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Reflexiones sobre la violencia obstétrica
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Reflexiones sobre la violencia obstétrica

Teresa Lartigue también es víctima del doctor Jesús Luján, cuya mala práctica provocó la muerte de su nieto hace 13 años. Ella y su familia hacen un reclamo de justicia por la violencia obstétrica impune que miles de mujeres han padecido y padecen en este país.
15 de marzo, 2023
Por: Teresa Lartigue

Hace unos días soñé que estaba participando en un congreso en algún país de Latinoamérica como ocurre habitualmente cada dos años, organizado por la Federación Psicoanalítica de América Latina (FEPAL), o bien en un Diálogo Latinoamericano Intergeneracional entre hombres y mujeres del Comité de Mujeres y Psicoanálisis (COWAP) de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA). Ingreso a una de las conferencias y una joven de ese país, que estaba sentada en la butaca de al lado, me solicita una sesión de psicoterapia. Me pregunta si la puedo atender debido a que acababa de perder a su bebé a los siete meses de embarazo. Nos cambiamos a una salita privada, en el mismo lugar en que se estaba llevando a cabo el Congreso, y cuando le decía “cuénteme, que fue lo que pasó”, me desperté.

Es evidente que me anticipé en el sueño para escribir estas reflexiones y colaborar con este testimonio en nuestra lucha en contra de la violencia obstétrica. En mi caso particular, en mi doble papel: por un lado como especialista en temas de parentalidad, es decir, en temas relativos al deseo o no de embarazar, el proceso gestacional, el nacimiento y desarrollo del infans en los primeros cinco años de la vida, los fenómenos de apego y vínculo materno infantil, la depresión postparto y las pérdidas perinatales. Gran parte de ello como producto de las investigaciones y trabajo realizado en el Departamento de Epidemiología Reproductiva del Instituto Nacional de Perinatología (1991-2007), instituto del tercer nivel de atención de la Secretaría de Salud, ubicado en la ciudad de México. Por otro, como producto de mi práctica privada como psicoanalista, del tratamiento psicoanalítico o psicoterapéutico en el consultorio desde hace más de 30 años.

Pero también como paciente, como abuela. Mis vivencias de acompañar, gozar y esperar con inmensa alegría el nacimiento de mi segundo nieto, hijo de mi hijo menor y su pareja, quienes tenían una niña que estaba por cumplir seis años de edad. Todos en la familia, tanto del lado materno como del paterno, estábamos expectantes del gran acontecimiento. Lamentablemente, por una grave negligencia del equipo médico que atendió el parto, el bebé murió a los seis días de nacido. El gineco-obstetra no se encontraba físicamente en el hospital ya que estaba atendiendo otro parto en otro sitio, y dado que la médico cirujana partera no contaba con permiso para atender en ese hospital –lo cual habría sido responsabilidad del hospital poner a un médico de guardia, o bien no haberlos recibido sin el médico tratante presente- el gineco-obstetra llegó a la carrera y en lugar de hacer una intervención quirúrgica, una cesárea no programada y de emergencia (como ocurrió con el parto anterior, en el caso de mi nieta) forzó una expulsión en la cual se destrozó el cerebro del recién nacido, mi nieto.

Esta es, por supuesto, mi versión de los hechos. Se trató del “quinteto de la tragedia y muerte” -así les llamo- y estaba integrado por una médico general, un gineco-obstetra, su auxiliar también médica, una neonatóloga y una consultora de parto psicoprofiláctico. Cinco profesionales que no pudieron anticipar que se requería una cesárea, ya que una  ecografía realizada quince días antes había mostrado que el bebé venía con doble circular del cordón. “También sufrimos como familia otra forma de violencia, relacionada con el registro  nacional de donaciones voluntarias de órganos y tejidos, a causa del cual se mantuvo con vida artificial al bebé, ya que no existía en su momento un sistema eficaz para reunir donadores con receptores de órganos, y nosotros que a toda costa queríamos encontrar la forma de salvar algo de ese gran naufragio, insistimos en esperar, pero el costo fue muy alto y el beneficio fue nulo”. 1

