En 55 días, Claudia Sheinbaum sumó a 150 expriistas, expanistas, experredistas e independientes, durante su gira “La Esperanza nos Une”, de cara a convertirse en la precandidata única de la coalición Morena, Partido del Trabajo (PT) y Partido Verde Ecologista de México (PVEM) rumbo a las elecciones presidenciales en 2024.
La coalición fue registrada este 19 de noviembre con el nombre “Sigamos haciendo historia”, y aunque está conformada solo por Morena, PT y PVEM, ha ido adhiriendo a perfiles emanados de los partidos que conforman el Frente opositor: PAN, PRI y PRD, incluso, a quienes fueron opositores a el presidente Andrés Manuel López Obrador, en un intento de asegurar no solo la presidencia, sino garantizar la mayoría en el Senado y la Cámara de Diputados.
Animal Político realizó un conteo de las y los políticos de otros partidos a los que Sheinbaum abrió las puertas durante su gira e identificó a 150 personajes. El caso más evidente fue del exclavadista olímpico Rommel Pacheco, quien fue diputado federal del PAN, bancada con la que votó en contra de la reforma eléctrica de López Obrador, y 15 días antes de anunciar que apoyaría a Claudia Sheinbaum levantó la mano a su rival electoral, la aspirante presidencial de la oposición, Xóchilt Gálvez.
Se trata también de cuadros que han coordinado campañas presidenciales de la oposición, que fueron titulares de secretarías de Estado, que arropados por el PRI o el PAN buscaron gobernar estados o municipios, y otros más que, mientras ocuparon un cargo público, fueron señalados de presuntos actos de corrupción.
Los simpatizantes y militantes de Morena no han pasado por alto el origen de estas adhesiones, lo que ha generado fuertes críticas dentro del partido y reproches directos a Claudia Sheinbaum, quien tuvo que enfrentar rechiflas y abucheos durante la firma de los acuerdos de unidad que encabezó en todo el país -previo al arranque de la precampaña-, al punto de tener que dejar de mencionarlos y evitar compartir el presídium con ellos.
“Nosotros luchamos desde hace años y abrimos el movimiento cuando había que abrirlo, pero eso no significa traicionar nuestros principios, nunca, nunca, porque si los traicionamos nos abandona el pueblo de México”, dijo el 24 de septiembre pasado en Oaxaca, luego de que los presentes en la firma del acuerdo de unidad abuchearon a Eviel Pérez Magaña, expriista que colaboró en el gobierno del expresidente Enrique Peña Nieto y quien bajo las siglas del PRI buscó gobernar Oaxaca.
En días recientes, la lista de perfiles que se han sumado a la Cuarta Transformación incluye al senador priista Jorge Carlos Marín que con 44 años de trayectoria tricolor abandonó su militancia y dejó a su bancada para sumarse al Verde Ecologista, en la víspera de que cerrara el registro de los aspirantes a contender por la candidatura en Yucatán.
Anunció su registro, pero casi de inmediato declinó en favor de Joaquín Díaz Mena, un expanista que en el gobierno de López Obrador fue superdelegado de los Programas de Bienestar en Yucatán y resultó ganador en la encuesta de Morena.
Ramírez Marín se desempeñó como vicecoordinador general de la campaña de Enrique Peña Nieto y más tarde se convirtió en el representante del tricolor frente al INE, al tiempo que era el vicecoordinador del tricolor en la Cámara de Diputados.
Pedro Kumamoto, regidor con licencia de Zapopan, Jalisco y quien en 2015 -a sus 25 años- irrumpió en la escena política arropado por la figura independiente, también se sumó a la construcción del “segundo piso de la transformación”, como Sheinbaum define el proyecto que espera encabezar en 2024.
Luego de convertirse en el primer candidato independiente en ganar una curul en el Congreso de Jalisco, Kumamoto fundó el partido Futuro que decidió adherirse a Morena, Partido Verde y Partido del Trabajo.
“Nos sumamos a esta gran coalición porque estamos seguros de que es la única vía en la que podemos tener la fuerza para verdaderamente transformar lo que hoy nos duele tanto. A quienes siempre me han apoyado les quiero decir algo: seguimos siendo las mismas personas, con los mismos valores, las mismas luchas y con las mismas agendas”, sostuvo ante las críticas que recibió, en su cuenta de X. Pero las críticas, dentro y fuera de Futuro, no pararon.
Para sorpresa de muchos, uno de los primeros “fichajes” de este tipo de la exjefa de Gobierno fue el diputado local Gonzalo Espina, quien renunció a sus casi 12 años de militancia en el PAN para sumarse al proyecto de Sheinbaum, en medio de una investigación por presuntos actos de corrupción inmobiliaria que involucran a su partido en la Ciudad de México.
El expanista anunció una “ola azul” que recorrería las 16 alcaldías de la CDMX para sumar a más panistas a Morena.
