
Aunque hasta 2025 se ha despenalizado el aborto en 24 estados del país, el acceso a la interrupción embarazos continúa siendo diferenciado entre estas entidades, ya que en algunas persisten retos en materia de infraestructura, disponibilidad de medicamentos y la resistencia por parte de personal de la salud objetor de conciencia, así como de grupos conservadores y religiosos.
La investigación ‘De la despenalización al acceso. Contraloría social para el diagnóstico del aborto legal en ocho estados de México’, elaborada por el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir (ILSB), encontró que pese a la creación de lineamientos y la ampliación de las legislaciones en la materia, las desigualdades sociales, la fragmentación de los sistemas de salud y las resistencias culturales y normativas continúan limitando el acceso efectivo a los servicios de interrupción del embarazo.

La organización estudió el caso de la Ciudad de México, el Estado de México, Guerrero, Michoacán, Nayarit, Puebla, Quintana Roo y Veracruz para conocer la situación actual del acceso al aborto, con datos oficiales y entrevistas al personal de salud y acompañantes, lo que permitió documentar que aun con las limitantes hay una tendencia general al alza en los servicios prestados.
La tasa de servicios de aborto por cada 100 mil mujeres en edad reproductiva presentó variaciones significativas en el periodo de 2020 a 2024, siendo la Ciudad de México la entidad con la tasa más alta. Guerrero y Nayarit tuvieron un crecimiento sostenido durante el periodo, mientras que Michoacán y Puebla se mantuvieron relativamente estables, con leves incrementos.
En el caso de Quintana Roo, el ILSB documentó un comportamiento irregular, con un desplome atípico en 2023 seguido de un repunte en 2024. En contraste, el Estado de México y Veracruz conservaron tasas más bajas y estables en comparación con el resto.
Uno de los principales hallazgos de la investigación es la disparidad entre la perspectiva institucional –que describe los servicios como accesibles, gratuitos y con una política de cero rechazos– y la experiencia de las usuarias, pues las acompañantes señalan barreras persistentes como la desinformación, procesos poco claros, estigmas y obstáculos geográficos.
Aun cuando el discurso institucional del personal de salud señala que el servicio no se niega de forma explícita, se da de forma indirecta con la falta de personal capacitado o insumos médicos (como se documentó en el caso de Guerrero, Estado de México y Veracruz), interpretaciones restrictivas o confusas de la normativa (Quintana Roo), burocracia que desincentiva a las usuarias (Nayarit), o con requisitos excesivos (Ciudad de México).
En Puebla, además, se reportaron acciones de grupos antiderechos que desinforman a las personas usuarias frente a las clínicas, lo que genera en ellas la percepción de que se les ha negado el servicio.

Otros estados, como Michoacán, Veracruz y Estado de México, cuentan con atención que está sujeta a la disponibilidad de personal médico no objetor de conciencia, lo que limita el servicio a horarios restringidos o que haya una sola persona responsable.
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El ILSB también expuso que en la mayoría de los estados, como Ciudad de México, Puebla, Veracruz y el Estado de México, se mencionó que las unidades que ofrecen servicios de aborto seguro se ubican principalmente en capitales o municipios grandes, algo que responde a una lógica de mayor demanda, pero genera barreras para quienes viven en zonas rurales o alejadas.
A ello se suma el hecho de que, pese a que hay entidades donde la atención puede extenderse más allá de las 12 semanas para las causales de violación, riesgo a la salud, malformaciones graves, peligro de muerte, imprudencial, personas entrevistadas en Ciudad de México, Michoacán y Veracruz mencionaron que se les negó el servicio aun cuando dijeron que los embarazos fueron producto de violaciones.
De acuerdo con la investigación, en todos los casos el personal de salud aseguró que el servicio se ofrece sin discriminación y con presencia de personal sensibilizado, sin embargo, se identificaron prácticas discriminatorias naturalizadas o invisibilizadas, principalmente hacia adolescentes, personas indígenas o poblaciones de la diversidad sexogenérica.
En estados con una proporción significativa de población indígena (Quintana Roo y Guerrero) hay una barrera discriminatoria por falta de intérpretes y materiales en lenguas originarias, braille o Lengua de Señas Mexicana.
