“Estábamos entrando en una historia de impunidad, violencia, tragedia y venganza, que desde ese momento se iría agravando cada vez más, llevando a todas las personas involucradas en una espiral de terror, en un camino que solo podría definirse como la representación más fidedigna del infierno”.
De esta manera, Alejandra Cuevas recuerda la mañana de aquel verano de 29 de agosto de 2015, cuando el ahora fiscal general de la República, Alejandro Gertz Manero, acusó a su mamá, Laura Morán, de intentar matar a su hermano Federico Gertz. Para ella, ese día comenzó con la persecución contra toda su familia, lo que incluso la llevó a estar presa durante 527 días en Santa Martha Acatitla.
Hoy, a año y medio de haber sido liberada por una sentencia unánime de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Alejandra Cuevas pública el libro El Verdugo. El delito que inventó el Fiscal General de la República para cobrar una venganza personal, mismo que se publica bajo el sello de editorial Planeta.
“Este libro, más que una historia personal, es realmente una visión dinámica de poder, de traición, de lucha. No es un libro más sobre política y drama. Es realmente una mirada cruda y real de lo que fue pelear contra el sistema, cómo las familias se ven atrapadas en los juegos del poder”, dice en entrevista con Animal Político.
Ahora, desde el autoexilio del país al igual que su hijo Gonzalo, por temor a represalias, Alejandra explica que durante cinco años el caso fue desechado dos veces por carecer de valor legal, pero que todo cambió drásticamente en 2019, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador y el Senado nombraron a Gertz Manero como el primer fiscal general del país. Esta es su historia.
A finales de la década de los cincuenta, Laura Morán Servin y Federico Gertz Manero, hermano del fiscal, comenzaron a tener un noviazgo que los llevó a estar juntos durante más de 60 años. Sin embargo, en 2015, Laura se vio orillada a contratar a un equipo de cuidadores profesionales que se hicieran cargo de su concubino, ante sus evidentes síntomas de deterioro mental.
Días después, según relata Cuevas en el libro, Alejandro Gertz Manero, que en ese entonces fungía como rector de la Universidad de las Américas, contrató los servicios de otros especialistas para cuidar a su hermano, pero días después irrumpió en el domicilio de su cuñada para llevarse a su hermano a un hospital privado.
Ese día, en compañía de su abogado Juan Ramos, le dijo que la denunciaría por intento de homicidio si intentaba acercarse otra vez a su hermano.
El 27 de septiembre de aquel año, Federico Gertz falleció en el hospital, lejos de su concubina y su casa. Alejandro Gertz, por su parte, decidió denunciar formalmente a Laura y sus hijas Laura y Alejandra por el presunto homicidio de su hermano, acusándolas de fungir como ‘garantes accesorias’ de los cuidados médicos de su hermano, figura que no existe en la ley.
“Cosa que yo no tenía ninguna responsabilidad ni ninguna obligación. Yo era la hija de la esposa del hermano, yo no vivía en esa casa, nunca viví con ellos. O sea, yo me casé a los 19 años, entonces yo no tenía nada que ver con ellos. Ahí empieza el problema que crea Alejandro”, relata Cuevas.
Como se mencionó con anterioridad, durante cinco años la denuncia presentada por Gertz Manero fue desestimada en dos ocasiones por no existir elementos que acreditaran la existencia del delito, pero en 2019 el caso fue reactivado y el expediente fue enviado a la Fiscalía de Investigación de Asuntos Especiales, culminando con la detención de Cuevas Morán en octubre de 2020.
“La cosa es que Alejandro, a mi mamá, no la podía meter a la cárcel, porque en ese momento mi mamá tenía 93 años, entonces era imposible meter a la cárcel a mi mamá, (pero) como que dijo ‘¿por qué no meto a la cárcel a la hija?’ y ahí está cuando me mete a mí a la cárcel”, dice Cuevas.
Según narra en el libro, en la demanda original, el fiscal Gertz Manero también había incluido a su hermana mayor, Laura Cuevas, pero de manera inexplicable quedó fuera del caso de la noche a la mañana.
