
Ante el aumento de la violencia en los operativos de desalojo de poblaciones callejeras y el temor a que los separen de sus familias, niñas y niños han tenido que aprender a huir y esconderse de la policía y otras autoridades de la Ciudad de México que, sin darles explicaciones a ellos o sus padres, intentan llevarlos por la fuerza a casas hogar.
Emilio, de 8 años, cuenta que él y su prima Mónica, a quienes se les reguarda la identidad, y quienes viven en el mismo campamento de casitas de campaña, en la alcaldía Cuauhtémoc, han aprendido a reconocer a los funcionarios públicos que constantemente acosan a sus familias, por lo que, en cuanto detectan que están cerca, corren a esconderse entre los puestos de un tianguis cercano, o dentro de las estaciones del metro, para que no los separen de sus padres.
Aunque Emilio relata estas experiencias entre risas y juegos, especialistas de la asociación civil El Caracol afirman que la violencia que se ejerce por parte de distintas instituciones hacia las poblaciones callejeras afecta la salud mental de las personas, principalmente de los niños, quienes quedan marcados por el miedo, la tristeza y el enojo, y en algunos casos, cuando los llevan a casas hogar, no vuelven a saber de sus familias.
“Existen muchos desalojos en los que personas del gobierno van a quitarlos de los puntos donde se quedan, los agreden, y es un evento que viven constante, es su cotidianidad, lo mismo que la institucionalización forzada, o sea, que los separan de sus familias con el argumento de que no los están cuidando bien… entonces imagínate, tú estás ahí jugando tranquilo y de repente llegan policías que te agreden o agreden a tu mamá, tiran sus cosas y lo que nos cuentan las niñas y niños es que eso les provoca tristeza, enojo, ansiedad, estrés y miedo”, explica Elizabeth Valencia, educadora de El Caracol.

Para apoyar a los niños a gestionar estas emociones, la asociación civil les brinda acompañamiento mediante actividades educativas y juegos, con los cuales “ellos van conociendo nuevas redes de apoyo, creando nuevos vínculos con personas fuera de la calle e identifican que existe algo más allá de la vida que conocen”, detalla Valencia.
“Lo principal son las terapias psicológicas con los niños y niñas, aunque se nos dificulta la adherencia al tratamiento por factores externos como que luego no tienen dinero para comida o para la renta, creamos estrategias para que sí o sí puedan tener atención, ya sea en las oficinas de El Caracol, o llevando la psicología a las calles, con sesiones en los lugares donde viven o trabajan sus padres, los buscamos y es algo que nos ha funcionado para que ellos identifiquen que no están solos”, agrega la educadora.
En los últimos años, El Caracol ha documentado que los desalojos de poblaciones callejeras en la Ciudad de México ocurren con mayor violencia, ya no sólo con la intención de recuperar el espacio público, sino de institucionalizar por la fuerza a quienes se encuentran viviendo en calle.
“Los operativos se volvieron más sistemáticos, en los grupos que ya se habían establecido de manera masiva -como en Revolución o en Artículo 123- hubo desalojos bastante violentos. Hay una política de hostigamiento, no solo de retirarlos, sino de hostigamiento: los chavos nos comentan que llegan en la madrugada y los empiezan a mojar, o que los retiran cargándolos y subiéndolos a camionetas… nos damos cuenta que ya no es sólo el no querer verlos en algunas zonas, sino que hay una lógica de llevarlos a albergues de manera forzada, sin que las personas acepten“, señala Luis Enrique Hernández, director de la asociación.
Patricia, de 44 años, a quien también se le resguarda la identidad, ha pasado por este tipo de operativos en más de una ocasión, y ha tenido que enseñar a sus dos nietos a esconderse de la policía y los trabajadores del DIF que cada tanto recorren las calles por donde se quedan a dormir y trabajan limpiando parabrisas, porque ya ha sido advertida de que los niños podrían ir a una casa hogar.
