La artesana Juana Reyna muestra las manchas de sol en sus mejillas, huellas que la venta por las calles le dejó para siempre. Durante la pandemia del covid-19 sobrevivió caminando entre vehículos. “Vendía cubrebocas bordados”, dice. “Andaba sudando, vendía en las esquinas”. El sol implacable, día tras día, abrasaba su piel.
La venta ambulante en México es peligrosa y difícil. Las artesanas suelen merodear en busca de un rincón donde ofrecer sus creaciones. Junto a la suciedad de las calles y las alcantarillas malolientes, bajo el sol, el frío o la lluvia, se exponen a que les pisen y destruyan su trabajo, los perros orinen sus mantas y la gente escupa cerca de ellas.
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De pie, los clientes las observan desde arriba y crean un desequilibrio de poder mientras regatean y pretenden pagar poco por una pieza de artesanía que, en algunos casos, puede llevar todo un día de trabajo. Como es la única forma de ingresos para muchas artesanas mexicanas, las restricciones a la venta ambulante pueden poner en peligro su subsistencia.
Juana Reyna, quien pidió ser identificada siempre con su nombre completo, trabajó de esta manera durante 30 años, desde que tenía 12. Pero ahora, cuenta su historia a la sombra de un toldo blanco en una exposición de artesanías.
Junto a otras cuatro artesanas indígenas, Angélica García fundó Mujeres raíces de la ZMG, un colectivo que ayuda a mujeres como Juana Reyna a acceder a ferias artesanales y convertir las restricciones a la venta ambulante en Guadalajara en una oportunidad. Las exposiciones ponen a las artesanas en pie de igualdad con posibles compradores y les permiten vender con dignidad y ganarse mejor la vida en condiciones más seguras y saludables.
Más de 20 artesanas entrevistadas por Global Press Journal dicen que lo más importante es que los esfuerzos de Mujeres raíces han devuelto la dignidad a su trabajo.
“Cuando estás en el suelo, los clientes te hacen sentir inferior”, dice García. Pero en las exposiciones, las artesanas se sienten más respetadas. “Tienes la oportunidad de mostrar tu cultura”.
En la exposición, Juana Reyna coloca en una mesa figuras de barro pintadas a mano como búhos, gatos y colibríes, decoradas con flores que recuerdan a las de Ameyaltepec, su pueblo natal. El amarillo, azul, rosa y negro contrastan con el mantel blanco. Ya no teme que alguien pise su obra.
Según los últimos datos disponibles en el sitio oficial Data México, la fuerza laboral de vendedores ambulantes fue de 1.63 millones de personas en todo el país. El 56.1% eran mujeres. La venta ambulante representa casi el 3% del total de la fuerza laboral ocupada de México. En Jalisco, donde se encuentra Guadalajara, hubo un crecimiento de 27,700 vendedores ambulantes entre 2021 y 2023. Es un 41% más.
En 2017, el Gobierno de Guadalajara realizó su última restricción a la venta ambulante en el Centro Histórico de la ciudad. Limita los espacios donde pueden comerciar las personas y los inspectores municipales pueden incautarles sus productos e imponerles multas de hasta 5,600 pesos mexicanos (unos 304 dólares estadounidenses) si venden en áreas no permitidas.
Con un ingreso promedio de 3,890 pesos (unos 211 dólares) al mes según Data México, para las personas que se dedican a la venta ambulante esas multas se vuelven imposibles de pagar y prefieren perder la mercancía. En siete ocasiones, cuando vendía en la calle, los inspectores incautaron las artesanías de Juana Reyna y no pudo recuperarlas, dice.
Juana Reyna llegó a Guadalajara a los 8 años, a la misma edad que su papá le enseñó a pintar el barro. Ya no está angustiada mirando a todos lados a la espera de inspectores municipales. “¡Estoy feliz!”, dice, sentada en una cómoda silla. “¡Tan feliz!”.
