Ante el cierre de oficinas y la suspensión de operaciones de la Sociedad Financiera Popular (Sofipo) Consejo de Asistencia al Microemprendedor (CAME), alrededor de 300 extrabajadores de distintos estados del país siguen esperando su liquidación y el pago de la última quincena de marzo.
Días antes de que terminara ese mes la empresa convocó a los empleados a una reunión virtual para avisarles que estaba pasando por “situaciones complicadas”, por lo que ya no podría seguir con la relación laboral. Les prometió que su última quincena se les depositaría junto con su liquidación, a más tardar dos semanas después del anuncio, pero eso no ha ocurrido hasta el día de hoy.
A tres meses de su despido, nadie responde llamadas ni correos y tampoco hay oficinas abiertas para reclamar. Ante ello, algunos trabajadores acudieron a los Centros de Conciliación de su entidad sin que hayan logrado tener un avance ya que solo han recibido una carta de “no conciliación” debido a que, en la mayoría de los casos, los representantes de CAME no se presentaron a las audiencias.
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De acuerdo con la Secretaría del Trabajo, la carta de no conciliación certifica que se agotó la etapa en la que ambas partes pueden negociar y que los extrabajadores pueden presentar una demanda ante el Tribunal Laboral e iniciar un proceso judicial.
Animal Político platicó con al menos ocho extrabajadores de CAME que laboraban en las oficinas de Chiapas, CDMX, Puebla, Oaxaca, Estado de México, Morelos, Jalisco y San Luis Potosí, quienes igual que sus compañeros reclaman su liquidación por una antigüedad que va de dos hasta 17 años.
También se consultó a representantes de la Sofipo, pero hasta el cierre de edición de esta nota no hubo respuesta. La CNBV indicó que hay tiempos legales y procesos que deben respetar y no pueden dar información del proceso, del caso de los ahorradores o de los trabajadores.
En tanto, Centros de Conciliación laboral locales en los que se han interpuesto las quejas, cuyas copias tiene este medio, informaron que el proceso de los trabajadores continuará “dejando a salvo los derechos de los interesados para ejercer las acciones respectivas ante el Tribunal Laboral competente en término del artículo 123”, que hace referencia a los derechos y obligaciones de los trabajadores y los patrones.
Marco, extrabajador de CAME, señala que no habían querido dar declaraciones o sumarse a las protestas que han hecho los ahorradores ya que querían esperar su pago y terminar la relación laboral de la mejor manera; sin embargo, la falta de respuestas los ha dejado en la incertidumbre, que ha crecido ante los señalamientos de un posible fraude o quiebra.
“El llamado es a que la empresa nos responda tal como nosotros le respondimos, en mi caso cinco años. Si las autoridades ya intervinieron la empresa pues que también nos tomen en cuenta. Sí, los afectados son los ahorradores, pero también lo somos los trabajadores ya que están violando nuestros derechos”, declara.
Marco indica que seis meses antes de que lo despidieran dejaron de pagar el Seguro Social y en los tres últimos años CAME cambió de razón social al menos en seis ocasiones. “Nosotros nos dábamos cuenta por el IMSS, cuando ya aparecía otra razón social”.
“Éramos parte de CAME y por no querer afectar a la empresa y recibir nuestro finiquito no levantamos la voz, pero sí necesitamos que también nos volteen a ver”, asegura el extrabajador.
Paula, quien trabajó para la financiera casi durante 17 años, terminó internada dos semanas después de que la despidieran al ver que en las noticias comenzaron a hablar de un posible fraude, y su preocupación creció al pensar que tal vez no le pagarían por todos los años laborados.
Sin dinero tuvo que enfrentarse a una operación de emergencia y comenzar a organizarse vía WhatsApp con otros empleados en su misma situación; convaleciente acudió a interponer su denuncia.
Paula aún no ha podido buscar trabajo debido a su operación, aún le resta una recuperación que durará aproximadamente seis meses. Los pocos ahorros se le están agotando, por lo que exige que se le deposite lo que les corresponde por ley y su última quincena que tampoco recibió.
