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Cuidar no debería costar la vida. La otra cara del envejecimiento
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Cuidar no debería costar la vida. La otra cara del envejecimiento

El mundo envejece aceleradamente, pero los sistemas sociales siguen organizados alrededor de una premisa falsa: alguien cuidará. Esa frase esconde lo esencial porque ese “alguien” casi siempre es una mujer y, ese cuidado, casi siempre se ofrece sin descanso, sin reconocimiento y sin apoyo.
17 de diciembre, 2025
Por: Claudia Calvin

Hay temas que no aparecen en ninguna agenda pública, aunque día con día sostienen de manera silenciosa la vida cotidiana de millones de personas. El Síndrome de la Cuidadora es uno de ellos. No figura en los discursos oficiales ni en las prioridades del Estado, tampoco en los programas de salud mental ni en las estrategias empresariales y lamentablemente, tampoco en las familias. Se vive en voz baja, en la intimidad de los hogares, como si el desgaste emocional, físico y psicológico de quien cuida fuera un detalle menor, una consecuencia lógica del amor o un destino natural de las mujeres. Esa invisibilidad es un problema político, cultural y de salud pública de primera magnitud. También hay que decirlo, es una realidad que muchas familias ni siquiera reconocen porque desconocen su existencia.

El mundo envejece aceleradamente, pero los sistemas sociales siguen organizados alrededor de una premisa falsa: alguien cuidará. Esa frase esconde lo esencial porque ese “alguien” casi siempre es una mujer y, ese cuidado, casi siempre se ofrece sin descanso, sin reconocimiento y sin apoyo.

El síndrome de la cuidadora no está clasificado como enfermedad, aunque los médicos lo reconocen de inmediato. Se manifiesta como agotamiento crónico, insomnio, ansiedad sostenida, irritabilidad, dificultades de concentración, dolores musculares, hipertensión, gastritis y signos de depresión. Las personas cuidadoras presentan un riesgo de mortalidad significativamente mayor que quienes no cuidan. No es una metáfora: un estudio de Schulz y Beach  encontró que las cuidadoras tienen 63 % más probabilidad de morir antes que quienes no asumen esta carga. La frase que los geriatras repiten, “a veces se entierra antes a la cuidadora que a la persona cuidada”, no es retórica, es estadística.

Las y los expertos y estudiosos en cuidados coinciden en una pregunta: ¿quién cuida a quienes cuidan a las personas mayores? Los riesgos de salud física y mental para ellos son altos. Las necesidades de la persona que necesita apoyo y cuidado acaban siendo prioritarias para la persona que cuida, y su salud, situación financiera y desarrollo profesional se ven afectados.  Hace tiempo que en países como Estados Unidos y España se está buscando llevar el tema a la agenda pública y mediática, para hacer visible el trabajo de quienes cuidan, reconocer sus desafíos y riesgos y brindarles apoyo en distintas dimensiones. En España, cuando estos cuidados recaen en un familiar, las cifras indican que el 90 % son mujeres. Esto se reproduce en América Latina, con la diferencia de que en esta región faltan cifras, datos y reconocimiento explícito de esta realidad.

Aquí algunas cifras que revelan el impacto de los cuidados, sobre todo, en familiares cuidadoras a partir de un estudio realizado en España: “la mayoría (84 %) cambiaron su vida anterior, se sentían rebasados (20 %), modificaron su proyecto de vida (66 %), tenían insomnio (40 %); consideraban que el cuidar al anciano les exigía esfuerzo físico drástico (76 %), además de confesarse tensos, nerviosos e inquietos (64 %). Descubrieron además prevalencia de ansiedad de 36 %, la mitad de los cuidadores tomaba ansiolíticos / hipnóticos, 55 % de estos no asistieron al médico”.

