El 30 de abril la secretaria de Bienestar, Ariadna Montiel, les comunicó a los trabajadores del CONEVAL que ese era su último día laboral. Salvo unas 10 o 12 personas que se quedarán para liquidar la institución, las más de 170 personas dejarán de trabajar. A pesar de que todavía no hay una ley secundaria aprobada que indique qué sucederá exactamente con las funciones del CONEVAL, se decidió dar por terminada a la institución.
Así que otra vez toca hablar del CONEVAL. México y el mundo están llenos de noticias; ni a México ni al mundo nos está yendo bien, pero me parece que también hay que hablar de estas noticias que se pueden perder en esta vorágine informativa. Y la razón de hacerlo es que hace más de 20 años era importante hablar del CONEVAL y de otras instituciones que surgieron cuando la sociedad, especialmente los partidos de oposición exigieron que hubiera contrapesos al tradicional poder presidencial.
Casi por 70 años, en la época hegemónica del PRI, no había oportunidad de exigirle cuentas al presidente y no siempre el gobierno le decía la verdad a la población. El legislativo y los gobernadores estaban alineados al presidente. Pero desde 1997 (y hasta 2018) las cosas cambiaron pues la oposición ya pudo exigir y el ejecutivo no tuvo más que acatar y reconocer lo que está implicado en la Constitución desde hace mucho: el poder absoluto en el presidente no se traduce en buen gobierno ni en libertades. La democracia tiene sentido. Pero especialmente tiene sentido que los gobiernos recuerden que todo lo que gastan (en sus quincenas, en sus grandes proyectos, en sus programas sociales, en su propaganda, en sus coches, en sus micrófonos), lo pagan con el dinero de todos los mexicanos. Que a nadie se le olvide que quien está en el gobierno es empleado de quienes pagamos impuestos, es decir, de todas y todos.
Así que sí vale la pena, como lo plantearon el PRD, el PRI, el PAN, el Verde, el PT en 2004, analizar con claridad cómo es que el gobierno gasta y qué resultados tiene la política social. ¿Los programas son electoreros o en verdad amplían el acceso efectivo a los derechos que señala la Ley General de Desarrollo Social? El gobierno en México ha sido juez y parte y por tanto los partidos de oposición exigieron tener instancias ajenas a los vaivenes políticos que nos digan la verdad y no lo que el señor presidente quiera escuchar. Por esa razón los políticos pedían que hubiera un CONEVAL. Por eso muchos de quienes hoy están en Morena y votaron por desaparecer el CONEVAL en meses recientes, pensaban diferente en 2004 y votaron por la existencia de CONEVAL. Antes estaban del otro lado de la mesa. Ahora son poder y ese poder no permite que le señalen muchas verdades. Antes eran cantineros y hoy que son usuarios del otro lado de la barra, piensan diferente.
Quienes fueron despedidos el 30 de abril del CONEVAL merecen un aplauso de pie por parte de la sociedad mexicana. Siempre se pusieron la camiseta para entregar la mejor evidencia no para molestar, sino para mejorar lo que hacían los gobiernos. Nuestros impuestos y lo que les pagamos a los que gobiernan son para que mejoren lo que hacen: ampliar las libertades de la sociedad. Quienes trabajaban en el CONEVAL hicieron todo lo posible por mostrar qué funcionaba bien y qué se necesitaba cambiar para que el gobierno hiciera un mejor trabajo, especialmente para los más pobres. Este gobierno no quiso seguir oyendo. Espero que esos héroes al menos reciban una liquidación conforme a la ley.
Pero hay cosas qué hacer. Quienes seguimos pensando que la sociedad y el gobierno requieren la mejor evidencia para gobernar con transparencia seguramente estaremos trabajando para que volvamos a tener una instancia que nos diga por dónde vamos en lo social. No para confrontar, pero sí para contrastar lo que los gobiernos hagan y, con suerte, que esta información les sea eventualmente de utilidad para tener mejores resultados. De una forma o de otra habrá un CONEVAL otra vez. Así se sigue construyendo la democracia, aunque se esté cayendo.
