El pasado 27 de mayo se realizó el foro “El Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) a 10 años de su Reforma Constitucional: Retos y Perspectivas”. Fue convocado por la presidencia del Comité Coordinador del SNA y se llevó a cabo en el edificio que alguna vez fue sede del INAI, ahora nombrado “Transparencia para el Pueblo”. Sin embargo, lo que vimos distó de ser un ejercicio transparente o abierto.
Desde Mexiro A. C., organización feminista antimilitarista, decolonial, comunitaria y anticorrupción, acudimos al evento con una mezcla de compromiso y preocupación. Compromiso, porque desde 2018 acompañamos el desarrollo de los 33 Sistemas Anticorrupción mediante nuestro Observatorio Anticorrupción. Preocupación, porque cuando buscamos a otras organizaciones que históricamente han trabajado en esta agenda, nos dijeron lo mismo: no sabían del evento.
Más que un descuido, esto refleja un patrón. Cuando se anuncia una reforma al SNA sin convocar a quienes han vigilado y evaluado su implementación, lo que está en juego no es solo un sistema, sino la credibilidad de todo un modelo institucional.
En lugar de celebrar una década de diálogo institucional y participación social, el evento pareció confirmar una tendencia: cerrar espacios que deberían estar abiertos, especialmente a quienes hemos caminado desde el inicio con este sistema.
Para nosotras y nosotres, una transformación del SNA no puede reducirse a ajustes cosméticos. Es necesario reconocer que la corrupción es una manifestación de desigualdades estructurales, violencia institucional y silenciamiento de comunidades históricamente excluidas. Desde una mirada feminista e interseccional, entendemos que la corrupción también se manifiesta en cuerpos y territorios, en relaciones de poder que se profundizan en ausencia de justicia y de reparación de daño.
Hoy, reafirmamos que:
Nos preocupa también el creciente protagonismo de las Fuerzas Armadas en funciones civiles, como la infraestructura pública. Esta lógica refuerza estructuras jerárquicas, masculinizadas y excluyentes, que operan bajo opacidad y sin mecanismos adecuados de rendición de cuentas.
Desde Mexiro A.C. hemos identificado siete desafíos urgentes:
Frente a esto, necesitamos un nuevo acuerdo colectivo que no sea diseñado solo desde las élites institucionales del país, sino desde y con las personas que viven la corrupción todos los días, que la documentan, que la denuncian, que resisten desde los márgenes.
Cuidar lo común es cuidar la vida. Y eso implica construir un sistema anticorrupción con justicia social, escucha activa y compromiso real con quienes han sido históricamente ignoradas.
Lo que hoy enfrentamos en México se conecta con una tendencia más amplia en América Latina: el cierre de espacios cívicos, la concentración de poder y el uso de discursos anticorrupción para justificar el control autoritario. En El Salvador, por ejemplo, la organización Cristosal —aliada regional en la defensa de derechos humanos— ha sido criminalizada por el régimen de Bukele. Su abogada anticorrupción, Ruth López, fue detenida arbitrariamente hace unos días.
Cuando nos conocimos en las audiencias ante la CIDH, Ruth me dijo: “Lo primero que hizo Bukele fue desmantelar el Instituto de Acceso a la Información para controlar la narrativa”. Esa frase resuena cada vez más en México, donde se eliminó al INAI y donde los sistemas de transparencia enfrentan recortes, ataques y abandono.
En otros países de la región, como Guatemala, Nicaragua y Honduras, también hemos visto cómo la persecución a periodistas, fiscales independientes y organizaciones feministas se ha intensificado. Todo esto ocurre en contextos donde la corrupción no solo roba recursos, sino que refuerza la violencia estructural y desmantela las bases de una democracia viva.
Por eso insistimos: no hay política anticorrupción posible sin democracia, sin derechos humanos, y sin la voz de los pueblos.
Cuantas más opciones, más difícil se hace elegir, y el resultado de nuestra elección nunca es demasiado satisfactorio. ¿Cómo lidiar con el exceso de opciones?
¿Alguna vez te ha costado más escoger una película o una serie en una plataforma de streaming que ver directamente algo? ¿O has dado muchas vueltas antes de comprar un producto online solo para seguir dudando después? En una sociedad con más posibilidades que nunca, elegir se ha convertido en una fuente de ansiedad: lo que en principio parecía una ventaja puede acabar siendo una carga.
La psicología lo define como la “paradoja de la elección”: cuantas más opciones hay, más difícil es decidir… y menos satisfacción genera la decisión tomada.