El síndrome de la cuidadora no sólo revela un vacío institucional; también desnuda una verdad cultural profundamente arraigada. Las familias reproducen, casi siempre de forma inconsciente, los mismos patrones jerárquicos y sexistas que sostienen las políticas públicas. En una casa donde conviven hombres y mujeres, suele asumirse que la mujer “naturalmente” se hará cargo de la persona mayor. En una familia compuesta sólo por mujeres, también se espera que una de ellas cargue con la responsabilidad. Es el mandato silencioso que Tita encarna en Como agua para chocolate, un destino impuesto que no se cuestiona porque se considera normal. Ese es el problema político de fondo: la familia replica la estructura del Estado. La invisibilización institucional se vuelve invisibilización doméstica. La falta de redes de apoyo públicas se convierte en una carga emocional y física que se da por descontada dentro de los hogares. El resultado es una cadena de responsabilidades que se transmite de madres a hijas, de hermanas a hermanas, sin reflexión y sin alternativas. El cuidado no puede seguir siendo un sacrificio individual que se exige en nombre del amor. Es un trabajo social indispensable que compete al Estado, a las empresas, a las comunidades y a las propias familias.

Repensar la Silver Economy implica repensar también estos mandatos íntimos que sostienen la desigualdad.

Los médicos lo advierten desde hace años. Las cuidadoras viven bajo estrés fisiológico permanente, con picos repetidos de cortisol, crisis de ansiedad, hipertensión y dolores musculares intensos. Algunas desarrollan síndrome del intestino irritable, otras presentan señales de fatiga adrenal, muchas reportan pérdida de memoria o dificultades de concentración que se confunden con síntomas tempranos de deterioro cognitivo, cuando en realidad son signos de agotamiento extremo. El cuerpo de la cuidadora se convierte en el amortiguador de un sistema que no quiere asumir su responsabilidad.

El mundo avanza hacia la longevidad, pero la narrativa pública sigue siendo profundamente ciega. Se celebra la “economía plateada”, se habla de innovación, de autonomía, de bienestar, de ciudades amigables. Todo eso está bien, pero nada de eso es posible sin cuidado, y el cuidado, en la práctica cotidiana, sigue descansando sobre mujeres exhaustas que cargan solas una responsabilidad que debería distribuirse entre el Estado, las instituciones de salud, los empleadores y las familias.

La pregunta de fondo es política: ¿quién sostiene el derecho a envejecer? Porque el derecho a envejecer dignamente no existe si no existe, a su vez, el derecho a cuidar con apoyo, con acompañamiento emocional, con acceso a servicios de salud mental, con redes de respiro y apoyo, y con políticas laborales compatibles con el ciclo de vida de las personas en general y de las mujeres en particular.

El síndrome de la cuidadora no es un problema individual ni una tragedia personal. Es la evidencia de que los sistemas de bienestar se diseñaron sobre la premisa de que las mujeres en su integralidad (cuerpo, mente y espíritu) estarían disponibles, siempre, sin límite, sin descanso. Esa premisa fue culturalmente funcional durante décadas y aceptada, pero es insostenible en sociedades que viven más años, con enfermedades crónicas más complejas, estructuras familiares más pequeñas, redes comunitarias debilitadas y sobre todo, que buscan la igualdad, o al menos hablan de ella en términos discursivos.

Reconocer el desgaste de las cuidadoras es reconocer el pilar oculto sobre el que se sostiene la longevidad. La salud mental de quienes cuidan es salud pública. La economía del cuidado es economía política. Las democracias que envejecen no pueden permitirse seguir construyéndose sobre vidas agotadas, discriminación de las mujeres, feminización de la pobreza y desigualdad.

La invisibilidad ya no es una opción.

Es momento de poner el cuidado en el centro de la conversación pública, en el diseño institucional, en las políticas laborales, en la cultura y en los hogares.

Cuidar no debería costar la vida.

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Imagen BBC
La “psicosis” en Francia por el auge de los asesinatos de menores a manos de bandas de narcotraficantes
9 minutos de lectura

El número de adolescentes involucrados en el tráfico de drogas se ha cuadruplicado en ocho años, según datos del gobierno.

12 de diciembre, 2025
Por: BBC News Mundo
0

Advertencia: Este artículo contiene detalles explícitos de violencia.

