
Este 20 de noviembre se cumplieron cincuenta años de aquella madrugada otoñal de 1975 en la que, tras una mediatizada convalecencia, muriera Francisco Franco en el madrileño Hospital de La Paz, poniendo fin a la incertidumbre en torno a su sucesión, a la larga espera de docenas de miles de refugiados y sus descendientes, y a casi cuatro décadas de una aciaga dictadura sustentada en la censura y la represión.
¡Franco ha muerto! Titulaba a ocho columnas desde La Coruña el diario gallego La voz de Galicia, provincia natal del autodenominado Caudillo, la noticia sobre el fallecimiento del golpista devenido jefe de Estado a las 4:20 horas de la madrugada de aquel jueves de noviembre en la capital española. La muerte del dictador por un choque séptico tras una larga agonía que implicó varios ataques al corazón y una serie de operaciones malogradas, puso punto final a una historia que comenzó a escribirse en 1936 con el levantamiento armado que Franco enarboló contra el entonces gobierno de la Segunda República Española, y que derivó en la desgarradora y fratricida Guerra Civil que destruyó al país, expulsó a cerca de medio millón de refugiados y asesinó a igual número de españoles.
La muerte del llamado Generalísimo cerró un siniestro capítulo en la historia europea y española, permitió el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre México y España, y el regreso a su tierra de innumerables refugiados que durante décadas hicieron de nuestro país su hogar. Fue el punto de partida para la reinserción de la península ibérica en el concierto europeo, si se toma en cuenta la Revolución de los Claveles acaecida en Portugal el año anterior, y la oportunidad para España de construir un régimen democrático, plural y legítimo que permitiese sanar las hondas cicatrices ocasionadas por el conflicto civil que encumbró a Franco.
A medio siglo de distancia de ese lejano noviembre de 1975 hay mucho que celebrar a ambos lados del Atlántico, pero sobre todo mucho aún por hacer. Para nutrir la memoria, para garantizar su posteridad, para educar a las actuales y a las futuras generaciones sobre lo ominoso del golpe de Estado franquista y lo funesto de la dictadura que le siguió. Porque a cinco décadas de distancia, quienes no vivieron la partida de Franco en carne propia ni sufrieron el régimen autocrático y represivo que presidió, pueden caer en el error de ser apologéticos con su figura y con lo que representó. Lo que constituye un grave retroceso histórico y va en detrimento de los deudos de las miles de víctimas impunemente represaliadas por el dictador.
El reciente anuncio del gobierno español de resignificar lo que por décadas fungió como tumba para Franco, hasta la exhumación de sus restos en 2019, el otrora Valle de los Caídos renombrado de Cuelgamuros, “un monumento a un dictador”, en palabras del periódico español El País, es un claro ejemplo de lo importante que resulta seguir recordando lo que pasó hace 50 años y la significación que sigue teniendo. El proyecto para transformar el monumento-mausoleo que Franco imaginó para inmortalizar su victoria en la guerra y su figura despótica, construido por prisioneros políticos y presos de campos de concentración, en un museo dedicado a la memoria de los fusilados, los que aún yacen sin identificar en miles de fosas comunes que minan todo el territorio español, los refugiados y los perseguidos por la dictadura, ha generado un intenso debate al interior de la sociedad hispana. Un debate que desafortunadamente incluye no pocas voces que ensalzan la figura de quien tanto daño causó a España y que en parte le sigue causando.
* Diego Gómez Pickering (@gomezpickering) es investigador sénior del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI).

Ari Gisel, de 23 años, admitió haber instigado a su pareja y a otros hombres a asaltar a los surfistas que estaban en un campamento en una playa remota de Baja California.
Una mujer fue condenada a 20 años de prisión por su participación en el asesinato de tres turistas durante el robo de su vehículo en el noroeste de México el año pasado.
Ari Gisel, de 23 años, se declaró culpable de instigar la violenta agresión a los hermanos australianos Jake y Callum Robinson y a su amigo estadounidense Carter Rhoad, que estaban en un viaje para hacer surf en el estado de Baja California en abril de 2024.
Los jóvenes habían sido reportados como desaparecidos y, luego de unos días, sus cuerpos fueron encontrados con heridas de bala en la cabeza en el fondo de un pozo.
En un juicio abreviado solicitado por la defensa de Ari Gisel, la mujer reconoció haber instigado a robar a los turistas: “Traen buen teléfono y buenas llantas (neumáticos)”, les dijo a los implicados en el homicidio, Irineo Francisco “El Yuni” o “El Junior”, Jesús Gerardo “El Kekas”, y Ángel Jesús.
Los apellidos de la mujer y los tres hombres no fueron divulgados por las autoridades.
Jesús Gerardo, Irineo Francisco y Ángel Jesús siguieron el vehículo hasta el campamento donde se alojaban los surfistas en un sitio remoto y solitario de la costa, al oeste de la localidad de Santo Tomás. Ahí los robaron y, al resistirse al asalto, los agresores los mataron.
Los casos contra estos tres hombres siguen pendientes ante los tribunales. Se cree que Jesús Gerardo e Irineo Francisco tienen vínculos con el cártel de Sinaloa, que durante muchos años estuvo liderado por el famoso narcotraficante Joaquín “El Chapo” Guzmán.
Debido a estos vínculos, ambos hombres están recluidos en El Hongo, una prisión de máxima seguridad en Baja California. Ángel Jesús está siendo procesado desde un centro penitenciario distinto en la ciudad de Ensenada.
Sin embargo, según la emisora Australian Broadcasting Corporation (ABC), los fiscales no sospechan que exista ninguna conexión entre los asesinatos y el crimen organizado.
Las familias de las víctimas, que comparecieron en la audiencia por videoconferencia, hicieron emotivas declaraciones el miércoles.
“Soñábamos con verlos crecer, con que tuvieran hijos. Ahora todo eso se ha esfumado”, dijo Debra Robinson, madre de Callum y Jake, según informó la televisora australiana ABC. “Tenemos que vivir con su ausencia”.
Callum Robinson, de 33 años, era miembro de la selección nacional de lacrosse de Australia y vivía en San Diego (EE.UU.), justo al otro lado de la frontera de Baja California.
Su hermano menor, Jake, de 30 años, vivía en Australia y había viajado a Norteamérica para visitar a Callum. Tenía previsto comenzar un nuevo trabajo como médico a su regreso a Australia.
Su amigo Rhoad, de 30 años, era residente en San Diego y trabajaba en una empresa de servicios tecnológicos. Estaba a pocos meses de casarse con su prometida cuando fue asesinado.
“Él era mi seguridad en el mundo”, declaró su prometida, Natalie Wiertz, durante la audiencia. “Mi vida ahora es una pesadilla”.
Al tomar la palabra, Ari Gisel ofreció una disculpa: “Sé que nada que pueda decir compensará o les dará paz”, les dijo a los familiares de las víctimas.
“Estoy enfocada en ser una mejor persona y lamento mucho sus pérdidas. Les aseguro que no sabía lo que pasaría esa noche”, declaró la madre soltera.
Al declararse culpable y optar por un juicio abreviado, la mujer obtuvo una reducción de los más de 30 años de prisión que enfrentaba.
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