Uno de los espectáculos más impresionantes que ofrece la naturaleza es la migración de las aves. Este desplazamiento es un aspecto fascinante en el mundo alado. Cada año miles de millones de aves recorren grandes distancias, algunas hasta más de 20,000 kilómetros, movimientos que ocurren principalmente durante la primavera y el otoño. Muchos tipos de aves realizan estas grandes migraciones (pensemos por ejemplo en las famosas golondrinas o los ríos de rapaces), pero son las aves acuáticas como patos, garzas, chorlos, playeros, gaviotas y charranes las que se encuentran entre las más diversas y numerosas en nuestros humedales.
Durante el viaje, todos los individuos se enfrentan a un sinfín de riesgos y obstáculos que deben sortear para poder completar su ciclo anual. De forma muy simple se puede definir que la migración es el movimiento entre un territorio de anidación o reproducción hacia uno de descanso o postreproductivo; un viaje de ida y vuelta. En el hemisferio norte, las migraciones empatan con el cambio de estaciones, de forma que en otoño sucede la mayor parte del viaje hacia el sur. Las aves prefieren migrar durante la noche, cuando las temperaturas son menores y pueden también guiarse con el mapa estelar. Una excepción a lo anterior son las aves rapaces, las cuales aprovechan las corrientes de aire cálido, llamadas termales o auras, para elevarse y posteriormente avanzar guiándose también por accidentes geográficos como lagunas, penínsulas o montañas.
La migración ocurre a lo largo de áreas relativamente bien definidas que se conocen como rutas migratorias, donde se presentan grandes concentraciones de aves durante sus recorridos. En Norteamérica existen cuatro rutas principales. Una de ellas es la llamada ruta migratoria del Pacífico, que se extiende desde Alaska hacia el sur, a lo largo del litoral del Pacífico por costas tropicales y subtropicales, hasta la Patagonia, en el extremo sur del continente americano.
Las aves migratorias viajan hacia el sur en busca de áreas con suficientes recursos alimenticios, ya que estos disminuyen en el norte con la llegada de las bajas temperaturas durante el invierno. Entre las aves migratorias se distinguen aquellas que hacen vuelos muy largos, es decir, individuos que pueden recorrer cientos y hasta miles de kilómetros sin parar, mientras que otras especies hacen paradas para descansar, alimentarse y así cargar energía para continuar su travesía. Estas paradas se dan en lugares que son usados recurrentemente y son conocidos como sitios clave.
Estos viajes a larga distancia requieren de mucha energía y determinación, lo que lleva a las aves al límite de su resistencia. Debido a lo demandante del viaje, las aves dependen de condiciones ambientales favorables y lugares seguros para hacer sus paradas a lo largo de la travesía. Desafortunadamente, las aves migratorias se enfrentan con más y nuevos desafíos, como la desecación de humedales, la pérdida de hábitat por cambios de uso de suelo como la expansión agrícola o urbana, o la presencia de infraestructura, como edificios o líneas eléctricas, los cuales son obstáculos con los que existe el peligro de colisionar.
En Norteamérica se reconocen varios sitios clave, denominados como humedales de importancia hemisférica por la cantidad de aves que llegan cada invierno. Uno de los sitios de mayor relevancia para las aves migratorias es el Delta del Río Colorado, donde poco más de 17 millones de aves visitan este sistema de humedales durante la migración. Esto es increíble tomando en cuenta que el delta se encuentra inmerso en una región considerada como una de las más áridas en el mundo.
El rio Colorado nace en las Montañas Rocallosas, en los estados de Colorado y Wyoming. El río fluye hacia el sur por más de 2,300 km hasta su destino final en el Alto Golfo de California; en su trayecto atraviesa siete estados de los Estados Unidos y dos de México. Los últimos 140 km se encuentran en territorio mexicano, donde forman un gran abanico deltaico de más de 400,000 hectáreas de cauces, planos lodosos y lagunas, entre los estados de Baja California y Sonora, en la bioregión del Desierto Sonorense.
