
A sus solo 4 años de edad, una niña indígena oaxaqueña fue hallada prácticamente en abandono en la frontera de México con Estados Unidos. Sola, asustada y monolingüe, no entendía español y mucho menos inglés. Comprendía el zapoteco de San Vicente Coatlán, una de las 177 variantes lingüísticas que existen en Oaxaca.
Esta historia marcó el camino de Virginia Jiménez Antonio, integrante de la Red de Intérpretes y Promotores Interculturales de Oaxaca. Como la única persona que finalmente pudo hablar con la niña, supo que sus papás habían tenido que migrar a Estados Unidos y la habían dejado a cargo de su abuela.

Al poco tiempo, la señora enfermó, no pudo cuidarla más y se la encargó a una tía, quien la acercó a la frontera norte de México para entregarla a un traficante de personas con el acuerdo de que la iba a trasladar y a reunirla con sus padres. Algo ocurrió en el camino, el trato no se completó y la niña fue abandonada. Una patrulla fronteriza la halló y la llevó a un centro de asistencia.
Sin embargo, pasó 15 días sin poder comunicarse. Con miedo, desorientada y sin saber dónde estaba, el trabajo de Virginia fue primero contenerla —ante su evidente emoción al poder comunicarse en su lengua—, y después obtener toda la información respecto de quiénes eran sus papás o su abuela, con quienes ansiaba estar.
“Una vez que tuve esa información, la comuniqué con los trabajadores de ahí y se inició el proceso. Tardó aproximadamente tres meses para que la niña pudiera finalmente reunirse con sus papás, porque también hubo otro detalle: para ser entregada tenía que practicarse una prueba de ADN”, relata Virginia en entrevista.
El padre de la niña quería acelerar el proceso y estaba dispuesto a pagar una prueba privada, pero tampoco sabía comunicarse por completo en español, por lo que, en un principio, su buena intención se interpretó como un intento de soborno. La intérprete también intervino para aclarar el malentendido y dejar claro que él solo buscaba agilizar el proceso.

Junto a sus padres, la niña finalmente pudo iniciar su proceso de asilo, pero sin Virginia quizá eso nunca hubiera ocurrido. La Red de Intérpretes y Promotores Interculturales sostiene que su trabajo puede salvar vidas, ayudar a alguien a recuperar la libertad o resolver un tema de salud. El colectivo nació en 2019 a partir de la conciencia de un problema estructural: no existía una institución responsable de la política de interpretación en Oaxaca, ni presupuestos suficientes incluso a nivel nacional.
“Es fundamental, porque hay muchas personas monolingües aún en mi comunidad. Hace poco una chica que está detenida en un centro de ICE, ya tiene más de un año ahí, salió de aquí en medio de una violencia, su exmarido la trató de matar y prácticamente salió huyendo. Era candidata para solicitar asilo, sin embargo, no podía entender qué era y en qué consistía”, opina Virginia.
Quizá hablaba un 40 % de español, aclara, y lo entendía pero no sabía expresarse. Fue cuando una organización contactó a la red, y Virginia pudo explicar de manera más amplia su situación. Incluso pudo contarles una frase que recuerda muy claramente: “Su esposo le dijo en una ocasión que su bala valía más que la vida de ella. Detalles así, que ella no supo comunicar”. Hoy su situación sigue en revisión y la intérprete continúa acompañando el proceso.
“Nosotros los intérpretes somos un puente de comunicación, porque también las personas que no hablan español, o hablan poco, se sienten más libres expresándose en su lengua… Incluso nosotros tampoco entendíamos muy bien al principio; sin embargo, a través de las capacitaciones que tenemos constantemente en la Red, ya sabemos un poco más acerca de la cuestión de salud o de justicia”, reconoce.

Oaxaca es la entidad federativa con más hablantes de lengua indígena: existen 1.2 millones de personas que hablan una lengua, 16 pueblos indígenas y 177 variantes lingüísticas. Ante ello, las políticas del Estado en materia de interpretación y traducción han sido insuficientes.
Además, muchas veces las instituciones gubernamentales pretenden que esos servicios se hagan de manera voluntaria y gratuita, pese al desgaste que representa tener una formación complementaria jurídica, médica o en temas de derechos humanos para proveer un acompañamiento más completo en escenarios en los que en algunas ocasiones ni siquiera se garantiza ya no un pago digno, sino por lo menos viáticos.
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Ante esa realidad, un colectivo de universitarios hablantes de lengua indígena se organizó para ubicar a otros en la Universidad Autónoma del Estado de Oaxaca. Desde entonces, pusieron en marcha un proceso formativo que fueron perfeccionando. Siete años después, cuentan con dos manuales de formación y más de 300 intérpretes de lenguas indígenas con diferentes especialidades.
“A raíz de eso creamos estos modelos de formación. Fue agarrando fuerza y mayor visibilidad el trabajo que estábamos haciendo, y empezaron a marcarnos las fiscalías, los tribunales y de repente los hospitales”, cuenta Eduardo Martínez, uno de los fundadores de la red. “El ámbito médico estaba completamente invisibilizado, abandonado. No había intérpretes formados en el ámbito médico, y mucho menos presupuestos”.

