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Una lista para no olvidar: ordenar y nombrar la desigualdad
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Una lista para no olvidar: ordenar y nombrar la desigualdad

La persistencia y profundización de una concentración extrema de riqueza en manos de una fracción ínfima de la población abre preguntas ineludibles sobre la justicia distributiva, la legitimidad institucional y la sostenibilidad social en el largo plazo. La desigualdad, así entendida, deja de ser una abstracción y se revela como un rasgo central del orden económico y político contemporáneo.
26 de diciembre, 2025
Por: María González Díaz

Recientemente acepté mi afición por hacer listas y junto con eso también cierta resignación: entregarme a ellas ante la menor provocación. No recuerdo cuándo empezó ni cómo, pero siempre he sido una persona pragmática, por lo que valoro todo aquello que me ayuda a organizar pendientes, aliviar la carga mental, establecer prioridades o recordar nombres, fechas e ingredientes. Y al final las listas son eso: herramientas de orden y de memoria.

Es posible hacer listas de prácticamente cualquier cosa, incluso de aquello que suele percibirse como inabarcable: el cosmos, la conciencia o la desigualdad —todos ejemplos de fenómenos complejos y multidimensionales, difíciles de comprender cuando permanecen en el terreno de la abstracción o dispersos en grandes números. En el caso de la desigualdad, ordenar y sistematizar no es solo útil, sino particularmente necesario, pues opera a través de estructuras opacas cuyos efectos atentan directamente contra la dignidad de las personas. Ordenarla en una lista, por ende, no busca reducir su complejidad, sino hacerla asequible: extraer conceptos y datos clave que permitan aprehender sus mecanismos y magnitudes para pensar cómo intervenir sobre ella.

La discusión sobre la desigualdad no es nueva. No hace falta ser economista para reconocer que el mundo que habitamos está atravesado por brechas profundas, persistentes y, en muchos casos, desgarradoras. Sin embargo, sí se requiere información más precisa para dimensionar que hoy nos enfrentamos a un nivel de concentración de riqueza que desafía cualquier referente histórico, lo cual exige desplazar la conversación del terreno de la sobremesa hacia el de un problema público urgente, que demanda atención colectiva y respuestas estructurales.

En los últimos años, se han desarrollado parámetros cada vez más confiables para medir y analizar estas dinámicas. Cada cifra e indicador funcionan como piezas de un rompecabezas que, al organizarse, permiten identificar patrones, revelar disparidades y cuestionar su naturalización. En este contexto, más de 200 investigadores afiliados al World Inequality Lab publicaron la tercera edición del Reporte de Desigualdad Global 2026 (WIR 2026), 1 uno de los esfuerzos más completos y rigurosos para comprender la evolución histórica y comparada de la desigualdad a escala mundial. Con una notable solidez metodológica, el informe logra descomponer un fenómeno que suele parecer inconmensurable en diferentes dimensiones con variables claras, comparables y legibles.

El material es invaluable, y la primera invitación es clara: quien tenga acceso a él debería leerlo de principio a fin. No obstante, este artículo propone otro formato: una lista. Una breve selección personal de siete puntos en donde se ordenan algunos de los conceptos y datos que, a mi parecer, no deberíamos olvidar. Esta lista busca acercar el informe al público hispanohablante y a cualquier lector o lectora que se cruce con estas líneas. No pretende sustituir el documento original, sino abrirle la puerta: señalar con claridad ciertos puntos clave, apropiarnos de ellos y compartirlos. Porque la desigualdad no es un fenómeno ajeno, sino uno que nos atraviesa a todas y todos.

Lo que sigue no es una lista del mercado; son datos que nombran responsables, revelan asimetrías y obligan a repensar cómo entendemos la desigualdad:

1. Categorías. Para analizar la distribución de la riqueza entre los distintos sectores sociales, el WIR 2026 propone agrupar a la población adulta mundial en tres grandes segmentos.