“Con ella (Sheinbaum) vamos a estar hasta donde tope, hasta donde tenga que llegar (…) Aquí no hay vuelta para atrás, aquí no es de regresar, simplemente estamos defendiendo también como panistas una ideología que nos ha ido quitando del partido, el Partido Acción Nacional no es el partido al que yo entré así casi 12 años”, afirmó el diputado local.
Jorge Gaviño, exdirector del Metro de la CDMX durante la administración del perredista Miguel Ángel Mancera y diputado local por el PRD, también anunció su respaldo total a Sheinbaum. Aunque pertenecía a la bancada del Sol Azteca en el Congreso CDMX nunca militó en el partido. Renunció a su posición fundando la Asociación Parlamentaria Izquierda Liberal e impulsó la aspiración fallida a la jefatura de Gobierno del exjefe de la policía, Omar García Harfuch.
Quienes también han ofrecido apoyo total a Claudia Sheinbaum son los presidentes municipales que hace un par de años llegaron a sus puestos bajo el cobijo del PRI, PAN, PRD, PT, PES u otro partido.
En una revisión hecha por Animal Político a los acuerdo de unidad firmados por Claudia Sheinbaum se pudieron ubicar a 50 presidentes y expresidentes municipales que renunciaron a sus partidos para cerrar filas con la exjefa de gobierno.
Entre ellos se encuentra, por ejemplo, Julio Arreola Vázquez, presidente municipal de Pátzcuaro, Michoacán, que consiguió su puesto representando al partido Fuerza X México, organización política patrocinada por el líder de la CATEM, Pedro Haces, que tras las elecciones del 2021 perdió su registro por no alcanzar el 3% mínimo de la votación requerido.
Apenas el 1 de abril pasado, el presidente municipal fue recibido a jitomatazos por parte de comerciantes, quienes acusaron que el funcionario acudió en estado de ebriedad a una reunión en la que discutirían detalles sobre la construcción de un nuevo mercado.
Amado Basurto Gálvez, presidente municipal de Tlacoapa, Guerrero -y quien también se ha sumado a la autoproclamada Cuarta Transformación- ganó la presidencia municipal arropado por el PAN, sin embargo, por presuntos actos de corrupción, fue destituido de sus funciones por habitantes de esta región de la montaña de Guerrero.
En una asamblea en la que participaron más de 200 personas, el edil fue denunciado por falsificar firmas, así como usurpación de identidad con el fin de justificar un millón 781 mil 485 pesos destinados para “la mano de obra barata” en la carretera artesanal. Además, más de 300 asambleístas denunciaron falta de transparencia, obras fantasmas en el municipio, desvíos de recursos y acoso sexual en el ayuntamiento.
Otro de los ediles que se han sumado a Claudia Sheinbaum es Jonathan Moisés Ensaldo Muñoz, presidente municipal de Atenango del Río, Guerrero quien llegó al cargo representando al Partido Encuentro Social.
En julio pasado resultó herido por arma de fuego cuando acudió a una diligencia con habitantes del poblado de San Juan Teocalcingo que disputaban un predio. Dos personas fueron detenidas y el edil pasó una noche en el hospital.
Jesús Yasir Deloya Díaz, presidente municipal de Técpan de Galeana, también en Guerrero, ganó en 2018 arropado por el PRD y en 2021 fue reelecto. En julio pasado anunció que renunciaba a su militancia perredista para apoyar a Sheinbaum.
Uno de los eventos en los que más rechiflas se escucharon fue la Firma del Acuerdo por la Unidad en Sinaloa, en donde los asistentes no dejaron de gritar consignas en contra del gobernador, Rubén Rocha Moya, mientras enlistaba a los perfiles tricolores que se sumarían al movimiento.
Se trató de 54 expriistas, lo que obligó a la aspirante presidencial a borrar de sus redes sociales la transmisión del evento.
Entre las consignas que se escucharon se encontró “¡Fuera el PRI! y ¡Muera el PRI!”.
“Vamos a serenarnos… Tranquilidad y paciencia mi querido Solín, diría Kalimán”, fueron las primeras palabras de la hoy precandidata presidencial en respuesta a las rechiflas.
“Vamos a tranquilizarnos”, prosiguió, pero los ánimos continuaron calientes.
“Muera el PRI”, insistió un hombre.
“Muera el PRI, sí, sí es cierto”, respondió Sheinbaum, pero la respuesta no convenció a la audiencia que siguió gritando.
“¿Me van a escuchar, o no?”, tuvo que preguntar con voz seria la morenista en dos ocasiones, hasta que la audiencia le permitió continuar con su discurso.
Los gritos y rechiflas fueron especialmente para el exalcalde de Mazatlán, Fernando Pucheta Sánchez, quien ya ha anunciado que buscará de nuevo competir por la alcaldía cobijado por Morena y Jesús Valdés Palazuelos, exdirigente estatal del PRI, exalcalde de Culiacán y exsecretario de Ganadería y Agricultura en el gobierno de Quirino Ordaz.
“Sé que cuesta trabajo, pero hay que entender que queremos una mayoría muy amplia para seguir transformando los destinos de la nación (…) Tenemos que abrir la puerta para tener esa mayoría calificada, porque tenemos una tarea, seguir transformando la vida pública de México”, insistió Sheinbaum.
