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“Esperábamos más del colegio”: México es el segundo lugar mundial en acoso escolar con 280 mil casos en 2024
“Esperábamos más del colegio”: México es el segundo lugar mundial en acoso escolar con 280 mil casos en 2024
Foto: Cuartoscuro/Archivo
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“Esperábamos más del colegio”: México es el segundo lugar mundial en acoso escolar con 280 mil casos en 2024

Con más de 280 mil casos en el último año, México se ubica como el segundo lugar a nivel mundial con más acoso escolar, según mediciones internacionales. Las cifras siguen a la alza porque no se atiende el problema de raíz.
08 de mayo, 2025
Por: Marcela Nochebuena

A sus 10 años, y ahora en cuarto de primaria, ‘Alfonso’ –a quien se le ha cambiado el nombre para resguardar su identidad– está en proceso de superar el acoso escolar que conoció desde sus primeros años de estudiante. Tras cursar los primeros ciclos escolares en línea por la pandemia, siguió más tarde a un modelo híbrido.

Desde entonces, algunos profesores le comentaban a sus padres que tenía problemas ocasionales para fijar su atención y concentrarse. En el tiempo de pandemia fue complicado notarlo y que comenzara con terapias de motricidad, parecidas a la estimulación temprana pero con un niño de seis años. Siempre le costó trabajo la interacción con sus pares. 

“Él hace el intento, pero no lo logra. No logra sentirse aceptado, no logra sentirse parte del grupo. Nos cuesta mucho trabajo porque realmente él y nosotros como familia hacíamos un gran esfuerzo porque fuera a la terapia, pero era muy complicado el tema escolar en general, no solamente académico, sino la socialización”, relata su mamá.

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En segundo de primaria empezó a compartir grupo con un estudiante con autismo. Otros alumnos le ponían como reto que molestara a su compañero para poder aceptarlo. Fue cuando sus padres se dieron cuenta de la importancia del tema de la socialización. Terminaba presionado y al final, “víctima de sus propios actos”, describe Jessica, su madre.

acoso escolar mexico segundo lugar mundial
Foto: Cuartoscuro/Archivo

 

Ya en terapia psicológica, en tercero de primaria y sin aquel compañero, la agresión comenzó a dirigirse hacia él: toleraba actos de exclusión en juegos para los que él mismo llevaba los insumos, que le rompieran sus cosas o se las quitaran, que lo molestaran y otros abusos para conservar a sus “amigos”. Al regresar de unas vacaciones de Semana Santa, Jessica recuerda el momento más trágico:

Recibió una llamada al mediodía en la que le pedían recoger a su hijo que había tenido un “accidente”. Se fue para el colegio rapidísimo, para encontrarlo con la playera marcada con sangre y la cara hinchada. Las autoridades escolares, dice, no le comentaron de inmediato a la psicóloga que llevaba tiempo acompañándolo, y nadie estaba junto a él cuando su mamá llegó.

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Alfonso relató que le habían pateado la nariz por “accidente”, cuando habían ido por un balón y ya no había. “G. dijo que yo era el balón, me tiró y me empezó a patear”, contó a su mamá. Después, el agresor se había enojado porque la sangre había manchado su tenis, y terminó yéndose. “Revivirlo me duele mucho, porque era un niño de 9 años, en un lugar donde se suponía que debía estar completamente seguro. Cuando pasó eso fue como el punto cero. Ahí ya dijimos ‘esto ya no es normal, está totalmente fuera de control”, confiesa con pesar. 

 

Desde el concepto que tenía Alfonso de sí mismo y su deseo de pertenencia, el hecho de que las autoridades escolares no se lo hubieran entregado formalmente a la madre y la violencia entre los menores de edad, todo le parecía fuera de control. Jessica decidió levantar un acta de hechos en el ministerio público. Su hijo no pudo estar ni siquiera en el festejo del día del niño. Cuando por fin hablaron con el director general, sus papás se dieron cuenta de que ni siquiera estaba enterado. 

“Hablamos con él muy lastimados, porque le decíamos ‘pasó el día del niño, esto fue lunes, hoy es viernes y no nos han llamado para preguntarnos cómo están’. Como que nosotros esperábamos una mayor respuesta del colegio o un mayor seguimiento y no estaba ocurriendo”, lamenta. Las autoridades no sabían porque incluso los niños habían dado otra versión.