“Nos han quitado nuestras cosas; no nos avisan, nada más llegan y se llevan todo. Una vez estábamos en el parque y llegaron de madrugada los policías, me quitaron algunos documentos de los niños y me llevaron hasta el DIF con ellos, me los querían quitar y me dijeron que no me podía quedar en la calle, entonces pues tuve que conseguir cómo irme con ellos a otro lado por unos días”, comenta Patricia.
Después de eso, el personal del Sistema del Desarrollo Integral de la Familia (DIF) volvió a abordarla en la calle, cuando estaba trabajando en compañía de su nieto: “Me amenazaron con que se lo iban a llevar, trajeron a la policía y en ese momento se me ocurrió hablar a Alonso –uno de los educadores de El Caracol–, quien me dijo que no me podían obligar a subir a la patrulla ni tenían por qué llevarse al niño. Al final nos dejaron, pero me dijeron que si lo volvían a ver ahí nos iban a presentar en el Ministerio Público”.
Aunque por seguridad de los niños, Patricia ha conseguido que los cuiden en un café internet, mientras ella trabaja en un semáforo en la zona de Tacubaya, teme que cualquier día las autoridades cumplan la amenaza de separarla de ellos. En las últimas semanas, los trabajadores del DIF han vuelto a buscarla, con el pretexto de darle a sus nietos becas educativas, pero a cambio su abuela debe dejarlos a cargo de las autoridades y perder su custodia.
“Apenas me citaron en el DIF, supuestamente para unas becas para el estudio de los niños, pero me dijeron que mejor los internara, y yo me negué, les dije que nos puedo internar porque no los estoy abandonando, y ahora me piden llevar un papel en donde diga que tengo la custodia… ya hablé con Caracol y les dije que hagan el favor de ayudarme con ese documento”, comenta con preocupación.
De acuerdo con el quinto informe de la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social (SIBISO), entre enero de 2020 y agosto de 2023 el Sistema DIF de la Ciudad de México ha canalizado a Centros de Asistencia Social a mil 852 “niños, niñas y adolescentes en situación de vulnerabilidad, riesgo y desamparo”, y llevó a cabo acciones para la reintegración a la familia de 4 mil 763 menores de edad.
Animal Político consultó con la Secretaría de Seguridad Ciudadana y el Sistema DIF de la Ciudad de México si emitirían alguna postura sobre los señalamientos hacia su personal, sin que hasta el momento de la publicación haya recibido respuesta.

Margarita, de 41 años, a quien se le modificó el nombre, lleva meses intentando recuperar a su nieta, de quien no tiene información desde 2021, cuando se la quitaron a su hija en un albergue, a donde había acudido por invitación del personal de SIBISO a darse un baño.
“A mi nieta me la entregaron en el hospital (cuando nació), me dieron la responsiva de la niña porque mi hija no estaba apta para tenerla, porque se drogaba en su embarazo y tenía intoxicada la sangre. Querían meter a mi hija en un centro de Alcohólicos Anónimos y a mi nieta se la iba a llevar el DIF, pero ella me llamó por teléfono para avisarme, yo no vivía aquí, sino en Querétaro, pero vine porque mi nieta no podría irse al DIF, porque tiene familia”, relata Margarita.
En su testimonio, Margarita afirma que intentaron meter a su hija “en un centro de Alcohólicos Anónimos” de manera forzada, sin embargo, esta asociación civil aclara que “el único requisio para ser miembro de AA es querer dejar de tomar”, por lo que “a nadie se le obliga a ir, ni se le mantiene en contra de su voluntad”, dado que, además, ninguno de sus 14 mil grupos en todo el país operan como anexos o centros de rehabilitación.
A través de una carta dirigida al medio, AA señala que en el país, “diversas organizaciones extrañas utilizan el nombre de Alcohólicos Anónimos o el de la Central Mexicana de Servicios Generales de Alcohólicos Anónimos de forma ilegal y ostentando el logotipo carcterístico”, por lo que rechaza que el centro de rehabilitación al que hizo referencia la entrevistada sea parte de su organización.