  • El 50 % inferior, que comprende a la mitad de la población con menos recursos y reúne aproximadamente 2.8 mil millones de personas adultas;
  • El 40 % medio, asociado a lo que comúnmente se denomina la clase media global;
  • El 10 % superior, que concentra la gran mayoría de los recursos a escala mundial y agrupa alrededor de 560 millones de personas adultas.

No obstante, incluso dentro de este último grupo persisten diferencias significativas. Es en los estratos más altos —el 1 % (con aproximadamente 56 millones de personas adultas, una cifra comparable a la población adulta del Reino Unido), el 0.1 % e incluso el 0.001 %— donde la concentración de la riqueza alcanza niveles verdaderamente exorbitantes. Estas comparaciones permiten dimensionar cuán concentrada se encuentra la cúspide de la distribución y sirven como referencia a lo largo del informe para ayudar a comprender la magnitud.

2. Un punto de partida fundamental es distinguir entre dos dimensiones que con frecuencia se confunden, pero que tienen implicaciones y consecuencias profundamente distintas: ingreso (income) y riqueza (wealth). Por un lado, el ingreso se refiere a una remuneración económica que recibe una persona, una familia, una empresa, una organización o un gobierno a cambio de un trabajo. La riqueza, en cambio, abarca más que solo el dinero, incluyendo también recursos intangibles y determina la capacidad que tiene su propietario para acumular, influir en procesos sociales y políticos, enfrentar contingencias y reproducir ventajas intergeneracionales a través de la herencia.

3. Esta distinción es crucial porque los niveles de desigualdad varían y se agravan según la dimensión que se observe. En términos de ingreso, el 10 % más rico de la población mundial percibe más ingresos que el 90 % restante. Por otro lado, si el ingreso mundial total se distribuyera de manera equitativa, cada persona contaría con un ingreso aproximado de $ 25,400 MXN mensuales. En la práctica, esta distribución está lejos de materializarse.

En México, el 40 % de la población ocupada percibe el salario mínimo, equivalente a $ 9,582.47 MXN mensuales (ENOE, 2025). Esta cifra, además, constituye una estimación conservadora, dado el elevado nivel de informalidad en el país, el cual representa cerca del 55 % de la economía, y donde los ingresos suelen ser aún más precarios.

4. La concentración es aún más extrema cuando se analiza la riqueza: el 10 % más rico posee cerca de tres cuartas partes de la riqueza global, mientras que la mitad más pobre de la población apenas concentra el 2 %. Esta asimetría no es accidental, sino es el resultado de decisiones políticas e institucionales que favorecen la acumulación de aquellos que se sitúan en la cúspide de la distribución. Entre ellas destacan sistemas fiscales regresivos, en los que la riqueza y el capital suelen gravarse menos que el ingreso del trabajo; leyes de herencia laxos, que permiten libremente la reproducción intergeneracional, y la propia naturaleza de la riqueza que, al ser más fácil de ocultar, fragmentar o trasladar, facilita la evasión y elusión fiscal.

Gráfico traducido por Ricardo Gómez Carrera, basado en el gráfico original del WIR 2026. Disponible aquí.

5. El 0.001 % más rico está conformado por 56,000 individuos. Este pequeñísimo grupo de personas poseen tres veces más riqueza (6.1 %) que el 50 % inferior (2 %) que representa alrededor de 2.8 mil millones de personas adultas.

¿Cómo se ven 56,000 adultos frente a 2.8 mil millones? Figura elaborada por la autora que ilustra la desigualdad extrema entre el 0.001 % más rico y el 50 % inferior de la población, a través de una equivalencia visual: 37 vagones de metro frente a la población conjunta de los dos países más poblados del mundo: India y China.
¿Cómo se ven 56,000 adultos frente a 2.8 mil millones? Figura elaborada por la autora que ilustra la desigualdad extrema entre el 0.001 % más rico y el 50 % inferior de la población, a través de una equivalencia visual: 37 vagones de metro frente a la población conjunta de los dos países más poblados del mundo: India y China.