Querer a toda fuerza resolver un embarazo por medio de un parto natural, o psicoprofiláctico, sin tomar en cuenta la edad de la madre y la cesárea anterior es, a todas luces -y según mi opinión- un caso de violencia obstétrica. Al parecer, importaba más la fama del hospital y la del médico en resolver partos naturales, su prestigio y el beneficio económico que les proporcionaba atender a una clientela de parejas universitarias, sensibles y preocupadas por buscar la mejor práctica, que por la salud y bienestar del bebé, de la madre y de la familia, que quedó devastada por la muerte de un neonato, muerte a todas luces evitable.

Esta violencia se manifestó también en la prescripción de medicamentos prohibidos en una etapa determinada de la gestación, como fue el caso de Mariana, y otros más debidamente documentados.

La violencia obstétrica se puede observar también de parte de algún personal médico y de enfermería que ignora o desconoce la Declaración de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que dice a la letra: “Todas las mujeres tienen derecho a recibir el más alto nivel de cuidados en salud, que incluye el derecho a una atención digna y respetuosa en el embarazo y en el parto, y el derecho a no sufrir violencia ni discriminación”. 2 Esta Organización señala que “un número cada vez mayor de investigaciones sobre la experiencias de las mujeres en el embarazo y en particular el parto, plantean un problema alarmante. Muchas mujeres en todo el mundo sufren un trato irrespetuoso, ofensivo o negligente durante el parto en centros de salud” (p.1). A lo cual yo agregaría: no sólo en los centros de salud, sino también en hospitales privados, como fue nuestro caso y el de Mariana. Ignorar o desconocer también la Norma Oficial Mexicana NOM 007 SSA2-2016 “Para la atención de la mujer durante el embarazo, parto y puerperio y de la persona recién nacida” 3 es de igual manera una modalidad de violencia obstétrica.

Este tipo de violencia se observa también en todos aquellos procedimientos que desestiman el saber y sentir de las mujeres. Por ejemplo, decir palabras ofensivas y soeces en el momento del parto, sin ninguna muestra de respeto, consideración y empatía por ellas, que en ocasiones puede causar profundos sentimientos de culpa; no avisar a sus familiares del nacimiento del bebé apenas ocurrido, en muchísimos casos pasan horas y horas de angustia los familiares sin que nadie les dé noticia de su paciente (y esto ya ocurría antes de la pandemia); regresarlas del hospital o maternidad teniendo ya 10 centímetros de dilatación; dejarlas “olvidadas” en una camilla de urgencias, sin considerar un posible sufrimiento fetal; usar fórceps de manera errónea, como le sucedió a una paciente cuyo hijo padece de crisis convulsivas continuas hasta la fecha, problemática que ha requerido de tratamientos interminables y un dolor inenarrable; no disponer de unidades de terapia intensiva para bebés prematuros y/o de bajo peso al nacer, o bien para casos de gemelos o cuates, como le ocurrió a un sobrino mío, y que dio como resultado el fallecimiento de uno de los gemelitos. Asimismo, dar de “alta” a neonatos de las Unidades de Cuidados Intensivos que presentan altas probabilidades de morir, con el fin de no aumentar sus estadísticas de “muerte neonatal” en los informes que deben rendir de manera obligatoria en el Secretaría de Salud. No hacer autopsias en todos los casos de muerte neonatal para identificar las causas del deceso.

En términos generales, descuidar, retardar, ignorar las señales de alarma, los signos y síntomas de urgencia obstétrica en la última fase del embarazo; elaborar expedientes incompletos o bien “maquillados” -como fue el caso de mi nieto y de muchos más pequeñitos. No asumir responsabilidad frente al sufrimiento de las madres y familiares, en ocasiones ni siquiera mostrar preocupación, alarma, remordimiento, pesar. Existe una profunda ignorancia por parte de un buen número de gineco-obstetras, neonatólogos/as, enfermeras y enfermeros del impacto emocional y psicológico de una muerte neonatal, de una pérdida que es irreparable, del duelo y aflicción que invade y penetra a toda la familia, de la depresión, tristeza y dolor de todos y cada uno de sus integrantes.

