
Los casos dados de baja del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO) como resultado de una pretendida actualización “casa por casa” son superados en más del doble por la cantidad de altas en el mismo periodo, es decir, reportes de nuevos casos de desaparición, lo que haría imposible una reducción masiva de la cifra global.
Doce comisiones estatales de búsqueda de personas desaparecidas aseguran que entre el 1 de febrero y el 30 de septiembre de 2023 hicieron un total de mil 314 identificaciones positivas tras realizar visitas a domicilio, luego de recibir más de 25 mil indicios de vida derivados del cruce de bases de datos a nivel federal.
Sin embargo, en ese periodo, en las mismas entidades se reportaron 2 mil 972 nuevos casos de personas desaparecidas que permanecen en ese estatus hasta hoy.
Las visitas “casa por casa” para la identificación de personas desaparecidas son parte de la actualización del registro o “censo” que instruyó el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien el 31 de julio aseguró que la cifra global del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO) –113 mil hasta el cierre de esta publicación– debía ser menor, y que en tres meses se corregiría.
Esa instrucción tenía como antecedente el anuncio del 16 de enero por parte del entonces subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas, de un programa de búsqueda en vida mediante el cruce de bases de datos de trámites de salud y civiles.
A partir de ello, en diversas solicitudes de información pública, Animal Político pidió a las comisiones estatales de búsqueda la cifra total de indicios recibidos, la de visitas realizadas a domicilio, la de pruebas de vida obtenidas y la de registros dados de baja.
Doce estados informaron las cifras totales, mientras que algunos desconocieron el “censo” o actualización del registro, y otros pretextaron no contar con la información.

En todos los casos, la cifra de indicios de vida o coincidencias recibidas –derivada del cruce de bases de datos con el RNPDNO– fue mucho mayor a la de identificaciones positivas que obtuvieron finalmente mediante visitas a domicilio.
Por ejemplo, la comisión estatal de Baja California recibió dos listados, en lo que llamó primera y segunda etapa, fechados el 7 de mayo y el 3 de julio, que sumaban un total de 2 mil 068 indicios de vida.
Después, realizaron mil 4 visitas a domicilio –a partir de las coincidencias que realmente eran útiles–, y finalmente obtuvieron solo 135 pruebas de vida. Mientras eso ocurría, en la entidad se registraron 180 nuevas desapariciones.
Baja California Sur también recibió dos bloques de indicios, el 2 de mayo y el 19 de julio, para un total de 577. A partir de estos, realizó solo 110 visitas a domicilio y finalmente, obtuvo 41 pruebas de vida.
Con ellas, dio de baja 26 registros, es decir, aquellos que le correspondían, pues la modificación al Registro Nacional solo puede hacerla la autoridad que inicialmente dio de alta el reporte. Al mismo tiempo, en ese periodo, 85 personas fueron reportadas y permanecen como desaparecidas en la entidad.
En tanto, en Nayarit y Puebla, el número de nuevas desapariciones –128 y 741– supera en seis y ocho veces, respectivamente, a la cifra total de identificaciones positivas –21 y 90– que se obtuvieron en ese periodo mediante el “censo casa por casa”.
En algunos estados, como Aguascalientes, Colima, Durango, Tabasco, Veracruz y Yucatán, el número de nuevas desapariciones reportadas es menor a las pruebas de vida obtenidas en el mismo periodo, pero igualmente siguieron desapareciendo otras personas mientras transcurría la actualización de registros.
En respuesta a las solicitudes de información pública, la comisión de búsqueda del Estado de México describió a detalle la complejidad para la actualización del registro nacional de personas desaparecidas mediante visitas casa por casa a partir de indicios obtenidos mediante el cruce de bases de datos federales, como instruyó el presidente Andrés Manuel López Obrador.
De acuerdo con su propio recuento, la comisión estatal recibió tres bloques de indicios: el 13 de marzo, el 13 de junio y el 2 de julio.
