
La titular de la Secretaría de Cultura de Guerrero, Aida Melina Martínez Rebolledo, ofreció una disculpa pública por el homenaje realizado al exgobernador Rubén Figueroa Figueroa, un acto que generó críticas de organizaciones sociales, colectivos de derechos humanos y familiares de víctimas de la Guerra Sucia, quienes consideraron el evento una ofensa a la memoria histórica del estado.
La polémica se detonó luego de que autoridades estatales y municipales encabezaran un acto cívico en Huitzuco de los Figueroa, municipio natal del exmandatario, en el marco del aniversario de su nacimiento. Para los sectores críticos, el reconocimiento institucional a Figueroa Figueroa implicó una revictimización de quienes sufrieron violaciones graves a derechos humanos durante su administración.
En respuesta y 44 días después del evento, la secretaria de Cultura emitió un comunicado, replicado por el gobierno estatal, en el que reconoció públicamente el error. “El reciente acto cívico en torno a la figura del exgobernador Rubén Figueroa Figueroa constituyó un error y un agravio directo a la memoria histórica de Guerrero”, señaló, al admitir que ninguna norma puede estar por encima de la dignidad de las víctimas.
La funcionaria afirmó que el homenaje contradijo los principios de verdad y justicia, y ofreció una disculpa “sincera y sin matices” a sobrevivientes, familiares de personas desaparecidas y a la sociedad guerrerense. Además, anunció la revisión del calendario cívico estatal y la promoción de reformas para adecuarlo a valores democráticos y de derechos humanos.

Previo a la disculpa, diversas organizaciones sociales difundieron un pronunciamiento colectivo en el que condenaron el homenaje y responsabilizaron al gobierno estatal de una falta grave contra la memoria histórica. En el documento calificaron a Figueroa Figueroa como uno de los gobernadores más represivos que ha tenido Guerrero y consideraron inadmisible su reconocimiento oficial.
“El acto realizado el día de ayer representa una ofensa para los cientos de víctimas de los crímenes perpetrados por este personaje, quien en lugar de ser homenajeado debería ser marcado en la historia por todas las violaciones graves a los derechos humanos que cometió”, señalaron las organizaciones firmantes, al tiempo que exigieron una disculpa pública, la eliminación de su natalicio del calendario cívico y el reconocimiento a luchadores sociales como Lucio Cabañas y Genaro Vázquez.
Rubén Figueroa Figueroa fue gobernador de Guerrero entre 1975 y 1981, luego de una trayectoria política como diputado federal y senador por el PRI. Su figura está estrechamente vinculada al periodo conocido como la Guerra Sucia, una etapa marcada por la represión estatal contra movimientos sociales, campesinos y opositores políticos, particularmente intensa en Guerrero.

Diversos informes y testimonios documentados por organismos de derechos humanos señalan que durante su gobierno se cometieron desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias y otros abusos graves, principalmente en regiones como la sierra de Atoyac y la Costa Grande. En 2012, la Comisión de la Verdad del Estado de Guerrero concluyó que su administración tuvo responsabilidad política y administrativa en violaciones sistemáticas a derechos humanos, sin que hasta ahora se hayan fincado responsabilidades penales.
El homenaje que dio origen a la controversia se realizó con la participación de autoridades estatales y municipales, legisladores y exfuncionarios, quienes destacaron obras públicas y el legado político del exgobernador en su municipio natal. Durante el acto, se montó una guardia de honor y se emitieron mensajes de reconocimiento a su trayectoria.
Tras la disculpa pública, la Secretaría de Cultura señaló que se priorizarán acciones para que los espacios y actos oficiales dignifiquen a las víctimas, preserven la memoria de las luchas sociales y promuevan una cultura de derechos humanos, mientras colectivos y organizaciones mantienen la exigencia de que el Estado avance en verdad, justicia y reparación.

Un experto en historia del arte analiza algunas de las fotografías más llamativas del año.