 

6. Cambio Climático. Dejar de usar popotes o adoptar una dieta vegana no basta. El énfasis en el consumo individual tiende a desviar la atención de las estructuras que realmente sostienen la crisis climática. En discusiones más recientes, se propone desplazar el foco hacia la propiedad del capital, por lo que la imagen cambia de forma radical: la desigualdad de emisiones de carbono está profundamente ligada a quién controla la producción. El 10 % más rico del mundo (en términos de riqueza) es responsable del 77 % de las emisiones asociadas al capital privado, y el 1 % más rico concentra por sí solo el 41 %, casi el doble de lo emitido por el 90 % restante de la población.

7. Capital humano. Se refiere al conjunto de conocimientos, habilidades, competencias, experiencias y capacidades que posee una persona y que pueden generar valor económico o social. Es decir, no es dinero ni recursos materiales, sino todo lo que una persona “lleva dentro”. Por ejemplo, educación, habilidades, salud o experiencia.

La desigualdad en este ámbito se sitúa en niveles que, probablemente, son mucho más altos de lo que la mayoría de la gente imagina, reproduciendo ciclos de pobreza y limitando la movilidad social de forma radical. En 2025, el gasto promedio que una persona invierte en su educación (de 0 a 24 años) en África Subsahariana fue de apenas $4,650 MXN, en comparación con $38,526 MXN en América Latina y $190,623 MXN en América del Norte y Oceanía. 2

Examinar estas cifras no es un ejercicio meramente descriptivo, sino una invitación a pensar las dinámicas estructurales que configuran nuestras sociedades. La persistencia y profundización de una concentración extrema de riqueza en manos de una fracción ínfima de la población abre preguntas ineludibles sobre la justicia distributiva, la legitimidad institucional y la sostenibilidad social en el largo plazo. La desigualdad, así entendida, deja de ser una abstracción y se revela como un rasgo central del orden económico y político contemporáneo.

En este sentido, hablar de desigualdad en abstracto puede resultar contraproducente: son los datos los que la devuelven a su verdadera escala. El World Inequality Report cumple aquí un papel fundamental, no solo por su rigor académico y metodológico, sino porque contribuye a desnaturalizar la desigualdad en sus múltiples dimensiones. Hace algo que suele incomodar: nombrar y señalar. Identifica tanto las causas estructurales como los responsables —a nivel global y dentro de los propios países— y muestra cómo los efectos se distribuyen de manera profundamente asimétrica. Mientras algunos grupos concentran riqueza, poder y capacidad de decisión, otros cargan de forma desproporcionada con las consecuencias de una brecha que no provocaron. Reconocer esta asimetría no es un gesto moral ni de buena fe, sino un paso necesario para pensar cualquier transformación posible.

* María González Díaz (Ciudad de México, 2000) es antropóloga social por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde se tituló con mención honorífica gracias a una investigación de tesis sobre las estrategias de sobrevivencia entre las personas en situación de calle en la Ciudad de México. Le apasionan las ciudades, su gente y las historias no contadas. Actualmente cursa el primer año de la maestría en Política Pública en Sciences
Po, París.

 

Referencias:

García, A. (17 de septiembre de 2022). ¿Cuánta gente viaja en metro en la Ciudad de México? El Economista.

Gómez-Carrera, R. (17 de diciembre de 2025). La desigualdad no crece sola. La dejamos crecer. Surcos.

INEGI. (2025). Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), noviembre 2025 [PDF].

World Inequality Lab. (2026). World Inequality Report 2026.

Worldometer. (s. f.). Worldometer: estadísticas mundiales en tiempo real. Recuperado el 20 de diciembre de 2025, de aquí.

 

 

1 Para más detalles, véase aquí.

2 Un aspecto que se rescata en el WIR 2026, es que la desigualdad no solo distingue a personas con más o menos recursos dentro de un mismo país, sino que también profundiza las brechas entre regiones enteras del mundo. Las comparaciones regionales permiten apreciar con claridad las distancias económicas que separan estructuralmente a unas zonas de otras.

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Imagen BBC
¿Se te perdieron las fotos de los 2000? Esto puedes hacer para cuidar las de ahora
12 minutos de lectura

Si usaste una cámara digital a principios de la década de los 2000, es muy probable que se hayan borrado capítulos enteros de tu vida. Una generación de fotos ha desaparecido en discos duros dañados y sitios web inactivos.