Un grupo de niños vio el cuerpo de Adel camino a la escuela, justo cuando sus padres se dirigían a la comisaría para denunciar su desaparición.

Se reducía a una silueta grotesca y carbonizada, reclinada, con una rodilla en alto, como si estuviera tumbado, en una de las playas cercanas de Marsella.

Tenía 15 años cuando murió de una forma que aquí es habitual: un disparo en la cabeza, su delgado cuerpo rociado con gasolina y prendido fuego.

Alguien incluso filmó la escena en la playa, en la última de una escalofriante serie de asesinatos a tiros vinculados a la rápida evolución del narcotráfico en esta ciudad portuaria, cada vez más alimentado por las redes sociales y ahora marcado por actos de violencia aparentemente aleatorios y el creciente papel de los menores, a menudo obligados a participar en la venta de drogas.

Marsella, en estado de “psicosis”

“Ahora es un caos “, afirmó un pandillero escuálido, levantándose la camisa en un parque cercano para mostrarnos un torso marcado por las cicatrices de al menos cuatro balazos como resultado de un intento de asesinato por parte de una banda rival.

El Ministerio de Justicia francés estima que el número de adolescentes involucrados en tráfico de drogas se ha más que cuadruplicado en los últimos ocho años.

“He estado en una pandilla desde los 15 años. Pero todo ha cambiado ahora. Los códigos, las reglas… ya no hay reglas. Nadie respeta nada hoy en día. Los jefes empiezan… a usar a los jóvenes. Les pagan miserias. Y terminan matando a otros sin ningún motivo aparente. Reina la anarquía en toda la ciudad”, aseguró el hombre, ahora de veintipocos años, quien nos pidió que usáramos su apodo, El Inmortal.

El Inmortal, miembro de una pandilla de Marsella, muestra sus heridas de bala en un ataque de una pandilla rival.
BBC
El Inmortal, miembro de una pandilla de Marsella, muestra sus heridas de bala en un ataque de una pandilla rival.

Policías, abogados, políticos y organizadores comunitarios en Marsella hablan de una psicosis -un estado de trauma o pánico colectivo- que se apodera de partes de la ciudad, mientras debaten si contraatacar con una acción policial cada vez más contundente o con nuevos intentos para abordar la arraigada pobreza.

“Hay un ambiente de miedo. Es evidente que los narcotraficantes dominan y ganan terreno cada día”, declaró una abogada local, que pidió permanecer en el anonimato por temor a represalias contra ella o su familia.

“El Estado de derecho está ahora subordinado a las bandas. Hasta que no tengamos un Estado fuerte de nuevo, debemos tomar precauciones”, puntualizó, sobre su reciente decisión de dejar de representar a las víctimas de la violencia de las bandas.

“Ya no hay reglas”

Durante el verano, varias ciudades francesas impusieron toques de queda nocturnos a los adolescentes tras una oleada de violencia relacionada con el narcotráfico.

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, mantuvo conversaciones el jueves para intentar responder a la crisis.

“Hay tanta competencia en el narcotráfico que la gente está dispuesta a todo”, aseveró el organizador comunitario Mohamed Benmeddour.

Y agregó: “Tenemos chicos de 13 o 14 años que vienen como vigías o traficantes. Los jóvenes ven cadáveres, oyen hablar de ellos, todos los días. Y ya no tienen miedo de matar ni de que los maten”.

El detonante de la actual psicosis en Marsella fue el asesinato, el mes pasado, de Mehdi Kessaci, un policía en prácticas de 20 años sin vínculos con el narcotráfico.

Se cree que su muerte pretendía ser una advertencia para su hermano, un destacado activista antipandillas de 22 años y aspirante a político llamado Amine Kessaci.

Bajo estrecha protección policial, Kessaci habló con la BBC sobre la muerte de Mehdi y la culpa que siente.

“¿Debería haber obligado a mi familia a irse de Marsella? La lucha de mi vida será esta lucha contra la culpa”, lamentó.