Asimismo, hay entidades donde se presentaron comentarios culpabilizantes o juicios morales por parte del personal hacia las usuarias por su edad, sobre todo con adolescentes (Guerrero, Estado de México y Ciudad de México).

En cuanto a la accesibilidad económica, se expuso que en todos los estados el servicio es gratuito, pero los testimonios confirman que el tipo de derechohabiencia puede constituir una limitante. Por ejemplo, en la Ciudad de México, hubo casos en los que derechohabientes del IMSS o el ISSSTE acudieron a un hospital público de otra institución, por lo que se les solicitaron pagos similares a los de espacios particulares.
Los costos, además, deben considerar los traslados –especialmente en los lugares donde los hospitales se concentran en zonas urbanas–, los medicamentos o insumos que deben cubrir en casos de desabasto y los estudios previos o complementarios que no siempre son realizados por las unidades de salud.
En términos de insumos y medicamentos, se encontró un desabasto recurrente de mifepristona y misoprostol, aunque ambos forman parte del cuadro básico por “deficiencias logísticas y retrasos derivado de la transición hacia IMSS-Bienestar”, así como falta de equipos de ultrasonidos que retrasan los estudios u obligan a las usuarias a costearlos por fuera.
Debido a que persisten los estigmas hacia quienes solicitan servicios de aborto, se pueden generar intervenciones no consensuadas, como la colocación de anticonceptivos sin consentimiento informado, como se reportó en Guerrero.
Acerca de la violencia sexual, el Estado de México, Puebla, Veracruz y Guerrero señalaron la existencia de protocolos para la atención de infancias y adolescencias, pero su implementación “suele ser lenta, incompleta o incluso omitida”, por lo que en algunos casos las menores llevan a término el embarazo.
El personal de la Ciudad de México, Estado de México, Guerrero y Nayarit mencionó que, una vez identificada la violencia, se notifica al Ministerio Público o Procuraduría de protección de Niñas, Niños y Adolescentes por protocolo. En Veracruz, la ruta de atención a violencia también se activa durante las consultas prenatales.

En todos los estados se reconoció la importancia de continuar con la capacitación. La mayoría de las entidades (Ciudad de México, Nayarit, Puebla, Estado de México y Veracruz) reportan entre dos y cinco capacitaciones anuales, algunas de ellas en coordinación con organizaciones como Ipas, DKT, Mexfam o Marie Stopes, así como con autoridades federales. También se enfatizó la necesidad de incluir en estas capacitaciones al personal médico, de trabajo social, psicología y enfermería.
Entre las recomendaciones para garantizar el acceso a la interrupción del embarazo en los estados donde se ha despenalizado, la organización incluyó la eliminación del delito de aborto de los códigos penales y armonizar la Ley General de Salud en materia de objeción de conciencia, además de asegurar que todas las instituciones públicas brinden atención a quienes solicitan el servicio.
Otras medidas que se solicitan son el garantizar el presupuesto suficiente para la atención a la salud reproductiva y servicios de aborto seguro, incrementar el número de profesionales capacitados y que exista el abasto y la distribución oportuna de medicamentos e insumos necesarios para la interrupción del embarazo y la atención postaborto.
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Sobre accesibilidad, que se adecúe la infraestructura, así como los materiales adaptados para personas con discapacidad, además de que se incremente la difusión de los servicios de aborto seguro con formatos accesibles en la televisión, radio, sitios web, redes sociales, módulos de información, materiales impresos y en diferentes lenguas.

Desde estimular el cerebro hasta reducir el dolor, unirse a otros para cantar (así como cantar en soledad) puede traer amplios beneficios.
Estamos en esa época del año en la que el aire empieza a vibrar con voces angelicales, o a resonar con algún que otro himno vigoroso, mientras los villancicos transmiten su indomable alegría festiva.
Pero estos cantores, se den cuenta o no, mientras llenan centros comerciales, estaciones de tren, residencias de ancianos y la calle de tu casa con canciones jubilosas, también están mejorando su salud.
Se ha descubierto que cantar, aporta una amplia gama de beneficios —que abarcan desde el cerebro hasta el corazón— para quienes lo practican, especialmente si lo hacen en grupo. Puede unir a las personas, preparar nuestro cuerpo para combatir enfermedades e incluso suprimir el dolor. Entonces, ¿valdría la pena alzar la voz para celebrar?