“Fuimos a hablar con el director, le llevamos un documento, le dijimos que sabíamos que nuestro hijo tenía ciertos derechos dentro del colegio, que nos sentíamos muy lastimados y defraudados de que se le haya expuesto de esa forma dentro del colegio, y a partir de ahí cambió todo el manejo que se estaba dando, porque en realidad no se estaba dando ninguno”, añade.

Aunque primero desearon la expulsión del niño que le había pegado a su hijo, después entendieron que también tenía derecho a seguir en la escuela. Sin embargo, sí se aplicó una suspensión activa. En adelante, Jessica vio una actitud más positiva por parte de la escuela. Ahora, Alfonso, diagnosticado con déficit de atención con hiperactividad, está en tratamiento y en un nuevo ciclo escolar en el que le va mucho mejor. Gracias al trabajo en conjunto, remarca su mamá.

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“La normativa ha quedado en el papel, pero no en el territorio”

Jesús Villalobos, vocero de la Red por los Derechos de la Infancia en México, explica que para atender estos casos, en la Ciudad de México se ha impulsado un protocolo en contra del acoso escolar a partir de que en 2014 se promulgó la Ley General de los derechos de niñas, niños y adolescentes, que en su artículo 59 establece la obligación de las autoridades de crear ambientes libres de violencia en instituciones educativas. Sin embargo, esa normativa quedó en el papel y no se ha aplicado en el territorio. 

Con los protocolos pasa lo mismo. Si bien impulsan sistemas de atención al acoso escolar en todos los niveles, aunque a nivel federal y estatal puedan existir normativas, a nivel municipal o hiperlocal no hay suficiente claridad o ideas concretas de cómo aplicarlas, y ese es el nivel de contacto más cercano a la ciudadanía.

“La Ciudad de México ha impulsado un protocolo, pero quien tiene atención directa con la niñez y la adolescencia no solamente no lo conoce, sino que además carece completamente de todos los elementos para poder llevarlo a la práctica y de la formación que tiene que ver con derechos de la niñez y adolescencia”, puntualiza.

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El caso reciente de Fátima, pero también el de Juan Pablo y Norma Lizbeth, tendrían que ser paradigmáticos –dice Villalobos– para que no se repitieran, pero siguen y lo único que va cambiando es el nombre de la escuela, de las autoridades y de las víctimas. Y ahora tenemos cifras alarmantes.

La hospitalización de Fátima en febrero de este año como resultado del hostigamiento que vivía en su escuela avivó la discusión en torno al acoso escolar, pero antes ya se habían registrado otros casos emblemáticos: la muerte de la estudiante de secundaria Norma Lizbeth en los primeros meses de 2023, luego de ser golpeada por una compañera que solía agredirla y agonizar 15 días en el hospital, así como el ataque a Juan Pablo, en julio de 2022, un niño de origen otomí que fue quemado por sus compañeros en una telesecundaria en Querétaro tras una larga historia de violencias y discriminación por no hablar español.

Juan Martín Pérez García, coordinador de Tejiendo Redes Infancia, señala que la omisión de las autoridades se manifiesta en un mismo patrón que se repite en todos esos y otros casos: desestimar los reportes de acoso escolar a partir de la idea equivocada de que es un problema “de o entre estudiantes”. Incluso, las autoridades suelen llegar a acuerdos entre familias mediante pagos o reparaciones del daño como única solución, para privilegiar su imagen institucional, pública o privada. 

acoso escolar mexico segundo lugar mundial
Foto: Cuartoscuro/Archivo

Acoso escolar, una estadística que no deja de crecer

Bullying sin Fronteras, una organización global que genera un estudio comparativo de datos, coloca a México como el segundo lugar a nivel mundial en casos de acoso escolar. Analizan que en 2024 sumaron en el país 280 mil, y se trata solo de los que tienen consecuencias violentas. Además, concluyen que 7 de cada 10 niñas, niños y adolescentes –aunque no lo reporten– han vivido algún tipo de acoso.