Debería ser una prioridad en todos los hospitales y clínicas de maternidad que brindan servicios reproductivos, el otorgar de manera inmediata apoyo psicológico a la madre y sus familiares en caso de una pérdida perinatal. Asimismo, el conocimiento de los factores de riesgo y de alarma en cada mujer que acude a control prenatal, para ir justamente vigilando con un cuidado extremo aquellos casos donde hay antecedentes de abortos, óbitos, mortinatos, etc. Realizar análisis de laboratorio exhaustivos. Recuerdo el caso de una paciente quien me relató con un sufrimiento inimaginable la muerte de sus cuatro bebés como consecuencia de la negligencia de su médico para identificar un problema hematológico y haberle podido prescribir los medicamentos idóneos. Puedo mencionar el caso de otra paciente donde no intentaron identificar la causa de abortos recurrentes hasta que ella decidió realizarse una salpingoclasia, con el propósito de no seguir sufriendo pérdida tras pérdida, y así muchos casos más, entre los que se encuentran pacientes con desgarro vaginal, caída del suelo pélvico y otros síntomas diversos.

Desde el punto de vista psicológico y de la salud mental, la muerte de un hijo o hija es irreparable, de muy difícil elaboración, ocasiona un dolor innombrable, un gran sufrimiento psíquico, agonía y pena infinitos. Sumerge no sólo a las mujeres/madres, sino a la pareja e hijos si los tiene, a toda la familia, a las abuelas y abuelos en un pozo de tristeza y dolor. En ocasiones provoca no solo una depresión crónica, un trastorno depresivo severo, sino un duelo patológico que puede llegar a inducir suicidio. Otro camino a partir de una muerte nenonatal es contraer algún tipo de adicción, al tabaco, alcohol, a las drogas -tanto legales como ilegales-, al juego, a la comida, a la sexualidad, conductas de alto riesgo y a la violencia.

Puede ser también el principio de trastornos psicosomáticos, en virtud de que al ser casi imposible la elaboración de la muerte de un hijo/a, y ser tan difícil el logro de la simbolización de la experiencia, el pesar, la aflicción, sucede que -en algunas mujeres- se traslada al cuerpo de la madre por lo que puede ser víctima de enfermedades del sistema inmunológico o de otros sistemas. La mujer puede seguir experimentado abortos recurrentes o imposibilidad de volverse a embarazar, a veces por causas médicas bien identificadas, en otros casos por causas psicogénicas como el terror de volver a vivir otra muerte neonatal. Puede propiciar, en ocasiones, la separación de la pareja y, en el caso de los hijos, de los hermanos previos o posteriores al hermano/a que falleció, esta será una presencia ausente que es importante integrar.

Algunas madres y/o padres logran sobrevivir a la muerte de un hijo o hija mediante actos de creación y reparación, que simbolizan la pérdida, como la escritura. Particularmente el arte permite la expresión de todo tipo de emociones y afectos ya sea a través de la pintura, escultura, literatura, teatro, cine, fotografía, performance, etc.

Es importante trabajar los deseos de muerte, de venganza, de destructividad, de ir más allá de la ley del talión, “de ojo por ojo y diente por diente”, ir más allá de nuestro pesar y nuestro sufrimiento por una vida que no se logró, un capullo hermoso que no abrió. Retomando mi sueño, podría decir que entre conferencia y conferencia, entre paciente y paciente, entre un seminario y otro, me encuentro con mi dolor, con el de mi familia a los 13 años del tsunami que atravesó nuestras vidas y del cual, lentamente, hemos ido emergiendo. Es nuestro deseo hacer un reclamo de justicia para las mujeres, madres, embarazadas y parturientes en nuestro país.