Recuerda que mientras trabajó en CAME fue víctima de asaltos que la llevaron al hospital y no paró de trabajar durante la pandemia de Covid-19. “No se vale porque nosotros como empleados dimos todo por la empresa y ahora no nos quieren pagar, que se hagan responsables de nuestra liquidación, nosotros ya lo trabajamos y estuvimos al pie del cañón y no es justo que no nos paguen lo que nos corresponde”.
En tanto, Martha, otra extrabajadora, tenía alrededor de 8 mil pesos ahorrados en la aplicación Techcreo CAME donde le depositaban su sueldo, pero una vez que ésta dejó de funcionar ya no pudo acceder a sus recursos.
Ella tenía planeado juntar 10 mil pesos para apoyar en la operación de cataratas que su mamá se realizaría a finales de julio, cirugía que se tendrá que retrasar.
“Exigimos nuestros derechos, estamos esperando el depósito de nuestra liquidación, no peleamos nada más. Estamos desempleados y sin dinero, yo tengo ahí mis ahorros por 8 mil pesos, está pendiente también mi quincena”, reclama.
Mientras que Alberto, cuyo nombre se cambió para proteger su identidad, cuenta que en 2024 algunas oficinas de la Sofipo comenzaron a cerrar y a finales del año CAME les ofreció un porcentaje extra por cada ahorrador que invirtiera en la empresa. Muchos de los trabajadores invitaron a sus familiares y ahora están a la espera de saber cómo van a recuperar su dinero.
Otra cosa que llamó su atención desde las oficinas de Chiapas es que hicieron un préstamo a nombre de toda la plantilla de trabajadores sin que ellos lo solicitaran. Todo por Techcreo CAME, aplicación que utilizaban los ahorradores y donde a ellos les depositaban su sueldo.
“Prácticamente nos obligaron a firmar y los que no firmamos el préstamo aún así se reflejó en la aplicación. En mi caso se hizo un préstamo por 48 mil pesos, se hacía dependiendo del sueldo del trabajador, desde coordinadores, ejecutivos, promotores, asesores, gerentes, toda la oficina”.
“Era como un préstamo fantasma porque en realidad no nos descontaban, solo que en el sueldo aparecía como una ‘compensación’ por la cantidad que teníamos que pagar del préstamo para que así se compensara (…) Nos dijeron que no nos preocupáramos y ante nuestro nerviosismo nos entregaron una carta finiquito de dicho préstamo”, dice Alberto.
El pasado 13 de junio, la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) anunció la intervención y suspensión de operaciones de la Sofipo, tras detectar irregularidades contables y una situación de insolvencia financiera crítica. La autoridad tiene pendiente todavía dar una resolución definitiva sobre la situación de CAME.
En su comunicado, el organismo supervisor del sistema financiero destacó que los recursos de los ahorradores están protegidos por el Fondo de Protección, el cual garantiza hasta 25 mil Unidades de Inversión (UDIS), alrededor de 211 mil pesos por persona física o moral, sin importar el número o tipo de operaciones que mantengan con la entidad intervenida.
En caso de que se active el seguro de depósitos, el monto asegurado podría cubrir a una parte de los ahorradores; sin embargo, quienes tengan más de ese monto no tendrían asegurada la parte excedente de sus depósitos como el es caso de algunas personas que llegaron a invertir más de 10 millones de pesos.
Recientemente la calificadora Moody’s advirtió en un reporte que los recursos del fondo que respalda a los ahorradores no son suficientes para cubrir la totalidad de los depósitos y el fondo no tiene capacidad suficiente para enfrentar una devolución simultánea de recursos a más de un millón de personas.
Asimismo, recordó que el gobierno federal tiene la facultad de realizar aportaciones extraordinarias para fortalecer la capacidad de respuesta del fondo.
Los ahorradores han expresado su preocupación porque su caso se minimice ante los señalamientos del Departamento de Tesoro de Estados Unidos contra Intercam, CI Banco y la casa de bolsa Vector, por presuntamente facilitar el lavado de dinero ligado al tráfico de fentanilo.
Los afectados no han dejado de hacer manifestaciones en avenidas principales de la Ciudad de México para exigir la devolución total de sus recursos. Hace unos días un grupo asistió a la Cámara de Diputados para solicitar “un mecanismo legislativo y financiero de emergencia para garantizar la devolución de su dinero”.