“Ahí viene lo que yo llamo ‘una traición’, porque se pusieron de acuerdo junto con Alfredo del Mazo, el exgobernador del Estado de México, y Fernando Díaz, que son los esposos de mis sobrinas Fernanda y Regina. Ellos extorsionan a mis hijos, hacen que le dé todo lo que Alejandro les pide para que yo probablemente pudiera salir de la cárcel, incluyendo la renuncia a la pensión de mi madre, que también lo platico en el libro”, dice.
El 19 de octubre de 2020, pese a todo pronóstico legal, la jueza Marcela Ángeles Arrieta, del juzgado 67 en materia penal, dictó auto de formal prisión a Alejandra Guadalupe Cuevas Morán, ordenando su internamiento en la prisión de Santa Martha Acatitla, ubicada al oriente de la Ciudad de México.
Ante esta resolución, la defensa legal de Alejandra decidió apelar la decisión. De acuerdo con lo que narra en el libro, todas las personas, sus abogados incluidos, estaban seguros de que ganarían ese recurso y ella saldría en libertad a la brevedad.
Daban por hecho que el magistrado Octavio Israel Ceballos Orozco, al tener mayor rango que la jueza que le dictó auto de formal prisión, jamás aceptaría cometer otro delito a nombre del fiscal general. “Pero así fue: negaron sin fundamentos la apelación e, incluso, agregaron más delitos sin ninguna evidencia”, escribe.
Por todo lo que ocurrió en torno a su detención y procesamiento, Alejandra Cuevas menciona responsabilidades en su caso que podrían alcanzar no solo al fiscal Gertz, sino también a la exjefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum y su fiscal capitalina, Ernestina Godoy, así como el magistrado Rafael Guerra, presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México.
Luego de ambas resoluciones, la familia Cuevas decidió tramitar dos amparos que quedaron en la mesa de la jueza Patricia Marcela Díez Cerda, del quinto distrito de amparo en materia penal, quien finalmente los concedió.
En ese momento, Gertz Manero, a través de la Fiscalía General de la República (FGR), impugnó ambos amparos, algo que era ilegal ya que, al ser un asunto penal local, no se relacionaba con los intereses de la Nación.
Por eso, cuando en el libro Alejandra asegura que el fiscal es el Estado, “es porque realmente así considero que continúa siendo, porque el mismo presidente, cuando la Suprema Corte me da el voto unánime de 11 a 0, que ya es un voto insólito diciendo que soy inocente y que me dan el amparo y que debo de salir inmediatamente, a los dos o tres días le preguntan precisamente a López Obrador qué opina de su fiscal y dice que es una persona honesta. Entonces, ¿cómo podemos decir que no es el Estado Alejandro, si es más poderoso que López Obrador?”, se cuestiona.
Sin embargo, esa definición no se le ocurrió directamente a ella. El 28 de septiembre de 2021, Gonzalo Cuevas, hijo de Alejandra, acudió al Senado de la República para solicitar a las y los legisladores su intervención en el caso a fin de que la situación fuera atendida con justicia e imparcialidad.
Ahí, relata Cuevas, les dijeron a sus hijos Ana Paula, Alonso y Gonzalo que no continuaran con su lucha, porque el fiscal es más poderoso que el presidente Andrés Manuel López Obrador.
“A mis hijos les dijeron, un senador del mismo Estado, del mismo Senado: no continúen, no van a poder, Alejandro es más poderoso que el presidente. Y parece que así es porque no está, nunca aparece, se queda 4 meses encerrado, se muere su mano derecha el viernes, se aparece en el sepelio, se vuelve a desaparecer, ¿quién lleva la Fiscalía? ¿quién trabaja? Nadie sabe absolutamente nada, entonces esa frase la continuó diciendo: Él es el Estado”.