El Encuentro de Lenguas Maternas, la exposición en la que Juana Reyna y las otras artesanas de Mujeres raíces venden sus productos, fue gestionado por Norma Joela Acevedo Olea, directora de la Dirección de Pueblos Originarios del Gobierno de Guadalajara, departamento encargado de la protección, promoción y defensa de los derechos indígenas.
“Es una manera más digna de exponer su trabajo”, dice Acevedo Olea. “[Mejora] la calidad de vida, porque el andar en las calles es exponerse a muchas situaciones conflictivas, al sol, a la inseguridad”.
El alcalde interino del Gobierno de Guadalajara, Juan Francisco Ramírez Salcido, dice que las restricciones a la venta ambulante buscan fomentar “espacios como este donde pueden dar a conocer su cultura gastronómica y artesanal”, en referencia a las ferias y exposiciones. Añade que está abierto a “permitir un comercio ambulante ordenado” y grupal.
Pero, a nivel personal, expresa, “a nadie puede dársele ese permiso” por las prohibiciones vigentes en el Centro Histórico de la ciudad, como desean las personas que trabajan con artesanías. Los cupos en las ferias son limitados y no todas las personas consiguen uno.
En la actualidad, Mujeres raíces representa a 45 artesanas, procedentes de los grupos indígenas Wixárika, Purépecha, Nahua, Otomí y Mixteco. La mayoría de ellas estuvieron en la exposición Encuentro de Lenguas Maternas. “La necesidad de trabajar, de mostrar lo que hacemos, es lo que más nos une”, dice García, quien proviene de una familia artesana que ha vendido en las calles por generaciones. “Estos espacios ayudan a que la gente conozca nuestra artesanía”.
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Cuando vendía collares en la calle, la indígena mixteca Esperanza Acevedo tenía que salir corriendo con sus cuatro hijos cada vez que los inspectores llegaban de sorpresa. Ahora, en la exposición arrulla a su bebé de 7 meses en calma mientras atiende a sus clientes.
“Aquí es diferente. Aquí estamos a gusto. Tenemos un lugar fijo y sin miedo a que nos quiten la mercancía”, dice. Las mesas en las que apoyan sus artesanías les proveen no solo comodidad sino precios justos y mejores ventas. Acevedo reconoce que cuando vendía sentada en el suelo, entre la suciedad, las personas no querían agacharse y si lo hacían, terminaban pagando menos.
Juana Reyna confirma que en las exposiciones obtienen mejores ganancias. Vende una escultura de gato que le lleva todo un día a 200 pesos mexicanos (unos 11 dólares). Cuando vendía por las calles, al final del día, aceptaba la mitad. “Estaba todo el día ahí, escondida, caminando”, dice. “Una se cansa”.
A García también le ha pasado. “Tenemos que agarrar [lo que nos ofrecen] porque no tenemos qué comer ese día o porque no se vendió. Es lo único que te están ofreciendo. Eso cambia cuando estás en una mesita”, dice, en referencia a las ferias y exposiciones.
Eulalia Zabala Sotero pertenece al pueblo Wixárika. A sus 67 años, vender sus artesanías en una exposición es un cambio enorme para ella. Ya no padece el dolor de piernas que le generaba tener que pasar horas sentada o arrodillada en el suelo. “Se siente bien, a gusto, sentada en la silla”, dice, rodeada de figuras sagradas como el peyote o el águila, hechas a mano con piedras pequeñas llamadas chaquiras.
Teresa Acevedo, hermana de Esperanza, vende sus tortilleros tejidos con palma, collares de madera y coloridas chaquiras, mientras su hijo de 7 años juega y corretea seguro, lejos del tránsito. En el pasado, tenía que andar de un lugar a otro “batallando con los niños” para que no cruzaran las calles y tuvieran un accidente.