También demandan que los funcionarios de la CNBV y de Hacienda comparezcan para explicar qué fue lo que pasó y por qué se tardaron tanto en intervenir en el caso.
El miércoles 2 de julio, un grupo de ahorradores cerraron Paseo de la Reforma, frente a la Fiscalía Especializada en Materia de Delincuencia Organizada (Femdo), en donde los recibió su titular, Alfredo Higuera Bernal, quien les prometió una reunión para el próximo 9 de julio para hablar sobre sus demandas interpuestas de manera individual y colectiva, así como de la investigación en curso.
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Leticia Ávila, una de las afectadas, sostuvo que hasta ahora no han recibido información clara sobre los responsables ni sobre el destino de sus ahorros, por lo que piden que se amplíen las líneas de investigación del caso, incluso a posibles operaciones ligadas a lavado de dinero.
También exigen que se identifique a los funcionarios involucrados en la operación de la financiera y se congelen sus cuentas hasta que se deslinden responsabilidades.
“Nosotros no vamos a ser otro Ficrea, se tiene que hacer justicia y exigimos la devolución completa de nuestros ahorros”, demanda Leticia, hija de uno de los afectados que tiene 80 años e invirtió con CAME más de 2 millones de pesos.
Hasta el momento, ni la CNBV ni la Secretaría de Hacienda han explicado a las víctimas cómo ni cuándo se activará el proceso de devolución de sus ahorros. Sobre los trabajadores no han dado ninguna postura.
Aunque existen planes de electrificación, el pueblo vive en penumbras e iluminado por linternas. Enfrente, miles de paneles solares abastecen de electricidad a casas mucho más alejadas.
Las primeras luces que percibe Rosa Chamami cada día cuando se levanta antes de que amanezca son las chispas del fuego que se encuentran con el cartón que alimenta un improvisado fogón de leña en el patio de su casa.
Los pedazos de cartón tienen impresos una leyenda: “Risen. Solar Technology”.
Son trozos de las cajas que sirvieron para transportar los 800.000 paneles solares que fueron instalados entre 2018 y 2024 en las dos plantas fotovoltaicas de Rubí y Clemesí. Ubicadas en la región de Moquegua, unos 1.100 kilómetros al sur de Lima, conforman el complejo solar más grande del Perú y uno de los mayores de América Latina.
Desde cierta distancia, las largas hileras de paneles solares engañan a los ojos y parecen una laguna. Rosa las puede ver desde el patio mientras prepara su desayuno, que esta mañana será mazamorra de quinoa.
Las puede ver porque la planta de Rubí está a 600 metros de su casa. Las puede ver porque los paneles son iluminados por lámparas blancas que contrastan con la oscuridad de su patio. Las puede ver porque en medio de ese conjunto simétrico de líneas sobre el desierto hay una estructura de oficinas y estaciones que generan luz.
“Debo cocinar en la madrugada porque en la noche es muy oscuro”, dice. “No puedo ver nada”.
Es oscuro porque en el poblado donde vive, Pampa Clemesí, no hay energía eléctrica.
Ninguno de sus 150 habitantes tiene suministro de luz.
Algunos cuentan con paneles solares donados por la empresa Orygen, la dueña de Rubí, pero la mayoría, sin recursos para instalar un panel con su batería y su alternador, realizan la mayoría de las actividades durante el día. En la noche, armados con pequeñas linternas, se limitan a habitar las tinieblas y poco más.
La madrugada de a poco comienza a dar forma a las viviendas de madera, a las calles polvorientas, a la casa de ladrillo de Rosa y allá, por encima de la línea que dibuja la carretera Panamericana, a los pasillos que forman los paneles solares perfectamente alineados.
“Ojalá la planta nos ayudase con la luz”, dice Rosa.
No es solo su ruego. Los otros habitantes del pueblo repiten el clamor desde que se instalaron en este lugar a principios de la década de 2000, después de intentar en otros lugares de la pampa.
