“La política es el arte de disfrazar de interés general el interés particular”.
Edmond Thiaudière, escritor y filósofo francés
Se inicia la fase final del proceso electoral federal y en el discurso gubernamental predomina la polarización excluyente, que conlleva a la cancelación del espacio político para el diálogo y el acuerdo en beneficio del interés nacional, que por naturaleza necesita consenso en la diversidad.
Con esa orientación, la arquitectura política del gobierno se ha enfocado en descalificar o anular la acción de las organizaciones comunitarias y civiles que apoyan a los grupos sociales, impidiendo que se conviertan en actores de su propio desarrollo inclusivo.
Este enfoque no es nuevo: en el presupuesto 2019 que el presidente Andrés Manuel López Obrador envió en diciembre de 2018 al Congreso se suprimía el 100 % de los recursos destinados al Programa de Coinversión Social (PCS), que en ese año obtuvo 187 millones de pesos para el apoyo al trabajo que realizan las Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC), todas ellas sin fines de lucro.
Sin embargo, el 14 de febrero de 2019, con el argumento de que las poco más de 40 mil OSC eran opacas y corruptas, el Mandatario giró una circular a todas las dependencias federales ordenando “no transferir recursos del presupuesto a ninguna agrupación social, sindical, civil o del movimiento ciudadano, con el propósito de terminar en definitiva con la intermediación que ha originado discrecionalidad, opacidad y corrupción. Todos los apoyos para el bienestar del pueblo se entregarán de manera directa a los beneficiarios”.
A la distancia, lo anterior ha resultado en la pérdida de valiosas experiencias ciudadanas en la formulación de políticas públicas. En su lugar, se han fortalecido políticas clientelares que buscan crear ciudadanos dependientes de las autoridades, socavando la autonomía y el tejido social participativo y autogestionario. Se ha establecido una relación clientelar con las personas más vulnerables, reduciendo su esfera de derechos fundamentales a la simple transferencia económica periódica directa.
Esto sugiere un regreso a una época en la que la relación entre el gobierno y las comunidades se limitaba a la presentación de demandas por parte de los ciudadanos y la oferta de soluciones por parte del gobierno.
El actual es un momento crucial para que los candidatos a cargos de elección popular expliquen sus propuestas y planes para el futuro del país, y que, con la participación ciudadana, la clase política esté dispuesta y con altura de miras para transformar las formas de operar del gobierno y a legitimar los actos gubernamentales permitiendo una mayor influencia de todos los sectores sociales en el espacio público -entendido como aquello que es común, general y de interés para todos-, para la toma de decisiones colectivas con el objetivo de fortalecer la construcción de políticas públicas en beneficio del bien común.
Ante este panorama, la única alternativa viable es adoptar una actitud de resistencia, fortaleciendo a las comunidades para que puedan seguir articulando sus demandas desde lo local y construir experiencias multiplicadoras que desafíen las reglas del clientelismo y promuevan la autonomía. Este nuevo acuerdo en la relación gobierno-ciudadanía requiere un pacto renovado de toda la sociedad.
* Elio Villaseñor Gómez es director de Iniciativa Ciudadana para la Promoción del Diálogo A.C. (@Iniciativa_pcd).
La familia de origen iraquí había pedido asilo en varios países de Europa, pero dicen que se lo denegaron y les dijeron que iban a ser deportados.
Ahmed Alhashimi está en la playa, gritando a las olas que van y vienen, golpeándose y arañándose el pecho, entregándose al dolor, la rabia y la culpa, que no desaparecen.
“No pude protegerla. Nunca me lo perdonaré. Pero el mar era la única opción que tenía”, solloza.
La semana previa, al amanecer, en ese mismo tramo de la costa francesa al sur de Calais, el hombre de 41 años se vio atrapado dentro de un bote inflable mientras gritaba para pedir ayuda, arremetía contra los cuerpos que lo rodeaban y rogaba a la gente que se moviera para darle espacio y poder agacharse.
Quería así rescatar a su hija Sara, de 7 años, de la oscuridad sofocante en la que había sido aplastada.
“Sólo quería que aquel hombre se moviera para poder levantar a mi bebé”, explica Ahmed.
Se refiere a un joven que era parte de un grupo más grande que embarcó en el último minuto, cuando el bote ya estaba alejado de la costa.
El hombre primero lo ignoró. Luego lo amenazó.
“Eso fue como la muerte misma. Vimos gente morir. Vi cómo se comportaban esos hombres. No les importaba a quién pisaban, fuera un niño o la cabeza de alguien, joven o viejo. La gente empezó a asfixiarse”, cuenta Ahmed con amargura.
Aunque Ahmed es iraquí, su hija ni siquiera conocía ese país. Nació en Bélgica y pasó la mayor parte de su corta vida en Suecia.
En total, cinco personas murieron en el mismo incidente, víctimas de lo que debió parecer una agonizante estampida a cámara lenta.
Un equipo de la BBC presenció lo que sucedió.
Los traficantes escoltaban a sus pasajeros a través de la playa hacia un pequeño bote mientras usaban fuegos artificiales y empuñaban palos para protegerse de un grupo de policías franceses que intentaba, sin éxito, impedir que el grupo abordara en el bote.
