
El sistema alimentario mundial genera cerca de un tercio de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI). Datos de 2022 estiman que anualmente son emitidas 16 mil millones de toneladas en la cadena de producción de alimentos. Lo admite Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), sin embargo, lo que aún parece difícil de asumir es que buena parte de esa huella proviene de un solo sector: la ganadería industrial.
Reconocerlo no es culpar a nadie, sino aceptar una verdad incómoda, una que un nuevo estudio publicado por la editorial científica MDPI vuelve a confirmar. “El objetivo perdido: por qué la ganadería industrial debe ser el centro de la agenda climática” reúne la evidencia más reciente sobre este tema.
Según sus conclusiones, la ganadería contribuye entre 12 y 20 % de las emisiones globales, utiliza más del 80 % de las tierras agrícolas, y, aún así, aporta sólo 37 % de las proteínas y 18 % de las calorías que consumimos a nivel mundial. Además, genera la mitad de la eutrofización, que causa la contaminación del agua por exceso de nutrientes provocando el crecimiento desmesurado del sargazo y otras algas marinas, y más de un tercio de la acidificación del suelo. El estudio también responsabiliza a la ganadería industrial del 52 % del calentamiento de la atmósfera.
Son datos que no dejan margen para la indiferencia. Si el sector ganadero fuera un país, estaría entre los mayores emisores del planeta. Y sin embargo, sigue ausente de la mayoría de las negociaciones climáticas internacionales, incluso de la cumbre global más importante.
La COP30, celebrada este año en Belém, Brasil, representó una oportunidad histórica para poner en el centro de la agenda el impacto de la ganadería industrial sobre el cambio climático. Sin embargo, esta chance fue desaprovechada. Las discusiones se centraron principalmente en los impactos del sistema energético, dejando un año más al sistema alimentario fuera del debate crucial.
Brasil no solo es uno de los países con más ganado bovino del mundo, sino también el principal exportador global de carne de res. Y es justamente allí donde los efectos de la ganadería intensiva son más visibles: el Amazonas, el bosque tropical más extenso del mundo y un regulador clave del clima global, enfrenta una degradación sin precedentes: 18 % de su superficie ha sido deforestada y otro 17 % presenta deterioro avanzado, producto principalmente del avance de la ganadería y del cultivo de soya para alimento animal.
Otros impactos son la liberación de sumideros de carbono y pérdida de biodiversidad por la deforestación asociada a la cría de animales para consumo humano. Si no paramos la pérdida de bosques, para 2050 más de 1700 especies perderán entre el 25 y 90 % de sus hábitats, de acuerdo con Naciones Unidas.
Los científicos de este nuevo estudio advierten que incluso si mañana elimináramos por completo el uso de combustibles fósiles, no lograríamos cumplir los objetivos del Acuerdo de París mientras el sistema alimentario, y en especial la ganadería industrial, continúen sin transformarse. Reducir la producción y el consumo de alimentos de origen animal es tan crucial como la transición energética a fuentes no fósiles.
Belém, la ciudad donde se llevó a cabo la COP, es una de las localidades más afectadas por el cambio climático en Brasil. En el último año su población ha sufrido inundaciones y olas de calor, fenómenos impulsados principalmente por la deforestación de la región.
Pero no todo son malas noticias. Precisamente porque el sistema alimentario es parte del problema, puede ser también parte de la solución. El estudio propone metas claras: reducir la producción y el consumo de productos de origen animal, promover patrones alimentarios basados en plantas y modelos de producción menos intensivos.
No se trata de imponer prohibiciones, sino de repensar la manera en que comemos y producimos, reconociendo los beneficios ambientales, de salud y económicos de un cambio de rumbo. Uno hacia la sostenibilidad alimentaria.
La transición alimentaria justa significa no dejar a nadie atrás. Implica apoyar a las comunidades rurales, proteger los medios de vida de quienes producen nuestros alimentos y garantizar que los consumidores tengan acceso a opciones nutritivas, asequibles y sostenibles. La mejor manera de lograrlo es reduciendo el consumo de alimentos de origen animal y aumentar los de origen vegetal como legumbres, granos, semillas y hortalizas, que tienen grandes aportes nutricionales.
Este modelo alimentario está respaldado por organizaciones internacionales como la FAO, la asociación de científicos EAT-Lancet y recientemente es reconocida por las Guías Alimentarias Saludables y Sostenibles para la Población Mexicana 2025-2030, publicada por la Secretaría de Salud de México.
La lucha contra el cambio climático no se ganará solo con energías limpias o autos eléctricos. También se libra en los campos, en las mesas y en los platos. Mientras la ganadería industrial siga creciendo al ritmo actual, estaremos alimentando la crisis que decimos combatir. Nuestra salud y la del planeta dependen de ello.