En el libro, Alejandra también describe el episodio sobre los presuntos paraísos fiscales de Alejandro Gertz Manero y su hermano Federico, mismos que se dieron a conocer gracias a la investigación periodística internacional Paradise Papers, en el que el fiscal general apareció como vicepresidente de Jano Ltd, una empresa constituida en las Islas Caimán, pero que tenía registrada una dirección de envío postal en San Antonio, Estados Unidos.
“Alejandro pues básicamente inventa (un delito) para callarnos, callar a mi mamá de los paraísos fiscales. La realidad a ciencia cierta no la sabemos, solo Alejandro, y creo que se va a ir a la tumba sin decirnos cuál fue la razón por la que él inventó un delito que nunca existió, él se hacía cargo del hermano y Federico murió un mes después en el hospital”, dice.
Durante los 17 meses que Alejandra Cuevas estuvo encarcelada en Santa Martha comenzó a escribir día a día en un diario todo lo que le ocurría. Esos escritos, que se transformaron en una infinidad de cuadernos, fueron los que al final le dieron forma al libro que ahora publica.
“La idea del libro fue para alzar la voz por tantísimas personas que no tienen voz. Yo tuve la fortuna de tener tres hijos, que les llamé ‘los leones’, porque pelearon como unos leones, y ellos alzaron la voz por mi. Porque yo estaba dentro y no puedes hacer nada cuando estás presa, pero cuántas personas no tienen la voz, eso es lo más importante”, dice.
Precisamente, en una hoja de esos cuadernos, Alejandra anotó una pregunta que al día de hoy se repite y recuerda constantemente: ¿Podré ayudar tanto como quiero cuando salga de aquí?
Antes de ser aprehendida, pocas veces tuvo contacto con comentarios de la cárcel. En el entorno en el que ella vivía no se hablaba de ello y cuando se llegaba a mencionar algo era para asegurar que “en la cárcel están los malos, están los secuestradores, los asesinos, los rateros, siempre consideramos que solamente la gente mala era la que caía en la cárcel, pero a la hora que me sucede esto te das cuenta que no, porque no fui la única”.
“Y eso tiene que quedar muy claro: No fui la única persona que estuvo inocente en la cárcel. Tengo amigas que estoy segura, pero segura, nada más tendrían que conocerlas y verlas 10 minutos para pensar si ellas fueron capaces de hacer algo como de lo que se les culpa. Entonces, no es verdad que toda la gente que está ahí es culpable. No es verdad, creeme, hay muchísima gente inocente”.
Relata que un día una de sus compañeras de celda, a las que ahora llama amigas, se le acercó para preguntarle si podía prestarle cinco mil pesos.
-¿Y cómo para qué quieres cinco mil pesos en la cárcel?- le preguntó.
-Es que fíjate que si pago mi multa salgo en dos o tres días, pero si no me tengo que quedar 4 años 10 meses- le respondió.
“Cuando escuchaba eso decía yo, cómo es eso (posible). Yo no sé nada de leyes, entonces yo no entendía nada, cuando yo tenía la visita de un gran amigo mío abogado le preguntaba: ¿qué es eso de las multas?, y así poco a poco me fui informando y por eso apunté esa pregunta, ¿Podré ayudar tanto como quiero cuando salga de aquí? […] Cuando yo empiezo a ver la miseria humana que se vive dentro de Santa Martha y empiezo a vivir las tripas, las entrañas y lo que realmente pasa yo digo bueno, aquí se necesita ayudar”.
Dice que por eso ha hecho hasta lo imposible para conseguir colchones, despensas y ayudar a las personas a salir. Hoy en día, incluso, asegura seguir muy conectada con lo que pasa dentro de esa cárcel y que habla con sus amigas del penal muy seguido.
“Tengo 11 personas ya fuera de la cárcel a base de pagar las multas y yo calculo que la próxima semana sale otra y así he ido poco a poco juntando medios con amigas que me dan donaciones, hablando con abogados para que me hagan el trabajo pro bono, porque si pago al abogado pues olvídate, no nada más es la multa de los cinco o tres mil pesos, tengo que pagar los honorarios. Todo eso está cubierto y estoy ayudando en eso”.