En total, sumaron 15 mil 736, una cifra incluso mayor al histórico de personas desaparecidas que registra el estado. Sin embargo, no estaba lo suficientemente procesada, pues contenía homonimias, así como coincidencias anteriores a la fecha de desaparición.
De entrada, la entidad describe que estas listas surgieron a partir del cotejo o confronta masiva realizada por la Comisión Nacional de Búsqueda entre el RNPDNO y bases de datos del Registro Nacional de Población (Renapo), del padrón de vacunación de covid-19, de la Secretaría de Relaciones Exteriores, del Instituto Nacional Electoral, de la Secretaría de Educación Pública, de la institución nacional de seguros Agroasemex y de los Servicios Educativos Integrados al Estado de México (SEIEM).
“En principio cabe señalar que esta comisión tuvo que realizar un análisis para depurar los 15 mil 736 registros, puesto que algunos estaban incompletos, correspondían a homónimos o bien, la fecha del posible indicio de localización era anterior a la fecha de desaparición de las personas, por lo cual se tuvo que determinar cuáles en realidad eran útiles”, indica.
Así, la comisión determinó que del primer bloque, de 5 mil 634, solo mil 016 eran útiles; del segundo, que contenía mil 375, solo 691 podían utilizarse, y del tercero, que sumaba 8 mil 728, únicamente servían 2 mil 612.
Sin embargo, solo los dos primeros se consideraron para realizar visitas a domicilio, “en coordinación con la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas, la Fiscalía General de Justicia del Estado de México y las células de búsqueda municipales”.
En tanto, el último bloque ya no fue considerado tras quejas por revictimización a las familias durante las visitas casa por casa.
“No obstante del resultado de visitas donde se constató que los datos habían sido registrados anteriormente a la desaparición, se recibieron quejas ciudadanas por considerar revictimizante acudir a los domicilios de familiares, sobre todo en los casos de larga data en los que la persona aún continúa desaparecida”, describe el documento proporcionado por la comisión local.
Además de las 20 entidades que desconocieron la actualización del registro o negaron la información, de las 12 que sí proporcionaron las cifras globales, prácticamente la mayoría argumentó que las pruebas documentales donde consta el número de indicios recibidos, visitas realizadas e identificaciones positivas son confidenciales por contener datos personales, y descartaron entregarlas incluso en su versión pública.
Estados como Zacatecas, Tlaxcala, Sinaloa, Morelos y Oaxaca se dijeron incompetentes para poseer la información solicitada.
En tanto, Nuevo León, por ejemplo, se contradijo: en una primera respuesta admitió haber recibido más de 2 mil indicios –sin detallar cuántas visitas e identificaciones positivas hizo con ellos–, mientras que después aseguró que no había localizado documento alguno con la información.
Yucatán, en cambio, presentó dos correos electrónicos, con fechas del 14 de junio y del 2 de julio, con el asunto Lista de personas desaparecidas y un Excel adjunto nombrado YUCATAN_Indicios –que reservó justificando la información personal que contiene–, remitidos por Rodrigo Velázquez Díaz, subdirector regional de operaciones de Búsqueda.
“Por instrucciones de la Comisionada Nacional de Búsqueda, me permito hacerle llegar la lista de casos de personas desaparecidas adjunta, que contiene al menos un indicio por caso, algunos con domicilios. Por lo que se solicita su amable colaboración para efecto de que se analice técnicamente, y emprender las acciones de búsqueda pertinentes para localizar a las personas desaparecidas cuyo nombre y Folio Único de Búsqueda se comparte en el archivo adjunto o, de ser el caso, que se localice el domicilio relacionado y se entreviste a personas vinculadas con la víctima como parte del seguimiento a las acciones de búsqueda que conduzcan al hallazgo de las personas desaparecidas o no localizadas”, se lee en los documentos.