Las COP son una ocasión crucial para que los gobiernos, las empresas y la sociedad civil reconozcan esta verdad y actúen en consecuencia. Transformar la manera en que producimos y consumimos alimentos no es una opción: es una condición esencial para garantizar el futuro del planeta.
Porque lo que hoy decidamos comer, y cómo decidamos producirlo, puede seguir calentando la Tierra o empezar a enfriarla. La elección, como siempre, está en nuestras manos.
* Sofía Ruiz Oldenbourg es ingeniera ambiental por el Instituto Tecnológico de Colima y tiene más de 10 años de experiencia en el ámbito ambiental y de sostenibilidad en el sector privado y de organizaciones de la sociedad civil. Gerente de Políticas Alimentarias en Alianza Alimentaria y Acción Climática (@AlianzaAliment) organización mexicana sin fines de lucro que está transformando el sistema alimentario hacia prácticas más éticas y sostenibles. En 2024 fue pieza clave para el diseño de la Ley General de Alimentación Adecuada y Sostenible. También trabajamos con el sector público y privado implementando menús sostenibles en los comedores de las organizaciones para reducir impactos ambientales y riesgos a la salud asociados a patrones alimentarios.

Ari Gisel, de 23 años, admitió haber instigado a su pareja y a otros hombres a asaltar a los surfistas que estaban en un campamento en una playa remota de Baja California.
Una mujer fue condenada a 20 años de prisión por su participación en el asesinato de tres turistas durante el robo de su vehículo en el noroeste de México el año pasado.
Ari Gisel, de 23 años, se declaró culpable de instigar la violenta agresión a los hermanos australianos Jake y Callum Robinson y a su amigo estadounidense Carter Rhoad, que estaban en un viaje para hacer surf en el estado de Baja California en abril de 2024.
Los jóvenes habían sido reportados como desaparecidos y, luego de unos días, sus cuerpos fueron encontrados con heridas de bala en la cabeza en el fondo de un pozo.
En un juicio abreviado solicitado por la defensa de Ari Gisel, la mujer reconoció haber instigado a robar a los turistas: “Traen buen teléfono y buenas llantas (neumáticos)”, les dijo a los implicados en el homicidio, Irineo Francisco “El Yuni” o “El Junior”, Jesús Gerardo “El Kekas”, y Ángel Jesús.
Los apellidos de la mujer y los tres hombres no fueron divulgados por las autoridades.
Jesús Gerardo, Irineo Francisco y Ángel Jesús siguieron el vehículo hasta el campamento donde se alojaban los surfistas en un sitio remoto y solitario de la costa, al oeste de la localidad de Santo Tomás. Ahí los robaron y, al resistirse al asalto, los agresores los mataron.
Los casos contra estos tres hombres siguen pendientes ante los tribunales. Se cree que Jesús Gerardo e Irineo Francisco tienen vínculos con el cártel de Sinaloa, que durante muchos años estuvo liderado por el famoso narcotraficante Joaquín “El Chapo” Guzmán.
Debido a estos vínculos, ambos hombres están recluidos en El Hongo, una prisión de máxima seguridad en Baja California. Ángel Jesús está siendo procesado desde un centro penitenciario distinto en la ciudad de Ensenada.
Sin embargo, según la emisora Australian Broadcasting Corporation (ABC), los fiscales no sospechan que exista ninguna conexión entre los asesinatos y el crimen organizado.
Las familias de las víctimas, que comparecieron en la audiencia por videoconferencia, hicieron emotivas declaraciones el miércoles.
“Soñábamos con verlos crecer, con que tuvieran hijos. Ahora todo eso se ha esfumado”, dijo Debra Robinson, madre de Callum y Jake, según informó la televisora australiana ABC. “Tenemos que vivir con su ausencia”.
Callum Robinson, de 33 años, era miembro de la selección nacional de lacrosse de Australia y vivía en San Diego (EE.UU.), justo al otro lado de la frontera de Baja California.
Su hermano menor, Jake, de 30 años, vivía en Australia y había viajado a Norteamérica para visitar a Callum. Tenía previsto comenzar un nuevo trabajo como médico a su regreso a Australia.
Su amigo Rhoad, de 30 años, era residente en San Diego y trabajaba en una empresa de servicios tecnológicos. Estaba a pocos meses de casarse con su prometida cuando fue asesinado.
“Él era mi seguridad en el mundo”, declaró su prometida, Natalie Wiertz, durante la audiencia. “Mi vida ahora es una pesadilla”.
Al tomar la palabra, Ari Gisel ofreció una disculpa: “Sé que nada que pueda decir compensará o les dará paz”, les dijo a los familiares de las víctimas.
“Estoy enfocada en ser una mejor persona y lamento mucho sus pérdidas. Les aseguro que no sabía lo que pasaría esa noche”, declaró la madre soltera.
Al declararse culpable y optar por un juicio abreviado, la mujer obtuvo una reducción de los más de 30 años de prisión que enfrentaba.
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