Además, comenzaron a documentar casos y a hacer investigación, con el fin de recabar ante la autoridad evidencia de la violación a los derechos lingüísticos, y cómo esta deriva en múltiples violaciones a los derechos humanos. Ahora se dedican a la profesionalización de intérpretes, investigación para la incidencia, comunicación y sensibilización.
Por otro lado, ante el crecimiento de solicitudes de servicios de traducción en Estados Unidos por el cambio de políticas de ese país y la disminución de recursos para la sociedad civil —que ellos requieren para administración y capacitación—, la organización lanzó una campaña con el lema “Sin intérprete no hay justicia: ayúdanos a que la lengua no sea una barrera para vivir”, para recaudar fondos y seguir operando.
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Esta tiene la finalidad de sensibilizar a sectores que quizá no han sido concientizados en esa necesidad: visibilizar lo que ocurre en el México olvidado, e impulsar una contranarrativa del discurso oficial que sostiene que nuestro país, más que nunca, es intercultural, cuando eso es solo una apariencia.
“Mientras el Estado no asuma su responsabilidad, va a seguir siendo una necesidad, y estamos en esa lucha”, remarca Jesús Gerardo Herrera, también fundador de la Red. Aunque la campaña apuesta sobre todo a que el empresariado se solidarice, mediante sus redes sociales hay un botón que conduce al mecanismo para que cualquier persona pueda donar a partir de 50 pesos, con lo cual se genera un recibo vía correo electrónico.

En Estados Unidos existe una gran organización de la comunidad indígena migrante que empezó a buscar a la Red ante una situación mucho más compleja: las personas salen del país con un dominio muy básico del español y llegan a un mundo en el que todo ocurre completamente en inglés.
“Es muchísimo más complejo poder comunicarte allá con el juez, con el ministerio público, con el defensor, o aún peor, en las audiencias de deportación. Algunas personas fueron detenidas en la frontera, completamente vulnerables, siendo juzgadas en un idioma que desconocen; entonces, se empezó a visibilizar esta necesidad a través de otras organizaciones que están en Estados Unidos”, relata Martínez.
Ahora, la Red ha dado más de 2 mil 800 servicios de interpretación remota en ese país, mediante asistencia en audiencias de deportación, casos de asilo —como el de la mujer que huyó de la violencia y no comprendía su derecho a solicitarlo— y emergencias médicas, tanto para hombres como para mujeres e infancias no acompañadas.
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Esa práctica representó al mismo tiempo un camino hacia la dignificación de la labor del intérprete, pues mientras en Oaxaca tiene que “mendigarse” el pago y no supera los 500 pesos por audiencia, sin importar su duración y sin viáticos, en Estados Unidos aprendieron que el pago por el servicio es por hora.
Así empezaron a poner de relieve lo que se denomina “justicia lingüística”, con tres pilares fundamentales: que las personas se puedan comunicar en el idioma de su preferencia en las instituciones estatales, que exista información oficial disponible en múltiples lenguas, y que las personas intérpretes reciban pagos justos, de la misma forma que quienes traducen inglés-español o español-francés.
“En el fondo no existe una explicación técnica de por qué a algunos se les paga menos. Es una cuestión racial. Es una lengua hegemónica, ‘yo soy intérprete inglés-francés, me pagan por hora y mis honorarios son altos’, y al intérprete español-lengua indígena no le quiero pagar o le pago lo mínimo. Esta lucha empezó por dignificar la labor del intérprete”, sostiene.