Al término del evento, medios locales cuestionaron a los expriistas sobre las rechiflas, mismas que minimizaron al afirmar que en el presídium no se escucharon.
“La verdad acá arriba no se escuchaban, nosotros escuchábamos porras buenas, ustedes escuchaban diferente”, señaló Valdés Palazuelos al portal Línea Directa.
Otros de los expriistas que fueron abucheados en la jornada fueron el diputado local, Ricardo Madrid Pérez, quien se desempeñó como consejero político nacional, estatal y municipal del PRI; así como la diputada local, Cinthia Valenzuela Langarica, exdirigente estatal del PRI y quien hace apenas un año, en el marco de la celebración de los cuatro años del gobierno del presidente López Obrador, reprochó los nulos resultados de su gestión.
“No tiene nada que celebrar el presidente de la república; nos deja mucho a deber en estos cuatro años en seguridad, salud, educación y me pudiera pasar todo un día enlistando los errores que ha tenido el gobierno federal (…) veo con preocupación un país que no avanza y con promesas de campaña sin cumplir”, sostuvo en septiembre de 2022.
Un día después de presenciar la inconformidad de los militantes y simpatizantes morenistas que reprocharon la suma de priistas a su proyecto, Sheinbaum tuvo que lidiar con una segunda muestra de rechazo.
En Oaxaca, los gritos y rechiflas por los priistas también retumbó en el lugar y la aspirante presidencial tuvo que contener a la multitud explicándoles por qué es importante sumar a esos perfiles, diciéndoles que lo importante no es de dónde vienen, sino a donde van.
Entre los expriistas abucheados se encontró Eviel Pérez, quien buscó gobernar Oaxaca arropado por el PRI, fue titular de la Secretaría de Desarrollo Social en el sexenio de Enrique Peña Nieto y después se desempeñó como colaborador en la campaña de José Antonio Meade en la Secretaría de Desarrollo Social; así como Mariana Benítez, quien fuera una cercana colaboradora de Jesús Murillo Karam cuando encabezó la Procuraduría General de la República (PGR).
Tal y como pasó un día antes en Sinaloa, los presentes también abuchearon al gobernador Salomón Jara quien, aunque no estuvo en el presídium, fue recibido a gritos por los asistentes en el auditorio de la Guelaguetza en donde se llevó a cabo la Firma del Acuerdo por la Unidad.
“¿Ustedes creen que personas de otros partidos políticos quieran apoyar al movimiento? Pues resulta que sí. En 2017, López Obrador convocó a mucha gente que no era del movimiento a que se incorporara, algunos de otros partidos políticos, priistas, panistas, perredistas, que decidieron abandonar sus partidos y entonces se abrió el movimiento. Les pregunto entonces, ¿el presidente abandonó sus principios? No, como presidente ha cumplido”, defendió Sheinbaum.
Sin embargo, a la distancia de aquellas decisiones, el presidente López Obrador ha reconocido públicamente que se equivocó al invitar a ciertos perfiles a que lo acompañaran en 2018, por ejemplo, los senadores Lili Téllez y Germán Martínez.
“Yo fui el responsable de eso (…) se cometen errores, muchos, no hay quien diga que no comete errores”, reconoció López Orador en su conferencia matutina del 7 de diciembre de 2022
“Triunfa la señora (Lilly Téllez) y sin hacerle nada se vuelve mi adversaria más furibunda (…) no sólo me he equivocado con ella, está el caso de Germán Martínez”, dijo.
Tras los episodios vividos en Sinaloa y Oaxaca, las adhesiones al proyecto de Claudia Sheinbaum fueron más controladas, privilegiando la presencia de deportistas, intelectuales, artistas y empresarios, dejando de lado presentar a políticos emanados de otros partidos que generan rechazo por parte de los asistentes.
En Morelos, la aspirante presidencial tuvo que atajar la rechifla al dirigente estatal del partido, Ulises Bravo Molina, hermano del gobernador Cuauhtémoc Blanco, quien asumió las labores de “delegado en funciones de dirigente” del partido en el estado, con lo que esquivó una resolución del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que lo hacía inelegible al cargo desde septiembre de 2022.
Bravo Molina se incorporó a Morena en julio de 2022 y antes de cumplir un mes en su nuevo partido, el hoy dirigente se hizo de uno de los 50 lugares del Consejo Político del partido en Morelos.
Al mes siguiente se llevó a cabo la elección de la dirigencia estatal de Morena, la cual ganó con una apretada votación de 25 contra 24.
La irrupción de Bravo Molina no ha sido ajena a los militantes y simpatizantes de Morena en Morelos, por lo que fue abucheado por los presentes en el evento que Sheinbaum encabezó en Jiutepec.
De hecho, para evitar otro episodio de rechiflas, al momento de firmar el Acuerdo por la Unidad no se le invitó a pasar al frente y desde su silla observó cómo firmaban los invitados especiales.