Lee también | Personas en situación de calle son desplazadas a golpes y discriminadas por gobierno de CDMX
Cuando la nieta de Margarita tenía diez meses, su madre se la llevó, aunque quien tenía la custodia para cuidarla era su abuela. Lo siguiente que Margarita supo de ellas fue que a su nieta se la había llevado el DIF, y que su hija había sido internada por la fuerza en un centro de desintoxicación.
“Yo me enteré a los quince días de que había pasado todo y de inmediato me moví a a Agencia 59 del Ministerio Público, donde llevan a los menores de edad, y me preguntaron “¿usted quién es?”, a lo que les respondí que soy su abuela, y ya fue que me informaron que la niña estaba ahí supuestamente por maltrato, porque su mamá le pegaba, y que a mi hija la habían trasladado a un anexo, sin que me dijeran en qué dirección”, recuerda.
“Pasaron tres meses y yo no sabía nada, hasta que mi hija salió del anexo pudo llamarme, me contó que se estaba quedando en la calle y que los del albergue de Coruña fueron a brindar apoyo de baño y comida, lo que aceptó, pero dentro del albergue hubo una queja de otra usuaria porque dejó sola a la niña y empezó a llorar… para cuando se dio cuenta, habían llegado varios policías y aunque traía cargando a la bebé la sometieron en el piso, la patearon y se resistió a que se la quitaran hasta que sintió un piquete en el brazo y ya no supo nada, despertó días después, cuando ya estaba anexada”, agrega.
Con el apoyo de El Caracol, Margarita se encuentra en proceso de recuperar a su nieta. Hasta hace seis meses, ella y sus otras hijas –de 10 años y de 11– vivían en una casa de campaña cerca del centro de la ciudad, pero después de la separación de su nieta, y ante el temor de que el DIF se llevara también a las otras dos niñas, buscó apoyo con esta asociación para rentar un cuarto y hallar trabajo.
“Tengo seis meses ya en una casa, El Caracol me ayudó, me dieron una mesa, un mueble y una litera, y pues sí estoy muy contenta, y ahora quiero echarle ganas para tener a mi nieta, la quiero conmigo. El día de hoy tengo un trabajo decente que me ha ayudado a rentar un cuarto, tener una tele y una parrilla eléctrica para darle de comer a mis hijas, para que se sientan seguras y también para recuperar a mi nieta”, expresa la mujer.
Sin embargo, por momentos duda sobre la posibilidad de volver a ver a su nieta, porque en el DIF no le han querido decir ni siquiera en dónde está, ni cómo se encuentra. Para tener acceso a dicha información, le han pedido documentos de la niña –que apenas está tramitando– y comprobar con fotografías que tiene una casa en la que su nieta pueda estar segura.
“En Caracol me van a ayudar con los papeles, pero… yo vivo en una casa muy humilde, en un cuarto de lámina, y en el DIF me piden que les de una fotografía de la fachada donde la niña va a estar, piden que tenga su cama propia, que haya un refrigerador, una estufa, un comedor y yo no tengo nada de eso, todavía me falta todo eso y a veces me da para abajo”, lamenta Margarita.
En el caso de sus otras dos hijas pequeñas, El Caracol se encarga de facilitarles el acceso a terapias para que se sobrepongan a los estragos que dejó en su salud mental la violencia que vivieron cuando se quedaban en la calle, y porque desde que se llevaron a la nieta de Margarita tienen el temor de ser parte de “los niños que se llevan y los separan de sus mamás”.
“Les tengo miedo a los de Coruña (albergue a cargo del Gobierno de la Ciudad de México, donde les quitaron a su sobrina) y a los policías, porque no es justo que se lleven a los niños, por eso ya sé que si vienen debo meterme al metro y salir por otro lado, correr y, si puedo, llegar a Caracol, donde sé que estoy segura”, cuenta una de ellas, la mayor de las dos niñas.