El 23 de agosto, tras la presencia más protagónica de la Secretaría de Bienestar, que instruyó a finales de julio el presidente Andrés Manuel López Obrador, la excomisionada nacional de Búsqueda, Karla Quintana, presentó su renuncia porque la actualización o “censo” ya no se estaba llevando a cabo por autoridades especializadas y su intención no era obtener la mejor información posible, sino reducir la cifra total de personas desaparecidas.
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La comisión estatal de búsqueda de San Luis Potosí, por ejemplo, reconoció la existencia de la estrategia, e incluso la participación de la Secretaría de Bienestar, ya sin mencionar a la CNB; por la misma razón, dijo no ser responsable de proporcionar la información:
“Es de mencionarse que por instrucción del Presidente Andrés Manuel López Obrador, la Fiscalía General del Estado de San Luis Potosí, en coordinación con la Comisión Estatal de Búsqueda y personal de la Secretaría de Bienestar Delegación San Luis Potosí, se lleva a cabo un Programa Nacional, que fue instaurado por la Federación por conducto de la Secretaría de Gobernación, el cual tuvo como fecha límite de cumplimiento el día 13 de agosto del año en curso”.

Poco más de dos meses después de su renuncia, durante un seminario Karla Quintana subrayó que el RNPDNO no es una lista única o un Excel, sino un sistema y herramienta de búsqueda que permite que al menos 66 autoridades lo alimenten en más de un 90%: 33 comisiones de búsqueda y 33 fiscalías, más otras autoridades y particulares.
Del mismo modo, hizo énfasis en que hasta su renuncia, había una trazabilidad para la baja de registros, es decir, solo la podían llevar a cabo autoridades buscadoras, mediante firma electrónica y conforme a la ley.
En respuesta a las solicitudes de información pública, varias comisiones estatales de búsqueda admitieron que durante el periodo solicitado –hasta el 30 de septiembre– no siempre se habían encargado de dar de baja ellas mismas los registros asociados con identificaciones positivas mediante visitas a domicilio, pues en muchos casos, no fueron la autoridad responsable de dar de alta el registro.
Por ejemplo, Colima –que encontró 27 identificaciones positivas– aclaró que “solo pueden darse de baja en el portal correspondiente por la autoridad responsable de dichos registros, por lo que al no ser la autoridad competente para ello, las bajas de los registros se encuentran en trámite con las autoridades respectivas”.
En tanto, la comisión de búsqueda de personas de Sonora indicó que por parte de la Comisión Nacional de Búsqueda les eran remitidos habitualmente indicios vía correo electrónico y una Bitácora Única que forma parte del RNPDNO, lo que consideraban una herramienta de búsqueda e identificación que organiza y concentra la información sobre personas desaparecidas y no localizadas, y que se utilizaba en sus acciones de búsqueda constantemente.
Tabasco, un estado donde la comisión encontró 56 identificaciones positivas en un periodo en el que solo se han reportado siete nuevas desapariciones, fue la única entidad que aclaró que los registros no eran dados de baja, sino que sufrían un cambio de clasificación de desaparecido a localizado. De esos 56 casos, la comisión realizó la modificación de 21.
Meses antes, y poco después de que el entonces subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas, declarara a mediados de enero que se emprendería un programa nacional de búsqueda en vida mediante el cruce de bases de datos de trámites civiles y de salud, la Secretaría de Gobernación firmó un convenio con la Secretaría de Bienestar el 3 de marzo de 2023.
Entre las líneas de acción que ahí se acordaron se estableció que la CNB solicitara a Bienestar acompañamiento para la implementación de acciones de búsqueda generalizada de personas desaparecidas y localizadas, sin que eso implicara en ningún sentido la transferencia de datos personales o sensibles.

También se acordó que Bienestar pudiera consultar información en sus registros y bases de datos para contribuir a búsqueda, localización e identificación.
En otros dos incisos, se agrega que, como parte de la estrategia, la Subsecretaría de Derechos Humanos, Población y Migración de la Segob o la CNB podrían coordinar esfuerzos de búsqueda entre Bienestar y otras autoridades buscadoras.