Desde que salió de prisión, ha logrado llevar 400 colchones comprados con donaciones que sus mismas amigas le han dado. Platica que una persona de Twitter (ahora X) le consiguió mil 400 despensas que les entregaron a las internas, pero cuando las llevó varias personas le escribieron para decirle que “esas ratas miserables merecen dormir en el suelo”.
“Perdóname pero no, no merecen dormir en el suelo, no nada más las inocentes, si se robaron una lata de atún, porque en verdad, a una que saqué fue porque se robó dos latas de atún, ¿cuánto valen dos latas de atún?, iba a estar cuatro años, se pagó una multa de tres mil pesos y la mujer salió. ¿Tú crees que esa mujer merecía dormir en el suelo? Nadie, créeme que nadie. Entonces sí es otra de las cosas que el libro te hace pensar, te cambia la percepción de lo que es la justicia, de lo que es el poder, de si es verdad que hay puros malos en la cárcel, si es verdad que te pegan, si es verdad que te violan, todo eso es lo que vemos en las películas. Nada más”.
El científico irlandés comenzó a explorar los colores del cielo y, sin proponérselo, terminó descubriendo los orígenes de las enfermedades transmitidas por el aire.
A lo largo de la historia, muchos científicos han buscado comprender cómo funciona la naturaleza.
En su forma más pura, se trata solo de eso: el deseo de entender, sin tener en cuenta cuán útiles o rentables puedan ser los descubrimientos.
Algunos llaman a ese enfoque de la ciencia como “investigación impulsada por la curiosidad” o “investigación sin límites”.
Uno de los mejores ejemplos de los practicantes de esta forma pura de descubrimiento es el físico irlandés John Tyndall (1820-1893).
Se trata de un investigador que hizo enormes contribuciones a la ciencia, como probar los orígenes de las enfermedades transmitidas por el aire y demostrar que un respirador de algodón podía filtrar gérmenes.
Hoy el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) califica la contaminación del aire como “la mayor amenaza ambiental para la salud pública a nivel mundial”, calculando que provoca la muerte prematura de hasta 7 millones de personas en todo el mundo.
Su trabajo es particularmente importante en este Día Internacional del Aire Limpio por un Cielo Azul.
Además de ser un erudito, Tyndall era un romántico.
Practicaba el montañismo y pasaba mucho tiempo en los Alpes. A menudo hacía una pausa al atardecer pues las puestas de Sol y su magnífica gama de colores lo dejaban extasiado.
Fue por eso que se propuso comprenderlas y, con ello, logró inspirar a generaciones de científicos a realizar investigaciones fundamentales.
Su ilimitada curiosidad y su interés por la naturaleza lo llevaron a explorar una amplia gama de temas y a hacer muchos descubrimientos clave para la ciencia.
Fue él, por ejemplo, quien demostró por primera vez que los gases en la atmósfera absorben calor en grados muy diferentes, descubriendo así la base molecular del efecto invernadero.
De hecho, algunos consideran a Tyndall como uno de los cofundadores de la ciencia del clima.
Para encontrar respuestas a sus diversas preguntas, inventó experimentos para los que construyó varios aparatos, algunos muy sofisticados, que requerían, además, de una profunda comprensión teórica y una tremenda destreza.
Pero cuando quiso saber por qué el cielo se ve azul en el día y rojo al atardecer, los instrumentos que usó fueron sencillos.
Armó un simple tubo de vidrio para simular el cielo y usó una luz blanca en un extremo para simular la luz del Sol.
Descubrió que cuando llenaba gradualmente el tubo de humo, el haz de luz parecía ser azul desde un costado pero rojo desde el otro extremo.
Se dio cuenta de que el color del cielo es el resultado de la luz del Sol dispersándose por las partículas en la atmósfera superior, en lo que ahora se conoce como el “efecto Tyndall”.
Otro de sus aparatos fue aún más simple.
Se trataba de un tanque de vidrio lleno de agua, al que le agregaba unas gotas de leche.
Lo que hacía la leche era introducir algunas partículas en el líquido.
