La noche del 27 de marzo de 2023 olía a plástico derretido, a miedo encerrado, a cuerpos atrapados detrás de barrotes que no cedieron. En la estación migratoria del Instituto Nacional de Migración (INM) en Ciudad Juárez, los gritos no atravesaron los muros, las llamas sí. A las 21:30, un incendio iniciado con colchones encendidos en protesta —dicen— comenzó a devorar el oxígeno de la celda masculina. Desde las cámaras de seguridad, se ve: los guardias se alejan, algunos miran, otros cierran puertas. No hay urgencia, no hay auxilio.
Los 68 hombres encerrados gritan, golpean los barrotes, patean las paredes. Algunos intentan trepar, otros rezan, todos suplican. Pero el fuego ya ha cruzado su umbral, y lo hace con el silencio de una política que nunca los nombró por su nombre. Cuando por fin se abre la reja, ya es demasiado tarde: 40 migrantes —guatemaltecos, venezolanos, hondureños, salvadoreños, colombianos— han muerto calcinados o asfixiados. Otros 27 quedaron heridos, muchos de ellos con quemaduras en el rostro, las manos, la memoria.
Cuatro años antes del incendio que reveló la crisis humanitaria en la política migratoria del país, en junio de 2019, el presidente Andrés Manuel López Obrador nombraba a Francisco Garduño Yáñez como comisionado del Instituto Nacional de Migración (INM), tras la renuncia del Dr. Tonatiuh Guillén. Durante la ceremonia de toma de protesta, la entonces secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, destacó la trayectoria de Garduño y afirmó: “Estoy segura que trabajaremos juntos para cumplir con las instrucciones del presidente e iniciar una nueva etapa en el Instituto”. Por su parte, López Obrador expresó su confianza en Garduño, a quien conocía desde su gestión en la Ciudad de México, y señaló que su trabajo había sido “muy bueno hasta ahora”, subrayando que lo conocía desde hacía muchos años.
¿Cómo se muere en un incendio sin poder escapar? Primero se vuelve espeso el aire. No se ve el fuego, pero se siente: sube la temperatura del aliento, el humo se cuela por la nariz, por la garganta, por los ojos que arden como si lloraran gasolina. La piel se humedece de un sudor extraño —térmico, pegajoso— y la garganta se cierra, como si algo la apretara desde dentro.
Luego, se va el sonido. No porque no haya gritos, sino porque el cuerpo ya está ocupado sobreviviendo a lo mínimo: respirar. El humo negro llena los pulmones como una manta caliente y ácida. Los bronquios se queman. Los párpados se inflaman. Y el cuerpo, aún con vida, comienza a desmayarse por dentro.
Cuando el fuego se hace visible, ya es tarde. Lame la ropa, sube por las piernas, derrite los cordones de los zapatos. Algunos intentan aplastar las llamas con las manos. Otros intentan trepar las paredes o romper con los pies las rejas de acero que no ceden. En ese encierro no hay alarma ni extintor ni agua ni llave.
Los minutos se dilatan, y quienes no mueren calcinados, mueren de asfixia térmica: el oxígeno escapa primero que la vida. El cuerpo se derrumba. La piel se resquebraja. La muerte no llega como un descanso, sino como la imposición de lo irremediable.
En Ciudad Juárez, 40 hombres pasaron por esto. Y nadie, del otro lado de la reja, intentó evitarlo.
El 13 de abril de 2025, un tribunal federal de apelación ratificó la suspensión condicional del proceso penal contra Francisco Garduño Yáñez, excomisionado del Instituto Nacional de Migración. A pesar de haber sido imputado por ejercicio indebido del servicio público —cargo relacionado directamente con su responsabilidad jerárquica en la tragedia de Ciudad Juárez—, Garduño no irá a juicio. El tribunal consideró que había cumplido con las condiciones impuestas por un juez en enero: ofrecer una disculpa pública, supervisar centros migratorios, implementar un supuesto plan de reparación del daño y garantizar indemnizaciones. Pero estas medidas, en su mayoría simbólicas y financiadas con recursos del erario, fueron impugnadas por las organizaciones que acompañan a las familias de las víctimas. Denunciaron que la reparación no fue adecuada, que no hubo justicia restaurativa real y que, una vez más, el sistema judicial exoneró al poder político. Aun así, el fallo quedó firme. Garduño, exonerado sin juicio, continuará su vida lejos del humo y del encierro.
El triunfo de la impunidad, castigos selectivos, perdón a los amigos. Mientras Garduño recibe el beneficio de la suspensión condicional y camina libre, al menos cinco funcionarios de menor rango —agentes migratorios y guardias de seguridad privada— siguen detenidos, acusados por omisión o negligencia. Las familias de estos trabajadores denuncian el doble rasero: a ellos, cárcel sin clemencia; a Garduño, la absolución protegida por una vieja lealtad política. “Él sí es amigo del presidente… por eso está libre”, dijo una de las esposas de los detenidos. La justicia, otra vez, midiéndose con vara política.