En San Luis Potosí los ánimos también se encendieron a tal nivel que previo a que Sheinbaum saliera, simpatizantes del Partido Verde Ecologista y de Morena protagonizaron una riña a sillazos.
En 2021, Morena se fracturó en ese estado luego de que una parte del movimiento se negara a respaldar a Ricardo Gallardo -actual gobernador-, por lo que fue postulado por el Partido Verde y el Partido del Trabajo, lo que provocó que en la votación Morena cayera al tercer lugar.
Durante la visita de Sheinbaum al estado quedó claro que las rencillas entre ambos grupos no han sido resueltas de cara a las elecciones de 2024.
En todos los casos, la lucha de posiciones puede significar una bomba de tiempo para el movimiento que ahora encabeza la exjefa de gobierno.
Raúl no podía dar un paso más. Las ampollas le quemaban los pies y las piernas no le respondían.
Sus compañeros de viaje decidieron dejarlo atrás después de esperarlo durante tres horas en un peñasco del Cerro Picudo, en el desierto de Sonora en Arizona.
El grupo de cinco migrantes y un coyote llevaba cinco días caminando por el desierto, tras cruzar la frontera entre México y Estados Unidos.
Raúl Sánchez Sánchez tenía dos celulares: uno de línea mexicana y otro de línea estadounidense. El coyote le sugirió que usara el número de Estados Unidos para llamar al 911 y pedir que lo rescataran, aunque la patrulla fronteriza finalmente lo deportara a México.
Le dijo que si caminaba un poco más, captaría señal en alguna loma del Cerro Picudo, una montaña inhóspita que sobresale como una cabeza en las explanadas del desierto, en la ruta de 190 kilómetros desde Altar Sonora, en México, hasta el pueblo de Tres Puntos, en Arizona.
Vestido con una camiseta roja y unos tenis negros, el mexicano de 36 años se recostó en la roca que marcaba la intersección entre dos caminos, como una Y, en una colina del Cerro Picudo. Llevaba sus pertenencias en una mochila.
El desierto de Sonora ocupa 86.100 kilómetros cuadrados, un territorio tres veces más grande que el de Haití. Del lado mexicano se extiende por las provincias de Baja California y Sonora. Del lado estadounidense, por los estados de Arizona y California.
Raúl le dijo al coyote que respiraba con dificultad y no podía moverse. Prefería retomar el camino cuando se sintiera mejor. Aún le quedaba agua y comida. Si se topaba con otros migrantes, se uniría a ellos para salir del desierto.
El coyote y los migrantes vieron a Raúl por última vez entre las 4:00 y 4:30 de la tarde del martes 22 de agosto de 2023.
Durante una semana su hermana Inmaculada lo llamó a la línea mexicana y a la de Estados Unidos, pero nadie respondió. Agobiada por el silencio, reportó la desaparición de Raúl a las Águilas del Desierto, un grupo de voluntarios que busca migrantes en el desierto de Sonora, entre Arizona y California.
Tras evaluar el caso, los voluntarios decidieron hacer un operativo para buscarlo el sábado 7 de octubre, casi siete semanas después de su desaparición.
Octavio Soria, conocido entre los voluntarios como Chaparrito, carga en su mochila una cruz que sembrará en la tierra si encuentra los restos de Raúl en el desierto.
La cruz de madera pintada de blanco fue donada por la congregación de las hermanas felicianas de América del Norte, para honrar la memoria de los migrantes que fallecen en el intento por llegar a Estados Unidos.
La frontera entre México y Estados Unidos es el paso migratorio terrestre más peligroso del mundo, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
En esta frontera ocurrieron casi la mitad de las 1.457 muertes y desapariciones de migrantes documentadas en el continente americano en 2022, aunque la OIM advierte que la cifra está subestimada por falta de datos oficiales de los gobiernos de México y Estados Unidos.
La noche anterior a la búsqueda, Chaparrito condujo siete horas hasta el campamento de las Águilas del Desierto en Ajo, un pueblo en el sur de Arizona ubicado a menos de 90 kilómetros de la frontera con México.
Dado que el campamento todavía no dispone de instalaciones formales, Chaparrito durmió aquella noche dentro de una carpa después de rociar repelente para ahuyentar a las serpientes, ratones, alacranes y hormigas.
A las 4:00 de la mañana, los 15 voluntarios que participan en la búsqueda se alumbran con linternas mientras cargan las camionetas con radiotransmisores, frutas, botellas de agua y suplementos de electrolitos, para reponer los minerales que perderán a través del sudor.
La deshidratación es la principal causa de muerte entre los migrantes que atraviesan el desierto de Sonora, el más cálido de América del Norte, con temperaturas que se aproximan a los 50ºC.
Aunque el calor y la falta de acceso a ríos y arroyos amenazan la vida de los migrantes, muchos escogen atravesar el desierto de Sonora porque hay menos vigilancia que en otros puntos fronterizos como California, Nuevo México o Texas, donde el paso está bloqueado por muros, boyas y alambres de púas.
