Tras pasar más de 19 años en prisión, Juana Hilda González Lomelí, una de las personas acusadas por el llamado caso Wallace, podría recuperar su libertad gracias a un proyecto de sentencia elaborado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).
El proyecto, elaborado por la ponencia del ministro Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, propone ordenar la “inmediata y absoluta libertad” de Juana Hilda, al considerar que no existen pruebas suficientes para acreditar que ella secuestró y asesinó al hijo de la activista Isabel Miranda de Wallace, Hugo Alberto Wallace Miranda.
Sin embargo, a tan solo unas horas de que la Primera Sala de la Corte emita su sentencia, la Fiscalía General de la República (FGR) pidió aplazar una vez más la discusión del asunto, argumentando el proceso de renovación del Poder Judicial de la Federación (PJF).
Aplazar la discusión del caso de Juana Hilda afectaría también a otras seis personas procesadas y sentenciadas por los delitos de secuestro y delincuencia organizada, como Brenda Quevedo, en cuyos casos se comprobó que hubo pruebas obtenidas bajo tortura y diversas violaciones al proceso judicial.
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En 2006, Juana Hilda fue detenida luego de que la entonces PGR la señaló como presunta responsable de los delitos de secuestro, delincuencia organizada y portación de armas de uso exclusivo del Ejército, cometidos en perjuicio de Hugo Alberto.
Años más tarde, fue sentenciada a 78 años y nueve meses de prisión por el secuestro de Hugo Alberto, una resolución que se basó en la supuesta confesión que hizo del crimen, misma que fue obtenida bajo tortura, sin acceso a una defensa adecuada y sin contar con una resolución sin perspectiva de género.
El caso de Juana Hilda llegó a la Suprema Corte hace tres años, cuando el máximo tribunal del país decidió asumir la resolución del amparo indirecto 26/2022, en el que el Instituto Federal de Defensoría Pública (IFDP) argumenta que deben ser excluidas diversas pruebas ilícitas, entre ellas la declaración obtenida bajo tortura psicológica.
De acuerdo con el proyecto a discutirse, la acusada “solamente se autoincriminó durante el tiempo en el que estuvo detenida en el centro de arraigo. No lo hizo en sus declaraciones previas, ni tampoco en las posteriores. Solamente aceptó su participación en el secuestro de (Hugo Alberto) cuando estuvo retenida en un centro de arraigo operado por la entonces procuraduría General de la República, responsable de armar la investigación”.
Pese a ello, la FGR insiste en dejar a Hilda en prisión, al tramitar un impedimento contra el ministro Gutiérrez Ortiz Mena, “derivado de la situación por la que atraviesa nuestro sistema jurídico mexicano, al enfrentarnos a la idea de un nuevo poder judicial tanto federal como local y en específico la zozobra que rodea la nueva conformación de la Suprema Corte”.
Brenda Quevedo es una de las personas que podría verse beneficiada en el caso de que la Corte falle a favor de la libertad de Juana Hilda.
Pese a que se comprobó que fue víctima de tortura sexual y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes, Brenda continúa a la espera de su libertad, desde su domicilio, en el que se encuentra arrestada, custodiada por elementos de la Guardia Nacional.
“Pasé de una vida muy tranquila, llena de sueños, a dar un vuelco de 180 grados que cambió radicalmente mi situación y la de mi familia. Antes de la detención había vivido dos años en Londres, y al volver conocí a Jacobo Tagle, otro de los acusados, y por ser su novia me implicaron en el caso”, una situación que de acuerdo con Quevedo “ha sido una pesadilla llena de terror y sinsabores”.
Entre lágrimas, Brenda señala que la “pesadilla” comenzó cuando se vió en diversos espectaculares en los que la señalaban como delincuente y ofrecían una recompensa por su información, y continúa hasta el día de hoy, ya que, aunque se encuentra en su domicilio, “esto no se ha acabado, y ni siquiera puedo salir al hospital, aunque tengo pendiente una cirugía por las secuelas que me provocó la tortura”.
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En los 19 años que lleva su proceso, su familia tuvo que vender casi todas sus posesiones, por lo que actualmente reside con ellos en un pequeño departamento en la Ciudad de México, desde donde espera con ansias la resolución que podría poner fin a su encierro.
“Ha sido muy difícil, ver de este lado todo el tiempo que pasó, lo que se perdió, ha sido un gran impacto que me llevó a una depresión, porque uno idealiza el estar fuera de prisión, ver a la familia, pero estar aquí no es fácil, porque me partieron la vida en pedazos, porque sigo encerrada y eso me genera mucho estrés y ansiedad… pero espero que pueda pegarlos pronto para volver a vivir”, expresa.
“Entre lo más difícil está la soledad, porque la mayoría de las personas que conocía de alejaron, y sólo mi mamá, alguna tía y pocas amistades mantienen contacto conmigo, ya que no puedo salir y el lugar donde vivo está permanentemente custodiado, y eso espanta a la gente porque creen que va a pasar algo”, detalla en entrevista.
