Imaginen que nos despertamos en la mañana con la noticia de que integrantes de una pandilla que cometieron un delito en el Paso, Texas, son perseguidos por policías locales y huyen hacia México cruzando la frontera, pero los elementos de dicha corporación en lugar de frenarse en la línea divisoria se internan en nuestro país, continúan la persecución en suelo mexicano, detonan en repetidas ocasiones sus armas y matan a los pandilleros en suelo nacional.
Es previsible que ante tal situación hipotética hubiera pronunciamientos enérgicos por parte de la presidenta Claudia Sheinbaum y del secretario de Relaciones Exteriores, Juan Antonio de la Fuente, por la invasión del espacio territorial mexicano, por vulnerar la soberanía y por la comisión de delitos en nuestro país.
Pues lo anterior sucedió, pero con otros actores: los agentes agresores son mexicanos y el país agraviado es Guatemala. El domingo, en el municipio de Frontera Comalapa en Chiapas, unidades del Grupo de Reacción Inmediata Pakal, que pertenece a la Policía del Estado de Chiapas, se enfrentó con armas de fuego a un grupo de criminales, los cuales huyeron a Huehuetenango, Guatemala, y los policías lo siguieron hasta el territorio de nuestro país vecino y ahí ultimaron a cuatro de los agresores.
No se reprocha a los elementos el repeler los ataques o el combatir a grupos criminales, tampoco que en el enfrentamiento haya bajas, porque son situaciones que se pueden dar en el cumplimiento de su deber. El problema es que agentes de una corporación mexicana ingresaron de forma indebida a otro país. Incluso puede haber quien piense que fue una invasión y al cruzar ya no estaban amparados por el marco legal de México, por ende, las ejecuciones realizadas en Guatemala constituyeron un crimen, que debe ser investigado y castigado en dicho país.
Ante los hechos el gobernador de Chiapas Eduardo Ramírez justificó la incursión, aduciendo que militares y policías de Guatemala protegen a integrantes del crimen organizado. Sin embargo, hay vías institucionales y diplomáticas que permiten denunciar las acciones de los agentes del orden de Guatemala, pero dicha situación no habilita a policías mexicanos a ingresar al territorio de dicho país para perseguir delincuentes.
Mejor respuesta tuvo la presidenta Claudia Sheinbaum, que reprobó los hechos en la conferencia mañanera del lunes, diciendo que las acciones no estaban bien, pero comentó que apenas el Gabinete de Seguridad le iba a dar información detallada del caso. No abordó, al menos al momento, aspectos relacionados con disculpas al gobierno de Guatemala por el ingreso ilegal o posibles sanciones para los elementos responsables.
Ante ello cabe el paralelismo con las intenciones reiteradas del gobierno de los Estados Unidos de enviar agentes a México para combatir a los grupos criminales. Donald Trump y funcionarios de su gobierno han ofrecido “ayuda” a México con el envío de elementos de fuerzas especiales para combatir a los cárteles de la droga, que consideran terroristas, a lo cual nuestro país, mediante la presidenta Claudia Sheinbaum, ha descartado de tajo dicha posibilidad, señalando que tal hecho representaría una vulneración a la soberanía de México y que es contraria al derecho internacional.
La posición de la presidenta no se puede reprochar. Todo Estado tiene la responsabilidad ineludible de defender su soberanía y se puede (y creo que se debe) cooperar con los Estados Unidos para combatir a las organizaciones criminales, pero los esfuerzos deben ser conjuntos y, cuando sean en nuestro territorio, deben darse con la supervisión de las autoridades mexicanas. Por tanto, no se valen incursiones unilaterales.
Sin embargo, a la luz de lo sucedido el pasado fin de semana en Guatemala, quedamos en una mala posición porque el respeto que nosotros exigimos a los Estados Unidos, no se lo dimos a Guatemala y sé que no se trató de una decisión de las autoridades federales, quizá ni siquiera de las de Chiapas, tal vez solo fue una falta de cálculo de policías mal entrenados, pero cuyas acciones pueden generar una crisis diplomática.