Para Villalobos, dos problemáticas son claras: los instrumentos a nivel estatal no tienen reflejo en instrumentos locales, es decir, en cada escuela, con sus propias dinámicas y medidas aplicables, debería existir un protocolo de actuación adaptado. Por otro lado, los profesores y las autoridades hacen caso omiso de la situación.

“Siempre aparecen dos actores nada más: quien recibió el castigo y quien fue violentado, y quien es violentado y su familia piden castigo. Se resume esa problemática en dos actores, pero no se toma en consideración que quien tiene que garantizar que la escuela sea segura, que sea un lugar a donde vayas con la tranquilidad de que vas a estar en un ambiente libre de violencia, son las autoridades locales”, apunta.

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La falta de atención de las autoridades a la problemática del acoso escolar se refleja también en la variedad de estadísticas al respecto. El Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la Ciudad de México reporta, en específico, que entre 2019, previo a la pandemia, y 2024, hubo un aumento en los casos de acoso escolar en la capital del 205 %, mientras que en la Encuesta Nacional sobre Discriminación se calcula que el 28 % de las y los adolescentes –12 a 19 años– han sido acosados en algún momento en sus entornos escolares, es decir, 3.3 millones de estudiantes. 

Actualmente, en el país hay 43 millones de personas cuya edad está entre los 0 y los 19 años, según datos del Sistema Nacional de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes (Sipinna). 

No hay estrategias en torno a una cultura de paz frente al acoso escolar

Villalobos recuerda que la única estrategia que ha dado resultados contra el acoso escolar –contrario a los castigos– es la cultura de paz: “Cuando enseñas a la niñez y la adolescencia, permanentemente, en el aula de clases que tiene que haber equidad de género, masculinidad sana, y que además se tienen que conocer, respetar y promover los derechos de la niñez y de la adolescencia. 

“Es ahí donde se tendría que empezar para que después también permee en los padres de familia y los demás actores de la sociedad”, señala el especialista. No se trata solo de falta de capacitación de las autoridades escolares, sino de un viraje en la mirada para dejar de normalizar la violencia.

El especialista recuerda que según datos del propio gobierno, 2.9 niñas, niños y adolescentes mueren diariamente producto de la violencia en el país, es decir, a causa de homicidios dolosos. Frente a esa realidad, no hay una respuesta que involucre la elaboración de políticas públicas, mientras que el plan nacional de desarrollo de la niñez y la adolescencia está completamente olvidado.

Una de las necesidades inmediatas, desde su perspectiva, sería dejar de normalizar la violencia y que el Estado garantizara que se genere una cultura de paz. Sin embargo, las políticas solo están encaminadas a vigilar y castigar. “No hay políticas encaminadas como tal al cambio de paradigma en cuestión de seguridad nacional”, apunta. Por un lado, es necesario cambiar la percepción sobre la seguridad y, por otro, impulsar la recomposición del tejido social. 

Para Pérez García, uno de los principales asuntos de sentido común, consignado por la ley, es creerle a las niñas y niños, desde una responsabilidad adulta para comenzar a generar condiciones y, como ha insistido la oficina de Naciones Unidas, superar la idea de que el acoso escolar es un problema de estudiantes

“El acoso escolar como un acto de violencia sistemática forma parte de una dinámica de la comunidad educativa. Esto implica que hay violencia entre estudiantes, por supuesto, que es la más visible, que es la que escuchamos y se hace viral, pero también hay casos, y se han documentado, de violencia de los maestros contra los niños y niñas”, explica.

Esas conductas, abunda, son solamente una reproducción social de la violencia que las infancias viven. Tres aspectos contundentes en los estudios académicos e investigaciones es que están reproduciendo la violencia que viven personalmente en su familia, su comunidad o la propia escuela.

“Están en una condición muy grave de violencia, de abandono particularmente de las autoridades, y al mundo adulto nos sorprende que reproduzcan la violencia cuando es la comunidad educativa la que lo permite, tolera y garantiza con impunidad”, critica.

Reconocer eso obligaría a poner el foco en la comunidad educativa y en las obligaciones de las autoridades, lo que no exime a las familias, pero “el juego de ping-pong de culpar la escuela a las familias y las familias a las escuelas se tiene que acabar”.