A diferencia de las organizaciones mediante las que han contactado a la mayoría de los casos que atienden en Estados Unidos, los consulados del gobierno de México en ese país han buscado a la Red muy pocas veces, sin contar con presupuesto suficiente, por lo que les piden la gratuidad, lo que para ellos ya no es opción.
Herrera describe en entrevista que al llegar allá, las personas que migran generalmente se agrupan y, de esa manera, aunque tengan muchos años, no llegan a tener una comprensión completa del inglés. Particularmente, en los últimos dos años la red ha percibido un cambio en la política migratoria de Estados Unidos que ha generado un crecimiento en la demanda de servicios de interpretación de casi el 200 %.
“Hay más detenciones con estas formas en que procede ICE, organización que está ejecutando la política migratoria; hay muchos lugares con redadas en campos agrícolas, zonas de comercios, centros comerciales acordonados para detener a personas que trabajan; eso ha hecho que nosotros estemos dando al día de dos a tres servicios en esas audiencias”, puntualiza Herrera.
La presencia en las audiencias se lleva a cabo vía telefónica o a través de videoconferencia. Eso implica retos importantes que exigen una formación más amplia. Se requiere de habilidades, actitudes y aptitudes en técnicas de interpretación, derechos humanos, perspectiva de género, derechos de las infancias y de las comunidades indígenas, así como conocimiento de los sistemas normativos de los pueblos.
En Estados Unidos, además, se requiere una técnica llamada “por relevos”: el juez hace el requerimiento en inglés, un intérprete inglés-español capta la información y la traslada a español, y del español interviene la persona intérprete de la Red para llevarla a la lengua indígena. Una vez que la persona hace la contestación, se sigue el mismo camino a la inversa.
“Es un esquema que implica la construcción de vocabularios técnicos, no basta con que una persona sea bilingüe, se requiere de habilidades particulares. Nosotros llevamos ya siete años formando generaciones, y tenemos personas en diferentes áreas del saber: biólogas, ingenieras, arquitectas; es muy diverso el esquema de quienes les llama la atención querer formar parte de la organización”, dice Herrera.
“Más que un tema de una narrativa política o de otra índole, está la vida de muchas personas donde un intérprete hace la diferencia, y un intérprete cambia la vida”, añade, y destaca el hecho de que una persona intérprete no es solo una traductora de palabras, sino la diferencia entre el abandono y el regreso a casa, la libertad y la cárcel, o la vida y la negligencia médica.