“Cantar es un acto cognitivo, físico, emocional y social”, afirma Alex Street, investigador del Instituto de Investigación de Musicoterapia de Cambridge, quien estudia cómo la música puede ayudar a niños y adultos a recuperarse de lesiones cerebrales.
Los psicólogos llevan mucho tiempo maravillados de cómo las personas que cantan juntas pueden desarrollar un poderoso sentido de cohesión social, e incluso los vocalistas más reticentes se unen al cantar. Investigaciones han demostrado que personas completamente desconocidas pueden forjar vínculos inusualmente estrechos después de cantar juntas durante una hora.
Como era de esperar, cantar tiene claros beneficios físicos para los pulmones y el sistema respiratorio. Algunos investigadores han utilizado el canto para ayudar a personas con enfermedades pulmonares, por ejemplo.
Pero cantar también produce otros efectos físicos mensurables. Se ha descubierto que mejora la frecuencia cardíaca y la presión arterial. Incluso se ha visto que cantar en grupos o coros refuerza nuestra función inmunitaria de una forma que simplemente escuchar la misma música no puede.
Existen diferentes explicaciones para esto. Desde un punto de vista biológico, se cree que cantar activa el nervio vago, que está conectado directamente a las cuerdas vocales y los músculos de la parte posterior de la garganta. La exhalación prolongada y controlada que implica cantar también libera endorfinas asociadas con el placer, el bienestar y la supresión del dolor.
Cantar también activa una amplia red de neuronas en ambos hemisferios del cerebro, lo que provoca que se activen las regiones que gestionan el lenguaje, el movimiento y las emociones. Esto, combinado con el enfoque en la respiración que requiere el canto, lo convierte en un eficaz calmante del estrés.
“Las respuestas de bienestar se hacen evidentes en voces, expresiones faciales y posturas más vívidas”, afirma Street.
Estos beneficios podrían tener raíces profundas. Algunos antropólogos creen que nuestros ancestros homínidos cantaban antes de poder hablar, utilizando vocalizaciones para imitar los sonidos de la naturaleza o expresar sentimientos.
Esto podría haber desempeñado un papel clave en el desarrollo de dinámicas sociales complejas, la expresión emocional y los rituales, y Street señala que no es casualidad que cantar forme parte de la vida de todos los seres humanos, tengan o no inclinación musical, señalando que nuestros cerebros y cuerpos están sintonizados desde el nacimiento para responder de forma positiva a las canciones.
“Se les cantan canciones de cuna a los niños y luego se cantan canciones en los funerales”, explica. “Aprendemos las tablas de multiplicar cantando y el abecedario mediante la estructura rítmica y melódica”.
Pero no todos los tipos de canto son igualmente beneficiosos. Cantar en grupo o coro, por ejemplo, promueve un mayor bienestar psicológico que cantar en solitario. Por esta razón, investigadores educativos han utilizado el canto como herramienta para promover la cooperación, el desarrollo del lenguaje y la regulación emocional en niños.
Los especialistas médicos también están recurriendo al canto para mejorar la calidad de vida de quienes sufren diferentes afecciones. Investigadores de todo el mundo han estudiado los efectos de unirse a coros comunitarios dedicados a sobrevivientes de cáncer y accidentes cerebrovasculares, personas con enfermedad de Parkinson y demencia, y sus cuidadores. Por ejemplo, cantar mejora la capacidad de articulación de los pacientes con Parkinson, algo con lo que se sabe que tienen dificultades a medida que la enfermedad progresa.
Cantar también representa una forma de mejorar la salud general, ya que se ha demostrado que es un ejercicio subestimado, comparable a una caminata rápida. “Cantar es una actividad física y puede tener beneficios similares al ejercicio”, afirma Adam Lewis, profesor asociado de fisioterapia respiratoria en la Universidad de Southampton, en Reino Unido.
Un estudio incluso sugirió que cantar, junto con diversos ejercicios vocales que realizan cantantes profesionales para perfeccionar el tono y el ritmo, es un ejercicio para el corazón y los pulmones comparable a caminar a un ritmo moderado en una cinta de correr.
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Pero los investigadores también se interesan en destacar los beneficios, a menudo poco reconocidos, de participar grupos de canto para la psique de las personas que viven con enfermedades crónicas a largo plazo. Street explica que cantar permite a estas personas centrarse en lo que pueden hacer, en lugar de en lo que no pueden.
