
Antes de vivir la violencia en carne propia, las Madres en Resistencia de Chiapas pensaban que las desapariciones forzadas y los feminicidios ocurrían solo en otros estados, que eran asuntos de los noticieros de televisión. Pero cuando les tocó a sus hijas, las cuatro mujeres chiapanecas tuvieron que tomar el camino que emprendieron muchas otras madres en México: se capacitaron sobre leyes y protocolos, perdieron la pena para tocar puertas, se organizaron entre ellas.
Fundaron así Madres en Resistencia, el primer colectivo de madres de víctimas de la violencia en Chiapas que es autónomo de los partidos políticos y, a mediados de mayo, organizaron un plantón frente al Palacio de Gobierno en Tuxtla Gutiérrez. La gente se les acercaba, los periodistas las entrevistaban. Obtuvieron una reunión con el gobernador Rutilio Escandón y una serie de juntas en la Fiscalía General del Estado (FGE), aunque todo esto les pareció “una simulación”.
Por esta razón, decidieron viajar a la Ciudad de México, donde el martes fueron atendidas por la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Conavim) y dieron una rueda de prensa en el Senado, y este miércoles fueron atendidas en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) y la Secretaría de Gobernación (Segob). Sus reuniones seguirán en los próximos días.
Las Madres en Resistencia exigen justicia para sus hijas y quieren visibilizar la corrupción en el sistema de justicia de Chiapas, un estado que —afirman— no es seguro como el gobierno lo promociona.
A Cassandra Isabel Arias Torres se la llevaron porque no paraba de gritar “¿Dónde está mi hijo?”. Era el día de la boda de su madre, el 17 de diciembre de 2022, y unos hombres armados irrumpieron en el salón de fiestas de Berriozábal. Traían en el pecho las siglas de la FGE y se presentaron como integrantes de este órgano.
“Todos abajo, celulares y carteras en la mesa”, gritaron al entrar, pero la joven de 18 años no les prestó atención y no paraba de preguntar por su hijito, que se encontraba en otra mesa. Se la llevaron junto con su novio, su tío y un músico.
“Creo que todo esto se debe al novio, lo conocíamos poco y es como si fuera un fantasma: nadie lo está buscando, no hay fotos de él y en la fiscalía me dijeron que hasta su nombre es falso”, dice Isabel Torres, madre de Cassandra. Según ella, se llevaron a su hermano y al músico porque tenían la misma conformación física del novio de Cassandra y es por lo que el día después, tras confirmar su identidad, los soltaron. Al hacerlo, les dijeron que en la noche iban a dejar también a Cassandra, pero nunca la liberaron.
“Estoy convencida de que sí fue la fiscalía y que sigue teniendo a mi hija. Se trata de un caso de desaparición forzada, pues hay servidores públicos involucrados”, dice Isabel. Una prueba más es, para ella, el hecho de que las camionetas con los cuatro secuestrados pasaron “como si nada” un retén, a pesar de que había hombres armados y encapuchados en la parte de atrás. Además, la Dirección Estatal de C5 no entregó el video de una de las cámaras que permitiría apreciar las placas de las camionetas.
Hace como un mes, Isabel vio en redes sociales una acción que las Madres en Resistencia y el Comité Junax Ko’tantic —que busca a migrantes chiapanecos desaparecidos— llevaron a cabo en San Cristóbal de Las Casas, en ocasión del 10 de mayo. Decidió buscar a las Madres en Resistencia, colectivo que en ese momento estaba conformado por tres madres de víctimas de feminicidio, para unirse a ellas y buscar a Cassandra.
“Ahora solicité que la Fiscalía General de la República (FGR) atraiga mi caso y estoy en espera de respuesta”, dice Isabel. “Vamos a seguir presionando para que haga su trabajo, estaremos ahí como cuchillitos, hasta que se desesperen de nosotras. No quiero que a mi hija me la entreguen en un cajón como se la han entregado a mis demás compañeras”.

Mientras hablaba en la plaza principal de San Cristóbal de Las Casas, Flor Emilia Alcázar Coutiño tenía el abrazo de las demás Madres en Resistencia. “No nos hacen caso, pero vamos a ir luchando hasta las últimas consecuencias, porque a nuestras hijas les quitaron sus proyectos de vida”, dijo al micrófono durante el acto público al que participaron este año en ocasión del 10 de mayo.
Flor se sumó a las Madres en Resistencia cuando encontró a Maricruz Velasco Nájera y Adriana Gómez Martínez en la presentación de un libro en Tuxtla Gutiérrez. Rápidamente, las tres mujeres se conectaron en su determinación de encontrar justicia por sus hijas asesinadas.