La exguerrillera conoció a Mujica en la clandestinidad y vivió a su lado durante décadas, hasta su último día.
José Mujica solía emocionarse últimamente al hablar de su esposa, Lucía Topolansky, quien lo conoció en tiempos de clandestinidad y siguió a su lado hasta su muerte este martes a los 89 años.
“Lucía es mucho más que una compañera”, dijo el expresidente uruguayo en una entrevista con BBC Mundo en noviembre.
Se refería al amor y el cuidado que Topolansky le dio por décadas, sobre todo desde que a él le diagnosticaron un cáncer de esófago hace poco más de un año que se expandió por su cuerpo.
Un amor que continuó dándole hasta sus últimos días: “Yo estoy hace más de 40 años con él y voy a estar hasta el final, eso es lo que prometí”, declaró unos días antes de la muerte de su compañero.
Ella nunca alcanzó la fama internacional de Mujica, pero su propia historia personal y algunos momentos especiales que vivió junto a él tienen ribetes asombrosos.
Hija de un ingeniero civil y empresario de la construcción, Topolansky nació hace 80 años en una familia de buen pasar económico y estudió en un colegio de monjas dominicas.
Su opción por la lucha armada a fines de la década del ’60, tras abandonar estudios de arquitectura y el gremio estudiantil, sorprendió a sus parientes más cercanos.
Pero no fue la única: su hermana melliza María Elia también integró el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T).
En esa guerrilla urbana de izquierda influida por la revolución cubana y el marxismo, que combatió la institucionalidad democrática, Topolansky participó en diferentes operativos con el nombre falso de “Ana”.
Fue durante aquellos tiempos de clandestinidad cuando conoció a Mujica, quien tenía nueve años más que ella y ocupaba cargos de dirección en el MLN-T.
Mujica relató en una entrevista con la BBC que el primer encuentro entre ambos ocurrió en septiembre de 1971, la noche en que él se escapó de la cárcel montevideana de Punta Carretas con otros 105 tupamaros y algunos presos comunes por un túnel, una de las mayores fugas en la historia de las prisiones uruguayas.
“Ella estaba con la gente que apoyaba desde afuera. Habían ocupado una de las casas en las cuales nosotros emergimos de abajo de la tierra para salir de la cárcel luego de haber hecho un túnel”, memoró. “La vi casi accidentalmente y seguimos la vida (…). Era muy bonita y joven”.
Topolansky también había estado presa y se fugó de una prisión ese año, escabulléndose por las cloacas de la ciudad junto a otras 37 presas. Llegó a realizarse una cirugía para cambiar parte de su rostro y evitar ser arrestada.
Mujica fue recapturado y volvió a escaparse de la cárcel en 1972, cuando inició su relación amorosa con Topolansky.
“Nos encontramos una noche en que andábamos muy perseguidos”, dijo Mujica en una entrevista con la BBC en abril de 2023. “Los humanos, aunque no lo sabemos, cuando vivimos una atmósfera de peligro donde está en juego a cada paso la libertad y la vida, nos aferramos al amor porque la naturaleza biológica nos lo impone”.
Aunque en una entrevista varios años atrás, Topolansky reconoció que los detalles de ese primer encuentro eran difíciles de recordar por una razón: “Esto se parece bastante a esos relatos de las guerras y eso donde las relaciones humanas tienen un marco de distorsión porque tú estás corriendo, podés caer preso, te pueden matar. Entonces no tiene los parámetros de una vida normal”.
Ambos volvieron a ser detenidos en 1972, un año antes del golpe de Estado conducido por los militares. Permanecieron presos, sometidos a torturas y períodos de aislamiento hasta 1985, el año en que Uruguay volvió a la democracia.