Después de decenas de búsquedas, los voluntarios han comprobado que deben llevar al menos 13 botellas de agua cada uno: diez para consumo propio y otras tres para entregarlas a algún migrante vivo que encuentren en plena travesía.
La clave es beber el agua a sorbos durante la caminata, para evitar síntomas como fatiga, dolores de cabeza o mareos.
Al igual que otros voluntarios, Chaparrito viste una camiseta amarilla fosforescente para distinguirse del marrón y verde que dominan el paisaje, botas para pisar las vigorosas espinas de los arbustos y coberturas hasta las rodillas para evitar las mordeduras de serpientes.
También lleva lentes y sombrero para protegerse del sol que a esa hora aún no despunta.
Un amuleto cuelga de su mochila: el zapato de un niño que recogió en un operativo por el desierto de California, entre San Diego y Tijuana. Le gusta pensar que aquel “zapatito” quedó atrás cuando los padres del niño partieron de madrugada, después de haber descansado bajo el árbol donde lo encontró.
“Este zapatito me ha acompañado durante los tres años que he sido voluntario con las Águilas del Desierto”, cuenta mientras verifica que lleva agua suficiente para la jornada.
Hace 34 años, cuando Chaparrito tenía 14, su madre lo envió a Estados Unidos con un tío desde Querétaro a través del desierto de California. Cada vez que participa en una búsqueda, piensa en el sacrificio que significó para ella separarse de él.
Cuando Inmaculada reportó la desaparición de su hermano a las Águilas del Desierto, dijo que tenía un tatuaje de la Virgen de Guadalupe en el brazo derecho y usaba un implante para reemplazar dos dientes superiores.
Raúl es el menor de seis hermanos. La familia Sánchez es oriunda de San Antonio Acatepec, un pequeño pueblo de la sierra en el municipio Zoquitlán, en el estado de Puebla, en el centro de México.
Los Sánchez pertenecen al pueblo nativo de los nahuas y su lengua es el anáhuac.
Inmaculada no sabe leer ni escribir en español. Cuando los voluntarios de las Águilas del Desierto le dijeron que llamara al consulado mexicano en Arizona para denunciar la desaparición de Raúl, sintió que sería incapaz de encarar las gestiones para su búsqueda.
“Eso era lo peor que me podía pasar, verme obligada a pedir ayuda en un idioma que no hablo bien”, cuenta en entrevista telefónica desde San Antonio Acatepec.
Asegura que en el consulado le dijeron que debía recabar pruebas de dónde había desaparecido Raúl y cómo iba vestido.
“¿Cómo lo van a encontrar si ya tiene mes y medio perdido?”, se preguntaba Inmaculada. “¿Quién lo va a rescatar en ese desierto tan grande y peligroso?”.
Envuelta en la incertidumbre, contactó a un compadre de Raúl para que la ayudara a localizar al coyote.
Raúl perdió su empleo en un autolavado durante el confinamiento por la pandemia del coronavirus. En vista de que no encontraba un trabajo estable, decidió marcharse a Estados Unidos. En la sierra quedaron sus dos hijos adolescentes y su pareja mientras él emprendía la ruta.
“Él nunca me dijo que tenía pensado irse por el desierto de Sonora. Si me lo hubiese dicho, jamás se lo habría permitido”, dice Inmaculada.
Las Águilas del Desierto reciben alrededor de 450 peticiones de búsqueda mensualmente a través de sus números telefónicos y sus cuentas en redes sociales.
Con un centenar de voluntarios que rotan en cada operativo, ejecutan dos o tres búsquedas cada mes. Descartan la mayoría de los casos por falta de información que permita identificar en qué lugar del desierto deben buscar.
Sin embargo, el compadre de Raúl proporcionó coordenadas precisas después de conversar con el coyote que orientó al migrante en su tránsito hacia Estados Unidos.
Según el coyote, Raúl y los demás migrantes pasaron frente a un rancho y caminaron más de una hora por un arroyo seco ubicado en la cara este del Cerro Picudo. Subieron por la montaña y dejaron a Raúl junto a la roca. Luego tomaron el camino hacia la derecha en la Y.
“No se ha conectado por Whatsapp. Eso es lo raro”, dice el compadre en una reunión por Zoom con los rescatistas, como si no comprendiera el significado de aquella ausencia.
El compadre vive en Estados Unidos pero es indocumentado, por lo que pide mantenerse en el anonimato.
Frente a un mapa del desierto marcado por las coordenadas, Ely Ortiz, director de las Águilas del Desierto, pone en duda que los compañeros de Raúl le hubieran dejado agua y comida, los recursos más valiosos para los migrantes que cruzan el desierto.
“¡Qué rara ruta lleva esta gente!”, dice Ely. Le parece más lógico seguir las faldas del cerro en lugar de subirlo.
Los voluntarios se preguntan qué camino pudo haber seguido Raúl si tenía dificultades para caminar, y concluyen que hay dos posibilidades: encontrarlo cerca de la roca donde lo vieron por última vez o en la ruta del arroyo hacia las faldas de la montaña.