En la misma manzana de la exposición de artesanías, familias indígenas caminan bajo el sol, vendiendo artesanías, servilletas bordadas y cubos de fruta. Deambulan en busca de un lugar donde ofrecer sus productos, atentas a los inspectores, como tantas veces hizo Juana Reyna. De vez en cuando hay vehículos que pasan cerca de los niños. Le rompe el corazón ver a familias luchar como ella antes lo hacía. “Ojalá pudiéramos conseguir un espacio más grande para que estuviéramos todos”.
Esta historia fue publicada originalmente por Global Press Journal.
El capo del narcotráfico, Adolfo Macias, alias “Fito”, es uno de los criminales más peligrosos de Ecuador, líder de la banda Los Choneros.
En un sótano convertido en búnker…
Allí fue capturado este miércoles Adolfo Macías, alias Fito, el criminal más buscado en Ecuador en los últimos meses.
El sótano pertenecía a una de sus lujosas viviendas en la ciudad de Manta, en el oeste del país.
Fito, de 45 años y considerado como el jefe de la banda Los Choneros, se había fugado de la cárcel del Litoral en Guayaquil, en enero de 2024, lo que había desatado una crisis institucional que terminó con la declaratoria del estado de excepción por parte del presidente de Ecuador, Daniel Noboa.
El propio mandatario había publicado carteles con la imagen de alias Fito en las que se ofrecía una recompensa de US$1 millón a la persona o personas que dieran información que condujera a su captura.
Los Choneros, junto a otras poderosas bandas criminales ecuatorianas, se habían convertido en un eje clave para el tráfico de drogas hacia México.
De acuerdo a reportes locales, Macías fue hallado escondido en un búnker al que se pudo acceder levantando una puerta que estaba en el suelo de una casa de lujo.
“Recuperaremos el país. Sin tregua”, dijo Noboa al conocer la noticia.
Noboa también afirmó que su gobierno esperaba una respuesta de las autoridades estadounidenses respecto a la extradición de Fito.
Fiscales de EE.UU. han hecho acusaciones formales contra Macías en al menos sietes cargos de distribución de cocaína, conspiración y delitos relacionados con armas de fuego.
En esas acusaciones se incluye una colaboración concreta con el cartel de Sinaloa en México para controlar rutas de tráfico de cocaína.
Macías llenó los titulares de los diarios de Ecuador y alrededor del mundo cuando se reportó su escape de la prisión el Litoral en Guayaquil en enero de 2024.
En ese momento Ecuador vivía un momento muy delicado. Unos meses antes, en agosto de 2023, sicarios habían asesinado a tiros al candidato presidencial Fernando Villavicencio.
Además se vivía una situación crítica dentro de las cárceles: desde 2021 hasta 2024 se reportaron cerca de 400 muertes en las prisiones de Ecuador por los enfrentamientos entre bandas rivales.
En esos números tenía mucho que ver la banda que lideraba Fito, Los Choneros, cuyo germen se encuentra en la provincia costera de Manabí, donde se está el pueblo de Chone.
En el momento de su fuga, Fito cumplía -desde 2011- una condena de 34 años de prisión por delitos relacionados con el tráfico de drogas, delincuencia organizada y asesinato.
Pero su carrera criminal había comenzado cuando trabajaba como taxista y mecánico en su ciudad, Manta, ubicada en la provincia de Manabí, a mediados de la década de los 90.
Allí conoció a Jorge Bismarck Véliz España, conocido con el alias de Teniente España, quien lo reclutó para su organización. Comenzó robando carros y posteriormente fue ascendiendo dentro de la organización.
Esto ocurría mientras la organización criminal comenzaba a tener vínculos con los carteles de la droga colombianos y mexicanos.
En 2011 fue capturado y enviado a la cárcel. Aunque en 2013 logró escaparse y ser recapturado tres meses después.
Pero debido a la falta de control de las autoridades, Fito había logrado controlar no solo las actividades de la prisión en medio de lujos y comodidades, sino continuar liderando su banda desde su encierro.