* Teresa Lartigue es Psicoanalista y doctora en Psicología. Enseña en el Instituto de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Mexicana. Consultora del Comité de la IPA de Estudios de Diversidad Sexual y de Género para Latinoamérica. Editora permanente de Cuadernos de Psicoanálisis. Fue jefa del Departamento de Epidemiología Reproductiva en el Instituto Nacional de Perinatología.

 

1 Palabras de mi nuera, madre del bebé.

2 Organización Mundial de la salud, 2014 WHO/RHR/1423. Disponible aquí.

3 NOM-007 SSA, publicada el 7 de abril del 2016. Disponible aquí.

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Imagen BBC
Quiénes son los koryoins y por qué su regreso a Corea del Sur después de más de un siglo no es siempre bienvenido
8 minutos de lectura

Personas de etnia coreana cuyos antepasados ​​emigraron a Rusia hace más de 100 años están regresando a Corea del Sur, pero el cambio puede ser difícil.

17 de julio, 2024
Por: BBC News Mundo
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“Si no traduzco al ruso, los otros niños no entenderán ninguna de las lecciones”, dice Kim Yana, una alumna de 11 años de la escuela primaria Dunpo en Asan, una ciudad cerca de Seúl, la capital de Corea del Sur.

Yana habla el mejor coreano de su clase: la mayoría de sus 22 compañeros hablan ruso y su coreano es irregular.

De hecho, casi el 80% de los alumnos de esta escuela se consideran “estudiantes multiculturales”, lo que significa que son ciudadanos extranjeros o tienen un padre que no es ciudadano coreano.

“Es difícil obtener cifras exactas porque los padres tienen diferentes nacionalidades y estatus de residencia”, explica Chu Dae-yeol, un profesor que supervisa los asuntos académicos, “pero se cree que la mayoría de los estudiantes multiculturales son koryoins“.

Los koryoins son personas de etnia coreana cuyos antepasados emigraron desde Corea al lejano oriente del Imperio Ruso a finales del siglo XIX y principios del XX.

Muchas de estas familias fueron deportadas a Asia Central en la década de 1930 como parte de la política de “limpieza de fronteras” de Stalin.

Vivían en antiguos estados soviéticos como Uzbekistán y Kazajstán y, a lo largo de generaciones, dejaron de hablar coreano porque estaba prohibido.

La familia de Yana regresó a Corea del Sur hace siete años y ahora muchos más están haciendo lo mismo.

“Aprendí coreano naturalmente jugando con amigos coreanos en el preescolar, pero ahora hay muchos más niños en la escuela que no hablan coreano”, cuenta.

En 2018, en la escuela primaria Dunpo, el 26,6% de los estudiantes eran considerados multiculturales. Este año, es el 79,3%.

escuela primaria Dunlapl
Suhnwook Lee / BBC Korean
Casi el 80% de los estudiantes son “multiculturales” en la escuela primaria Dunpo.

Esto no es una sorpresa: la población de coreanos étnicos con ciudadanía extranjera ha aumentado más rápidamente en Asan que en cualquier otro lugar de Corea del Sur.

En 2010, menos de 300 de ellos vivían en la ciudad; en 2023, la cifra era 52 veces mayor.

Corea del Sur comenzó a otorgar residencia a personas de etnia coreana que viven en China y los antiguos estados soviéticos después de un fallo histórico del tribunal constitucional que amplió la definición de “compatriotas” en 2001.

Pero el número de inmigrantes koryoin comenzó a crecer rápidamente en 2014, cuando se les permitió traer a miembros de la familia.

En el pasado, la mayoría de estos inmigrantes coreanos étnicos eran de China y hablaban coreano.

Pero el número de koryoins que no hablan coreano ha aumentado considerablemente.

El año pasado, unos 105.000 koryoins vivían en el país, casi cinco veces más que hace una década.