En Ciudad Juárez, la herida no cierra. A dos años del incendio, colectivos como Casa del Migrante, Uno de Siete Migrando y familiares de las víctimas mantienen vivas las preguntas que el Estado no quiere responder. ¿Por qué nadie abrió la reja? ¿Por qué no hay responsables reales? En actos pequeños, pero constantes —altares improvisados, ofrendas en la banqueta, vigilias frente a la antigua estación migratoria— insisten en que esos 40 nombres no serán borrados. “No fue un accidente, fue abandono. Los dejaron morir”, repite doña Irma, madre de un joven hondureño que buscaba cruzar a Texas. Cada palabra suya resiste el olvido. Cada vela encendida en Juárez ilumina lo que el fallo judicial intenta oscurecer.
¿México no aguanta más? Los agravios se acumulan, la justicia sigue siendo una promesa postergada, y los mecanismos del Estado parecen diseñados para proteger a los aliados mientras castigan a los de siempre. La muerte de 40 migrantes en una celda cerrada no puede explicarse solo como una tragedia: fue el resultado de decisiones políticas, de omisiones estructurales, de una mirada que convierte a las personas en cifras prescindibles. Hoy, la exoneración de Francisco Garduño envía un mensaje inquietante: el poder, una vez más, actúa como si pudiera salir ileso del fuego que ha contribuido a encender. Pero hay heridas que no se cierran, hay memorias que no se apagan. Y aunque el expediente se archive, lo que pasó esa noche en Ciudad Juárez seguirá ardiendo en la conciencia de un país que no debería acostumbrarse.
Una roca con apariencia de rostro podría convertirse en “la primera pieza de arte portátil” que se haya encontrado relacionada a los neandertales.
Se cree que un hombre de Neandertal sumergió su dedo en pigmento rojo para pintar una nariz en una piedra hace unos 43.000 años. La roca fue descubierta en el Abrigo de San Lázaro, en Segovia, España.
La posición estratégica del punto ha llevado a los científicos a considerarlo una evidencia del comportamiento simbólico de los neandertales, lo que sugiere que tenían la capacidad de pensar de forma abstracta.
Este hallazgo contribuye al debate sobre la capacidad de los neandertales para crear arte, según la coautora del estudio, María de Andrés-Herrero.
La piedra de la izquierda, antes de ser excavada, y la de la derecha después de ser desenterrada.
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En una entrevista con el programa Newsday de la BBC, la profesora Andrés-Herrero, de la Universidad Complutense de Madrid, explicó que la excavación en el comenzó hace cinco años y que en 2022 encontraron la piedra a metro y medio de profundidad de sedimentos de grupos neandertales.
“Al principio no podíamos creer lo que veíamos, porque encontramos una piedra más grande si se comparaba con las otras piedras encontradas en este yacimiento, con un punto rojo justo en el centro, lo que la hace parecer un rostro humano”.
No estaba claro si el punto estaba hecho de ocre, un pigmento natural de arcilla. La profesora explicó que fue solo después de que el grupo de investigación hubiera confirmado que el punto era un pigmento que contactaron a la policía científica española para que apoyara sus esfuerzos.
El equipo realizó una investigación exhaustiva mediante análisis multiespectral e identificó una huella dactilar.
El análisis de la piedra también sugirió que la huella dactilar pertenecía a un hombre adulto, según las investigaciones del equipo.
Sin embargo, el arqueólogo David Álvarez Alonso, coautor del estudio, afirmó que, al no existir otras referencias neandertales con las que comparar las huellas, era difícil afirmarlo con certeza.
En una rueda de prensa para informar al público sobre el descubrimiento, el funcionario español Gonzalo Santonja afirmó que la piedra era el objeto portátil pintado más antiguo del continente europeo y “el único objeto de arte portátil pintado por neandertales”.
La profesora Andrés-Herrero afirmó que los hallazgos de su grupo de investigación suponen “una importante contribución al debate sobre la capacidad simbólica de los neandertales, ya que representa el primer objeto conocido con pigmentos marcados en un contexto arqueológico” y que “es evidente que se trata de un yacimiento neandertal”.
Además, la huella dactilar humana se encontró en un contexto no utilitario, añadió la experta, lo que sugiere que el punto en la piedra tenía fines artísticos.
La profesora Herrero también afirmó que es la primera vez que los científicos descubren una piedra en un contexto arqueológico con un punto de ocre rojo, lo que significa que los neandertales la trajeron al refugio.
Se cree que uno de los neandertales encontró la piedra, “que le llamó la atención por sus fisuras, y dejó su marca intencionadamente con una mancha de pigmento ocre en el centro del objeto”, declaró el profesor Alonso, citado por la agencia de noticias española Europa Press.
Los investigadores creen que la marca no fue accidental porque, según sus hallazgos, el pigmento rojo no existe de forma natural en el refugio, lo que significa que fue “traído de manera intencional”.
En su artículo, publicado en la revista Archaeological and Anthropological Sciences, los investigadores escribieron: “El guijarro del Abrigo rocoso de San Lázaro presenta una serie de características que lo hacen excepcional, por lo que lo hemos clasificado como un símbolo visual que podría considerarse una pieza de arte móvil en algunos contextos”.
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