“Ambas partes son adultas y ambas tienen responsabilidades legales. No hay un compromiso sostenido, con recursos y formación especializada, para reconocer que la violencia es expresión de la comunidad educativa, y no se ha logrado un cambio cultural. Tenemos un millón de maestras y maestros en sindicatos, al servicio de gobiernos, desde hace varios años, que se dedican a protegerlos en contra de los derechos de niñas y niños. Cuando hablamos de sus derechos, lo ven como una afrenta, como algo que va en contra de su rol de educadores”, concluye.

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Imagen BBC
¿Por qué ‘Requiem por un sueño’ sigue causando polémica a 25 años de su estreno en el cine?
9 minutos de lectura

Esta película sobre la adicción a las drogas fue muy aclamada y criticada cuando se estrenó en 2000. Hoy, no es menos polémica.

10 de junio, 2025
Por: BBC News Mundo
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Cuando el filme Réquiem por un sueño se estrenó hace 25 años, generó excelentes críticas y una acalorada polémica.

La proyección de medianoche en el Festival de Cine de Cannes culminó con una efusiva ovación de pie por parte de los 3 mil espectadores del auditorio.

Cuando se encendieron las luces y se vio a Hubert Selby Jr., autor de la novela de 1978 en la que se basó la película, las lágrimas corrían por sus mejillas.

La admiración de la crítica llegó pronto, y Peter Bradshaw, del diario británico The Guardian, dijo con entusiasmo que el director Darren Aronofsky había alcanzado las legendarias alturas de Orson Welles en cuanto a “energía, consistencia y dominio absoluto de la técnica”.

Sin embargo, la recepción fue muy distinta en el Festival de Cine de Toronto, donde algunos espectadores vomitaron de asco.

Con una clasificación para mayores de 17 años, la película recaudó apenas 7.5 millones de dólares con un presupuesto de 4.5 millones, y fue criticada duramente por algunos detractores por, como expresó Jay Carr en el Boston Globe, “refugiarse en una visión del infierno nacida de la comodidad burguesa”.

Lo que dividió la opinión de la crítica fue la forma en que Réquiem por un sueño retrataba a los drogadictos, con detalles desgarradores y en primer plano.

La película presenta a una viuda, Sara Goldfarb (interpretada por Ellen Burstyn), que se vuelve adicta a las pastillas para adelgazar con el objetivo de participar en un concurso televisivo.

Mientras tanto, su hijo Harry (Jared Leto) y su mejor amigo Tyrone (Marlon Wayans) traman un plan para enriquecerse vendiendo heroína. Cuando las cosas se complican, presionan a Marion (Jennifer Connelly), la novia de Harry, para que intercambie sexo por drogas.

La trama se arremolina como un torbellino que los arrastra hacia sus espantosos destinos: torturas con electrochoques, amputación de un brazo gangrenoso, reclutamiento en una cuadrilla de trabajo penitenciario supervisada por un guardia racista y explotación sexual.

Darren Aronofsky quiso ofrecer al público un bombardeo sensorial que imitara la experiencia de la adicción.

Pero terminó haciendo mucho más, provocando serios debates sobre el libre albedrío del adicto, la línea entre la observación compasiva y el voyerismo explotador, y el tóxico canto de sirena del propio sueño americano.

Veinticinco años después, estos debates siguen latentes.

La idea de la película surgió cuando el productor Eric Watson vio una copia de la novela de Selby en la estantería de Aronofsky en 1998.

“Darren me dijo que había tenido que dejarla a la mitad; era demasiado oscura e implacable, y eso me intrigó”, le dice Watson a la BBC.

“Le pregunté si podía prestármela para leer en un viaje de esquí con mis padres. Me arruinó las vacaciones por completo. Al volver, le dije a Darren: ‘Esta es la indicada; tenemos que hacer esta película’. Así que adquirimos los derechos de la novela por 1.000 dólares, y Darren escribió el guion”.

Jared Leto interpretando a Harry en la película
Alamy
La película provocó ovaciones y repulsión en la misma medida, y lo sigue haciendo.

Aronofsky y Watson enviaron el guion a todos los grandes estudios. ¿La respuesta?

“¡Silencio!”, recuerda Watson. “Nadie se molestó en llamarnos para rechazarlo”.