La conmovedora imagen de una pagoda parcialmente destruida en Mandalay, Myanmar, que sufrió un devastador terremoto de magnitud 7,7 el 28 de marzo, muestra la cabeza caída de una enorme estatua budista. El terremoto, que causó la muerte de más de 3.000 personas, se sintió incluso en China, India, Vietnam y Tailandia.
El impactante contraste de escala entre la arquitectura tambaleante que atrae nuestra mirada y la colosal estatua derrumbada –que bloquea las vías de escape en la parte de atrás– resulta particularmente impactante. La destrucción causada por el sismo no será olvidada fácilmente por quienes sobrevivieron a ella.
Aunque el pintor portugués,João Glama Ströberle, logró escapar de la iglesia donde asistía a misa cuando ocurrió el terremoto de Lisboa de 1755, nunca se libró de la devastación. Pasaría las siguientes tres décadas (1756-1792) planificando y pintando un elaborado cuadro que representaba el sufrimiento y los daños causados por el terremoto.
Ni completamente dentro del mar ni fuera de él, el casco oxidado del crucero abandonado MS Mediterranean Sky –que volcó en el golfo de Elefsina, al oeste de Atenas, en 2003– fue fotografiado en agosto en su estado perpetuo semisumergido. Durante más de 20 años, el buque ha permanecido medio hundido, deteriorándose lentamente, hasta caer en el olvido.
Capturado de perfil, contra un lienzo ondulante de cobalto líquido, el barco parece tambalearse entre los elementos, o incluso entre diferentes estados de existencia. Su estado inmóvil evoca el viaje petrificado de una antigua talla fenicia de un barco que adornaba un sarcófago del siglo II, transportando pasajeros eternamente entre mundos.
La foto de los monjes orando bajo la inmensa cúpula dorada de Wat Phra Dhammakaya, durante la ceremonia anual de Makha Bucha en febrero pasado, es impresionante por su brillo etéreo. Son decenas de monjes y devotos, muchos de ellos con faroles a sus costados, reunidos para conmemorar la primera gran enseñanza de Buda.
Su resplandor irreal evoca los contornos de un manuscrito birmano del siglo XIX, que representa el primer sermón de Buda en el Parque de los Ciervos, donde monjes y animales se congregan alrededor de su figura resplandeciente. Ambas imágenes capturan la devoción de comunidades decididas a honrarlo y a ser transformadas por su enseñanza.
La imagen de una rata gigante de papel maché que estalla en papeles de colores, flotando por el Gran Canal de Venecia, durante el desfile acuático que tradicionalmente inaugura el carnaval de febrero, es una explosión de color vibrante.
El roedor convertido en espectáculo, la “Pantegana” (rata) flotante, emerge de manera imaginativa de las cloacas de la ciudad como un emblema del costado cómico de Venecia.
Desprendiendo estallidos de color, la rata ofrece un contraste grotescamente brillante con el velo elegantemente luminoso que envuelve Venecia en innumerables pinturas, como la “Entrada al Gran Canal” de Paul Signac, de 1905, un representante del neoimpresionismo.
En ambas imágenes, Venecia se disuelve en un mosaico de luz pixelada.
La imagen de una refugiada congoleña, sentada en un columpio en un centro de tránsito cerca de Buganda en mayo, irradia una alegría que trasciende las incomodidades materiales que la rodean: la lluvia incesante, la estructura de acero oxidada de los juegos infantiles abandonados y el asiento roto que cuelga a su lado.
Esta mujer es una de las más de 70.000 personas que han cruzado a Burundi desde enero y demuestra una fortaleza de espíritu que desafía sus difíciles circunstancias. Si se coloca la fotografía junto a la famosa pintura “El Columpio” (1767), del artista rococó francés Jean-Honoré Fragonard, se despoja a la obra de su frivolidad cortesana, recuperando el columpio como un símbolo atemporal de alegría y paz interior, suspendido fuera del espacio y del tiempo.