Pedro Chará, de 70 años y uno de los vecinos de Rosa, vive acá desde esos tiempos. Mientras intentaba construir su casa, vio cómo se levantaba la enorme planta solar de Rubí, con 500.000 paneles a pocos metros de su vivienda.
“Algunas veces, después de tanto tiempo de esperar, de luchar por el agua y la luz, lo único que dan ganas es de morirse. Eso, morirse”, señala Pedro.
El reclamo colectivo ni siquiera es nuevo. Y Orygen señala que la intención de llevar luz eléctrica a Pampa Clemesí está cada vez más cerca de ejecutarse.
“Nosotros nos unimos al proyecto del gobierno de llevar energía eléctrica a Pampa Clemesí y sacamos una línea exclusiva de energía eléctrica para ellos. Y además, dejamos lista la primera fase del proyecto de electrificación, que consiste en 53 torres de energía listas para funcionar”, le dice a BBC Mundo Marco Fragale, director ejecutivo de Orygen en Perú.
En el empeño de Orygen también se incluyó la instalación de cerca de 4.000 metros de cables subterráneos para llevar el suministro de energía hasta el poblado.
De acuerdo con Fragale, su parte del compromiso está completa tras una inversión cercana a los US$800.000. Desde el poblado se pueden ver ya los postes, pero la luz no llega.
Lo que resta, de acuerdo al plan oficial, es que el Ministerio de Minas y Energía tome la energía que sale de esta fila de postes de la central Rubí y realice la electrificación casa por casa. O sea, unos dos kilómetros de tendido de redes eléctricas.
Las obras deberían haber comenzado en marzo, pero hasta ahora no se ha visto ningún adelanto.
“Lo único que hicieron fue venir y dejar tirados los postes de luz”, cuenta Pedro y señala el lugar donde se acumulan unos cilindros de concreto macizo en mitad de la plaza principal del poblado.
A los paneles les basta una caricia del sol para convertirse en energía eléctrica. Entre más luz, más energía.
Y este rincón del mundo es uno de los que mayor radiación solar tienen en el planeta. Está bendecido por unas 2.600 horas anuales de sol, una cantidad que está por encima de la que reciben, por ejemplo, Brasil o Argentina.
En Moquegua, la principal ciudad de la región y donde está ubicada la central Rubí, ese número llega a las 3.230 horas. Por eso se la conoce, desde hace décadas, como la capital del sol.
Cuando hacia finales de la década de 1990, el mundo comenzó a girar su mirada hacia las energías renovables, Perú sabía que si iba a buscar sacar provecho del sol, tenía que apostar por este desierto en el sur del territorio.
Rubí produce cerca de 440 GWh, suficientes para iluminar a 351.000 hogares peruanos. Pero no ilumina un asentamiento humano de 150 casas al otro lado de la carretera.
Rosa, sin embargo, huye del sol. Esa misma radiación que puede mover a un país es peligrosa para ella: sobre el desierto donde vive el índice de rayos ultravioleta se acerca a la marca de 16, la más alta, que puede producir desde sequedad hasta cáncer en la piel.
Ella ya estaba acá cuando la planta comenzó a funcionar. Su familia había sido parte de la oleada migratoria llegada desde Puno, una región ubicada en la frontera con Bolivia, para buscar terrenos durante la reforma agraria que impulsó el régimen de Juan Velasco Alvarado en los años 70.
Su primera tarea del día, esquivando el azote del sol, es salir a cargar el celular. Su casa, un cambuche con un cuarto para dormir y una cocina que también hace las veces de despensa, no tiene ningún enchufe.
“Es fundamental el teléfono. Yo no soy de aquí sino de Puno y necesito estar comunicada con mis familiares”, cuenta.
Entonces Rosa y otros vecinos comienzan una romería por las casas de quienes tienen al menos un panel solar en funcionamiento y les pueden compartir algo de energía.
Uno de ellos es Rubén Moquella. En su casa extensa de cuartos y patios, una cuadrilla de gallinas pintadas se pelea para poderse quedar con el espacio en el techo que dejan libres los paneles solares.
“La empresa donó hace algún tiempo paneles solares a la mayoría de los habitantes del pueblo”, señala. “Pero yo luego tuve que comprar la batería, el conversor y los cables y pagar la instalación”.