Sin desanimarse, consiguieron la mitad de la financiación que necesitaban de Artisan Entertainment y contrataron a un productor independiente, Palmer West, para que les ayudara a reunir el resto de un presupuesto ajustado.

El proceso de casting también resultó complicado.

“Tobey Maguire, Adrien Brody, Joaquin Phoenix, Giovanni Ribisi… todos exploraron el proyecto o se presentaron a la audición para interpretar a Harry, pero rechazaron el papel”, recuerda Watson. “Era un riesgo demasiado grande para sus carreras”.

Una vez elegidos, Leto, Connelly, Wayans y Burstyn se esforzaron por lograr autenticidad en sus interpretaciones.

Leto perdió 11 kg y convivió con heroinómanos sin hogar en el East Village de Nueva York.

Wayans recorrió sin camisa las gélidas calles de Brighton Beach, en Brooklyn, en febrero.

Al comenzar el rodaje, Burstyn simuló la pérdida de peso poco saludable de su personaje poniéndose un traje de 18 kg para sus primeras escenas, luego cambiándolo por uno de 9 kg y, finalmente, tomándose dos semanas de descanso y perdiendo 4.5 kg con una estricta dieta de sopa de repollo.

Representando la adicción a las drogas

Aronofsky, inspirado por los planos de Spike Lee en “Haz lo que debas”, utilizó tomas SnorriCam (cámaras acopladas al cuerpo del actor) para transmitir una sensación de disolución de la realidad externa.

A esto añadió pantallas divididas, aceleraciones y desaceleraciones, fundidos a blanco, tarjetas de título, espirales de cámara, lentes ojo de pez, planos generales extremos, pixelaciones y puestas en escena surrealistas.

Todas eran herramientas para imitar las distorsiones sensoriales inducidas por los opioides.

Pero aunque estos efectos visuales generaron entusiasmo, la visión de la película sobre la adicción a las drogas generó controversia.

Mientras que Trainspotting (1996) había sido criticada por glorificar la estética de la “heroína chic”, Réquiem por un sueño se percibía como un retrato incesantemente sombrío del consumo de sustancias.

Ewan McGregor, quien interpretó a Renton en la película Trainspotting
Getty Images
Ewan McGregor, quien interpretó a Renton en la película Trainspotting.

La imagen de una “espiral” se convirtió en la metáfora preferida de la crítica para describir la idea de la película de que los adictos, una vez enganchados, son arrastrados casi inexorablemente hacia finales horribles.

“Lamento decir que la forma en la que describe la trayectoria de la adicción a la heroína es notablemente precisa”, afirma David J. Nutt, profesor de neuropsicofarmacología en el Imperial College de Londres.

“La mayoría empieza a consumir por desesperación o desesperanza, pero muchos, como Harry y Tyrone, ven el narcotráfico como una aventura empresarial, como una forma de ganar dinero rápido y luego seguir adelante con sus vidas. Pero rara vez termina bien”.

Por otro lado, el profesor Nutt considera a Sara Goldfarb un símbolo de toda una generación de amas de casa de las décadas de 1950 y 1960 a las que se les recetaron anfetaminas sin supervisión médica adecuada.

En cuanto al destino de Marion, afirma que hoy en día “los proxenetas siguen controlando y abusando de las mujeres explotando sus adicciones”.

Pero lo fundamental de la película, añade Nutt, es que dramatiza la adicción como un trastorno químico cerebral que induce conductas compulsivas.

“No recurres a la reutilización de puntos de inyección extremadamente dolorosos a menos que seas presa de impulsos irresistibles”, afirma.

No todos los expertos en adicciones están de acuerdo.

Gene Heyman, profesor titular del departamento de Psicología y Neurociencia del Boston College, le dice a la BBC que Réquiem por un sueño describe admirablemente la euforia de la iniciación en las drogas, seguida de episodios de abstinencia cada vez más intensos y dolorosos.

Pero ahí termina su precisión.

“Esta película cuenta una historia conocida: una vez adicto, siempre adicto, y es necesariamente una trayectoria descendente de la que nadie se recupera”, dice Heyman.

“Y eso es completamente falso. Todos los datos epidemiológicos muestran que, a los 30 años, la mayoría de los consumidores habituales de drogas maduran y dejan de consumir, no vuelven a consumir, y lo hacen sin tratamiento ni intervención profesional. “Eso son solo los datos, no mi opinión. Están ahí para que todos lo vean”.