Corea del Sur lleva tiempo lidiando con una crisis demográfica. A pesar de generosas donaciones en efectivo y el apoyo para el acceso a la vivienda, tiene la tasa de fertilidad más baja del mundo, que sigue cayendo año tras año.

En 2023, la tasa de natalidad fue de 0,72, muy por debajo de la tasa de natalidad de 2,1 necesaria para mantener una población estable en ausencia de inmigración.

Las estimaciones sugieren que, si esta tendencia continúa, la población de Corea del Sur podría reducirse a la mitad para 2100.

El país necesitará 894.000 trabajadores más, especialmente en la industria de servicios, “para lograr proyecciones de crecimiento económico a largo plazo” durante la próxima década, según el Ministerio de Empleo y Trabajo de Corea del Sur.

“Si bien la visa coreana en el extranjero a menudo se percibe como una forma de apoyo a los coreanos étnicos, ha servido principalmente para proporcionar mano de obra estable para la industria manufacturera“, señala Choi Seori, experta del Centro de Investigación y Capacitación sobre Migración.

fábrica de Hyundai Motor.
Getty Images
En Asan se encuentran muchas fábricas de subcontratistas de Hyundai Motor.

En Asan, muchos koryoins viven cerca del parque industrial que alberga fábricas gestionadas por los subcontratistas de Hyundai Motor.

Ni Denis, de Kazajstán, es uno de ellos. “Hoy en día no veo coreanos en la fábrica”, expresa. “Creen que el trabajo es difícil y se van rápidamente. Más del 80% de las personas con las que trabajo son koryoins”.

“Sin koryoins, estas fábricas no funcionarían”, dice Lee, un reclutador que pidió ser identificado sólo por su apellido.

La mayoría de los demás trabajadores inmigrantes, que no son étnicamente coreanos, tienen visas de empleo a corto plazo, que sólo les permiten permanecer cuatro años y 10 meses.

Para renovar las visas deben regresar a su país de origen y permanecer allí durante al menos seis meses.

Pero los koryoins pueden ampliar su residencia en Corea cada tres años sin tener que salir del país.

Segregación en la escuela y más allá

Los koryoins también se están instalando en otras ciudades industriales, como Gwangju e Incheon.

Pero como han descubierto Asan y la escuela primaria Dunpo, la inmigración puede plantear desafíos.

“Los niños coreanos sólo juegan con coreanos y los niños rusos sólo juegan con rusos porque no pueden comunicarse”, señala Kim Bobby, un estudiante local de 12 años.

Yana está de acuerdo y añade que a menudo se pelean porque no pueden comunicarse.

En un intento por superar la barrera del idioma, la escuela primaria Dunpo ofrece una clase de coreano de dos horas para estudiantes extranjeros todos los días, pero aun así, la maestra Kim Eun-ju está preocupada.

“Creo que muchos niños apenas entienden las lecciones a medida que avanzan de grado“, afirma.

Otras clases se imparten en coreano y Yana dice que “el tiempo pasa rápido” porque muchos estudiantes necesitan que las lecciones sean interpretadas.

Koryoin en una clase coreana
BBC Corea
A los profesores les preocupa que los estudiantes koryoin no puedan ponerse al día académicamente.

La competencia académica en Corea del Sur está muy extendida y la escuela está perdiendo estudiantes locales, ya que los padres temen que la educación de sus hijos se vea afectada.

“Estaba un poco preocupada cuando transferí a mi hija a esta escuela”, señala Park Hana, cuya familia proviene de Asan.

El año pasado inscribió a su hija de 8 años en Dunpo. “Aunque la escuela vecina está abarrotada, muchos padres locales prefieren enviar a sus hijos allí“.

El subdirector Kim Guen-tae dice que dirigir una escuela donde alrededor del 80% de los estudiantes se definen como multiculturales puede ser abrumador y que en el pasado, cuando había menos, era más fácil aprender coreano fuera del aula, ya que la mayoría tenía un progenitor coreano.