Rubén tiene en su casa otro objeto con el que otros vecinos solo pueden soñar: una nevera. Sin embargo, el panel no le brinda un suministro constante de energía. Apenas 10 horas, en el mejor de los casos.
“Por eso algunas veces debo desconectar la refrigeradora o solo dejar prendidas las luces exteriores… Y los días que amanece nublado no hay carga, así que no hay luz”.
La relación de Rubén con la planta Rubí se inició incluso antes de que ésta entrara en funcionamiento en 2018.
Como la mayoría de los habitantes de Pampa Clemesí, él llegó a este rincón de la costa desértica peruana con la promesa de tierras cultivables y solo después de mudarse se dio cuenta de que para cultivarlas necesitaban agua.
Pero no había.
Mientras resolvían esa carencia debía buscarse un trabajo para sobrevivir.
“Trabajé en la construcción de la planta. Después, cuando comenzó a funcionar me contrataron como uno de los encargados de limpiar los paneles solares”.
Ahora trabaja como jefe del almacén. Todos los días sale de su casa, se detiene al lado de la carretera Panamericana donde una camioneta lo recoge para llevarlo a la planta.
Aunque está al frente de su casa, la planta le provee el servicio de transporte para evitar que cruce la carretera -algo que está prohíbido en las leyes viales de Perú- y así no tiene que caminar tampoco los más de 500 metros que hay entre la portería de la planta y su puesto de trabajo.
Hace apenas unos minutos, un poco antes de que anochezca, esa camioneta lo ha dejado de regreso a pocos metros de la casa.
En el techo, donde las gallinas pintadas se acomodan para dormir rodeando el panel solar, se ve a la noche devorarse el pueblo pero, al fondo, se recorta un puñado de luces como si colgaran sobre un telón oscuro.
“Esa es la subestación eléctrica de la planta – dice señalando hacia el frente-, parece un pueblito iluminado”.
Si hay un relato que une a los habitantes de Pampa Clemesí es que, cuando ellos viajan a casa desde distintas partes de Perú, los buses no se detienen allí porque el pueblo de noche no se ve.
Es un pueblo que no existe en la oscuridad.
Hace algunos años, para intentar solucionar ese problema, la firma italiana Enel (que posteriormente se convirtió en Orygen), constructora de Rubí, instaló unas torres que sirven de alumbrado público.
Unos sensores las encienden luego del atardecer, pero la oscuridad es tan densa que se traga los haces de luz y los únicos reflejos que sobreviven son los que iluminan el letrero metálico que dice “Asociación de Irrigación Pampa Clemesí”.
Pero no es el único pueblo del que los buses pasan de largo porque no se ven en la oscuridad.
La cobertura del suministro eléctrico en Perú llega al 96,2%, de acuerdo a los datos más recientes, por debajo del promedio de América Latina (de 98,6%) e incluso detrás de Bolivia, Ecuador y Colombia.
“En el Perú, de la forma en que está diseñado con sus normas y leyes, se ha dado un fenómeno donde se ha priorizado la rentabilidad. No se ha hecho el esfuerzo de conectar ciertas zonas que no tienen una densidad importante de población”, le dice a BBC Mundo el ingeniero Carlos Gordillo, experto en temas de energía de la Universidad de Santa María de Arequipa.
Gordillo aclara, con datos del ministerio de Minas y Energía, que a pesar de ello el país ha tenido un avance importante en la cobertura de energía eléctrica rural, que aumentó del 65% en 2017 al 86% a finales de 2023.
En varias declaraciones al respecto, el gobierno le dice a BBC Mundo que para el año 2026 se alcanzará una cobertura del 96% en las áreas rurales.
Perú, además, está en medio de una revolución de energías renovables: en 2024, la generación de energía eléctrica a partir de estas fuentes alternativas alcanzó los 425 GWh, un crecimiento del 96% en relación a 2023.
Y para que esa revolución ocurra, son fundamentales ciertos minerales, como el cobre. Debido a su alta conductividad, el “mineral estrella” de esta región es utilizado en la producción de turbinas eólicas y paneles solares. Y Perú tiene el título de segundo mayor productor de cobre del mundo.