“Él no aguantó subir esto”, supone Ely mientras rasca las pendientes del Cerro Picudo con el cursor sobre el mapa, en una pantalla compartida con los voluntarios.
“Está feo este lugar”.
Cree que pueden abarcar seis kilómetros si dividen a los voluntarios en dos grupos: uno subirá el Cerro Picudo hasta la roca que marca la Y y el otro seguirá el curso del arroyo en la base de la colina.
“Se les agradece de todo corazón”, dice el compadre de Raúl antes de despedirse. “Dios me los bendiga a todos”.
El sábado 7 de octubre, a las 8:30 de la mañana, el videógrafo José María Rodero y yo llegamos junto con los voluntarios a la entrada del desierto de Sonora más próxima al costado oriental del Cerro Picudo.
Decidimos acompañar a Chaparrito en el grupo que caminará por el arroyo.
Los voluntarios del otro grupo informarán por las radios, sintonizadas en la frecuencia 2, si encuentran a Raúl en la montaña.
Ely Ortiz buscó a su hermano y a su primo por el desierto de Sonora durante cuatro meses en 2009. Pidió asistencia a la patrulla fronteriza de Arizona y a los Ángeles del Desierto, la única organización que en aquel entonces buscaba a los migrantes desaparecidos.
Sin embargo, no obtuvo ayuda porque los migrantes fueron abandonados por el coyote dentro de una base militar abandonada. Cuando finalmente logró el permiso de acceso, no se imaginó cuánto le afectaría recuperar los restos.
“Se hicieron momias por el calor, todavía despedían un olor terrible. Mi hermano se quitó los zapatos y los puso a su lado, supongo que ya tenía los pies muy lastimados por las ampollas”.
Ely asegura que aquella experiencia le ocasionó “un trauma muy grande”.
“La primera noche no pude dormir. Me agarró un miedo que no me dejaba hacer nada, lo veía en todas partes”, cuenta el rescatista. “Por eso decidí dedicarme a buscar migrantes en el desierto de Sonora”.
Junto a su esposa Marisela, Ely comenzó a organizar búsquedas los fines de semana, mientras su hija mayor de 12 años se quedaba en casa a cargo de sus hermanas menores.
“Fue una decisión familiar muy importante. Mi hija tuvo resentimiento contra nosotros porque sentía que la habíamos abandonado”, explica Marisela. “Y yo tenía culpa por delegarle la responsabilidad de cuidar a sus hermanas”.
Durante los primeros operativos, Ely salía del desierto con ampollas sangrantes. En una ocasión sintió que iba a desmayarse por un golpe de calor y pidió a otros voluntarios que llamaran al 911 para que lo evacuaran de emergencia.
“En ese momento entendí por qué muchos mueren de sed y calor”, afirma. “Los migrantes se meten debajo de un arbusto para dormir y no vuelven a despertar”.
Cuando conoce la última ubicación de un migrante desaparecido, Ely reporta el caso a la patrulla fronteriza y al consulado competente. Gracias a esas gestiones se han encontrado al menos 500 migrantes con vida durante los 14 años que ha funcionado la organización.
La desaparición de Raúl también fue notificada a la patrulla fronteriza de Arizona.
Cuando los voluntarios encuentran el cuerpo del migrante que buscan, Ely llama a los parientes para darles la noticia. “Los familiares suelen pedir fotos de los restos. Siempre les pregunto si están preparados para ver eso”.
Después de tantos años, los operativos todavía le afectan. “Cada vez que encontramos un cuerpo, vuelvo a recordar a mi hermano”.
Al menos 3.600 migrantes indocumentados han fallecido en el desierto de Sonora desde 1990, según las autoridades estadounidenses.
Este sábado, Ely y Marisela se quedan en las camionetas para coordinar a los voluntarios por radio y socorrerlos en los vehículos de ser necesario. Reparten naranjas y agua de coco antes de que los rescatistas se internen en el desierto para buscar a Raúl.
Al igual que en otros operativos, los voluntarios se reúnen en círculo y elevan juntos una plegaria a Dios para que los proteja de las amenazas del desierto y los ayude a encontrar al migrante que están buscando.
Iniciamos el recorrido junto a Chaparrito y nos topamos con “evidencias”, como llaman los voluntarios a los rastros que dejan los migrantes: mochilas de camuflaje para disimular su paso por el desierto y “zapatos alfombra”, calzados felpudos que no dejan huellas en la tierra para evitar que la patrulla fronteriza los detecte.
En algunos lugares se acumulan botellas de plástico, encendedores, cobijas, ropa y juguetes. Antes de tocar las mochilas con las manos, los voluntarios las voltean con palos para comprobar que no haya un escorpión o una serpiente dentro.
El voluntario Alberto Ortega descubre la huella de un puma de montaña en la tierra. Cuando sube la mirada, avista un zopilote negro, un ave de rapiña que sobrevuela y come la carne en descomposición que detecta en tierra.