La tasa de matriculación en la escuela secundaria de los estudiantes multiculturales es ligeramente menor que la de los locales, según una encuesta nacional oficial realizada en 2021.

Park Min-jung, experto del Centro de Investigación y Capacitación sobre Migraciones, teme que más estudiantes koryoin abandonen la escuela si no reciben el apoyo que necesitan.

“Si esto continúa, me preocupa cómo podrán vivir los niños en Corea en el futuro”, dice el profesor Chu.

La segregación se extiende más allá de la escuela: por ejemplo, en Asan, más koryoins se están instalando en el casco antiguo mientras que los lugareños se trasladan a la ciudad nueva.

Ni Denis y su familia
Ni Denis
Ni Denis, un koryoin de Kazajstán, se instaló en Corea del Sur con su familia.

Ni, el trabajador de una fábrica que llegó a Corea del Sur con su esposa y cinco hijos desde Kazajstán en 2018, señala que ha notado que muchos de sus vecinos coreanos se han mudado de su edificio.

“Parece que a los coreanos no les gusta tener a los koryoins como vecinos”, afirma con una risa incómoda.

“A veces los coreanos nos preguntan por qué no les sonreímos. Así somos, no es porque estemos enojados. Pero la gente que no nos conoce piensa que estamos enojados”.

Dice que ha habido disputas entre niños en su vecindario y que ha oído hablar de casos en los que niños koryoin han sido “rudos” durante las discusiones.

“Después de eso, los padres coreanos les dicen a sus hijos que no jueguen con niños koryoin. Creo que así es como ocurre la segregación”.

Falta de política de inmigración

La experiencia de Asan en la gestión de una afluencia de personas de etnia coreana desde el extranjero pone de relieve los desafíos más amplios que enfrenta Corea del Sur en el manejo de la inmigración, un tema controvertido en un país que es uno de los étnicamente más homogéneos del mundo.

“Ya existe una importante resistencia psicológica a la afluencia de personas de etnia coreana que no se diferencian de nosotros, por lo que me preocupa cómo Corea podrá aceptar a otros inmigrantes en el futuro“, dice Seong Dong-gi, un experto en koryoin de la Universidad de Inha.

Lee Chang-won, director del Centro de Investigación y Capacitación sobre Migración, está de acuerdo: “No existe un plan claro para la inmigración a nivel del gobierno nacional. Resolver el problema demográfico de los extranjeros en el país ha sido una idea de último momento”.

 Carteles en ruso en el distrito Sinchang de Asan
BBC Corea
Carteles en ruso en el distrito Sinchang de Asan, donde viven muchos koryoins.

El año pasado, había alrededor de 760.000 coreanos étnicos de China y países de habla rusa viviendo en Corea del Sur, lo que representaba alrededor del 30% de la población extranjera del país.

Corea del Sur también es un destino popular para trabajadores migrantes de lugares como Nepal, Camboya y Vietnam, y en 2023 había aproximadamente 2,5 millones de extranjeros viviendo en el país.

La mayoría de ellos trabaja en empleos manuales y solo el 13% en roles profesionales.

Lee dice que la actual política de inmigración está “muy inclinada hacia los trabajadores poco calificados”, lo que lleva a una “visión común” de que los extranjeros sólo trabajan en Corea del Sur por un tiempo y luego se van.

Como resultado, afirma, ha habido poca discusión sobre un asentamiento a largo plazo para todos los inmigrantes.

“Espero que la sensación de crisis que estamos sintiendo respecto de la población pueda ser un catalizador para que nuestra sociedad vea la inmigración de otra manera”, afirma la investigadora Choi. “Ahora es el momento de pensar en cómo integrarlos”.

A pesar de experimentar algunos desafíos, Ni no se arrepiente de la decisión de mudarse a Corea del Sur.

“Para mis hijos, este es su hogar. Cuando visitamos Kazajstán, preguntaron: ‘¿Por qué estamos aquí? Queremos volver a Corea'”.

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BBC

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