22 de diciembre, 2025
Por: BBC News Mundo
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Según estimaciones recientes, se calcula que se toman alrededor de 5.300 millones de fotografías digitales cada día en el mundo.

Para mi 40 cumpleaños, les pedí a mis amigos y familiares un regalo: fotos mías de mis veintipocos. Mi colección de fotos de esa época —aproximadamente de 2005 a 2010— es terriblemente escasa.

Hay un espacio en blanco entre mis álbumes de fotos impresas de la universidad y mi carpeta de Dropbox con las instantáneas de mis primeros años como madre. Lo único que pude encontrar de aquellos años fue un puñado de fotos de baja resolución de mí en un bar haciendo algo raro con las manos.

¿Y el resto? Quedaron atrás debido a una computadora muerta, cuentas de correo electrónico y redes sociales inactivas y un mar de pequeñas tarjetas de memoria y memorias USB perdidas en el caos de múltiples mudanzas internacionales. Es como si mis recuerdos no fueran más que un sueño.

Resulta que no soy la única. A principios de la década de los 2000, el mundo experimentó una transición repentina y drástica de la fotografía analógica a la digital, pero tardó un tiempo en encontrar un almacenamiento fácil y fiable para todos esos nuevos archivos.

Hoy en día, tu smartphone puede enviar copias de seguridad de tus fotos a la nube en cuanto las tomas. Muchas fotos capturadas durante la primera ola de cámaras digitales no tuvieron la misma suerte. A medida que la gente cambiaba de dispositivo y los servicios digitales prosperaban y decaían, millones de fotos desaparecieron en el proceso.

Hay un agujero negro en el registro fotográfico que se extiende por toda nuestra sociedad. Si tenías una cámara digital en aquel entonces, es muy probable que muchas de tus fotos se perdieran al dejar de usarla.

Incluso ahora, los archivos digitales son mucho menos permanentes de lo que parecen. Pero si tomas las medidas adecuadas, no es demasiado tarde para proteger tus nuevas fotos del mismo olvido.

Una par de tarjetas SD y un pendrive azul en el teclado de un laptop.
Getty Images
Tarjetas SD, pendrives y discos duros externos era el almacenaje favorito en la década de los 2000

Este año se celebra el 50º aniversario de la fotografía digital. La primera cámara digital era un dispositivo descomunal y poco práctico que parecía más bien una “tostadora con lente”, como explica su inventor Steve Sasson a la BBC.

Pasaron décadas antes de que se convirtieran en un producto de consumo viable, pero todos mis conocidos tenían una cámara digital a principios de la década de los 2000.

Tomamos miles de fotos y las compartimos en álbumes online con nombres como “¡Martes por la noche!” o “Viaje a Nueva York – parte 3”. ¿Seguro que alguien de mi círculo tenía estas fotos 20 años después? Cuando pregunté, resultó que muy pocos las tenían. Todos acumulaban los mismos problemas que yo. ¿Cómo podía haber tan poco de una época tan llena de fotos?

Al observar nuestra relación con las fotos, el período 2005-2010 se percibe como un microcosmos de la Era de la Información. Es toda una vida de innovación, disrupción y acceso condensada en un lapso de cinco años en la cronología de la historia humana.

La revolución digital

El año 2005 fue un buen momento para ser un usuario de cámaras digitales. Ese año, el auge digital arrasó con las ventas de cámaras de película, según datos de la Asociación de Productos de Cámara e Imagen (Cipa).

La feroz competencia redujo el precio de las cámaras digitales compactas básicas lo suficiente como para que se compraran por impulso. La calidad de las cámaras mejoró rápidamente, lo que dio a algunos consumidores una excusa para actualizar sus compactas una o incluso dos veces al año.