La presencia de los zopilotes ayuda a los voluntarios a localizar cuerpos a distancia. “El olor es insoportable si el cuerpo está fresco. Sencillamente te corta la respiración”, dice Alberto mientras se abre paso por un matorral tupido.
De pronto, encontramos huesos desperdigados entre los arbustos.
Alberto se agacha, pone una cinta métrica junto al hueso más grande y le toma una foto con su celular. Repite el procedimiento con cada hueso visible. Cuando recupere señal, enviará las imágenes a médicos forenses del condado de Pima, para que confirmen si se trata de huesos humanos o de animales.
Luego toma las coordenadas y amarra cintas amarillas fosforescentes a piedras que coloca junto a los huesos, para facilitar a las autoridades la tarea de encontrarlos.
Descendemos por el camino de piedras que alguna vez fue el fondo del arroyo. A medida que avanzamos, Chaparrito grita: “¡Somos Águilas del Desierto! ¡Traemos agua y comida!”.
Aquella alerta no solo busca ayudar a los migrantes que puedan estar perdidos y sedientos por la zona. También advierte sobre la presencia de los voluntarios a miembros del crimen organizado que circulan por aquella frontera porosa para el tráfico de drogas.
Recibimos un aviso por las radios: un migrante vivo que escuchó a Chaparrito se acercó para pedir ayuda y entregarse a la patrulla fronteriza.
“¡Necesito agua, necesito comida!”, le dijo en llanto a Marisela, que esperaba en el auto junto a Ely.
Cuando regresamos a los vehículos, encontramos al hombre sentado, con la mirada perdida. Me acerco para preguntarle cómo se siente y tarda varios segundos en responder, como si no entendiera lo que estoy diciendo.
Accede a que Ely llame a la patrulla fronteriza para que lo auxilien y lo envíen de vuelta a México.
Dice que tiene 42 años. Su esposa y sus dos hijas lo esperan en México. “Es horrible. Si hubiese sabido que corría el riesgo de morir, jamás habría entrado al desierto”.
Lleva tres días perdido, sin agua ni comida. Cuando escuchó el grito de Chaparrito, se escondió y nos observó. “Tuve mucho miedo, me costó entender que podían ayudarme”.
“Ahora lo único que quiero es volver con mi familia”.
Mientras seguimos el curso del arroyo, el otro grupo escala el Cerro Picudo durante más de cuatro horas y llega al lugar donde Raúl fue visto por última vez con vida.
Sin embargo, los voluntarios no encuentran rastros del migrante.
Hay tantas rocas grandes y maleza crecida que les resulta difícil estar seguros de que llegaron al peñasco donde el camino se divide en una Y. Dos de los voluntarios se adelantan y avistan huesos.
“Esperen, compañeros, encontramos un cuerpo”, escuchamos por la radio.
Son huesos de costillas y pies. En el lugar donde debería estar la cabeza, había un arito de metal, como un piercing.
A varios metros de distancia encuentran un cráneo y una cartera con la identificación de una mujer llamada Soledad Elizabeth Alvarado Castillo. En el carnet figura una dirección de domicilio en el estado de San Luis Potosí, en el centro de México.
A todos les sorprende haberse topado con un cuerpo que no estaban buscando en un área tan remota del desierto.
Días después, los voluntarios encontraron la ficha de Soledad en el portal de la Comisión Estatal de Búsqueda de Personas de San Luis Potosí.
Medía 1,55, tenía 28 años, los ojos cafés claros y el cabello largo y lacio. Fue vista por última vez un año y siete meses antes, el 28 de enero de 2022. Tenía tres tatuajes, un piercing en la lengua y otro en la nariz.
Mientras sus compañeros cercan el primer cuerpo, el voluntario Roberto Martínez saca fuerzas para treparse por las rocas y buscar más pertenencias del cadáver.
“Varios metros más adelante, veo unos pies sobre una piedra y empiezo a ponerme nervioso”, recuerda Roberto.
Se acerca y descubre otro cuerpo que tiene una camiseta roja, unos tenis negros y un implante dental. Como Raúl.
“Les dije a los compañeros que había localizado al muchacho que estábamos buscando”.
Durante su voluntariado en las Águilas del Desierto, Roberto ha encontrado varios cuerpos. “Siempre me pregunto cómo es posible que nos hagamos esto de un ser humano a otro, cómo las fronteras y la política nos llevan a perder la vida”.
Ninguno de los voluntarios que había subido el Cerro Picudo llevaba una cruz de madera pintada de blanco para ponerla junto a los cuerpos.
Solo las llevan Chaparrito y Alberto en el grupo del arroyo.
Cuando nos enteramos de los hallazgos por las radios, le pido a Ely que nos ayuden a llegar al lugar donde al parecer han encontrado a Raúl. Advierte que es peligroso y no quiere ponernos en riesgo.
Sin embargo, Chaparrito y otro voluntario se ofrecen a acompañarnos.
No nos queda mucha agua después de haber caminado durante cinco horas.
Desde la base de la montaña, Chaparrito apunta al peñasco donde se quedó Raúl para mostrar un pequeño punto amarillo, la camiseta de otro voluntario.