De hecho, su fuga se dio cuando miembros de las fuerzas de seguridad ecuatorianas intentaban trasladarlo a una prisión de máxima seguridad después de que se dieran a conocer los lujos con los que vivía en la prisión del Litoral.
Pero ¿cómo Fito y Los Choneros, que comenzaron como una banda que se dedicaba al robo de carros, se convirtieron en los nombres más temidos de Ecuador?
Una respuesta tiene que ver con la posición geográfica y estratégica de Ecuador.
“Ecuador tiene un rol central, hace un tiempo ya en el transporte de cocaína tanto hacia Estados Unidos como hacia Europa. Además comparte frontera con Colombia justo en la la zona en la que se produce la hoja de coca”, le dijo a BBC Mundo Carolina Sampó, doctora e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina
“Si a eso se le suman la debilidad del Estado y la falta de recursos de las instituciones estatales, eso hace que Ecuador lamentablemente se haya vuelto un espacio no sólo de tránsito, sino también desde el que operar”, añade.
“Esto hace que Ecuador sea un espacio cotizado por las organizaciones criminales”.
Como consecuencia, señala la experta, desde hace unos años Ecuador sufre una ola de violencia exacerbada por las luchas territoriales de los carteles narcotraficantes de Colombia y México.
“Fito” se convirtió en el líder de la banda después de que en 2023 las autoridades de Ecuador confirmaran la muerte en Colombia del anterior cabecilla, Júnior Roldán, pocos días después de haber recuperado su libertad.
Roldán compartía el liderazgo de la cárcel Regional con “Fito”.
Fito, además, ya había llamado la atención con sus deseos de fuga.
Solo llevaba dos años entre rejas cuando en 2013 logró evadir, junto con otros presos de alta peligrosidad, los controles de la cárcel de máxima seguridad conocida como La Roca, en Guayaquil.
Lo hizo navegando en un bote por el río Daule, que corre paralelo a la prisión.
Pasaron tres meses antes de que las autoridades consiguieron capturarlo y llevarlo de nuevo a la institución penitenciaria.
Según el medio local Primicias, en la cárcel de Guayaquil el criminal no sólo obtuvo un título de abogado sino que durante una década controló sus operaciones de narcotráfico, extendió prácticas extorsivas y ordenó asesinatos.
El medio asegura que en mayo de 2023, el capo contaba con más de US$23 millones entre testaferros, empresas fantasma y otras actividades.
Y es que al parecer, bajo el liderazgo de Macías, la banda mantenía antes de su fuga en enero de 2024, un esquema de extorsión al resto de presos.
Los cálculos de la Dirección de Investigación Antinarcóticos, citados por Primicias, estiman que las actividades delictivas dentro del penal gneraban hasta US$70.000 a la semana por pabellón.
Uno de los presos que coincidió con él en la Regional, la prisión donde estuvo antes de ser trasladado a una prisión de máxima seguridad en agosto de 2023, afirma que el criminal creaba piscinas en espacios de los pabellones destinados para caminar o estirar las piernas, organizaba fiestas, filmaba videos, ofrecía ruedas de prensa o introducía armas con drones.
“Los guías no tienen más opción que volverse cómplices, los amenazan y a sus familias. A los presos, Los Choneros nos cobran entre US$10 y US$20 semanales por la estadía, sin contar con lo que te obligan a comprar”, le contó el hombre, bajo anonimato, a la publicación.
Entonces, apareció en fotografías obeso, con pelo largo y barba prominente. Miles de uniformados lo vigilaban, en una de las operaciones militares y policiales más grandes que realizó allí el expresidente Guillermo Lasso.
Y esa era la imagen que más se conocía de él. Hasta este miércoles cuando las autoridades reportaron su captura y se le notaba con menos peso y la barba y el cabello cortado.
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