Este fenómeno fue descrito por el psicólogo Barry Schwartz, quien propuso que el exceso de libertad puede tener efectos adversos sobre el bienestar. En lugar de hacernos más felices, una abundancia de opciones tiende a bloquear, frustrar y provocar la sensación persistente de que se podría haber elegido mejor.
Un estudio clásico de Sheena Iyengar y Mark Lepper demostró que ante una variedad de 24 sabores de mermelada frente a solo 6, los consumidores eran menos propensos a comprar. La sobrecarga de alternativas no solo complica la decisión, también reduce la satisfacción con lo elegido.
Este patrón no se limita al consumo. También se observa en decisiones vitales, desde la elección de estudios hasta relaciones personales. En contextos universitarios y profesionales, el exceso de opciones puede generar una sensación de parálisis, dudas constantes y miedo a equivocarse.
La psicología ha identificado diferentes estilos de afrontamiento ante la toma de decisiones. Entre ellos, los dos más estudiados son el perfil del maximizer y el del satisficer.
Esta distinción fue formalizada en un influyente estudio publicado en Journal of Personality and Social Psychology.
Las personas con un estilo maximizer tienden a buscar siempre la mejor opción posible. Evalúan muchas alternativas, comparan exhaustivamente, investigan a fondo y posponen decisiones en busca de una elección óptima. Aunque este comportamiento puede parecer racional o ambicioso, en la práctica suele asociarse a consecuencias negativas para el bienestar emocional.
El estudio citado mostró que los maximizers:
Además, otras investigaciones han asociado este perfil a síntomas depresivos, especialmente cuando las decisiones se toman en contextos complejos o inciertos.
En contraste, el estilo satisficer se basa en elegir una opción que cumpla criterios personales mínimos o razonables, sin necesidad de compararla con todas las demás. Estas personas no buscan lo perfecto, sino algo que encaje con sus necesidades o valores.
Según la misma investigación, los satisficers:
Tienen una mayor estabilidad emocional tras la toma de decisiones.
El estilo satisficer no implica conformismo, sino un enfoque más funcional y adaptativo. Como señalan otras investigaciones, estas personas tienden a conservar recursos cognitivos y emocionales, lo que les permite enfrentar mejor la incertidumbre y reducir la fatiga a la hora de tomar decisiones.
La diferencia entre ambos perfiles no solo influye en cómo se decide, sino en cómo se vive el proceso y sus consecuencias. El estilo maximizer puede ser útil en contextos técnicos o decisiones de alto riesgo, pero su aplicación constante en la vida diaria –donde muchas veces no existe una opción claramente “mejor”– puede deteriorar el bienestar psicológico.
Por el contrario, adoptar una actitud satisficer permite tomar decisiones con más tranquilidad, asumiendo que ninguna será perfecta, pero muchas pueden ser válidas. En tiempos de sobreabundancia de opciones, este enfoque parece más sostenible emocionalmente.
La paradoja de la elección se manifiesta en múltiples aspectos de la vida cotidiana:
Elegir entre muchas alternativas exige recursos cognitivos y emocionales. A mayor número de opciones, mayor probabilidad de experimentar ansiedad anticipatoria, dudas persistentes, arrepentimiento posterior a la decisión, disminución del placer con lo elegido y fatiga mental.
Además, en contextos de presión social o autoexigencia elevada, esta dificultad se agrava. La sensación de que “todo depende de una elección correcta” puede derivar en estrés crónico o evitación.
El fenómeno de la fatiga decisional ha sido descrito también en el ámbito clínico. Algunos estudios muestran cómo el esfuerzo mental acumulado por tomar muchas decisiones reduce la capacidad de autocontrol y aumenta la vulnerabilidad al estrés.
Desde la psicología aplicada, se han propuesto diversas estrategias para reducir el impacto negativo de la sobreabundancia de opciones:
En un contexto cultural que asocia libertad con cantidad, puede parecer contradictorio que reducir opciones aumente el bienestar. Sin embargo, numerosos estudios lo confirman: un exceso de alternativas genera ruido, fatiga y frustración.
Apostar por una toma de decisiones más simple, más conectada con lo personal y menos centrada en encontrar lo “óptimo” puede ayudar a mejorar la salud mental y la calidad de vida. En este sentido, elegir menos no es conformarse, sino decidir con más sentido.
*Oliver Serrano León es director y profesor del Máster de Psicología General Sanitaria de la Universidad Europea de Canarias, Universidad Europea
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia creative commons. Haz clic aquí para leer la versión original.
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