Si queremos conservar la calidad moral para ponerle límites a los Estados Unidos en su pretensión de enviar efectivos a México, debemos actuar con firmeza frente a estos hechos y de alguna forma subsanar la situación con Guatemala. Por ejemplo, valdría la pena explorar una disculpa pública a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores en donde participe el Gobierno de Chiapas, comprometernos a la no repetición de los hechos, buscar esquemas binacionales de combate a las organizaciones criminales para detectar a elementos corruptos que los protegen y, si así lo considera Guatemala, poner a su disposición a los agentes del Grupo Pakal que ingresaron de forma indebida a dicho país y que cometieron asesinato en su territorio, a fin de que sean juzgados bajo su marco legal.
* Víctor Manuel Sánchez Valdés (@victorsanval) es profesor investigador de la Universidad Autónoma de Coahuila, especialista en seguridad y doctor en políticas públicas por el CIDE. Correo de contacto: victorsanval@gmail.com.
Nombrado príncipe heredero de Irán en 1967 durante la coronación de su padre, Pahlavi reclama desde el exilio la renuncia del ayatolá Alí Jamenei.
Reza Pahlavi estaba destinado a gobernar Irán, pero desde hace casi medio siglo no vive allí. Ahora, con la actual tensión entre Irán, Estados Unidos e Israel, ha vuelto a aparecer presentándose como alternativa en caso de que hubiera cambio de régimen.
Nacido en Teherán, es el hijo mayor del último líder de la dinastía Pahlavi, el sha Mohamed Reza Pahlavi, quien gobernó el país con el respaldo de Estados Unidos desde 1941 a 1979, cuando fue derrocado por la Revolución Islámica que actualmente gobierna Irán.
Desde entonces, Pahlavi, el heredero, se ha convertido en uno de los más reconocidos críticos del líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, quien gobierna Irán desde 1989.
Durante la actual crisis desatada por la guerra entre Israel e Irán, así como por el ataque de Estados Unidos a las instalaciones nucleares iraníes, Pahlavi ha asegurado que se trata de una oportunidad única para avanzar en “un cambio de régimen” en Teherán.
Considera que la República Islámica está en su posición más débil después de los ataques recibidos, por lo que esta es una “oportunidad sin precedentes” para derrocar a Jamenei.
“La raíz del problema ha sido el régimen y su naturaleza. La única solución es que este régimen ya no exista”, dijo a la BBC durante una entrevista el domingo desde su casa en un tranquilo suburbio cerca de Washington, D.C.
“La República Islámica se está derrumbando”, reiteró el lunes durante una rueda de prensa que compartió en sus redes sociales.
Para Pahlavi, el “culpable” del actual momento que vive Irán es Jamenei “y su facción corrupta y destructiva”, a quien le exige la renuncia del cargo.
Pahlavi llamó a las fuerzas armadas iraníes, a los miembros del ejército y a la policía a que se separen del régimen y se “unan al pueblo” para combatir a la debilitada república islámica.
Aclaró que no busca restaurar la monarquía sino que quiere un Irán “secular y democrático”, en el que se ofrece para jugar un papel simbólico dentro de la comunidad iraní en el exterior.
“Me presento para liderar esta transición nacional, no por interés personal, sino como servidor del pueblo iraní”, afirmó.
“No se trata de restaurar el pasado. Se trata de asegurar un futuro democrático para todos los iraníes”.
Pero, ¿quién es Pahlavi?
Reza Pahlavi tenía solo 10 años cuando, en 1967, asistió a una ceremonia de conmemoración de la fundación del Imperio Persa en la que su padre, Mohamed Reza Pahlavi, fue coronado como sha.
El niño, sentado a la izquierda del nuevo rey, fue nombrado entonces oficialmente como príncipe heredero de Irán.
Nacido el 31 de octubre de 1960, Reza Pahlavi fue educado en un colegio privado ubicado en el Palacio Real y reservado solo para miembros de la familia del sha.
En su juventud, estudió aviación y se formó como piloto de combate. En 1973, fue fotografiado como estudiante en la Fuerza Aérea Imperial Iraní y, en 1978, con 17 años, viajó a Estados Unidos para continuar su entrenamiento de aviación militar en Texas. Pero antes de que pudiera regresar al servicio, la revolución islámica derrocó el régimen de su padre.
