
Hace casi cuatro décadas, el doctor José Arturo Yáñez —uno de los pioneros en la investigación académica sobre seguridad pública en México— afirmaba que en nuestro país las secretarías del ramo son, en realidad, secretarías de policía. La reciente conversación entre Omar García Harfuch y Denise Maerker me lo recordó. Diferenciar una política de seguridad pública de una política estrictamente policial sigue siendo en México un pendiente generalizado -si bien las excepciones locales emergen-.
Una persona promedio, según mi experiencia, identifica seguridad con policía: si no hay seguridad, es porque la policía no funciona, y viceversa. Esta asociación automática es resultado de la casi nula pedagogía política y social en la materia. Recién conocí un estudio de mercado sobre la oferta de formación en seguridad ciudadana en el país: es raquítica. Y peor aún —muestra esta investigación— lo es más cuando se trata de seguridad desde el enfoque preventivo, es decir, justamente la perspectiva que define a la seguridad ciudadana.
En comparación internacional, México se ha rezagado entre tres y cuatro décadas respecto de América Latina y más de medio siglo frente a democracias consolidadas que superaron la visión de “policías y ladrones”, para asumir la seguridad ciudadana como la construcción multidimensional / multiagencial de este atributo esencial de los regímenes democráticos.
Durante años hemos hecho un experimento: cada vez que una figura pública habla de “seguridad integral”, buscamos qué quiere decir. La mayoría de las veces —por más de veinticinco años— casi no encontramos respuesta de representantes gubernamentales o partidistas. Aún hoy, por increíble que parezca, todo indica que en esos espacios no existen incentivos para revisar, siquiera superficialmente, la vasta producción de conocimiento sobre seguridad ciudadana.
La resistencia institucional al aprendizaje fue evidente con el Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia (PRONAPRED), lanzado en 2013 por el gobierno de Peña Nieto. Era la primera herramienta de Estado en su tipo, pero resultaba difícil encontrar operadores que conocieran el programa; además, dejó de recibir recursos en 2017. En realidad, pocas personas creyeron en él, y trascendió informalmente que su descrédito entre tomadores de decisión se relacionaba con los tiempos de maduración de las políticas preventivas -en ocasiones mayores a un periodo de gobierno- y su escaso impacto en términos de imagen pública.
Con López Obrador, como explica el investigador Luis Astorga, lejos de una política de seguridad propiamente dicha, predominó una consigna vacía: “abrazos, no balazos”, acompañada de otra igualmente imprecisa: “atender las causas de la violencia”.
En el gobierno de Claudia Sheinbaum, la idea de “atención a las causas” permanece en el centro del discurso presidencial. Sin embargo —al menos hasta ahora— sigue sin mostrarse evidencia empírica que vincule las acciones del gobierno con reducciones de las violencias y la delincuencia comprobables con evaluación de impacto, como ha ocurrido con todos los gobiernos que de alguna manera han apelado al concepto de prevención.
Como señalé en mi texto anterior, la evidencia empírica revela territorios donde convergen violencias crónicas: homicidio, juvenicidio, feminicidio, desaparición, desplazamiento y violencia letal contra líderes políticos, religiosos y sociales defensores de derechos. La pregunta permanece —y lo hará hasta que sea respondida mediante métodos científicos y técnicas adecuadas—: ¿qué hace cada dependencia federal para reducir esas violencias y la delincuencia? Las respuestas políticas ya las sabemos: la consistencia del autoelogio es perfecta ya por décadas; las respuestas técnicas no.
Desde esta perspectiva, la importancia de la conversación entre García Harfuch y Maerker reside más en lo que no se dijo que en lo que se dijo. Nadie duda de la relevancia y la urgencia de perseguir, acusar, procesar y condenar a responsables de delitos. Esa es la tarea apagafuegos. Lo que faltó fue discutir la reingeniería necesaria para evitar más incendios en un país donde la seguridad sigue siendo una atribución difusa montada, al menos hasta hoy, en el pacto federal. ¿Qué le toca a cada orden de gobierno, al menos en los ejes generales? ¿Cómo responde el Gobierno Federal al saber generalmente aceptado y documentado en América Latina, según el cual las mejores prácticas están en los municipios, por cierto, ni siquiera mencionados por el funcionario en la entrevista?