“De repente, se genera una sensación de igualdad en la sala, donde los cuidadores ya no son cuidadores, y los profesionales de la salud también cantan la misma canción de la misma manera”, dice Street. “Y realmente no hay mucho más que logre eso”.
Entre quienes han demostrado beneficiarse más del canto se encuentran las personas con enfermedades respiratorias crónicas, algo que se ha convertido en un importante foco de investigación para Keir Philip, profesor clínico de medicina respiratoria en el Imperial College de Londres. Philip advierte que cantar no curará estas enfermedades, pero puede servir como un enfoque holístico eficaz que complementa los tratamientos convencionales.
“Para algunas personas, vivir con disnea puede provocar que cambien su forma de respirar, volviéndola irregular e ineficiente”, dice Philip. “Algunos enfoques basados en el canto ayudan en esto en términos de los músculos utilizados, el ritmo y la profundidad [de la respiración], lo que puede ayudar a mejorar los síntomas”.
Uno de sus estudios más destacados consistió en aplicar un programa de respiración desarrollado mediante el trabajo con cantantes profesionales de la Ópera Nacional Inglesa como parte de un ensayo controlado aleatorio en pacientes con covid-19 de larga duración. Durante seis semanas, los resultados mostraron que mejoró su calidad de vida y alivió algunos aspectos de sus dificultades respiratorias.
Al mismo tiempo, cantar no está exento de riesgos para las personas con afecciones subyacentes. El canto en grupo se vinculó a un evento de superpropagación en las primeras etapas de la pandemia de covid-19, ya que cantar puede emitir grandes cantidades de virus en el aire.
“Si tienes una infección respiratoria, es mejor faltar esa semana al ensayo del coro para evitar poner en riesgo a otras personas”, comenta Philip.
Pero quizás el beneficio más notable del canto es que parece contribuir a la autoreparación cerebral. Esto quedó ilustrado por la historia de la excongresista estadounidense Gabrielle Giffords, quien sobrevivió a un disparo en la cabeza durante un intento de asesinato en 2011.
A lo largo de muchos años, Giffords reaprendió a caminar, hablar, leer y escribir, gracias a terapeutas que utilizaban canciones de su infancia para ayudarla a recuperar la fluidez verbal.
Los investigadores han utilizado enfoques similares para ayudar a los supervivientes de un ictus a recuperar el habla, ya que cantar puede proporcionar las horas y horas de repetición necesarias para promover una nueva conectividad entre los dos hemisferios cerebrales, que a menudo se dañan tras un ictus agudo. También se cree que cantar mejora la neuroplasticidad del cerebro, lo que le permite reconectarse y crear nuevas redes neurológicas.
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Hay teorías de que cantar también podría ayudar a las personas con deterioro cognitivo debido a la intensa exigencia que impone al cerebro, que requiere atención sostenida y estimula la búsqueda de palabras y la memoria verbal.
“Existe una creciente base de evidencia que respalda los beneficios cognitivos del canto en adultos mayores”, afirma Teppo Särkämö, profesor de neuropsicología en la Universidad de Helsinki, Finlandia. “Sin embargo, aún sabemos poco sobre el potencial del canto para ralentizar o prevenir el deterioro cognitivo, ya que esto requeriría estudios a gran escala con años de seguimiento”.
Para Street, toda la investigación que demuestra los poderosos efectos del canto, ya sea a nivel social o neuroquímico, subraya por qué es una parte tan universal de la vida humana. Sin embargo, una de sus preocupaciones es que, a medida que las personas pasan cada vez más tiempo conectadas a la tecnología en lugar de entre sí a través de actividades como cantar, relativamente pocas personas experimentan sus beneficios.
“Estamos descubriendo mucho, especialmente en la rehabilitación de lesiones cerebrales”, afirma. Apenas están empezando a surgir estudios que demuestran que cantar puede tener estos efectos, incluso en personas con lesiones importantes. Es lógico que podamos beneficiarnos tanto, ya que el canto siempre ha desempeñado un papel fundamental en la conexión entre las comunidades.
Quizás sea una razón más para disfrutar el cantar villancicos alrededor del árbol de Navidad este año.
*Este artículo fue publicado en BBC Future. Haz clic aquí si quieres leer la versión original en inglés.
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