Durante el sigo XX, las actividades humanas como la construcción de presas, las derivaciones de los flujos del río, y la creciente demanda de agua para usos agrícolas, urbanos e industriales en toda la cuenca disminuyeron significativamente el volumen de agua dulce que llegaba al Delta del Río Colorado. Lo anterior generó una pérdida del 85 % de los humedales en esta región y que el río dejara de llegar al mar. Sin embargo, el sitio continuó albergando una interesante diversidad de aves, más de 380 especies, que representan el 95 % de las aves presentes en la cuenca, lo que muestra su gran resiliencia. Esta riqueza de aves se ha mantenido porque existen parches de hábitat que les proporcionan recursos esenciales como alimento y refugio.
El reconocimiento del delta como una región de suma trascendencia para las poblaciones de aves migratorias del continente impulsó una serie de acciones para restaurar los flujos de agua dulce hacia esta zona. Para lograrlo, se han establecido mecanismos de cooperación entre Estados Unidos y México en temas hídricos y ambientales. Desde hace 25 años, Pronatura Noroeste, junto a otras organizaciones civiles que conforman la Alianza Revive el Río Colorado, e instituciones del sector académico y de gobierno de ambos países, trabajan en la implementación de la iniciativa para la restauración ambiental de esta región. Gracias a ello, se logró asignar un volumen de agua dulce para ayudar a la recuperación de bosques riparios y el mejoramiento de los humedales del delta. Un ejemplo fue el Acta 319 del Tratato Internacional de Aguas de 1944 entre Estados Unidos y México, que permitió la liberación de un flujo pulso para la restauración de esta zona en el 2014, así como el Acta 323, actualmente vigente, la cual garantiza una asignación de 259 millones de metros cúbicos para fines ambientales, así como acciones conjuntas de restauración y monitoreo.
Las acciones para la restauración en el Delta del Río Colorado ejemplifican el gran esfuerzo de trabajo conjunto binacional que beneficia a las poblaciones de aves migratorias que, año con año, visitan por millones estos humedales. ¡Vuela con nosotros y sé parte de la gran iniciativa de restauración del Delta del Río Colorado!
* Pronatura Noroeste es una de las seis organizaciones que componen la Alianza Revive el Río Colorado. Entre sus tareas está la restauración, la reforestación, la vigilancia terrestre y marina, la promoción de buenas prácticas de pesca, el impulso a la gobernanza en Áreas Naturales Protegidas y el respeto a la normatividad ambiental, la vinculación con escuelas y la protección a especies en peligro de extinción.
El aroma corporal evoluciona a lo largo de nuestra vida, y los cambios que se producen no solo tienen una explicación biológica, sino que ha sido clave en la selección social y evolutiva.
Le propongo un reto: ¿sería capaz de adivinar el rango de edad de alguien sentado a su lado que no lleve perfume utilizando tan solo el sentido del olfato? No he encontrado ningún reto de este tipo en TikTok, pero sí una investigación que lo demuestra: podemos discriminar la edad de una persona por su aroma.
El olor corporal evoluciona a lo largo de nuestra vida, y los cambios que se producen no solo tienen una explicación biológica, sino que también han jugado un papel importante en la selección social y evolutiva.
Durante la infancia, el olor corporal suele ser suave debido a la baja actividad de las glándulas sudoríparas y a un microbioma (comunidad de microrganismos) cutáneo sencillo. Aun así, los padres son capaces de identificar la “fragancia” que despide su propio hijo y preferirla a la de niños desconocidos.
Los olores que en este caso generan una percepción olfativa emocional (información hedónica) agradable o familiar, activan las redes neuronales de la recompensa y el placer y disminuyen las respuestas al estrés. En coherencia con esto, las madres con trastornos del vínculo posparto no desarrollan este reconocimiento ni preferencia olfativa de su propio bebé.
Desde un punto de vista evolutivo puramente pragmático, la identificación placentera de la descendencia permitiría la inversión selectiva de los recursos.
La adolescencia supone un cambio importante en el olor corporal. Esta transformación se debe a la producción de hormonas sexuales, que, entre otras cosas, induce la activación de las glándulas sudoríparas y sebáceas.
Mientras que la mayoría de las glándulas sudoríparas (las ecrinas) excretan agua y sales, las glándulas sudoríparas llamadas apocrinas (asociadas al vello y localizadas en las axilas y la zona genital) segregan proteínas y lípidos
Es la degradación conjunta de estos lípidos y del sebo (triglicéridos, ésteres de cera, escualeno y ácidos grasos libres) liberado por las glándulas sebáceas presentes por casi toda la piel lo que genera el característico aroma a “humanidad”.