Se especifica, además, que Bienestar entregaría “información y resultados que deriven de las acciones de búsqueda generalizada y aquella que resulte de la consulta que se lleve a cabo en sus registros”.
Sin embargo, a unos días de la renuncia de Quintana –por su desacuerdo respecto a la forma y la intención de la actualización del registro, así como el creciente protagonismo que López Obrador le había dado a Bienestar, que no es una autoridad buscadora–, Encinas aseguró que el censo de personas desaparecidas lo haría la Secretaría de Bienestar conforme al convenio suscrito, que, de acuerdo con Quintana, inicialmente se trataba solo de un acuerdo de cooperación que igualmente se hacía con otras dependencias.
Más allá de la versión pública del convenio, la Secretaría de Bienestar y la Comisión Nacional de Búsqueda rechazaron proporcionar la información relativa a las minutas de reuniones para llevar a cabo la actualización del registro, así como al número de indicios encontrados y enviados, el total nacional de visitas a domicilio o el de identificaciones positivas.

Si usaste una cámara digital a principios de la década de los 2000, es muy probable que se hayan borrado capítulos enteros de tu vida. Una generación de fotos ha desaparecido en discos duros dañados y sitios web inactivos.
Para mi 40 cumpleaños, les pedí a mis amigos y familiares un regalo: fotos mías de mis veintipocos. Mi colección de fotos de esa época —aproximadamente de 2005 a 2010— es terriblemente escasa.
Hay un espacio en blanco entre mis álbumes de fotos impresas de la universidad y mi carpeta de Dropbox con las instantáneas de mis primeros años como madre. Lo único que pude encontrar de aquellos años fue un puñado de fotos de baja resolución de mí en un bar haciendo algo raro con las manos.
¿Y el resto? Quedaron atrás debido a una computadora muerta, cuentas de correo electrónico y redes sociales inactivas y un mar de pequeñas tarjetas de memoria y memorias USB perdidas en el caos de múltiples mudanzas internacionales. Es como si mis recuerdos no fueran más que un sueño.
Resulta que no soy la única. A principios de la década de los 2000, el mundo experimentó una transición repentina y drástica de la fotografía analógica a la digital, pero tardó un tiempo en encontrar un almacenamiento fácil y fiable para todos esos nuevos archivos.
Hoy en día, tu smartphone puede enviar copias de seguridad de tus fotos a la nube en cuanto las tomas. Muchas fotos capturadas durante la primera ola de cámaras digitales no tuvieron la misma suerte. A medida que la gente cambiaba de dispositivo y los servicios digitales prosperaban y decaían, millones de fotos desaparecieron en el proceso.
Hay un agujero negro en el registro fotográfico que se extiende por toda nuestra sociedad. Si tenías una cámara digital en aquel entonces, es muy probable que muchas de tus fotos se perdieran al dejar de usarla.
Incluso ahora, los archivos digitales son mucho menos permanentes de lo que parecen. Pero si tomas las medidas adecuadas, no es demasiado tarde para proteger tus nuevas fotos del mismo olvido.
Este año se celebra el 50º aniversario de la fotografía digital. La primera cámara digital era un dispositivo descomunal y poco práctico que parecía más bien una “tostadora con lente”, como explica su inventor Steve Sasson a la BBC.
Pasaron décadas antes de que se convirtieran en un producto de consumo viable, pero todos mis conocidos tenían una cámara digital a principios de la década de los 2000.
Tomamos miles de fotos y las compartimos en álbumes online con nombres como “¡Martes por la noche!” o “Viaje a Nueva York – parte 3”. ¿Seguro que alguien de mi círculo tenía estas fotos 20 años después? Cuando pregunté, resultó que muy pocos las tenían. Todos acumulaban los mismos problemas que yo. ¿Cómo podía haber tan poco de una época tan llena de fotos?
Al observar nuestra relación con las fotos, el período 2005-2010 se percibe como un microcosmos de la Era de la Información. Es toda una vida de innovación, disrupción y acceso condensada en un lapso de cinco años en la cronología de la historia humana.