De acuerdo con El Caracol, la institucionalización de niñas y niños de poblaciones callejeras ha ocurrido en la Ciudad de México desde hace décadas, sin embargo, en los últimos cuatro años la problemática se ha agravado, debido a que las autoridades se niegan a dar información a los familiares de los menores de edad sobre su estado de salud y su paradero, como ocurrió en el caso de Margarita. Además, a la par se criminaliza a las madres y padres que se encuentran en situación de calle.
Ximena Mendoza, abogada que colabora con El Caracol, explica que el delito más común que se atribuye a las mujeres y hombres que son padres de familia en situación de calle es la omisión de cuidados, principalmente porque en ocasiones los niños no se encuentran registrados, o porque los vecinos y autoridades los ven en condiciones de poca higiene o expuestos a violencias.
“Eso es algo que no negamos, sabemos que en la calle están expuestos a condiciones que ningún niño o niña debería estar expuesto, pero lo que planteamos es que toda la familia pueda tener una vida fuera de las calles, que no los separen con el argumento de proteger el interés superior de los niños, porque en aras de protegerlos los terminan vulnerando, porque igual que sus madres y padres llegan a caer en depresión”, remarca la abogada.
Entre la veintena de casos de familias separadas que acompaña el Caracol, hay uno en el que han conseguido que las autoridades les brinden información sobre la bebé que se llevaron, aunque sólo para saber que la tienen en el Centro de Estancia Transitoria para Niños y Niñas –a cargo de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México– tuvieron que interponer una denuncia por el delito de desaparición forzada contra la menor de dos años.
Gracias a que se admitió la solicitud de amparo, Armando, padre de la niña, pudo saber a dónde se la llevaron después de que la vio por última vez la mañana de un sábado, cuando sin previo aviso policías y trabajadores de la SIBISO y el DIF llegaron hasta la casa de campaña donde se quedaban a dormir y se la llevaron.
Ahora, su principal preocupación es conseguir un cuarto que sea barato para rentar, a donde pueda irse a vivir junto con su pareja y el bebé que están esperando que nazca en un par de meses, así como reunir los documentos y requisitos que le exigen para poder volver a estar con su hija.
“La autoridad no te da ninguna opción para dejar la calle o buscar un lugar, pero estoy volviendo a empezar, a hacer todo otra vez, ya tengo un trabajo formal en las cuadrillas de limpia, solo me falta tener mis papeles en regla y estar bien con lo demás que me piden para recuperar a la niña”, expresa Armando con ilusión.
La abogada Ximena Mendoza reconoce con frustración que en todos los casos en los que institucionalizan a niños en situación de calle es muy complejo que sus familias retomen las convivencias y consigan la reintegración de los menores de edad, “por características de la población, pero no porque sea un tema atribuible a ellos, sino porque el Estado no está tomando ninguna medida especial para atenderlos, para entender su contexto y procurar los vínculos familiares”.
“Para el DIF es más fácil separarlos y deslindarse de su responsabilidad que procurar el desarrollo de las familias, se enfoca mucho en los niños, pero no debe olvidar que toda la familia es su responsabilidad, y como tal, debe ver que todos sus integrantes puedan estar juntos, aunque en la realidad las autoridades hacen todo lo contrario”, concluye la defensora.

Hasta 7 naciones o territorios en el Caribe están dando apoyo logístico al ejército estadounidense en su despliegue militar.
La creciente campaña de presión militar del presidente estadounidense Donald Trump sobre Nicolás Maduro en Venezuela cuenta con la oposición de muchos líderes latinoamericanos, pero el apoyo logístico de varias naciones en el Caribe.
En el arco geográfico que va de República Dominicana a Trinidad y Tobago han surgido distintos aliados a la “Operación Lanza del Sur” de Estados Unidos con roles disímiles.
El enorme despliegue de fuerzas militares de la primera potencia del mundo necesita todo tipo de asistencia: pistas de aterrizaje, puntos de abastecimiento, radares en puestos avanzados, maniobras o campamentos para sus soldados. También misiones de reconocimiento o espacio para almacenar equipos.