A causa de una ola de protestas en Irán, el sha debió abandonar el país en enero de 1979. Mohamed Reza Pahlavi salió con su familia hacia Egipto, luego a Marruecos, las Bahamas y México, antes de llegar ese año a Estados Unidos, donde recibió un tratamiento médico para el cáncer.
Cuando la Revolución Islámica derrocó a su padre, Reza Pahlavi hijo estaba completando su entrenamiento en una base militar en Texas.
La repentina pérdida de poder dejó al joven príncipe heredero y a su familia apátridas, dependientes de un círculo cada vez más reducido de simpatizantes monárquicos en el exilio.
En las décadas siguientes, la tragedia golpeó a la familia en más de una ocasión. Su hermana y su hermano menores se quitaron la vida, dejándolo como cabeza simbólica de una dinastía que muchos creían relegada a la historia.
En julio de 1980 el sha murió de cáncer.
Desde entonces, Pahlavi vive en Estados Unidos. Estudió Ciencias Políticas, se casó con Yasmine, una abogada iraní-estadounidense, y tuvo tres hijas: Noor, Iman y Farah.
Pero, ¿cómo cayó el reino que supuestamente iba a heredar?
Mohamed Reza Pahlavi reinó como monarca de Irán durante 37 años.
En aquel tiempo, el país experimentó un proceso de occidentalización y crecimiento económico, mientras buscaba recuperar el orgullo nacional y la historia preislámica de Irán, según describe la periodista Ali Hamedani, del Servicio Persa de la BBC.
En la década de 1960 las mujeres obtuvieron el derecho al voto y accedieron a derechos relativamente similares a los de los hombres, pero al mismo tiempo el sha enfrentó duras críticas por su estilo autocrático y la falta de democracia.
Muchos recuerdan la era Pahlavi como una época de rápida modernización y vínculos más estrechos con Occidente. Otros recuerdan una época marcada por la censura y la temible policía secreta Savak, el temido servicio de inteligencia y seguridad interior de Irán entre 1957 y 1979.
El clero musulmán chiita acusaba al sha de ir en contra de los valores islámicos, mientras que los grupos de izquierda, influidos entonces por la ahora extinta Unión Soviética, reclamaban una mayor igualdad dentro del país.
Hasta mediados de 1978, pocos podían imaginar una revolución capaz de alterar profundamente Irán.
Pero, en unos pocos meses, las protestas rápidamente involucraron a intelectuales de izquierda, nacionalistas, laicistas e islamistas, en lo que se conoció como la Revolución Iraní de 1979.
A lo largo de 1978, los manifestantes contrarios al sha planteaban cada vez más fuerte sus reivindicaciones en términos religiosos. Hasta que, a finales de ese año, empezó a ganar terreno en la calle la retórica islamista.
En ese contexto, el ayatolá Ruhollah Jomeini regresó a Irán después de 14 años de exilio en Irak y Francia por oponerse al régimen, y se posicionó como el único capaz de unificar las diversas corrientes ante un eventual gobierno islámico.
La Revolución Iraní terminó con el derrocamiento de la monarquía y abrió paso a la inauguración de la actual república islámica.
EE.UU. había sido un aliado indiscutible del sha. Por eso, en noviembre de 1979, un grupo de estudiantes y militantes islamistas contrarios a la monarquía tomaron la Embajada de EE.UU. en Teherán en apoyo a la Revolución Iraní y mantuvieron secuestrados a medio centenar de estadounidenses durante 444 días.
Diez años después, en 1989, murió el ayatolá Jomeini y el entonces presidente de Irán, Alí Jamenei, fue designado como nuevo líder supremo.
Jamenei, a quien Reza Pahlavi cuestiona ahora desde el exilio, gobierna el país desde entonces, cumple el rol de jefe de Estado y controla el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, entre otras funciones.
Reza Pahlavi abandonó su entrenamiento en Texas y se reunió con su familia en El Cairo en marzo de 1980.
El 31 de octubre de ese año, unos meses después de la muerte del sha, Reza Pahlavi, con 20 años de edad, se declaró como nuevo rey de Irán, se llamó a sí mismo “Reza Shah II” y dijo desde el exilio que era el heredero legítimo del trono de la dinastía Pahlavi.
Sin embargo, el gobierno de los Estados Unidos anunció entonces que no lo apoyaba.