En tanto llega el momento en el que se determine su libertad, dice que ha aprendido a cocinar, “algo que nunca intenté antes” y se entretiene realizando rutinas de ejercicio con apoyo de videos de YouTube; en un “intento de realizar distintas actividades para mantenerme a flote”.
“Hubo muchas fabricaciones, tortura y otras cuestiones que quedaron fuera del marco legal en la investigación, por lo que espero que este sea el principio del fin, porque una respuesta favorable para Juana Hilda nos ayudaría a todos los que estamos implicados, porque ya ha pasado demasiado tiempo, demasiado desgaste y demasiado sufrimiento, porque somos inocentes”, subraya.
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El llamado caso Wallace inició el 11 de julio de 2005, cuando la empresaria Isabel Miranda de Wallace denunció el presunto secuestro de su hijo Hugo Alberto Wallace Miranda.
Tras realizar una “investigación propia”, la empresaria acusó a Juana Hilda González Lomelí, Brenda Quevedo Cruz, Jacobo Tagle Dobín, César Freyre Morales y los hermanos Albert y Tony Castillo Cruz por ser los presuntos responsables del secuestro de su hijo, incluso publicando sus rostros y datos personales en decenas de espectaculares que fueron colocados en toda la Ciudad de México.
Según la versión de Isabel Miranda, los presuntos responsables asesinaron a su hijo en un departamento de la capital, lugar donde metieron el cuerpo sin vida de su hijo al baño, lo desnudaron, le tomaron diversas fotografías, lo cortaron con una sierra eléctrica para meterlo en bolsas de plástico y maletas, y lo llevaron a “las aguas negras”, donde lo desecharon.
Por esta denuncia, la entonces Procuraduría General de la República (PGR) inició una investigación que finalmente derivó en el arresto de los seis implicados, acusándolos de los delitos de secuestro y delincuencia organizada.
Sin embargo, de acuerdo con el Instituto Federal de Defensoría Pública (IFDP), que lleva el caso de los seis implicados, las pruebas clave del caso carecen de “validez jurídica”, pues se basan en una confesión obtenida bajo tortura psicológica, pruebas obtenidas en cateos si haber preservado el lugar ni la cadena de custodia y una fotografía obtenida sin resguardo adecuado.
Estas violaciones han sido objeto de recomendaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) por violaciones graves a los derechos humanos. Incluso, instancias internacionales como el Grupo de Trabajo sobre la Detención Arbitraria de la ONU y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) tienen en sus manos tres casos que están en “etapa de fondo” y dos peticiones que están en “trámite”.
Además, asegura que los casos enfrentaron una participación “irregular” de Isabel Miranda de Wallace que, en aquiescencia con autoridades, posibilitaron violaciones a derechos humanos y fabricación de pruebas.
Estados Unidos tiene desplegados unos 40 mil militares y civiles en una decena de países de la región, que operan bases, sistemas de defensa aérea, aviones de combate y buques de guerra.
Estados Unidos cuenta con una importante fuerza militar en Medio Oriente, con tropas en más de una decena de países y navíos desplegados en las aguas de la región.
Estas bases albergan actualmente a unas 40.000 personas, entre militares y civiles, además de sistemas de defensa aérea, aviones de combate y buques de guerra.
Tras el ataque de Estados Unidos a tres instalaciones nucleares en Irán, estas bases se han convertido en potencial objetivo de las represalias iraníes, cuyo gobierno ya advirtió de que se “reserva todas las opciones” para responder.
La presencia estadounidense en la zona, que durante las guerras de Irak o Afganistán llegó a contar con más de 160.000 soldados desplegados, había sido reforzada el año pasado por las tensiones entre Israel e Irán y para responder a los continuos ataques de los hutíes de Yemen a navíos comerciales y militares en el mar Rojo.
Pero en los últimos días, en previsión de los ataques y para proteger al personal en caso de una respuesta a gran escala por parte de Teherán, Estados Unidos había pedido la salida voluntaria de dependientes de militares de las bases regionales.
En total, EE.UU. tiene instalaciones militares en al menos 19 emplazamientos en la zona, ocho de ellos considerados permanentes por muchos analistas regionales: Arabia Saudita, Bahréin, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Irak, Israel, Jordania, Kuwait, Qatar y Siria.
Según el instituto independiente de investigación Council on Foreign Relations (Consejo de Relaciones Exteriores), el ejército estadounidense también utiliza grandes bases en Yibuti y Turquía, que forman parte de otros mandos regionales pero que a menudo contribuyen de forma significativa a las operaciones estadounidenses en Medio Oriente.
A continuación te explicamos cómo son las principales bases de EE.UU. en la zona, todas ellas bajo el Mando Central del ejército estadounidense (CENTCOM, por sus siglas en inglés).
Este pequeño reino alberga la sede de la Quinta Flota de la Armada de Estados Unidos, responsable de las fuerzas navales estadounidenses en el golfo Pérsico, el mar Rojo, el mar Arábigo, y la costa de África del este hacia el sur hasta Kenia.