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El año 2005 fue un buen momento para ser un usuario de cámaras digitales. Ese año, el auge digital arrasó con las ventas de cámaras de película, según datos de la Asociación de Productos de Cámara e Imagen (Cipa).
La feroz competencia redujo el precio de las cámaras digitales compactas básicas lo suficiente como para que se compraran por impulso. La calidad de las cámaras mejoró rápidamente, lo que dio a algunos consumidores una excusa para actualizar sus compactas una o incluso dos veces al año.
Piensa en esto: durante un siglo, la fotografía personal fue un proceso lento y deliberado. Tomar fotos requería dinero. Cada rollo de película ofrecía un número limitado de fotos. Y si querías ver tus fotos, tenías que dedicar tiempo a revelar la película o pagar a un laboratorio para que hiciera el trabajo, y luego repetir el proceso si querías copias.
Sin embargo, a partir de 2005, todas esas barreras se derrumbaron en un abrir y cerrar de ojos. Pronto, los consumidores producían millones de fotos digitales al año. Pero lo que parecía una época de abundancia fotográfica fue, en realidad, un momento de extrema vulnerabilidad.
“[Los consumidores] desconocían lo que no conocían”, afirma Cheryl DiFrank, fundadora de My Memory File, una empresa que ayuda a sus clientes a organizar sus bibliotecas de fotos digitales. “La mayoría de nosotros no nos tomamos el tiempo necesario para comprender a fondo las nuevas tecnologías. Simplemente descubrimos cómo usarlas para hacer lo que necesitamos hoy… y el resto lo resolvemos después”.
La gente no lo sabía en ese momento, dice DiFrank, pero no pudieron “averiguar el resto más tarde”.
La memoria del consumidor promedio se encontraba dispersa de forma precaria en una amplia gama de tecnología portátil de primera generación, susceptible a pérdidas, robos, virus y obsolescencia: cámaras, tarjetas SD, discos duros, memorias USB, cámaras Flip Cam, CDs y una maraña de cables USB que funcionaban con algunos dispositivos, pero no con otros.
Al mismo tiempo, las laptops comenzaban a superar a las computadoras de escritorio por primera vez en la historia. La gente podía almacenar y ver fotos exclusivamente en sus laptops, un dispositivo que, por desgracia, también era más fácil de romper o extraviar.
Las ventas de cámaras digitales se dispararon en 2005, alcanzaron su punto máximo en 2010 y luego se desplomaron, según la Cipa. El iPhone de Apple se lanzó en 2007, y pronto los teléfonos móviles revolucionaron por completo la incipiente explosión de las cámaras digitales. Los consumidores adoptaron rápidamente la nueva tendencia fotográfica, a menudo sin detenerse a proteger las fotos que ya habíamos tomado.
El dolor de perder fotos es personal para Cathi Nelson. En 2009, le robaron de casa su ordenador y su disco duro externo de respaldo. Ante la falta de almacenamiento en la nube accesible en ese momento, perdió gran parte de los recuerdos de su familia para siempre. Es irónico, ya que Nelson se gana la vida ayudando a otras personas a recuperar sus fotos desaparecidas.
Ese mismo año, Nelson fundó The Photo Manager”, una organización de miembros para organizadores profesionales de fotos digitales. Para entonces, las colecciones de fotos ya estaban tan desordenadas que se despertó una enorme demanda de ayuda profesional, afirma. “La gente está abrumada por las opciones, la tecnología y los datos”, escribió Nelson en un informe técnico que detallaba el problema.
Los miembros de The Photo Managers ayudan a sus clientes con el “agujero negro” de 2005-2010 constantemente. “Lo veo una y otra vez, todo el asunto del ‘agujero negro’ digital”, dice Caroline Gunter, miembro del grupo. “Hubo un período, desde principios de la década de 2000 hasta 2013, en el que era muy difícil para la gente organizarse y se perdían fotos”.