Paola Yazmín Ocampo Alcázar, hija de Flor y de 37 años, desapareció el 7 de diciembre de 2022. Como todas las mañanas, fue a la escuela primaria David Gómez de Tuxtla Gutiérrez, donde trabajaba como intendente. En la tarde no regresó a la casa y su familia empezó a buscarla. Antes que todo, en las instalaciones de la escuela: en los cuartos, en el jardín, en la cisterna. Paola no estaba. Sus familiares regresaron al día siguiente y se percataron de que alguien había puesto candado a una de las cisternas que ya habían revisado. Fue allí donde encontraron a Paola, flotando.
“La escuela de mi hija es federal, así que el caso irá a la FGR, de esto estoy contenta”, dijo Flor a principios de junio, saliendo de una de las reuniones con la FGE que las Madres en Resistencia lograron obtener tras su plantón en Tuxtla Gutiérrez. “Somos una. De mis compañeras aprendí la importancia de estar juntas y apoyarnos. Gracias a la unidad logramos visibilizar nuestros casos y la situación que vivimos aquí en Chiapas”. De hecho, cada vez que una de ellas tiene una junta con las autoridades o acude a una oficina de gobierno, las demás la acompañan.

Maricruz Velasco Nájera se acostó al lado de su hija Karla Yesenia Gómez Velasco. Le habló, la besó, la abrazó y revisó su cuerpo frío, tendido en el Servicio Médico Forense (Semefo) de Tuxtla Gutiérrez. Tenía golpes y moretones, había perdido dos uñas y su cabello estaba alborotado, a pesar de que cuando salió de la casa lo tenía bien recogido. Maricruz no tuvo dudas: a Karla la habían asesinado y la FGE intentó venderle “una novela barata” para encubrir a personas que trabajan en política.
“Mi esposo y yo no somos peritos, no somos médicos, pero somos personas y analizamos también. O sea: no somos tontos”, dice Maricruz. “En el momento en que vi a mi hija entendí que fue violada y asesinada, y que luego le pasaron el carro encima para hacernos creer que se trató de un accidente”.
Era julio de 2018. Casi tres años después del feminicidio de la joven de 19 años, un hombre que trabajó con ella en la campaña electoral de Carlos Penagos —entonces candidato a la presidencia municipal de Tuxtla Gutiérrez— fue condenado a ocho años por haberla atropellado.
Tras la muerte de su hija, Maricruz y su esposo Manuel crearon la Fundación Karla Velasco, en la que siguen caminando. La mujer impulsó dos caravanas que la llevaron a viajar por el país exigiendo justicia para Karla y, con Adriana Gómez Martínez, fundó Madres en Resistencia. Lo que pidió ayer a la SCJN es que se brinde perspectiva de género al asesinato de su hija y que su caso sea reclasificado como feminicidio.

Adriana Gómez Martínez conoció a Maricruz Velasco Nájera en marzo de 2020, cuando esta acudió a la rueda de prensa que había organizado frente al Instituto del Deporte (Indeporte) de Tuxtla Gutiérrez. Dos meses antes, su hija Jade Guadalupe Yuing Gómez, de 13 años, había sido encontrada ahorcada en las instalaciones del instituto, donde entrenaba judo.
Inmediatamente, Adriana entendió que no se trataba de suicidio, como demostró la pericia de una médica, que comprobó que la fractura en el cuello de Jade era debida a estrangulamiento. De acuerdo con Adriana, el ahorcamiento fue simulado y en un primer momento hasta se encontró una carta al lado del cuerpo sin vida de la niña, que luego se perdió.
“He descubierto tantas cosas que le estoy haciendo el trabajo a la FGE”, afirma Adriana, quien está convencida de que Indeporte —una institución donde entrenan deportistas de élite— está encubriendo el feminicidio para no manchar su reputación, y que la FGE está colaborando en manipular y esconder pruebas.
Junto con Maricruz y otras madres, Adriana viajó a lo largo del país para contar su historia. Habló en las universidades, encontró activistas, dio entrevistas a la prensa. En varias ocasiones viajó a la Ciudad de México, donde repartió su carpeta de investigación, se plantó afuera de la mañanera y fue recibida por Olga Sánchez Cordero, entonces secretaria de Gobernación. “En la reunión de ayer, pedí a la SCJN que envíen a Chiapas alguien que haga un peritaje de criminalística de campo, pues no confío en las autoridades chiapanecas”, dice Adriana.


El acuerdo regula cómo ambas naciones deben repartirse el agua de los ríos Bravo y Colorado, que forman parte del límite territorial entre ambas.
La disputa sobre la implementación de un tratado firmado en 1944 que regula cómo Estados Unidos y México deben repartirse el agua de los ríos Bravo y Colorado, vuelve a intensificarse.
El presidente Donald Trump anunció este lunes que dio luz verde a la documentación para imponer un arancel del 5% a los productos procedentes de México si el país vecino “continúa incumpliendo” el tratado.
En un mensaje publicado en su red Truth Social, el mandatario subrayó que México debe más de 986 millones de metros cúbicos de agua a EE.UU. y estableció el 31 de diciembre como el plazo para que México entregue más de 246 millones de metros cúbicos de agua.