“¡Ayuda!”
A medida que el barco se alejaba mar adentro, escuchamos a alguien gritar débilmente desde a bordo. Pero en la penumbra que precede al amanecer era imposible saber qué estaba pasando.
Al amanecer, la policía se alejaba ya de la orilla junto a un presunto traficante de personas y algunos de los migrantes que no subieron al bote.
Ahmed confirmó más tarde que el hombre que gritaba pidiendo ayuda era él, implorando desesperadamente a quienes lo rodeaban que salvaran la vida de Sara.
La esposa de Ahmed, Nour AlSaeed, y sus otros dos hijos, Rahaf, de 13 años, y Hussam, de 8, también quedaron atrapados entre la gente, pero podían respirar.
“Soy un trabajador de la construcción. Soy fuerte. Pero ni siquiera yo podía sacar mi pierna, atrapada en la multitud. No me extraña que mi pequeña tampoco pudiera. Estaba bajo nuestros pies”, dice Ahmed.
Este era el cuarto intento de la familia para cruzar de Francia a Reino Unido desde que llegaron a la zona hace dos meses.
La policía los sorprendió dos veces en la playa cuando luchaban por el seguir el ritmo del resto de migrantes, que corrían hacia el bote de un traficante.
Ahmed cuenta que esta vez, los traficantes -que cobraban US$1.600 por adulto y la mitad por cada niño-, les habían prometido que sólo 40 personas subirían a su bote, pero se sorprendieron cuando otro grupo de migrantes apareció en la playa e insistió en subir a bordo.
Sara estuvo tranquila al principio. Sostenía la mano de su padre mientras caminaban desde la estación de tren de Wimereux la tarde anterior. Luego, durante la noche, se escondieron en unas dunas al norte de la ciudad.
Poco antes de las 6 de la mañana, el grupo ya había inflado su bote. Luego, los traficantes les ordenaron que lo llevaran a la playa y corrieran con él hacia el mar antes de que la policía los interceptara.
Dice Ahmed que, de repente, un bote de gas lacrimógeno de la policía explotó cerca de ellos y Sara comenzó a gritar.
Una vez que subieron a la embarcación, Ahmed sostuvo a Sara sobre sus hombros durante aproximadamente un minuto, pero luego la bajó para ayudar a subir a bordo a su otra hija, Rahaf.
Fue entonces cuando perdió de vista a Sara.
Solo más tarde, cuando los equipos de rescate franceses los interceptaron en el mar y desembarcaron a algunas de las más de 100 personas hacinadas en el bote, Ahmed pudo por fin llegar hasta el cuerpo de su hija.
“Vi su cabeza en la esquina del barco. Estaba toda azul. Ya estaba muerta cuando la sacamos. No respiraba”, explica entre sollozos.
Desde entonces, las autoridades francesas atienden a la familia mientras esperan para enterrar el cuerpo de Sara.
Ahmed dice que es consciente de las fuertes críticas en las redes sociales que ha enfrentado por parte de personas que le acusan de poner a su familia en un riesgo innecesario. Parece debatirse entre aceptar y rechazar tales acusaciones.
“Nunca me lo perdonaré. Pero el mar era la única opción que tenía. Todo lo que pasó fue en contra de mi voluntad. Se me acabaron las opciones. La gente me culpa y dice: ‘¿Cómo arriesgaste a tus hijas?’ Pero he estado 14 años en Europa y he sido rechazado”, dice Ahmed, y detalla los años de intentos fallidos para asegurar su residencia en la Unión Europea tras de haber huido de Irak después de lo que describió como amenazas de grupos de milicias.
Al parecer, Bélgica le denegó el asilo con el argumento de que Basora, su ciudad natal en Irak, estaba clasificada como zona segura.
Cuenta que sus hijos pasaron los últimos siete años con un pariente en Suecia, pero que recientemente le informaron que serían deportados, junto a él, a Irak.
“Si supiera que hay un 1% de posibilidades de quedarme con los niños en Bélgica, Francia, Suecia o Finlandia, me quedaría allí. Lo único que quería para mis hijos es que fueran a la escuela. No quiero ningún tipo de ayuda social. Mi esposa y yo podemos trabajar. Sólo quería protegerlos a ellos, a su infancia y a su dignidad”, continua.
“Si la gente estuviera en mi lugar, ¿qué harían? Aquellos que (me critican) no han sufrido lo que yo he sufrido. Ésta era mi última opción”, dice, apelando al gobierno británico en busca de solidaridad y apoyo.
Eva Jonsson, profesora de Sara en Uddevalla, Suecia, describe a la niña como “amable y buena” en un mensaje de vídeo enviado a la BBC.
“Tenía muchos amigos en la escuela. Jugaban juntos todo el tiempo… En febrero nos enteramos de que la deportarían y de que sería rápido. Nos avisaron con dos días de antelación”, explica.
Después de enterarse de su muerte, la clase se reunió en círculo y guardó un minuto de silencio.
“Es muy desafortunado que esto le pase a una familia tan agradable. He enseñado a (otros) niños de esta familia y me sorprendió mucho la deportación”, dice la maestra.
“Aún tenemos la foto de Sara delante de nosotros y la guardaremos aquí mientras los niños quieran”.
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