Home
>
Analisis
>
Autores
>
Ruta Crítica
>
Nuestra insoportable igualdad
plumaje-icon
Ruta Crítica
Coordinador del Programa de Seguridad Ciudadana de la Universidad Iberoamericana. Fundó y dirigió el Instituto... Continuar Leyendo
6 minutos de lectura
Nuestra insoportable igualdad
Hemos aprendido a lo largo de la historia a identificar y construir oportunidades para abusar de las normas y las convenciones sociales que nos igualan, como una fila de espera.
08 de agosto, 2022
Por: Ernesto López Portillo
0

¿Cómo te sientes cuando haces fila para esperar tu turno? ¿Le has puesto atención a tu sentir y el de las otras personas formadas? ¿Has pensado alguna vez en burlar la fila o lo has hecho para reducir la espera? ¿Has visto a alguien más hacerlo? Y cuando tú o alguien más ha hecho trampa, ¿qué reacción han tenido las demás personas? ¿Censura? ¿Silencio? ¿Imitación? Creo que este tema puede representar algo muy importante sobre la manera cómo nos relacionamos y sobre nuestra percepción de las reglas y las prácticas que nos colocan o intentan colocarnos en igualdad. En una fila, seas quien seas, debes respetar tu turno, y justamente ahí podemos observar eso que llamo la insoportable igualdad.

Hace un par de semanas estábamos en la fila del grupo 3 para subir al avión, ya había ingresado el grupo 1 y quedaban pocas personas por entrar del grupo 2; de pronto, alguna persona formada en el último tramo del grupo 3 tuvo la idea, ¿por qué no?, de saltarse la fila, simulando que eran parte del grupo 2. Solo cuando me acerqué con la representante de la aerolínea para decirle lo que estaba pasando ella avisó que no dejaría ingresar a quienes intentaban burlar el orden asignado en la fila. Con todo, hubo quienes no regresaron al lugar que les correspondía, logrando así romper con el turno.

Nada extraordinario, se puede pensar. Exacto: el hecho es parte de nuestra normalidad y me empujó a regresar a una hipótesis que publiqué hace 12 años por vez primera bajo el título La insoportable igualdad.

Todos los días -en verdad todos- observo la manera cómo nos relacionamos; seguramente es una obsesión (“perturbación anímica producida por una idea fija”, según la Real Academia Española). Estoy enfocado en tratar de entender por qué reproducimos el abuso en todas sus formas, como el sucedido aquel día en el aeropuerto (entiendo abuso como el aprovechamiento de una ventaja o posible ventaja que hace una persona perjudicando a otra -o un grupo a otro-, pasando por encima de una regla formal o una convención social informal que intenta igualar).

¿Por qué lo hago? Porque siempre me ha agobiado confirmar de manera cotidiana que, en general, nuestras normas formales (leyes) y muchas de nuestras convenciones sociales -como esperar el turno en una fila- transitan en un sentido, mientras muchas prácticas generalmente aceptadas -e incluso celebradas- transitan en otro. Los discursos político y jurídico construyen lo que en mi concepto es en buena medida una suerte de montaje (“aquello que solo aparentemente corresponde a la verdad”).

La nuestra es una sociedad profundamente disociada. Producimos discursos políticos y normas formales e informales que supuestamente representan un acuerdo que organiza nuestra convivencia y a la vez las violamos masivamente. De hecho, levantamos monumentales rituales de celebración de nuestra formalidad -el espectáculo político asociado a la producción de reformas legales es especialmente elocuente al respecto-.

Me interesa tratar de ayudar a desnudar las causas y los efectos del montaje. Una de las grandes fortunas de mi vida fue haber disfrutado un año de clases con el brillante historiador y politólogo Arnaldo Córdova, quien nos hizo entender que la construcción precisamente histórica y política entre nosotros se hizo “de arriba hacia abajo”. Recogí eso y lo he llevado a una hipótesis propia: la percepción mayoritaria respecto a la construcción de los acuerdos que organizan nuestra convivencia es que, justamente porque fueron construidos de arriba hacia abajo, están diseñados principalmente en beneficio de “las personas de arriba”.

Con el tiempo, he tratado de asociar ese marco teórico a la relación que tenemos con todo discurso que impone reglas de convivencia que igualan o buscan igualar (formales e informales). En el núcleo de mi observación está la actitud de quien abusa: una y otra vez creo identificar que los abusos están construidos como oportunidades para conseguir algo a lo que “se tiene derecho”, más allá de la norma o precisamente porque se actúa en contra de ésta.