Nelson, Gunter y otros miembros de The Photo Managers dicen que recuperan fotos pixeladas de bebés de teléfonos Nokia plegables, recuperan fotos de CDs de fotos y lidian con el servicio de atención al cliente en sitios web de álbumes de fotos en línea como Snapfish o Shutterfly.
“Nuestros miembros siempre dicen que es el único trabajo que hacen en el que la gente llora cuando les devuelven todo”, dice Nelson.
Al mismo tiempo, se produjo otro cambio radical: el intercambio gratuito de fotos online. No solo teníamos la capacidad de generar millones de fotos, sino que también podíamos compartirlas con toda la humanidad, de una forma que parecía mucho más permanente de lo que realmente era.
En 2006, la plataforma de redes sociales MySpace era el sitio web más popular de Estados Unidos y, para muchos, se convirtió en el servicio predilecto para compartir y almacenar fotos. Pero su reinado duró poco.
Facebook se lanzó en 2004 y, para 2012, contaba con más de 1.000 millones de usuarios. Pronto, MySpace cayó en el olvido, dejando atrás innumerables fotos y otros recuerdos digitales.
En 2019, MySpace anunció que 12 años de datos se habían borrado en un fallo accidental del servidor. La compañía afirmó que “todas las fotos, vídeos y archivos de audio” publicados antes de 2016 se habían perdido para siempre, toda una generación de imágenes perdidas en el tiempo.
Sin embargo, MySpace no era el único centro para almacenar fotos. Kodak, Shutterfly, Snapfish, la cadena de farmacias Walgreens y muchas más apostaron por los servicios de fotografía en internet.
Los clientes obtenían galerías de fotos online gratuitas, y las empresas podían generar ingresos mediante impresiones y regalos. Al principio, el modelo fue un éxito rotundo. Shutterfly, por ejemplo, salió a bolsa en 2006 con una oferta pública de venta de acciones de gran repercusión que recaudó US$87 millones.
El resto de lo que sucedió queda para los libros de historia y para los estudios de casos de las escuelas de negocios. Kodak, por ejemplo, se declaró en quiebra (aunque la empresa resurgió tiempo después).
Shutterfly adquirió todas las fotos de la Galería Kodak EasyShare, pero mi propia experiencia demuestra que no fueron buenas noticias para mis fotos. Para transferir mis fotos de Kodak EasyShare a Shutterfly, necesitaba vincular ambas cuentas, una tarea que nunca completé a pesar de los múltiples correos electrónicos de Shutterfly instándome a hacerlo.
Los correos electrónicos de marketing de la empresa prometían a los clientes que Shutterfly nunca las eliminaría. Tiempo después, inicié sesión en mi cuenta y descubrí que las fotos estaban archivadas y eran inaccesibles.
Un portavoz de Shutterfly afirma que mi historia es conocida y que la empresa hizo todo lo posible para ayudar a los clientes con la transición a Kodak. Sin embargo, lamentablemente, algunas fotos se volvieron irrecuperables con el tiempo.
Shutterfly aún conserva algunas fotos, pero la empresa no las entrega. Según un portavoz, no se puede acceder, descargar ni compartir las fotos almacenadas en Shutterfly a menos que se compre algo cada 18 meses. Puedo usar esas fotos para crear un producto como un calendario de fotos que Shutterfly me vende con gusto, pero no puedo tener mis archivos a menos que haga compras regulares. Casi siento que mis recuerdos están secuestrados.
“Lo que la gente no comprende es que uno de los mayores gastos de los negocios en línea es el almacenamiento”, afirma Karen North, profesora de la Facultad de Comunicación Annenberg de la Universidad del Sur de California. “Había tanto entusiasmo por las nuevas tecnologías que no se prestó atención real —y mucho menos atención pública— a la necesidad de un modelo de negocio sostenible”.