Una vez lista la sencilla receta, Tyndall encendió una luz blanca al lado de un extremo del tanque.
Inmediatamente vio que el tanque se iluminaba con diferentes colores.
A Tyndall le fascinaba el experimento. En su estilo típicamente poético, lo describió como “el cielo en una caja”.
Y es que a un lado del tanque, la solución era azul. Pero a medida que viajaba hacia el otro lado, se iba tornando más amarilla, hasta volverse anaranjada y hasta roja, como el atardecer.
Tyndall sabía que la luz blanca está hecha de todos los colores del arcoíris.
Así que pensó que la explicación de ese fenómeno que tanto lo cautivaba era que la luz azul tenía una mayor probabilidad de rebotar y dispersar las partículas de leche en el agua.
Ahora sabemos que esto se debe a que la luz azul tiene una longitud de onda más corta que los otros colores de luz visible.
Eso significa que la luz azul es la primera en dispersarse por todo el líquido.
Por eso, la parte más cercana a la fuente de luz se ve azul.
También es por eso que el cielo es de dicho color: porque la luz azul del Sol tiene una mayor probabilidad de dispersarse en la atmósfera.
Pero el tanque también explica los colores del atardecer.
A medida que la luz penetra más profundamente en el agua lechosa, todas las longitudes de onda más cortas de la luz se dispersan, dejando solo las longitudes de onda más largas de naranja y rojo.
Entonces, el agua se ve progresivamente más anaranjada y, si el tanque es lo suficientemente largo, roja.
Eso es lo que ocurre con el cielo.
A medida que el Sol se pone más bajo, su luz tiene que viajar a través de más atmósfera, por lo que las longitudes de onda azules más cortas se dispersan por completo, dejando solo la luz anaranjada y roja, haciendo que el cielo se vea de esas tonalidades al atardecer.
Hoy sabemos que la luz se dispersa principalmente en las moléculas de aire, en lugar de partículas de polvo, como pensaba Tyndall.
Pero, aunque su explicación fue incorrecta en detalles, fue absolutamente certera en su principio.
De hecho, la mala interpretación de sus resultados fue lo que llevó a Tyndall a hacer su descubrimiento más importante.
Siendo un científico curioso, Tyndall decidió proceder y llevar a cabo más experimentos.
Entonces tomó una caja de aire llena de polvo y dejó que éste se asentara por días y días y días.
Llamó a esa muestra, con todo el polvo asentado, “aire ópticamente puro”.
Luego comenzó a poner cosas en la caja para ver qué pasaba: primero puso un pedazo de carne; luego, un poco de pescado; e incluso le añadió muestras de su propia orina.
Y notó algo muy interesante. Ni la carne ni el pescado se pudrieron, y su orina no se nubló. Según dijo “siguió tan clara como un jerez fresco”.
Lo que había creado no era aire libre de polvo u ópticamente puro.
Sin darse cuenta, Tyndall lo había esterilizado. Dejó que todas las bacterias se asentaran y se pegaran al fondo de la caja.
El aire quedó libre de gérmenes.
Puede que no haya sido su intención original, pero Tyndall proporcionó evidencia decisiva para una teoría controvertida de la época: la descomposición y la enfermedad son causadas por microbios en el aire.
También demostró que una forma de filtrar el polvo era a través del algodón. Y experimentos posteriores demostraron que el proceso de filtrado era más eficaz cuando se aplicaba a la respiración humana.
Tyndall era un hombre que investigaba exclusivamente por el ansia de conocimiento, sin una focalización a priori vinculada a un problema del mundo real.
No se propuso descubrir los orígenes de las enfermedades transmitidas por el aire cuando comenzó a explorar los colores del cielo, pero eso fue exactamente lo que hizo.
De hecho, su caso hace que la otra forma en la que se le llama a este tipo de investigación guiada por la curiosidad en inglés (y que se usa en menor grado en español) suene muy apropiada: “blue-sky investigation” o “investigación de cielos azules”.
*Este artículo es una actualización de otro publicado originalmente en 2019.
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