El activista antidrogas francés Amine Kessaci (centro) está de luto por su hermano Mehdi, asesinado en Marsella.
AFP via Getty Images
El activista antidrogas francés Amine Kessaci (centro) de luto por su hermano Mehdi, asesinado en Marsella.

Amine Kessaci saltó a la fama en Francia en 2020 tras el asesinato de su hermano mayor, un pandillero llamado Brahim.

“Llevamos años con esta psicosis. Sabíamos que nuestras vidas pendían de un solo hilo. Pero todo cambió desde el covid-19. Los agresores son cada vez más jóvenes. Las víctimas son cada vez más jóvenes”, afirmó.

“Mi hermano pequeño fue una víctima inocente. Hubo una época en que los verdaderos matones tenían un código moral. No se mata de día. No delante de todos. No se queman cadáveres. Primero se amenaza con un tiro en la pierna. Hoy en día, todas estas reglas han desaparecido”.

La acción policial

Ante los actuales niveles de violencia sin precedentes, la policía francesa está respondiendo con lo que denominan “bombardeos” de seguridad en zonas de alta criminalidad de Marsella.

Aunque una banda, la DZ Mafia, parece dominar el negocio, opera una especie de sistema de franquicias con una red fragmentada de pequeños distribuidores, a menudo compuestos por adolescentes e inmigrantes indocumentados, que se enfrentan violentamente por territorio.

Según una estimación, hasta 20.000 personas podrían estar involucradas en el negocio de la droga en la ciudad.

El año pasado, las autoridades confiscaron a las bandas 42 millones de euros (unos US$49 millones) en bienes de origen delictivo.

Videos compartidos en redes sociales muestran habitualmente a miembros de las pandillas armados con rifles automáticos disparándose entre sí en las diversas cités de Marsella: barrios pobres caracterizados por edificios de gran altura y una gran concentración de viviendas sociales.

Policías en Marsella
Getty Images
La policía se enfrenta a delincuentes armados en los barrios más conflictivos de Marsella.

En una fría tarde de la semana pasada acompañamos a un grupo de policías antidisturbios armados en una de sus misiones habituales de “bombardeo”.

Los agentes se dirigieron a toda velocidad a un bloque de pisos en ruinas en sus furgonetas, mientras un joven pandillero que vigilaba la entrada huía a pie. Divididos en dos grupos, los policías corrieron por ambos lados del edificio intentando atrapar a los traficantes en las escaleras.

“El objetivo es desmantelar los puntos de venta de droga. Hemos clausurado más de 40… y hemos encerrado a mucha gente”, explicó Sébastien Lautard, jefe de la policía regional.

“Denle la vuelta”, ordenó un agente bruscamente, mientras su equipo acorralaba a un joven de 18 años contra una puerta.

En un sucio sótano cercano, la policía encontró docenas de viales y pequeñas bolsas de plástico utilizadas para distribuir cocaína.

Más tarde, un policía explicó que el joven detenido pedía ser arrestado, alegando que había llegado a Marsella desde otra ciudad y que ahora estaba retenido contra su voluntad y obligado a trabajar para una banda de narcotraficantes.

Los agentes se lo llevaron en una furgoneta.

Reclutamiento infantil

“Esto no es El Dorado. Tenemos muchos jóvenes reclutados en redes sociales. Vienen a Marsella pensando que ganarán dinero fácil. Les prometen 200 euros (US$233) al día. Pero a menudo terminan en miseria, violencia y, a veces, la muerte”, declaró el fiscal jefe de la ciudad, Nicolas Bessone.

En su oficina, cerca del antiguo puerto de la ciudad, Bessone describió una industria que alcanza un estimado de 7.000 millones de euros a nivel nacional (unos US$8.200 millones) y se caracteriza por dos novedades: un creciente énfasis en el reclutamiento, la venta y la entrega a domicilio en línea; y un número cada vez mayor de adolescentes obligados a participar en el negocio.

Menores en una escuela de Marsella
Getty Images
Los menores son objeto de reclutamiento para las bandas de Marsella.