Piensa en esto: durante un siglo, la fotografía personal fue un proceso lento y deliberado. Tomar fotos requería dinero. Cada rollo de película ofrecía un número limitado de fotos. Y si querías ver tus fotos, tenías que dedicar tiempo a revelar la película o pagar a un laboratorio para que hiciera el trabajo, y luego repetir el proceso si querías copias.

Un dependiente sostiene una cámara digital Kodak en unos grandes almacenes de Pekín
Getty Images
Kodak lanzó muchos modelos de cámaras digitales en las décadas de 1990 y 2000.

Sin embargo, a partir de 2005, todas esas barreras se derrumbaron en un abrir y cerrar de ojos. Pronto, los consumidores producían millones de fotos digitales al año. Pero lo que parecía una época de abundancia fotográfica fue, en realidad, un momento de extrema vulnerabilidad.

“[Los consumidores] desconocían lo que no conocían”, afirma Cheryl DiFrank, fundadora de My Memory File, una empresa que ayuda a sus clientes a organizar sus bibliotecas de fotos digitales. “La mayoría de nosotros no nos tomamos el tiempo necesario para comprender a fondo las nuevas tecnologías. Simplemente descubrimos cómo usarlas para hacer lo que necesitamos hoy… y el resto lo resolvemos después”.

La gente no lo sabía en ese momento, dice DiFrank, pero no pudieron “averiguar el resto más tarde”.

La memoria del consumidor promedio se encontraba dispersa de forma precaria en una amplia gama de tecnología portátil de primera generación, susceptible a pérdidas, robos, virus y obsolescencia: cámaras, tarjetas SD, discos duros, memorias USB, cámaras Flip Cam, CDs y una maraña de cables USB que funcionaban con algunos dispositivos, pero no con otros.

Una persona con las uñas de color blanco mira fotos impresas en una mesa
Getty Images
La gran mayoría de las fotos hoy en día se hacen con smartphones.

Al mismo tiempo, las laptops comenzaban a superar a las computadoras de escritorio por primera vez en la historia. La gente podía almacenar y ver fotos exclusivamente en sus laptops, un dispositivo que, por desgracia, también era más fácil de romper o extraviar.

Las ventas de cámaras digitales se dispararon en 2005, alcanzaron su punto máximo en 2010 y luego se desplomaron, según la Cipa. El iPhone de Apple se lanzó en 2007, y pronto los teléfonos móviles revolucionaron por completo la incipiente explosión de las cámaras digitales. Los consumidores adoptaron rápidamente la nueva tendencia fotográfica, a menudo sin detenerse a proteger las fotos que ya habíamos tomado.

El “agujero negro”

El dolor de perder fotos es personal para Cathi Nelson. En 2009, le robaron de casa su ordenador y su disco duro externo de respaldo. Ante la falta de almacenamiento en la nube accesible en ese momento, perdió gran parte de los recuerdos de su familia para siempre. Es irónico, ya que Nelson se gana la vida ayudando a otras personas a recuperar sus fotos desaparecidas.

Ese mismo año, Nelson fundó The Photo Manager”, una organización de miembros para organizadores profesionales de fotos digitales. Para entonces, las colecciones de fotos ya estaban tan desordenadas que se despertó una enorme demanda de ayuda profesional, afirma. “La gente está abrumada por las opciones, la tecnología y los datos”, escribió Nelson en un informe técnico que detallaba el problema.

Los miembros de The Photo Managers ayudan a sus clientes con el “agujero negro” de 2005-2010 constantemente. “Lo veo una y otra vez, todo el asunto del ‘agujero negro’ digital”, dice Caroline Gunter, miembro del grupo. “Hubo un período, desde principios de la década de 2000 hasta 2013, en el que era muy difícil para la gente organizarse y se perdían fotos”.

Nelson, Gunter y otros miembros de The Photo Managers dicen que recuperan fotos pixeladas de bebés de teléfonos Nokia plegables, recuperan fotos de CDs de fotos y lidian con el servicio de atención al cliente en sitios web de álbumes de fotos en línea como Snapfish o Shutterfly.

“Nuestros miembros siempre dicen que es el único trabajo que hacen en el que la gente llora cuando les devuelven todo”, dice Nelson.