“Teníamos que vivir en condiciones absolutamente adversas”, señaló Anahit Aharonian, una militante tupamara que estuvo presa junto a ella, en un diálogo con BBC Mundo en 2015.
Recordó que en 1980 las hermanas Topolansky le diseñaron en secreto un tapiz con la palabra “Libertad” bordada en armenio, el idioma de los padres de Aharonian que tenía prohibido practicar en prisión.
Lograron sacarlo del penal en un paquete, sin que los carceleros descubrieran de qué se trataba.
Mujica y Topolansky volvieron a juntarse el día de marzo de 1985 en que recuperaron la libertad por una ley de amnistía, y siguieron unidos desde entonces.
“Al otro día empezamos a buscar un local para juntar a los compañeros y reunirnos. Había que empezar a militar”, recordó Topolansky en una entrevista hace un año atrás. “No perdimos un minuto. Y no paramos, porque en realidad esa es nuestra vocación. Ese es el sentido de nuestra vida”.
La pareja se mudó a una modesta casa en una chacra de Rincón del Cerro, la zona rural de Montevideo donde cultivaron la tierra y donde el expresidente murió este martes.
Se casaron recién en 2005, en una ceremonia íntima, cuando Mujica era una figura cada vez más popular en su país, aunque pocos sospechaban que llegaría a ser presidente. Y esa misma noche fueron a un mitin político.
“Unimos dos utopías: la utopía del amor y la utopía de la militancia”, dijo Topolansky a un documentalista hace varios años.
Al parecer, Topolansky se enteró de su propio matrimonio cuando Mujica compartió la noticia en una entrevista que le hicieron para la televisión: “Ahí le dijo al periodista que nos íbamos a casar. Yo estaba mirando el programa y me enteré”, comentó en una entrevista en 2024.
“En realidad de vieja vine a claudicar”, añadió riendo por el hecho de haber vivido 20 años juntos sin haberse casado.
Nunca tuvieron hijos, algo que explican por el hecho de haberle dado prioridad a la guerrilla en la juventud. En cambio, alojaron en su tierra a algunas familias y tuvieron varios perros incluida Manuela, que fue conocida como la mascota favorita de Mujica.
La militancia política siguió siendo el norte en la vida de ambos, que fundaron el Movimiento de Participación Popular y contribuyeron a hacerlo el mayor grupo de la coalición de izquierda Frente Amplio.
Fue la propia Topolansky quien, como senadora más votada, le tomó juramento a Mujica cuando asumió la presidencia en 2010, en un acto cargado de simbolismo dentro del Palacio Legislativo.
Después lo abrazó con su brazo derecho y besó su mejilla, sonriendo.
Topolansky llegó a sobrevivir a un cáncer de mama y, tras el fin del mandato de Mujica en 2015, fue candidata a intendenta (alcaldesa) de Montevideo, pero no logró ser electa.
En 2017 asumió la vicepresidencia de Uruguay tras la renuncia de quien estaba en el cargo por uso indebido de recursos públicos y ocupó circunstancialmente el sillón presidencial cuando el entonces mandatario Tabaré Vázquez viajó al exterior.
Muchos la consideran menos pragmática desde el punto de vista ideológico que su esposo, quien evitaba esa comparación y decía que simplemente eran políticos diferentes.
“Sí, tal vez no tenga el carisma que tengo yo. Eso es probable”, admitió el expresidente en una oportunidad. “Ahora, es sistemática: como las abejas, como una gota de agua. Una laburanta (trabajadora) de esas infernales. No de esas que hacen un hecho histórico, sino de las que levantan paredes”.
Mujica decía eso con la misma admiración que expresó hasta el final hacia Topolansky, contrastando la pasión que supone una relación amorosa en la juventud con “la dulce costumbre” que significa en la vejez, para eludir la soledad.
“Soy consciente”, sostuvo en su última entrevista con BBC Mundo, “que buena parte de mi vida hoy se la debo a ella”.
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