“Cuanto más tarde México en liberar el agua, más perjudicados resultarán nuestros agricultores”, advirtió Trump, instando al gobierno de Claudia Sheinbaum a “solucionar ya” la cuestión.
La implementación del tratado ha generado en el pasado fuertes protestas de agricultores mexicanos, según los cuales la extracción de agua para EE.U. en tiempos de sequía amenaza seriamente su medio de vida.
En abril, Trump ya había amenazado a México con aranceles e incluso sanciones por el tema del agua.
“México está incumpliendo su obligación. Esto …perjudica gravemente a los agricultores del sur de Texas”, escribió entonces Trump en su plataforma Truth Social.
“El mes pasado detuve los envíos de agua a Tijuana hasta que México cumpla con el Tratado de Aguas de 1944… y seguiremos intensificando las consecuencias, incluyendo aranceles y, quizás, incluso sanciones, hasta que México cumpla con el tratado y le dé a Texas el agua que le corresponde”, agregó.
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, respondió en ese momento a Trump con un mensaje en su cuenta oficial de X.
“El día de ayer fue enviada al subsecretario del Departamento de Estado de Estados Unidos una propuesta integral para atender el envío de agua a Texas dentro del tratado de 1944, que incluye acciones de muy corto plazo. Han sido tres años de sequía y, en la medida de la disponibilidad de agua, México ha estado cumpliendo”.
“He instruido a los secretarios de Agricultura y Desarrollo Rural y Relaciones Exteriores, así como a la secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales que de inmediato hagan contacto con la Secretaría de Agricultura y el Departamento de Estado del gobierno de Estados Unidos. Estoy segura que, como en otros temas, se llegará a un acuerdo”, dijo la mandataria en abril.
De alguna manera, se podría decir que el llamado Tratado de la Distribución de las Aguas Internacionales firmado por México y EE.UU. en 1944 tiene su origen en otro acuerdo alcanzado casi un siglo antes de esa fecha.
El Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo (más conocido como Tratado de Guadalupe Hidalgo), firmado en 1848 al final de la guerra entre ambos países iniciada por la disputa de Texas, fue el que estableció que México cedería a EE.UU. más de la mitad de su territorio en aquel entonces.
Pero además, también fijó la frontera entre ambos países en el río Bravo -conocido como río Grande por los estadounidenses- y cuyas aguas han sido centro de conflicto en Chihuahua.
La ubicación estratégica del río hacía necesario un plan de distribución entre ambos actores. Tras años de negociación y varias propuestas fallidas, México y EE.UU. firmaron en Washington el tratado vigente en la actualidad.
Según el acuerdo, México se queda con dos tercios de la corriente principal del Bravo y cede a su vecino el resto, que no podrá ser menor de unos 432 millones de metros cúbicos (Mm3) anuales.
Como contraparte, EE.UU. cede a México cada año 1.850 Mm3 del río Colorado, que en su mayoría se encuentra en suelo estadounidense pero que también pasa por la frontera entre ambos países hasta desembocar en el golfo de California, entre los estados mexicanos de Baja California y Sonora.
El acuerdo también establece que la Comisión Internacional de Límites y Aguas (CILA), un organismo binacional, es el encargado de resolver las posibles diferencias en materia de límites.
El pacto estipula que EE.UU. cumplirá con su entrega de agua cada año, mientras que México podrá hacerlo en períodos de cinco años.
“Es de los mejores acuerdos que se han logrado en la historia con relación a EE.UU.”, afirmó en 2020 el expresidente Andrés Manuel López Obrador.
Reformar o actualizar las condiciones de un tratado que fue firmado hace 76 años podría ser una de las opciones para tratar de solucionar conflictos.
Pero algunos analistas consideran que tanto los litros de agua acordados como la posibilidad de entregar su parte cada cinco años en lugar de anualmente son ventajas que México no debería perder.
Para los agricultores del lado mexicano de la frontera, lo que está en juego en tiempos de sequía agravada por el cambio climático, es algo mucho más inmediato que los vaivenes diplomáticos entre ambos países.
Los enfrentamientos de 2020 entre agricultores y la Guardia Nacional en Chihuahua tuvieron lugar tras la decisión del gobierno de extraer agua de la presa de la Boquilla para cumplir el tratado con EE.UU.
En ese entonces, el vocero de los agricultores, Salvador Alcantar, presidente de la Asociación de Usuarios de Riego de Chihuahua (Aurech), señaló que estaba en riesgo el futuro de unas 20.000 familias que viven del campo en la región.
Alcantar compartió con BBC Mundo uno de sus mayores temores:
“En 1995 no se abrieron las presas para sembrar y hubo una migración masiva desde nuestros municipios. Los hombres en edad productiva se marcharon para dar sustento a la familia, fue una desintegración familiar fuerte que aún estamos sufriendo”, recuerda.
“Y ese es el problema social que podemos volver a ver si no sembramos el año próximo”.
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