Primer plano de una cámara Kodak Instamatic 100, circa 1965, con formato 126, aislada sobre fondo blanco
Getty Images
En 1975, un joven ingeniero de la empresa que fabricaba la película Kodak tomó la primera fotografía con una cámara digital portátil.

Al mismo tiempo, se produjo otro cambio radical: el intercambio gratuito de fotos online. No solo teníamos la capacidad de generar millones de fotos, sino que también podíamos compartirlas con toda la humanidad, de una forma que parecía mucho más permanente de lo que realmente era.

En 2006, la plataforma de redes sociales MySpace era el sitio web más popular de Estados Unidos y, para muchos, se convirtió en el servicio predilecto para compartir y almacenar fotos. Pero su reinado duró poco.

Facebook se lanzó en 2004 y, para 2012, contaba con más de 1.000 millones de usuarios. Pronto, MySpace cayó en el olvido, dejando atrás innumerables fotos y otros recuerdos digitales.

En 2019, MySpace anunció que 12 años de datos se habían borrado en un fallo accidental del servidor. La compañía afirmó que “todas las fotos, vídeos y archivos de audio” publicados antes de 2016 se habían perdido para siempre, toda una generación de imágenes perdidas en el tiempo.

Sin embargo, MySpace no era el único centro para almacenar fotos. Kodak, Shutterfly, Snapfish, la cadena de farmacias Walgreens y muchas más apostaron por los servicios de fotografía en internet.

Los clientes obtenían galerías de fotos online gratuitas, y las empresas podían generar ingresos mediante impresiones y regalos. Al principio, el modelo fue un éxito rotundo. Shutterfly, por ejemplo, salió a bolsa en 2006 con una oferta pública de venta de acciones de gran repercusión que recaudó US$87 millones.

Perdidas para siempre

El resto de lo que sucedió queda para los libros de historia y para los estudios de casos de las escuelas de negocios. Kodak, por ejemplo, se declaró en quiebra (aunque la empresa resurgió tiempo después).

Shutterfly adquirió todas las fotos de la Galería Kodak EasyShare, pero mi propia experiencia demuestra que no fueron buenas noticias para mis fotos. Para transferir mis fotos de Kodak EasyShare a Shutterfly, necesitaba vincular ambas cuentas, una tarea que nunca completé a pesar de los múltiples correos electrónicos de Shutterfly instándome a hacerlo.

Los correos electrónicos de marketing de la empresa prometían a los clientes que Shutterfly nunca las eliminaría. Tiempo después, inicié sesión en mi cuenta y descubrí que las fotos estaban archivadas y eran inaccesibles.

Un portavoz de Shutterfly afirma que mi historia es conocida y que la empresa hizo todo lo posible para ayudar a los clientes con la transición a Kodak. Sin embargo, lamentablemente, algunas fotos se volvieron irrecuperables con el tiempo.

Shutterfly aún conserva algunas fotos, pero la empresa no las entrega. Según un portavoz, no se puede acceder, descargar ni compartir las fotos almacenadas en Shutterfly a menos que se compre algo cada 18 meses. Puedo usar esas fotos para crear un producto como un calendario de fotos que Shutterfly me vende con gusto, pero no puedo tener mis archivos a menos que haga compras regulares. Casi siento que mis recuerdos están secuestrados.

“Lo que la gente no comprende es que uno de los mayores gastos de los negocios en línea es el almacenamiento”, afirma Karen North, profesora de la Facultad de Comunicación Annenberg de la Universidad del Sur de California. “Había tanto entusiasmo por las nuevas tecnologías que no se prestó atención real —y mucho menos atención pública— a la necesidad de un modelo de negocio sostenible”.

Fotos al lado de una taza de café vacía.
Getty Images
La gran mayoría (más del 90 %) de estas fotos se toman con smartphones.

En la década de los 2000, el costo del almacenamiento digital era considerablemente mayor que en la actualidad. El almacenamiento en la nube externo para empresas apenas comenzaba a surgir en ese momento, y muchas compañías tenían que construir y operar sus propios servidores, lo que suponía un gasto enorme.