“Ahora vemos cómo los traficantes esclavizan a estos pequeños soldados. Crean deudas ficticias para que trabajen gratis. Los torturan si roban 20 euros para comprar un sándwich. Es ultraviolencia. La edad promedio de los agresores y las víctimas es cada vez menor”, afirmó Bessone.

Instó a la población local a no sucumbir a la psicosis, sino a “reaccionar, a rebelarse”.

La abogada, que nos pidió que ocultáramos su identidad, describió un caso que ella había llevado.

“Un joven, que se negaba rotundamente a formar parte de una red, fue recogido después de la escuela, obligado a participar en el tráfico de drogas, violado, amenazado y su familia también fue amenazada. Se utilizan todos los medios para crear una fuerza laboral”, declaró.

En TikTok decenas de vídeos con música anuncian la venta de drogas en las cités de Marsella “de 10:00 a medianoche”, cada producto con su propio emoji: cocaína, hachís y marihuana.

Otros anuncios buscan reclutar nuevos miembros de bandas con mensajes como “se busca trabajador”, “250€ para vigilantes”, “500€ para transportar drogas”.

¿Soluciones?

Para algunos políticos locales, la solución a los problemas de Marsella es el estado de emergencia y normas de inmigración mucho más estrictas.

“Hay que restaurar la autoridad. Necesitamos acabar con la cultura de la permisividad en nuestro país. Necesitamos dar más libertad y más poder a la policía y al poder judicial”, sentencia Franck Alissio, diputado local del partido populista de extrema derecha Agrupación Nacional (RN, por sus siglas en francés) y posible candidato a la alcaldía.

Policía haciendo un registro
Getty Images
Muchas voces en la política y la sociedad francesas piden más mano dura para combatir el problema.

Aunque la antigua ciudad mediterránea de Marsella ha sido conocida durante siglos por su numerosa comunidad inmigrante, Alissio argumenta que “hoy en día, el problema es que ya no somos capaces de integrarnos económicamente ni asimilarnos. Hay demasiada inmigración. El problema es la cantidad (de inmigrantes). Y, de hecho, los narcotraficantes, los traficantes, los vigilantes, los líderes de estas mafias, son casi todos inmigrantes o extranjeros con doble nacionalidad”.

Es una afirmación controvertida y difícil de verificar en un país que se esfuerza por evitar incluir ese tipo de detalles en las cifras oficiales.

Alissio sostiene que los sucesivos gobiernos invirtieron miles de millones de euros en los barrios más pobres de Marsella sin ningún resultado. Culpa a los padres y a las escuelas por permitir que los niños se involucren en el narcotráfico, pero añade que su objetivo era “resolver el problema, no hacer sociología”.

Los partidos de extrema derecha han gozado durante mucho tiempo de un fuerte apoyo en el sur de Francia, pero no tanto en la diversa ciudad de Marsella. Críticos de RN, como la abogada cuya identidad hemos ocultado, acusaron al partido de “explotar la miseria y el miedo” y de culpar erróneamente a los inmigrantes de una “gangrena” generalizada en todas las comunidades de Francia.

Philippe Pujol, escritor local y experto en el narcotráfico en Marsella, también recibió protección policial tras el asesinato de Mehdi Kessaci el mes pasado.

“No estoy seguro de que haya una buena razón para este terror. Pero… el terror se está extendiendo. Prefiero tener miedo y ser precavido que correr riesgos innecesarios”, declaró.

Pero refutó las peticiones de una acción policial más contundente, argumentando que solo aliviaba los síntomas de una sociedad en crisis, en lugar de abordar las causas del problema.

Al describir la pobreza arraigada como un “monstruo”, Pujol pintó una imagen de una sociedad radicalizada por décadas de abandono.

“El monstruo es una mezcla de clientelismo, corrupción y decisiones políticas y económicas tomadas en contra del interés público”, opinó Pujol.

“Estos chicos pueden ser unos imbéciles cuando están en grupo, pero cuando estás a solas con ellos, siguen siendo niños, con sueños, que no quieren esta violencia”, aseguró.

BBC

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