Rosa apresura el paso. Quiere aprovechar los últimos rastros de luz para llegar a la casa de su tía.
Hoy le toca preparar a ella lo que será la cena para el grupo de vecinos que la acompaña por las noches: Pedro Chará y su familia, su tía Julia y María, una vecina que sin esta asociación solidaria no tendría qué comer.
En la cocina de la casa de la tía calientan una tetera en una estufa de gas. Su única fuente de luz es una linterna de baterías solares. La cena es mate con azúcar y unas tortas fritas.
“No hacemos mucha comida, tiene que ser rápido. Porque antes iluminábamos la cocina con velas para cocinar de noche pero a veces se quedaban prendidas o no las apagábamos bien y tuvimos varios accidentes. Entonces decidimos que hay que hacer cosas más simples”.
También cuenta que no comen mucha proteína porque no tienen cómo conservarla. En la cocina hay bultos de papas, apios, y una selección de charqui (carne seca) que ella toma y revisa, trozo a trozo. Toma un pedazo que está oscuro.
“Este voy a tener que comerlo ahora porque si no se va a dañar más y va a ser imposible comerlo”.
La falta de refrigeración es quizá el peor problema para los que no tienen acceso a los beneficios del panel solar.
La mayoría de los alimentos los deben conseguir en el día, pero en el pueblo, aunque hay varias tiendas, no hay un mercado de abastos y toca viajar unos 40 minutos de ruta a Moquegua u a otro poblado cercano para comprar víveres frescos.
“Pero no tenemos soles (dinero) para viajar todos los días en bus”, dice Rosa. “Así que se come solo lo que podemos conservar así, al ambiente”.
Y como el frío, el calor: otro de los problemas asociados a la falta de provisión eléctrica es la precariedad de los medios disponibles para cocinar y calefaccionar.
Es un problema que se extiende por la región. De acuerdo a la Corporación Andina de Fomento (CAF), los cerca de 15 millones de personas en América Latina que no tienen conexión estable a una red eléctrica deben recurrir a energías con alta emisión de carbono como la leña o el kerosene, que generan enfermedades por contaminación respiratoria.
Los vecinos, con su té con tortas, se sientan en ronda alrededor de la linterna. Hacen una oración en la que agradecen por los alimentos, la vivienda, la salud y hacen una solicitud de rutina: rezan por el agua.
Después cenan en silencio. Tanto que se escucha cómo mastican, el movimiento de las mandíbulas.
Son las siete de la noche y esa es la última actividad del día. En sus casas no hay televisión y no utilizan el celular porque quieren que les dure la carga al menos un par de días. Algunos tienen una radio a pilas.
“En nuestras casas la única luz es de linternas pequeñas que gastan poco, e iluminan poco también pero al menos nos sirve para saber dónde está la cama”.
– “Má, mira cuántas estrellas”, dice Raquel, la hija de Pedro que tiene 3 años y señala el cielo. Una multitud de destellos que se combinan con el firmamento oscuro sobre el desierto.
– “¿Y las puedes contar?”
– “¡Sí! Uno, dos, tres…”
La cuenta le llega hasta 20.
Pampa Clemesí parece un depósito sobre la arena, una bodega a la que van a parar los sobrantes de la pujante planta al otro lado de la carretera.
Algunos de sus habitantes han utilizado las estibas que protegieron los paneles solares durante el viaje desde China hasta acá para hacer cercos con los que delimitan sus lotes.
También están las cajas de “Risen. Solar Technology” y unos carretes enormes de madera que sirvieron para tener enrollados los cables. Parece un poblado hecho con retazos de lo que quedó tras la construcción de la planta.
“Hemos aprovechado cualquier cosa que nos han dado de la planta”, confirma Pedro. “La madera que les sobra la hemos utilizado para hacer muebles y las camas donde dormimos”.
Es miércoles y hay un movimiento inusual.
El edificio sobre el que se sostiene el cartel metálico de la Asociación de Irrigación es también el salón de reuniones comunales. La mayoría de los vecinos ha sido convocada porque una empresa local quiere colaborar con el saneamiento del pueblo.