Las instalaciones se conocen como Naval Support Activity Bahrain (Actividad de Apoyo Naval de Bahréin), y albergan también el cuartel general del Comando Central de las Fuerzas Navales de EE.UU.
Unos 9.000 militares estadounidenses están desplegados en este país insular.
Varios navíos de la Armada estadounidense tienen sede en el puerto de Bahréin, que cuenta con aguas muy profundas que permiten la entrada de barcos de gran calado, como los portaaviones UUS Carl Vinson y otros.
Entre ellos hay cuatro buques antiminas y dos buques de apoyo logístico. La Guardia Costera estadounidense también tiene buques en el país, incluidas seis lanchas de respuesta rápida, según AFP.
Kuwait es de los países que cuenta con más bases militares estadounidenses en la región.
Entre ellas está el Campamento Arifjan, sede del cuartel general avanzado del componente del CENTCOM del ejército estadounidense. Esta instalación sirve de núcleo operacional y de logística para las fuerzas armadas de EE.UU. en Medio Oriente, con grandes reservas de material para abastecer a las distintas operaciones.
También se encuentra en Kuwait la base aérea Ali al-Salem, que alberga la 386ª Ala Expedicionaria Aérea, “el principal centro de transporte aéreo y puerta de enlace para el despliegue de potencia de combate a las fuerzas conjuntas y de coalición en la región”, según AFP.
Además, Estados Unidos también tiene drones, entre ellos los MQ-9 Reaper, en Kuwait.
Solo en el Campamento Arifjan y la base aérea Ali al Salem, el ejército de EE.UU. tiene desplegados a unos 13.500 militares, según el Departamento de Estado estadounidense.
La base de Al Udeid, en Qatar, es la mayor de toda la región, alberga un cuartel general avanzado del Mando Central de Estados Unidos (CENTCOM), así como de sus fuerzas aéreas.
Al Udeid ha sido fundamental para las operaciones que en el pasado ha llevado a cabo el ejército de Estados Unidos en Irak, Siria y Afganistán.
Allí está también desplegada la 379.ª Ala Expedicionaria Aérea de la Fuerza Aérea de EE.UU.
El presidente Donald Trump la visitó le pasado 15 de mayo durante la gira que realizó por Medio Oriente.
En los últimos días, Washington había retirado decenas de aeronaves de las pistas de Al Udeid, como mostraron imágenes satelitales, lo que hizo sospechar que los había movido para protegerlos de eventuales ataques iraníes en respuesta por una intervención estadounidense.
De una cuarentena de aviones, entre ellos Hércules C-130 de transporte y aviones de reconocimiento, que podían verse en imágenes publicadas por Planet Labs el pasado 5 de junio, solo quedaban tres aeronaves dos semanas después, según AFP, que pudo analizar las imágenes.
En Qatar hay desplegados unos 10.000 soldados estadounidenses.
El ejército estadounidense cuenta con la base aérea de Al Dhafra, en Emiratos Árabes Unidos (EAU), una base estratégica dedicada al reconocimiento, la recopilación de inteligencia y el apoyo a las operaciones aéreas de combate.
La base alberga el Ala Expedicionaria Aérea 380 de EE. UU., una fuerza compuesta por 10 escuadrones de aeronaves y que también incluye drones como los MQ-9 Reapers.
Estados Unidos llegó a tener hasta 160.000 soldados desplegados en Irak en más de 500 bases en el país durante la invasión que derrocó a Sadam Hussein y que duró de 2003 a 2001.
Hoy, sin embargo, hay estacionados unos 2.500 militares estadounidenses en el país, y Washington negocia con el gobierno de Bagdad su retirada progresiva.
Estos militares forman parte de la coalición internacional que combate al grupo yihadista Estado Islámico, y lo hacen principalmente desde dos bases aéreas, la de Al Asad y la de Erbil, en el Kurdistán iraquí.
Estas bases, así como otras menores que siguen abiertas en el país, han sido objetivo de ataques de grupos aliados de Irán desde que se iniciara la guerra en Gaza en octubre de 2023.
La presencia militar de Estados Unidos en Siria está también vinculada a la lucha contra el Estado Islámico, que surgió de la guerra civil que estalló en 2011 en el país y que acabó por ocupar grandes prociones de territorio en Siria e Irak.
El ejército de EE.UU. tiene unos 2.000 militares en varias bases en el país, que trabajan con las fuerzas de seguridad locales para prevenir un resurgimiento del grupo yihadista.
En junio Washington anunció que reduciría el número de bases militares que opera en el país de ocho a una, y que cambiarían su políticas con respecto a Siria “porque ninguna ha funcionado”.
Trump decidió levantar las sanciones a Siria de forma inesperada el pasado mes de mayo, y su gobierno se ha mostrado dispuesto a dialogar con el nuevo líder de facto del país, Ahmed Sharaa, cuya milicia logró derrocar a Bashar al Assad a finales de 2024.
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