En agosto de este año, Trump ordenó el envío de tres buques de guerra de la Armada al Caribe Sur para interceptar embarcaciones sospechosas de transportar drogas que salían de Venezuela. Hasta la fecha Estados Unidos realizó más de 20 ataques contra estos botes en aguas internacionales, que causaron la muerte de más de 80 personas.
Desde entonces, el despliegue acumula en aguas de la región al menos 12 buques de guerra, un submarino nuclear, aviones, helicópteros y drones, además dos portaviones: el USS Gerald R. Ford y el Iwo Jima. Se cree que el número de efectivos militares supera ya los 15.000.
“En general, es probable que los aliados en el Caribe proporcionen vigilancia, logística o apoyo de contingencia, siendo la República Dominicana la nación que más explícitamente lo está haciendo”, le dice a BBC Mundo Evan Ellis, profesor e investigador de estudios latinoamericanos en el Instituto de Estudios Estratégicos de la Escuela de Guerra del Ejército de Estados Unidos.
“Pero todos evitarán ser puntos de lanzamiento de ataques ofensivos, a menos que las circunstancias cambien”, añade.
Washington asegura que su objetivo es frenar el tráfico de drogas hacia EE.UU., pero tanto Caracas como numerosos observadores creen que lo que se pretende es forzar un cambio de gobierno en Venezuela.
De hecho, la mayor parte del tráfico de drogas que los carteles latinoamericanos envían al norte el pasa por el Océano Pacífico oriental -el 74% de los envíos según la DEA- y no es ahí donde se concentran ahora mismo las operaciones militares.
“El hecho de que la administración Trump presente las operaciones antidroga como un acto de autodefensa nacional marca un giro profundo en la política exterior estadounidense”, afirma Björn Beam, responsable de Investigación Tecnológica y analista geopolítico senior de la firma Arcano Research.
Beam explica que al declarar un “conflicto armado” contra actores no estatales que operan desde territorio venezolano, Washington ha difuminado la frontera entre la lucha contra el terrorismo y el cambio de régimen.
“El resultado es una operación jurídicamente flexible, que podría evolucionar desde ataques limitados en el mar hasta acciones selectivas en tierra, todo ello sin necesidad de contar con la aprobación del Congreso”, añade.
Hasta el momento, además de Puerto Rico y las Islas Vírgenes estadounidenses, República Dominicana y Trinidad y Tobago le han dado acceso a EE.UU. a sus infraestructuras, pero hay más.
Estas son hasta la fecha las islas y territorios que están dando cobertura al ejército estadounidense:
Aruba, Curazao y Bonaire están a 80 kilómetros de Venezuela. Son territorios de ultramar que pertenecen a los Países Bajos y aunque poseen un estatus especial y de autogobierno, su uso para cualquier ataque requeriría, en teoría, autorización del país europeo.
Estados Unidos tiene una base de operaciones avanzada en Curazao y una más pequeña en Aruba. Su misión, según fuentes oficiales, es la detección y monitoreo aéreo de presuntas actividades de narcotráfico aéreo y marítimo.
En sus conversaciones con diplomáticos y altos rangos del ejército, Ellis nota nerviosismo.
“Creo que parte de su preocupación radica en que si Venezuela percibe que apoyan militarmente a Estados Unidos, podría dirigir operaciones contra ellos. Aunque probablemente Maduro no sería tan insensato, hay inquietud ante un posible escenario como este”, dice el experto militar.
Hace tan solo unas semanas, el portal de monitoreo aéreo Flightradar24 documentó la presencia de bombarderos estadounidenses sobrevolando el espacio aéreo entre Aruba y Curazao.
A 11 kilómetros de la costa este venezolana, estas islas son las más cercanas a Venezuela y por lo tanto las más expuestas. Durante mucho tiempo han sido uno de los países más perjudicados por el flujo de migrantes venezolanos y las actividades de diferentes grupos criminales.