Percibo que el abuso es una manera de representar al menos dos sentires: a) las normas se entienden como disponibles, manipulables y b) el abuso permite el acceso a las ventajas. Si las normas no las hice yo y no necesariamente me benefician, entonces puedo decidir si las respeto o no; quien abusa entiende y aprovecha mejor las condiciones reales de nuestra convivencia porque siempre habrá quien tiene ventajas y el nombre del juego es saber estar de ese lado.

En la práctica, para la inmensa mayoría no existe una idea colectiva de eso que los discursos hegemónicos llaman “el bien común”, para el cual supuestamente están diseñadas las reglas de convivencia. Ahí estaría el sustrato de lo que llamo la insoportable igualdad. Si la piedra angular de eso que llamamos Estado de derecho es el principio de igualdad ante la ley, eso es justamente lo que provoca su disfuncionalidad. El supuesto pacto social que funda el Estado de derecho es una ficción que no tiene recibo en la práctica. Para la inmensa mayoría, no está asimilado aquel acuerdo mayoritario fundacional que apreciaría tal principio.

Por el contrario, las leyes son potente representación de la imposición; las leyes no son nuestras leyes, son de alguien más, benefician a alguien más y por tanto se debe aprender a manipularlas en beneficio personal o grupal. Nos identifica menos la igualdad ante la ley y más su disponibilidad. Disponer de la ley es visto como una oportunidad para acceder a algún beneficio que las propias leyes benefician “arriba” y despojan “abajo”.

Hemos aprendido a lo largo de la historia a identificar y construir oportunidades para abusar de las normas y las convenciones sociales que nos igualan, como una fila de espera. Quienes cambiaron de lugar en la fila para subir al avión, lejos de vivirlo como la violación de una regla informal, lo habrían experimentado como el acceso a una ventaja disponible para quien sepa aprovecharla.

Saber usar las ventajas mediante el abuso es incluso celebrado; “el que no transa no avanza” sintetiza la aprobación social en la práctica y por todos lados -en todas las jerarquías políticas y en todos los estratos sociales- hay círculos de relaciones donde las personas con más reconocimiento son las que mejor saben usar las ventajas y “dominar el sistema”.

El ejemplo de las filas es una potente representación de una condición de iguales que para mucha gente es simplemente insoportable: aceptar un plano de igualdad es “perder”, mientras que identificar y usar la oportunidad del abuso es “ganar”.

Desde esta perspectiva, he dicho insistentemente que la corrupción debe ser descifrada como un “mal formal” y un “bien informal” que funciona como escalera de movilidad social. La condenamos desde los discursos político y legal y desde las convenciones aparentemente apreciadas, mientras la usamos masivamente en la práctica por todas partes. Fallan las promesas anticorrupción porque eso que llamamos corrupción en realidad es una palanca de acceso masivo a beneficios y de escalamiento social a través del abuso. Por eso no se construyen movimientos políticos ni sociales auténticamente representativos cuya agenda principal sea reducir la corrupción. La condena formal se derrumba ante la apreciación real.

Mirado desde el enfoque de la discriminación, su presencia masiva en todas las formas posibles es contundente evidencia de la insoportable igualdad. Imagino nuestro tejido social como un caleidoscopio inabarcable de relaciones atravesadas por disputas micro o macro para manipular reglas formales e informales, reproduciendo reticularmente las desigualdades. El tamaño de la manipulación equivale al tamaño del acceso a recursos. No es lo mismo romper el orden de una fila para subir a un avión que desviar enormes recursos públicos para beneficio privado; pero el incentivo profundo acaso es el mismo: la insoportable igualdad.

Estas hipótesis de trabajo tienen implicaciones descomunales que merecen abordajes transdisciplinarios profundos; pero de una cosa estoy seguro: la observación atenta abarca más de tres décadas confirmando la masiva disconformidad y abuso ante los planos formales e informales que proponen la igualdad.

Tal vez si te miras al espejo con honestidad también encuentras que en alguna medida te es insoportable respetar las reglas formales e informales que intentan impedirte el acceso a las ventajas. ¿O no?

Lo que hacemos en Animal Político requiere de periodistas profesionales, trabajo en equipo, mantener diálogo con los lectores y algo muy importante: independencia
Tú puedes ayudarnos a seguir.
Se parte del equipo
Suscríbete a Animal Político, recibe beneficios y apoya el periodismo libre.
image