Abordamos la curiosa historia de este territorio del tamaño de Nicaragua y hogar de unos 3,5 millones de personas considerado toda una rareza en el cuerno de África.
Este territorio semidesértico con un tamaño similar al de Nicaragua proclamó su independencia en 1991.
Sin embargo, pasados más de 34 años desde aquella accidentada declaración, Somalilandia no había sido reconocido como Estado por ninguna otra nación.
Esto cambió este viernes, cuando Israel se convirtió en el primero en reconocerlo formalmente como país independiente
El presidente de Somalilandia, Abdirahman Mohamed Abdullahi, calificó la declaración del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu como un “momento histórico”.
La decisión fue condenada, sin embargo, por los ministros de Asuntos Exteriores de Somalia, Egipto, Turquía y Yibuti, quienes en un comunicado afirmaron su “rechazo total” al anuncio de Israel.
El reconocimiento israelí podría alentar a otras naciones a seguir su ejemplo, lo que fortalecería la posición diplomática de la región independentista y su acceso a los mercados internacionales.
Abordamos la curiosa historia de este territorio de 137.600 km² y hogar de unos 3,5 millones de personas considerado toda una rareza en el cuerno de África.
Ubicada entre Etiopía y Somalia -Estado del que oficialmente forma parte- Somalilandia fue un protectorado británico hasta su independencia el 26 de junio de 1960.
Pero esa autonomía le duró poco, ya que cinco días después se fusionó con la Somalia italiana, también recién independizada. Fue una unión de la que muchos somalilandeses se arrepintieron apenas se concretó.
Las diferencias con sus vecinos del sur comenzaron casi inmediatamente después de que el Parlamento aprobara la ley que fundó la República de Somalia.
De hecho, el 20 de julio de 1961, un año después de la creación del nuevo Estado, se celebró un referéndum para redactar una nueva Constitución. A pesar del rechazo mayoritario de los somalilandeses, el texto salió adelante, convirtiéndose en la carta magna de la naciente república.
Y menos de una década, el país colapsó.
En 1967 Abdirashid Ali Shermarke fue elegido presidente y designó al somalilandés Mohamed Haji Ibrahim Egal como primer ministro.
Pero a los dos años, el presidente murió a manos de su guardaespaldas, en lo que fue un golpe de Estado liderado por el general Mohamed Siad Barre, quien se hizo con el poder.
Así fue como Somalia se transformó en la República Democrática de Somalia.
El gobierno de facto de Siad Barre acentuó el descontento en Somalilandia e impulsó el deseo de muchos somalilandeses de tomar un rumbo diferente.
Aquel polémico militar marxista-leninista no sólo causaba disgusto en Somalilandia, sino en todo el país, y ese malestar desencadenó una revolución.
“Cuando me vaya de Somalia, dejaré edificios, pero no gente”, prometió Barre a finales de la década de los 80.
Y un informe encargado por las Naciones Unidas y publicado a principios de este siglo, determinó que “el crimen de genocidio fue concebido, planeado y perpetrado” por el gobierno somalí contra el pueblo isaaq en el norte de Somalia entre 1987 y 1989.
En esa época, la fuerza aérea somalí efectuó bombardeos a gran escala en Hargeisa, capital de la declarada República de Somalilandia, matando a miles de civiles y destruyendo parcialmente la ciudad.
Después de varios años de una sangrienta lucha, en 1991 Siad Barre fue derrocado, a lo que siguió una guerra civil.
El fin de régimen militar también hizo que Somalilandia declarara de manera unilateral su independencia. En ese entonces era, y aún sigue siendo, un oasis de relativa calma en una de las regiones más agitadas del mundo.
Más de tres décadas después, Somalilandia funciona casi como un país independiente, pero sin serlo, al menos oficialmente.
Tiene un sistema político propio, un Parlamento, su fuerza policial, una bandera, una moneda y emite sus propios pasaportes.
A la falta de respaldo internacional se sumó la crisis diplomática con Somalia tras el acuerdo firmado en enero de 2024 entre Etiopía y Somalilandia, que concedía a Addis Abeba acceso al mar a través del puerto de Berbera y abría la puerta a un eventual reconocimiento.
Mogadiscio lo denunció como una violación de su soberanía, al considerar a Somalilandia parte inseparable de Somalia.
Aunque Israel se convirtió esta semana en el primer país en reconocer formalmente a Somalilandia como nación soberana, el resto de la comunidad internacional no reconoce su independencia, incluyendo a Naciones Unidas, la Liga Árabe y la Unión Africana.
El caso de Somalilandia suele compararse con el de Taiwán. Ambos parecen ser Estados en pleno funcionamiento y declaran con orgullo su independencia de vecinos más grandes, Somalia y China, que insisten en que son parte de sus territorios.
Percatándose de ello, Hargeisa y Taipei han estrechado sus relaciones y establecieron oficialmente lazos diplomáticos en 2020, desatando la ira de sus vecinos.
El representante taiwanés en Somalilandia, Allen Chenhwa Lou, describió en una entrevista con la BBC el mes pasado la relación entre los dos territorios como “beneficiosa para todos”.
“No necesitamos perseguir la independencia en este momento porque ya somos independientes. Lo que ambos necesitamos es reconocimiento. Ambos compartimos esta difícil situación”, agregó.
Aparte de la cuestión política y de la independencia institucional, Somalilandia también es mucho más estable que el resto de Somalia.
Es considerada por los expertos un ejemplo de democracia en la región. Sus mandatarios llegan al poder a través de elecciones reñidas cuyos resultados, a diferencia de otros países africanos, son respetados, incluso cuando gana la oposición.
Y, pese a ser una ciudad con mucha pobreza y contar con un muy alto nivel de desempleo, Hargeisa es una de las urbes más seguras de la región.
Como escribió la periodista de la BBC Mary Harper en 2016, en el marco de los 25 años de la declaración de independencia del territorio: “Somalilandia tiene paz y estabilidad relativa”.
“A veces viajo entre Somalia y Somalilandia en el mismo día y el contraste no podría ser mayor. En Somalia, como periodista occidental, no puedo moverme sin seis guardaespaldas fuertemente armados (…). En Somalilandia camino sola, incluso de noche”, aseguró.
El periodista somalí Farhan Jimale explica que esta relativa paz se debe a que Somalilandia ha estado trabajando en ello desde los años 90.
“Hubo ancianos locales, que actuaron como mediadores. Reunieron todas las comunidades locales y formaron un gobierno local que se comparte el poder”.
Somalia considera a Somalilandia parte integral de su país.
En los últimos 10 años, Hargeisa y Mogadiscio han sostenido conversaciones de paz, pero para Somalia la integridad del país no es negociable, destaca Jimale.
“Sin embargo, reconoce a Somalilandia como una región que ha desarrollado sus autoridades locales”, prosigue.
En los últimos años, aunque el gobierno federal somalí ha logrado consolidar su control en Mogadiscio y otras grandes ciudades, los grupos islamistas, como Al Shabaab, siguen siendo una amenaza activa y han recuperado influencia en varias zonas del país.
Si Somalia logra la paz, tendrá menos razones para reconocer la independencia de Somalilandia.
“El principal argumento de los independentistas somalilandeses es que Somalia tiene que poner orden en su casa, antes de que ambas partes se sienten a conversar”, señala Jimale.
Pero si el país sigue sumido en una grave situación de inseguridad, la lucha independentista no cesará.
Pase lo que pase, es probable que la decisión final sobre la independencia de Somalilandia tendrá que venir de Mogadiscio, tal como sucedió con la secesión de la vecina Sudán del Sur, que el gobierno sudanés terminó aceptando luego de un referendo.
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