Los consumidores producían millones de fotos digitales, pero a largo plazo, las empresas en línea no podían permitirse almacenarlas, afirma North.

“A principios de la década de los 2000, se creía que si subías algo a internet, debía ser gratis”, dice North. “Todos vivíamos nuestras ‘segundas vidas’ gratis. Gmail era gratis. Ahora, al recordarlo, piensas en cómo una pequeña cuota de suscripción a Kodak, o a cualquiera de estos sitios, podría haber protegido nuestros recuerdos”.

En cambio, ahora los clientes pagan un precio diferente: todas esas fotos que se cargaron y compartieron rápidamente (pero no se imprimieron ni se hizo una copia de seguridad en un disco duro externo) entre 2005 y 2010 están gravemente comprometidas.

“Estamos maravillados con todo esto que nos dan gratis”, dice Sucharita Kodali, analista de mercado minorista de Forrester Research. “Nadie se pregunta: ‘¿Qué pasará en cinco o diez años?’. Perdimos por completo nuestro pensamiento crítico porque estábamos deslumbrados por el internet gratuito”.

Las soluciones actuales de almacenamiento de fotografías pueden parecer más permanentes, pero expertos como Nelson dicen que aún existen los mismos riesgos.

“Psicológicamente, la gente no entendía la diferencia entre los datos digitales y una fotografía física”, dice Nelson. “Creemos que estamos viendo una fotografía real. Pero no es así. Estamos viendo un montón de números”. Puedes tener una imagen en la mano, pero los datos están a un clic de desaparecer.

Cómo proteger tus fotos

“Todo se reduce a la redundancia”, dice Nelson. “Corremos un riesgo mucho mayor que cuando las fotos simplemente se imprimían”. Si los consumidores dependen demasiado de la nube, el destino de sus fotos está en manos de una empresa que podría quebrar o decidir borrarlas todas.

“O mi ejemplo del robo de un disco duro externo, que pensé que era la copia de seguridad ideal”, añade Nelson. “Por eso la redundancia es clave”.

Los administradores de fotos se adhieren a la regla del “3-2-1” para el almacenamiento de fotografías. Según esta lógica, siempre deberías tener tres copias de cada foto: dos almacenadas en diferentes medios (como la nube y un disco duro externo) y una copia guardada en una ubicación física separada (como un disco duro externo en casa de un familiar). Es la mejor protección contra fallas tecnológicas y desastres naturales.

Un técnico realiza una verificación en un quiosco de impresión de fotografías Kodak.
Getty Images
Imprimir fotografías tiene un coste muy bajo hoy en día.

Aprendí ese mensaje a las malas. Hoy, guardo todas las fotos que me envían por SMS o correo electrónico en mi dispositivo, que se respalda automáticamente en Google Fotos. Una vez al mes, hago una copia de seguridad de Google Fotos en mi disco duro externo.

También es buena idea editar tus fotos a diario. Sentir que tienes una cantidad manejable de fotos significa que es más probable que tengas el control. “El volumen [de fotos] ahora mismo es una locura”, dice Gunter. “La selección de fotos es lo que está metiendo a la gente en problemas, porque no tienen tiempo. Simplemente siguen acumulando el desorden”.

En cuanto a mi 40 cumpleaños, recibí algunas joyas que nunca había visto. Yo con un corte de pelo increíblemente corto, el extraño futón que no pudimos vender y lo abandonamos en la acera, los azulejos de un baño que ya no existe, bolsos enormes e innecesarios. Incluso descubrí un video granulado de mi perro grabado con un teléfono plegable mientras se oye a un amigo diciendo que estaba enamorado de “un chico cualquiera”, el mismo con el que se casó 15 años después.

Hay algo que sabemos ahora y que desconocíamos entonces: las redes sociales, o cualquier servicio online, podrían no ser guardianes fiables de nuestras fotografías. Somos los únicos que podemos asumir la verdadera responsabilidad de nuestros recuerdos y mitigar los riesgos asociados.

Línea gris de separación
BBC

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