En la década de los 2000, el costo del almacenamiento digital era considerablemente mayor que en la actualidad. El almacenamiento en la nube externo para empresas apenas comenzaba a surgir en ese momento, y muchas compañías tenían que construir y operar sus propios servidores, lo que suponía un gasto enorme.
Los consumidores producían millones de fotos digitales, pero a largo plazo, las empresas en línea no podían permitirse almacenarlas, afirma North.
“A principios de la década de los 2000, se creía que si subías algo a internet, debía ser gratis”, dice North. “Todos vivíamos nuestras ‘segundas vidas’ gratis. Gmail era gratis. Ahora, al recordarlo, piensas en cómo una pequeña cuota de suscripción a Kodak, o a cualquiera de estos sitios, podría haber protegido nuestros recuerdos”.
En cambio, ahora los clientes pagan un precio diferente: todas esas fotos que se cargaron y compartieron rápidamente (pero no se imprimieron ni se hizo una copia de seguridad en un disco duro externo) entre 2005 y 2010 están gravemente comprometidas.
“Estamos maravillados con todo esto que nos dan gratis”, dice Sucharita Kodali, analista de mercado minorista de Forrester Research. “Nadie se pregunta: ‘¿Qué pasará en cinco o diez años?’. Perdimos por completo nuestro pensamiento crítico porque estábamos deslumbrados por el internet gratuito”.
Las soluciones actuales de almacenamiento de fotografías pueden parecer más permanentes, pero expertos como Nelson dicen que aún existen los mismos riesgos.
“Psicológicamente, la gente no entendía la diferencia entre los datos digitales y una fotografía física”, dice Nelson. “Creemos que estamos viendo una fotografía real. Pero no es así. Estamos viendo un montón de números”. Puedes tener una imagen en la mano, pero los datos están a un clic de desaparecer.
“Todo se reduce a la redundancia”, dice Nelson. “Corremos un riesgo mucho mayor que cuando las fotos simplemente se imprimían”. Si los consumidores dependen demasiado de la nube, el destino de sus fotos está en manos de una empresa que podría quebrar o decidir borrarlas todas.
“O mi ejemplo del robo de un disco duro externo, que pensé que era la copia de seguridad ideal”, añade Nelson. “Por eso la redundancia es clave”.
Los administradores de fotos se adhieren a la regla del “3-2-1” para el almacenamiento de fotografías. Según esta lógica, siempre deberías tener tres copias de cada foto: dos almacenadas en diferentes medios (como la nube y un disco duro externo) y una copia guardada en una ubicación física separada (como un disco duro externo en casa de un familiar). Es la mejor protección contra fallas tecnológicas y desastres naturales.
Aprendí ese mensaje a las malas. Hoy, guardo todas las fotos que me envían por SMS o correo electrónico en mi dispositivo, que se respalda automáticamente en Google Fotos. Una vez al mes, hago una copia de seguridad de Google Fotos en mi disco duro externo.
También es buena idea editar tus fotos a diario. Sentir que tienes una cantidad manejable de fotos significa que es más probable que tengas el control. “El volumen [de fotos] ahora mismo es una locura”, dice Gunter. “La selección de fotos es lo que está metiendo a la gente en problemas, porque no tienen tiempo. Simplemente siguen acumulando el desorden”.
En cuanto a mi 40 cumpleaños, recibí algunas joyas que nunca había visto. Yo con un corte de pelo increíblemente corto, el extraño futón que no pudimos vender y lo abandonamos en la acera, los azulejos de un baño que ya no existe, bolsos enormes e innecesarios. Incluso descubrí un video granulado de mi perro grabado con un teléfono plegable mientras se oye a un amigo diciendo que estaba enamorado de “un chico cualquiera”, el mismo con el que se casó 15 años después.
Hay algo que sabemos ahora y que desconocíamos entonces: las redes sociales, o cualquier servicio online, podrían no ser guardianes fiables de nuestras fotografías. Somos los únicos que podemos asumir la verdadera responsabilidad de nuestros recuerdos y mitigar los riesgos asociados.
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