Era 1980, el último año de la presidencia del demócrata Jimmy Carter, quien estaba en la Casa Blanca desde 1977, y el año en que el republicano Ronald Reagan ganó las elecciones en noviembre.
En marzo de 1981, con motivo del Año Nuevo persa, Pahlavi emitió una declaración pidiendo a todos los opositores del gobierno iraní que se unieran, y emitió un llamamiento a la “resistencia nacional”.
A partir de ese momento, se mantuvo en la política en el exilio, confiando en su legado familiar, redes de apoyo en Europa y Estados Unidos, así como en el respaldo de algunas corrientes iraníes que se oponen al sistema islámico.
Después de vivir durante varios años en Egipto y Marruecos, se mudó a Maryland en 1984 y fijó residencia en un suburbio de la capital estadounidense, Washington D.C, donde todavía vive con su esposa.
Pahlavi dice que Irán debe ser un estado democrático y secular, es decir, que la religión debe estar separada del Estado.
“Creo que Irán debería ser una democracia parlamentaria secular, y el pueblo debería decidir la forma final del Estado”, sostuvo en 2018 en una conferencia que dio en The Washington Institute for Near East Policy, donde pidió apoyo para los iraníes que intentan reemplazar el régimen actual con una democracia secular.
En febrero de 2023, Pahlavi habló con el periódico británico Daily Telegraph y reiteró que la decisión sobre la forma de gobierno que debería tomar Irán ante la eventual caída del ayatolá Jamenei le corresponde al pueblo iraní y que no se postularía a ningún cargo político.
En marzo de 2023 enfatizó que el secularismo es necesario para la democracia y pidió medios no violentos para derrocar al gobierno iraní.
Poco después, Reza Pahlavi y su esposa, Yasmin, visitaron Israel, en un intento de reconstruir las relaciones históricas entre Irán e Israel. Allí visitó el Muro de los Lamentos y el Museo Yad Vashem, y se reunió con el presidente israelí Isaac Herzog y el primer ministro Benjamin Netanyahu.
Tras los bombardeos de Israel a Irán y el ataque de Estados Unidos a sus instalaciones nucleares, Pahlavi cree que se acerca el momento político para poner fin al sistema de gobierno de la República Islámica.
“Este es nuestro momento muro de Berlín”, dijo en el comunicado que compartió en sus redes sociales.
En declaraciones a la prensa dijo que lo que era imposible hace cinco años es posible ahora, y puso como ejemplo el inesperado colapso de la Unión Soviética, que se produjo en pocos días.
Estados Unidos, sin embargo, descarta estar detrás de un cambio de gobierno en Irán, pese a que el presidente Trump habló de ello en un mensaje en redes sociales.
Pahlavi enfatiza que hay planes listos para transformar a Irán en un sistema democrático si cae el ayatolá Jamenei.
Para el heredero del sha, la crisis económica y política que vive el país, además de la presión internacional y el creciente aislamiento, hacen que el régimen se encuentre en una situación frágil e inestable.
En las últimas cuatro décadas, Pahlavi ha tratado de presentarse como una tercera opción entre el régimen de la República Islámica y el caos o los golpes militares. Sin embargo, enfrenta grandes desafíos.
Entre ellos, la ausencia de una base popular real dentro de Irán y las profundas divisiones entre las corrientes de la oposición en el extranjero.
Además de la imagen negativa asociada con el gobierno de su padre debido a las violaciones de los derechos humanos y el dominio del aparato de seguridad en ese período.
Varios analistas creen que su acercamiento con Israel puede conducir a la pérdida de apoyo popular dentro del país, especialmente entre los grupos conservadores o nacionalistas que ven a Israel como un enemigo estratégico.
Otras corrientes de la oposición iraní rechazan la idea de que Pahlavi recupere el poder e incluso que sea el líder de la transición, señalando que carece del carisma político y las capacidades organizativas para liderar una amplia alianza.
Por el contrario, sus partidarios entienden que su imagen moderada, sus vínculos con el exterior y sus antecedentes seculares lo colocan en una posición conveniente para liderar el eventual paso a un nuevo gobierno y así evitar escenarios sangrientos como en las transiciones de países como Siria, Libia e Irak.
Con información de Waleed Badran, el Servicio Persa y el Servicio Árabe de la BBC.
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