La descomposición de esas sustancias ocurre cuando entran en contacto con el aire y las bacterias de la piel. Microorganismos como los Staphylococcus convierten las grasas en ácido acético y ácido 3-metilbutonoico, responsables del olor agrio de los adolescentes.
Otras moléculas volátiles que aparecen en mayor cantidad en el sudor de los púberes frente al de los niños son la androstenona (olor sudoroso y urinario, similar al almizcle), el androstenol (parecido al sándalo o el almizcle) y el escualeno (rancio, graso o ligeramente metálico cuando se oxida).
La capacidad de reconocer a los hijos por el olor corporal disminuye tanto en madres como en padres cuando sus descendientes abandonan la infancia y están en plena adolescencia.
De hecho, las madres incluso prefieren el aroma de desconocidos. Y en ambos casos, la capacidad de identificación y preferencia se recupera cuando los vástagos entran en la etapa de pospúberes.
Una posible explicación a esta especie de “rechazo” hacia el olor corporal de los propios hijos adolescentes sería la prevención del incesto y, por tanto, la endogamia.
Las glándulas sebáceas alcanzan su actividad máxima en la edad adulta. Aunque menos intenso que en la adolescencia, el olor corporal sigue existiendo en cada persona y depende de factores como la dieta, el estrés, los niveles de hormonas o el microbioma cutáneo.
Pero ¿qué sentido tendría poseer un olor propio cambiante a lo largo de la vida si no tuviésemos la capacidad de sentirlo? El mismísimo Darwin se equivocó (nadie es perfecto) al afirmar que “para el hombre, el sentido del olfato es de muy poca utilidad, si es que tiene alguna”.
En realidad, el olfato es eficaz para obtener información de congéneres, resulta esencial cuando la visión o audición están restringidas (entorno oscuro o ruidoso) y permite detectar eventos pasados, pues las moléculas odoríferas persisten en el espacio y el tiempo.
Por lo tanto, poseer un aroma característico y la capacidad de detectar olores ajenos proporciona información social respecto a nosotros mismos, nuestros parientes, la edad, el sexo, la personalidad, las enfermedades y las emociones.
Igual que en otros animales, los olores corporales ayudan en la selección de pareja, el reconocimiento del parentesco o la diferenciación sexual.
Con el envejecimiento, la falta de colágeno de la piel aplasta y reduce la actividad de las glándulas sudoríparas y sebáceas.
La pérdida de las primeras explica la dificultad de las personas mayores para mantener el equilibio térmico. En cuanto a las sebáceas, no solo disminuye su producción, sino que cambia su composición, disminuyendo la cantidad de compuestos antioxidantes como la vitamina E o el escualeno.
Todo esto, sumado a la también menor capacidad de producción de antioxidantes por las células cutáneas, desencadena un aumento de reacciones de oxidación, dando lugar al olor “a persona mayor”, que los japoneses llaman kareishu.
Así, a partir de los 40 años, comienza a cambiar la forma en que se procesan algunos ácidos grasos de la piel, como el omega-7 (ácido palmitoleico). La oxidación de este ácido graso monoinsaturado da lugar al 2-nonenal, responsable del olor característico.
Por cierto, este compuesto se encuentra también en la cerveza añeja y el trigo sarraceno, y se describe como un olor a grasa y hierba.
Si para algunas personas este olor resulta desagradable, la mayoría lo asociamos con buenos recuerdos de abuelos y padres. Y es probable que, al igual que en la infancia, ayude a perpetuar los cuidados, esta vez de nuestros mayores.
Por lo tanto, el olor de la vejez no tiene tanto que ver con la higiene; de hecho, el 2-nonenal no es soluble en agua, por lo que no se elimina fácilmente ni con la ducha ni lavando la ropa.
A medida que la piel madura, su protección antioxidante disminuye, generando una mayor presencia del citado compuesto, así que lo mejor para minimizar el rastro olfativo es beber abundante agua, hacer ejercicio, seguir una alimentación sana, disminuir el estrés y reducir el consumo de tabaco o alcohol. Todos estos hábitos reducen el estrés oxidativo responsable de nuestro olor.
*Noelia Valle es profesora de Fisiología, Creadora de La Pizarra de Noe, Universidad Francisco de Vitoria.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia creative commons. Haz clic aquí para leer la versión original.
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