Con la cara cubierta una sustancia aceitosa, una activista del grupo de acción directa Fossil Free London se ubicó frente a las oficinas de la compañía energética Shell en mayo pasado.
La venta por parte de Shell de sus activos petroleros terrestres en Nigeria —una medida que, según los manifestantes, permite a la empresa eludir su responsabilidad por los accidentes en el delta del Níger— fue el motivo de la protesta, mientras que la compañía niega haber actuado de forma incorrecta.
La pose con los ojos vendados recuerda a la pintura “Esperanza”, de George Frederic Watts, de 1886, en la que una mujer con los ojos cubiertos se sienta sobre un globo terráqueo oscuro mientras toca una lira melancólica.
La imagen de dos alumnas de ballet de 5 años, Philasande Ngcobo y Yamihle Gwababa, posando en julio en la academia de danza en Tembisa, Sudáfrica, es conmovedora e impactante.
El marcado contraste entre la tierra reseca, las sombras definidas y los delicados vestidos evoca las rigurosas y angulares estéticas de las innumerables escenas de bailarinas ensayando pintadas por Degas.
Manteniendo la mirada fija en la expresividad gestual de sus bailarinas, Degas a menudo abstraía los estudios de danza en amplias zonas de color uniforme, dotando a sus pinturas, al igual que la fotografía tomada a las afueras de Johannesburgo, de una dimensión atemporal.
Una serie de imágenes desgarradoras de niños demacrados en los brazos de sus madres en la Ciudad de Gaza en julio, conmocionaron al mundo. BBC News informó que, según la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA), uno de cada cinco niños en la Ciudad de Gaza padecía desnutrición.
La publicación de esta imagen desató la controversia debido a que el niño retratado en la fotografía también sufría problemas de salud preexistentes.
Si bien existen innumerables imágenes en la historia del arte de madres consolando a sus hijos enfermos, desde “El niño enfermo” de Gabriël Metsu, de 1665, hasta “Los desamparados”, un dibujo a pastel y carboncillo de Pablo Picasso de 1903, fotografías como las capturadas en Gaza no tienen punto de comparación con la pintura ni la escultura.
Ninguna representación visual del sufrimiento o la compasión, por muy talentoso o aclamado que sea el artista, puede capturar adecuadamente la magnitud de la angustia que documentan estas recientes fotografías.
Una imagen extraordinaria capturada por el astrofotógrafo Andrew McCarthy, en la que se ve a su amigo practicando paracaidismo —silueteado contra una fotografía de gran detalle del Sol matutino en Arizona el 8 de noviembre—, cautivó la imaginación del mundo.
No había margen de error, ya que cada aspecto de la cuidadosamente planificada acrobacia tenía que salir a la perfección: una sincronización precisa de la elevación solar, el momento exacto y la caída libre. Rápidamente bautizada como “La caída de Ícaro”, en referencia al mito griego del joven cuyas alas se derritieron al volar demasiado cerca del Sol, la fotografía reaviva una larga tradición en la historia del arte, desde Pieter Bruegel el Viejo en el siglo XVI hasta Henri Matisse en el siglo XX, de representar la trágica caída del joven que se atrevió a ir demasiado lejos.
La imagen de un manifestante en Estambul, ataviado con la vestimenta tradicional de los derviches —asociada habitualmente con el misticismo sufí—, enfrentándose a un batallón de policías fuertemente equipados que utilizaban gas pimienta, se hizo viral en marzo.
Los disturbios políticos generalizados, los más intensos en más de una década en Turquía, se desencadenaron por el arresto y encarcelamiento del alcalde de Estambul, una figura considerada por muchos como rival del presidente Erdogan.
La yuxtaposición visual de un individuo aparentemente estoico e inmóvil, vinculado a la práctica espiritual no violenta de la danza de los derviches, y las fuerzas del orden armadas resulta impactante. El distintivo sombrero alto de los derviches y las túnicas largas y superpuestas, ambas ricas en simbolismo de muerte y renacimiento, elevaron la imagen de una protesta callejera común a algo mítico.
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