El sueño americano

Por su parte, Watson se exaspera al responder preguntas sobre la veracidad de la adicción en Réquiem por un Sueño.

“Hubert Selby fue muy activo en AA y NA [Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos], pero nuestra película nunca tuvo la intención de ser un documental ni un panfleto sobre el camino a la recuperación”, dice.

“No, no es realista. Es surrealista. Relájense”.

El propio Selby siempre insistió en que consideraba la drogadicción solo una manifestación del poder seductor del sueño americano y de lo que consideraba sus efectos tóxicos.

Antes del estreno de la película, escribió un nuevo prólogo para su novela, que decía: “Obviamente, creo que perseguir el sueño americano no solo es inútil, sino autodestructivo, porque en última instancia lo destruye todo y a todos los que lo componen”.

Muchos críticos han llegado a considerar que Réquiem por un sueño está en la misma línea que El gran Gatsby (1925) y Revolutionary Road (1961), obras que exponen el lado oscuro del mito estadounidense.

Con su televisión y su comida basuras, la película se circunscribe en un ambiente de adicciones específicamente estadounidense, afirma Kevin Hagopian, profesor de Estudios de Medios en la Universidad Estatal de Pensilvania.

Los personajes transportando equipos en una calle
Alamy
Tyrone (Marlon Wayans) y Harry (Jared Leto) inicialmente ven el tráfico de drogas como una forma de ganar dinero rápido antes de seguir adelante con sus vidas.

“El concurso televisivo que cautiva a Sara se centra en crear una alegría ansiosa, exagerada y falsa”, dice.

“Aquí hay una búsqueda desmedida de panaceas irrealistas, un atajo hacia una solución rápida para no tener que pensar nunca en el propósito de la vida. Aquí, el sueño americano no es lo que hay que perseguir, sino el villano definitivo. Y esa crítica es tan devastadora para los mitos que nos sostienen que no es de extrañar que mucha gente no la acepte”.

Danny Leigh, ahora crítico de cine del diario Financial Times, elogió efusivamente Réquiem por un sueño en la revista Sight and Sound cuando se estrenó.

“Me cautivó lo que era: sin duda, una obra cinematográfica con estilo, con un crudo brío cinematográfico”, le dice Leigh a la BBC.

Trainspotting había sido un acontecimiento cultural trascendental, que desencadenó un momento de vértigo en la cultura británica del momento, y vi ‘Réquiem por un sueño’ como una poderosa corrección, una advertencia casi paródica que golpeó con fuerza”.

Sin embargo, con el paso de los años, Leigh ha desarrollado recelos sobre la obra de Aronofsky.

“He llegado a sentir que hay cierta lascivia en su cine, como si se entrometiera en situaciones emocionalmente desesperadas y aplicara una condescendencia desagradable, incluso voyerista, a circunstancias trágicas”.

Leigh señala que este impulso alcanzó su extremo más grotesco en La Ballena (2022) de Aronofsky, en la que un profesor de inglés solitario y con obesidad mórbida, interpretado por Brendan Fraser, come hasta morir.

Hagopian, en cambio, considera que Aronofsky ha demostrado una genuina curiosidad por comprender a las personas marginadas de la sociedad.

“Muchas películas experimentales crean lo que yo llamaría ‘pesadillas de distanciamiento psíquico'”, opina.

“Piensen en Terciopelo azul (1986) de David Lynch, La pianista (2001) de Michael Haneke o Tenemos que hablar de Kevin (2011) de Lynn Ramsay; en todas ellas, nunca sabemos qué piensan o sienten realmente los personajes”.

Réquiem por un sueño, añade, adopta el enfoque opuesto al lograr lo que él llama una “pesadilla de intimidad psíquica”.

“Nos vemos tan cerca de los personajes que, en algún momento, su dolor y trauma parecen filtrarse en nuestra conciencia.

“Puede resultar claustrofóbico, incluso invasivo. Pero para mí, ese es el tipo de cine más valiente, y explica por qué esta obra de arte, ya sea que la admires o la detestes, queda grabada para siempre en la mente de las personas”.

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