Porque además de que no hay luz, aquí tampoco hay acueducto o alcantarillado ni se recoge la basura.
El único servicio que provee el Estado es una pequeña escuela pública construida en un rincón del poblado a la que asisten ahora 10 niños y niñas. Es una caseta moderna, incluso con un pequeño coliseo de techo rojo donde los pequeños pueden jugar cuando está lloviendo.
La reunión tiene su pompa y protocolo. Arrimando varias mesas, todas diferentes entre sí, se arma la mesa directiva donde preside la reunión el vocero de una minera que trabaja en la zona, una representante del gobierno local y el presidente de la Junta de Acción Vecinal, David Guillermo.
Guillermo lleva más de la mitad de su vida transitando la Pampa. Llegó aquí a mediados de la década del 70, también desde Puno y en medio de la reforma agraria.
Esos migrantes, o sus descendientes que heredaron las tierras, representan todavía la mayoría de los habitantes de Pampa Clemesí, un paraje llamado así porque durante la guerra entre Chile y Perú los soldados chilenos pidieron aquí clemencia al ejército peruano para no ser ejecutados.
“Y desde que llegamos estamos luchando para volver cultivables estas tierras”, rezonga Guillermo.
Pero el paisaje acá dista mucho de ser un oasis verde y pródigo de cultivos.
Es una manta gris donde las casas marrones y amarillas parecen dados que alguien lanzó desde el cielo. Las parcelas están delimitadas por mojones de rocas y las calles que las separan están indicadas con llantas viejas que los vecinos se van encontrando abandonadas en la carretera.
“La única manera de traer agua hasta acá es con carros cisternas, pero el agua es muy cara. O pagamos para volver cultivable las tierras, o pagamos para sobrevivir nosotros”, continúa su reclamo Guillermo.
La mayoría de las casas tienen al lado un tanque marca Fotoplas, regalados por la empresa eléctrica, donde almacenan el agua que logran comprar cada tanto, porque el metro cúbico puede llegar a costar unas seis veces más de lo que valdría el suministro mediante un acueducto normal.
“Aquí no hay ni centro de salud. Si nos enfermamos, nos toca ir a Moquegua”, lamenta Pedro Chará. “Yo prefiero morirme, pero ni el coronavirus nos vio”.
La pandemia del covid-19 tuvo un efecto devastador en Pampa Clemesí, pero no porque haya habido infecciones. Ante la crisis sanitaria en Perú (fue el país con el mayor porcentaje de muertos per cápita de la región), muchas personas que vivían allí optaron por regresar a sus lugares de origen.
El poblado pasó de unos 500 habitantes a los menos de 200 que tiene actualmente, de los cuales muchos pasan apenas temporadas aquí y se emplean en labores estacionales de cosecha en distintas partes del país.
Pero muchos han venido a la reunión de este miércoles.
Después de leer el acta, la representante del gobierno local anuncia que, para ayudar con el saneamiento del pueblo, se va a entregar a cada jefe de hogar un rastrillo, una pala y unas bolsas de basura. También piensan traer basureros de distintos colores con el ánimo de comenzar un sistema de reciclaje.
“Si hubiera electricidad, todos volverían”, opina Pedro. “Nosotros nos quedamos porque solo nos queda eso, pelear. Pero si aquí hubiera luz al menos, la gente vendría de nuevo y sacaríamos todo esto adelante”.
Una leve brisa pasa por encima de Pampa Clemesí y alborota la arena de las calles. Una capa de arenisca cubre los postes de luz de la plaza principal, un monumento de piedra olvidado. La brisa recuerda que la tarde está arribando.
Que pronto no habrá luz.
Los que tienen panel solar deberán esperar hasta que salga el sol para tener luz en casa. Los demás, hasta cuando llegue la electricidad.
La reunión de los vecinos termina y todos salen con las palas y rastrillos en mano. Llevan el optimismo colectivo de esa promesa de un poblado mejor. Llevan así años.
El atardecer aparece sobre la llanura del desierto y, como ayer, Rosa y Pedro se preparan para otra noche sin luz.
¿Cuál es la razón por la que no se van de aquí?
“Por el sol”, responde Rosa.
“Acá siempre tenemos el sol”.
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