A medida que avanzamos, las cuestas se hacen más empinadas y los matorrales se transforman en túneles de espinas que se enganchan a la ropa y desgarran la piel.
Después de subir durante un par de horas, aparecen dos voluntarios que bajan agotados. “Ahora les viene la peor parte”, alerta uno de ellos.
Aquella advertencia me hace entender que si sigo subiendo, quizás no tenga fuerzas para volver por mis propios medios. Sedienta y mareada, decido regresar con los voluntarios que bajan.
Le pregunto a mi compañero José si puede seguir adelante y responde que sí. Chaparrito se despide diciendo que cuidará bien de él.
Les toma otras dos horas alcanzar el lugar donde está el cuerpo de Raúl. Cuando están cerca de llegar, un calambre en las piernas asalta a Chaparrito y José se tuerce una rodilla.
“Sigamos subiendo que sí podemos”, le dice Chaparrito a José.
Empieza a tronar. Uno de los voluntarios dice que no me preocupe. No ha llovido durante los últimos tres meses en el desierto, así que seguramente las pendientes estarán secas cuando Chaparrito y José bajen de la montaña.
Cuando avistan la cinta roja que marca el perímetro del cuerpo de Raúl, Chaparrito se da la vuelta y le pregunta a José: “¿Estás preparado mentalmente? ¿Sí sabes a lo que te vas a exponer?”
Chaparrito avanza entre las grandes rocas grises con la cruz blanca colgada de la mochila.
Cuentan que un olor a carne descompuesta se abalanza sobre ellos. A medida que se aproximan a la cinta roja, escuchan el zumbido de moscas.
José se atreve a mirar el cuerpo. Está acostado boca arriba, con la cabeza girada hacia un lado, junto a una mochila y un galón negro de agua.
Los restos están bajo el sol, como si Raúl se hubiese quedado sin fuerzas para buscar una sombra y resguardarse de las inclemencias del desierto.
Chaparrito retira la cruz blanca que carga en la mochila y saca un crucifijo y un frasco de agua bendita. Deja el bolso a un lado y se quita el sombrero que lo ha resguardado del sol durante toda la jornada.
Clava la cruz en la tierra cerca del cuerpo y pone varias piedras entorno a la base, para garantizar que se mantenga erguida a pesar de los embates del viento.
Chaparrito coloca el crucifijo en la cruz y se arrodilla. Extenuado, pide que le recuerden el nombre del muchacho que buscaban.
“¡Raúl!”, grita Roberto, el voluntario que encontró el cuerpo.
Chaparrito se persigna e inicia una oración:
“Ave María purísima…
Padre santo, en tus manos ponemos a Raúl.
Lamentablemente no fue la dicha que le esperaba.
Te rogamos, padre santo, que lo recibas en tu santo reino.
Tal vez, Señor, él fue pecador.
Tal vez, Señor, él vino con la idea de sacar a su familia adelante.
Sin embargo, no lo pudo lograr”.
“Con esta agua bendita resplandezco”, dice antes de tomar el frasco y rociar gotas sobre la cruz y el cuerpo. “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén”.
De rodillas, Chaparrito se persigna y permanece en silencio para ahogar el llanto, pero no puede contenerlo. Con la cabeza reclinada hacia adelante, se cubre la cara un instante, luego abre los ojos y se seca las lágrimas.
Después de una inhalación profunda, dirige la mirada hacia un lugar vacío, como si evitara observar el cuerpo.
Un agente de los equipos de búsqueda y rescate del condado de Pima aterriza en la montaña, a bordo de un helicóptero, para retirar los cuerpos.
“Muchas gracias, hicieron un gran trabajo”, dice a los voluntarios.
Comienza a llover.
Mientras espero que Chaparrito y José bajen de la montaña, después de nueve horas de caminata, veo la llegada de los cuerpos en el helicóptero y su traslado en una camioneta.
Un funcionario del equipo de búsqueda y rescate del condado de Pima me explica que aquella montaña es un lugar remoto por donde pasan los migrantes que se extravían en la ruta hacia Estados Unidos.
Estamos ante una ocasión excepcional. En promedio localizan un cuerpo al mes. Sólo aquel día lograron rescatar dos, gracias a las Águilas del Desierto.
Ely dice que es inusual que se movilicen tan rápido para recuperar restos. Aclara que muchos migrantes han aparecido en el Cerro Picudo, pero del otro lado, en el oeste de la montaña.
Al final del operativo, antes de despedirse satisfecho por los hallazgos, Chaparrito revela que se mudará a Texas para fundar un nuevo capítulo de las Águilas del Desierto.
En la sierra de San Antonio Acatepec, la familia de Raúl espera que el consulado mexicano en Arizona cumpla con la repatriación de sus restos.
“Estamos agradecidos con los voluntarios por buscar a mi hermano y permitirnos tener un cierre”, dice Inmaculada entre sollozos.
“Lo más importante es que mi mamá entierre a su hijo”.
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