Faltó en estricto sentido hablar de la política nacional de seguridad ciudadana, precisamente la formalmente encabezada por el secretario.

Cómo, dónde y cuándo los gatos perdieron su carácter salvaje y desarrollaron estrechos vínculos con los humanos era un misterio que había intrigado a los científicos durante mucho tiempo.
Al más puro estilo felino, los gatos se tomaron su tiempo para decidir cuándo y dónde forjar vínculos con los humanos.
Según nueva evidencia científica, la transición de cazador salvaje a mascota mimada ocurrió mucho más recientemente de lo que se creía, y en un lugar diferente.
Un estudio de huesos encontrados en yacimientos arqueológicos sugiere que los gatos comenzaron su estrecha relación con los humanos hace solo unos miles de años, y en el norte de África, no en el Levante.
“Son omnipresentes, hacemos programas de televisión sobre ellos y dominan internet”, afirmó el profesor Greger Larson, de la Universidad de Oxford.
“La relación que tenemos ahora con los gatos comenzó hace unos 3 mil 500 o 4 mil años, en lugar de hace 10 mil años”.
Todos los gatos modernos descienden de la misma especie: el gato montés africano.
Cómo, dónde y cuándo perdieron su carácter salvaje y desarrollaron estrechos vínculos con los humanos ha intrigado a los científicos durante mucho tiempo.
Para resolver el misterio, los investigadores analizaron el ADN de huesos de gato encontrados en yacimientos arqueológicos de Europa, el norte de África y Anatolia.
Los científicos dataron los huesos, analizaron el ADN y lo compararon con registros genético de gatos modernos.
La nueva evidencia muestra que la domesticación de gatos no comenzó en los inicios de la agricultura, en el Levante. Ocurrió en cambio unos milenios después, en algún lugar del norte de África.
“En lugar de ocurrir en la zona donde la gente se estaba asentando inicialmente con la agricultura, parece ser un fenómeno mucho más propio de Egipto“, afirmó el profesor Larson.
Esto concuerda con lo que sabemos de la tierra de los faraones como una sociedad que veneraba a los gatos, inmortalizándolos en el arte y preservándolos como momias.
Una vez que los gatos se asociaron con las personas, fueron trasladados por todo el mundo y eran apreciados en los barcos como controladores de plagas.
Los gatos llegaron a Europa hace unos 2 mil años, mucho más tarde de lo que se creía.
Viajaron por Europa y llegaron a Reino Unido con los romanos, y luego comenzaron a desplazarse hacia el este por la Ruta de la Seda hasta China.
Hoy en día se encuentran en todo el mundo, excepto en la Antártida.
Y en un giro inesperado, los científicos descubrieron que un gato salvaje convivió durante un tiempo con la gente en China mucho antes de que aparecieran los gatos domésticos.
Eran los gatos leopardo, pequeños felinos salvajes con manchas similares a las de los leopardos, que vivieron en asentamientos humanos en China durante unos 3.500 años.
La relación temprana entre humanos y gatos leopardo era esencialmente “comensal”, en la que dos especies conviven sin causarse daño, explicó la profesora Shu-Jin Luo, de la Universidad de Pekín.
“Los gatos leopardo se beneficiaron de vivir cerca de las personas, mientras que los humanos no se vieron afectados en gran medida o incluso los acogieron como controladores naturales de roedores”, añadió.
Los gatos leopardo no fueron domesticados y siguen viviendo en libertad en Asia.
Curiosamente, se han cruzado gatos leopardo con gatos domésticos para dar lugar a gatos bengalíes, que fueron reconocidos como una nueva raza en la década de 1980.
La investigación se publicó en la revista Science y en Cell Genomics .
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