relacionadas con el procesamiento complejo, la reflexión asociativa y la memoria autobiográfica.
Esto explicaría cómo debido a la experiencia acumulada, los adultos contextualizan el humor mediante la memoria y prefieren estilos complejos (como el sarcasmo), mientras que los jóvenes, con menos experiencias vitales, buscan estímulos inmediatos (como el humor físico o absurdo).
Más allá de su dimensión emocional y social, la risa tiene también un potente efecto terapéutico.
Cuando reímos, el sistema opioide endógeno —relacionado con sensaciones de placer y calma— se activa, promoviendo la liberación de neurotransmisores como la dopamina y la serotonina, sustancias clave en el bienestar psicológico y en la reducción del estrés.
Diversos estudios avalan la eficacia de la risa para mejorar la calidad de vida, especialmente en personas mayores, donde la frecuencia de la risa se asocia a menor riesgo de discapacidad funcional.
La llamada risoterapia ayuda a reducir niveles de cortisol (hormona del estrés), aliviar la depresión y la ansiedad, mejorar la calidad del sueño e incluso a aumentar la tolerancia al dolor.
Los efectos positivos de la risa se extienden también al ámbito hospitalario: en niños y adolescentes sometidos a procedimientos médicos, la presencia de payasos ha demostrado reducir significativamente la ansiedad, el dolor y el estrés.
En definitiva, la risa no es solo un pasatiempo agradable ni un lujo ocasional. Es un pilar fundamental en nuestra salud y en el bienestar social. Aprender a reír más, a buscar motivos de alegría en lo cotidiano, puede ser tan crucial para nuestra vida como cuidar la alimentación o hacer ejercicio físico.
La risa tiene la capacidad de transformar nuestra biología, nuestra mente y nuestras relaciones. Quizá el humorista Victor Borge (1909-2000) tenía razón cuando dijo que es la distancia más corta entre dos personas.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia creative commons. Haz clic aquí para ver la versión original.
**Marta Calderón García es investigadora en cognición, comportamiento y neurocriminología de la Universidad Miguel Hernández en España.
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