El gobierno de Kamala Prisad-Bisisier -que asumió en mayo- ha mostrado posiciones muy proestadounidenses desde el principio. En sus primeros meses al frente del país, se reunió con el jefe del Estado Mayor Conjunto, Dan Caine, para estrechar lazos y favorecer el intercambio de datos de inteligencia militar.
Recientemente el gobierno de Trinidad y Tobago recibió buques de guerra estadounidenses y facilitó entrenamiento de fuerzas especiales de Estados Unidos. Prisad-Bisisier confirmó que infantes de marina estadounidenses operan en el aeropuerto de Tobago, trabajando en una pista, en una carretera y que están instalando y modernizando un radar. Además, varios aviones militares han usado la isla para reabastecerse de combustible.
El gobierno justifica el proyecto como parte de la seguridad nacional y la lucha contra el narcotráfico en sus aguas.
“Han apoyado mucho la operación de las fuerzas estadounidenses y ven con buenos ojos la presencia de infantes de marina en el territorio, pero han dejado muy claro que, a menos que Venezuela los ataque, no se lanzarán operaciones ofensivas estadounidenses desde su territorio. Esa es la línea trazada”, explica Ellis.
Es otro de los países que se ha visto gravemente afectado por el flujo de drogas, el crimen organizado y la migración en la región y es el que más abiertamente ofreció apoyo logístico a la “Operación Lanza del Sur”.
Desde la primera administración de Trump, el gobierno de Luis Abinader siempre ha estado muy alineado con Washington. República Dominicana se beneficia enormemente del turismo que llega desde Estados Unidos y del acceso al mercado estadounidense a través del Tratado de Libre Comercio CAFTA-DR.
“Esta lucha contra el narcotráfico constituye una prioridad para su administración [la de Trump], por tratarse de una amenaza que afecta la estabilidad nacional y regional”, afirmó Abinader.
“Esta lucha es esencial para proteger a nuestras familias y para preservar la estabilidad. Ningún país puede ni debe enfrentarla sin aliados”, añadió.
En medio de la escalada con Venezuela, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, visitó República Dominicana y firmó una serie de acuerdos, que incluían el uso militar de zonas restringidas de la Base Aérea de San Isidro y del Aeropuerto Internacional de Las Américas.
Además, República Dominicana permite el reabastecimiento de combustible a naves estadounidenses, traslado de equipos y de personal técnico a través de su territorio.
“A Abinader le interesa la cooperación de Trump para contener el problema de Haití, pero la estrategia de las autoridades de República Dominicana de posicionarse como un aliado clave de Washington responde a la ambición de tener un papel más importante en los asuntos regionales”, estima el profesor de la Escuela de Guerra del Ejército de Estados Unidos.
“Por ejemplo, recientemente, el país solicitó integrarse como miembro asociado de Caricom, un espacio clave para el comercio y la cooperación de las naciones del Caribe, lo que aumentaría considerablemente su cooperación en temas como el intercambio de información de inteligencia contra el crimen organizado”, dice Ellis.
El apoyo a las operaciones de Estados Unidos se presenta como temporal, técnico y limitado, enfocado en reforzar vigilancia aérea y marítima contra el crimen organizado transnacional.
La distancia entre la isla de Granada y Venezuela es de aproximadamente 145 km en línea recta a través del mar Caribe.
EE.UU. solicitó instalar equipos de radar y personal técnico de forma temporal en el Aeropuerto Internacional Maurice Bishop. Ellis señala que esta solicitud se remonta al mandato de Biden o incluso antes, pero al parecer está siendo efectiva ahora.
“Como parte de la lucha contra el narcotráfico, Granada necesita un radar para su aeropuerto que le dé visibilidad sobre vuelos con posibles cargamentos. El ejército estadounidense estaba de visita, pero no ha trascendido públicamente si era para la instalación o se llevaron a cabo conversaciones técnicas que ayuden a instalarlo”, afirma Ellis.
Washington es uno de los principales socios comerciales de Granada. El país se beneficia de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe (ICC), que otorga entrada libre de aranceles a muchos de sus productos.
Granada y Estados Unidos han firmado varios tratados para facilitar la cooperación policial y el intercambio de información y el ejército de EE.UU. ha proporcionado capacitación y equipo a las fuerzas de seguridad granadinas.
Los dos territorios estadounidenses, que se encuentran aproximadamente a 800 kilómetros de Venezuela, se están utilizando para albergar personal militar y brindar apoyo logístico a las operaciones.
Según una investigación gráfica realizada por la agencia Reuters, la estación naval estadounidense Roosevelt Road -una antigua base de la Guerra Fría clausurada en 2004- se encuentra en proceso de modernización, con la repavimentación y la ampliación de las pistas, en las que ya están operando aeronaves de gran tamaño, como el gigantesco Boeing C-17 Globemaster, usado por las fuerzas estadounidenses para el transporte rápido de tropas y de suministros.
Además, la Administración Federal de Aviación (FAA) anunció una zona de vuelo restringida que afectará el espacio aéreo frente a la costa sureste de Puerto Rico desde el 1 de noviembre de 2025 hasta el 31 de marzo de 2026.
Esto facilitaría las operaciones militares de alta intensidad cerca del Aeropuerto José Aponte de la Torre. Allí han sido desplegados los cazas F-35 de última generación movilizados por el Pentágono y se han visto operaciones de aviones de combate y transporte.
En estas instalaciones se queda la mayor parte del personal terrestre.
También hay registro de aviones militares en el Aeropuerto Henry E. Rohlsen de Islas Vírgenes, que funciona como plataforma operativa y logística para despliegues regionales.
En Saint Croix, la mayor de las Islas Vírgenes estadounidenses, se aloja personal militar adicional en el “Man Camp” de Port Hamilton Refining and Transportation (PHRT).
Y el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) reportó que la Base Naval que Estados Unidos tiene en la Bahía de Guantánamo (Cuba) ha aumentado el número del personal militar estacionado permanentemente.
Todo este progresivo aumento de fuerzas lleva a una pregunta. Si hay una operación de Estados Unidos, ¿cuál es el punto en el que se lanzararía?
“Cualquier operación se lanzaría desde múltiples puntos. Personalmente, creo que podríamos ver ataques terrestres limitados antes de una operación de derribo importante”, cree Ellis.
“Si hubiera ataques terrestres limitados, probablemente provendrían de misiles estadounidenses, tal vez los misiles Tomahawk. Porque Venezuela aún tiene algunas defensas aéreas bajo su control. No son las mejores, pero los sistemas rusos S-300, por ejemplo, representan una amenaza para las aeronaves de Estados Unidos”, añade.
Por eso, cree el experto, no se lanzarían los F-18 de los portaaviones mientras esas defensas aéreas siguieran funcionando.
“Quizás podríamos ver el despliegue militar de algunas Fuerzas de Operaciones Especiales en el terreno, pero si tuviera que adivinar, diría que los ataques iniciales serían con misiles, simplemente porque es la forma más segura de hacerlo”.
“También se podrían lanzar misiles desde submarinos, ya que con un submarino se puede llegar relativamente cerca. Pero si se realizara una operación mayor, probablemente se necesitarían múltiples bases”.
Según el CSIS, las fuerzas estadounidenses comprometidas actualmente son insuficientes para un desembarco anfibio o una invasión terrestre. Esto requeriría al menos 50.000 soldados. “Sin embargo, los recursos aéreos y navales acumulados en los últimos tres meses han proporcionado suficiente potencia de fuego al Caribe para lanzar ataques aéreos y con misiles contra Venezuela”, explican los expertos del think tank.
Mapas por Caroline Souza y diseño de imagen por Daniel Arce, del Equipo de periodismo visual de BBC Mundo
Haz clic aquí para leer más historias de BBC News Mundo.
Suscríbete aquí a nuestro nuevo newsletter para recibir cada viernes una selección de nuestro mejor contenido de la semana.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.