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Vivas, libres y con derechos: la seguridad social en el 25N
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Vivas, libres y con derechos: la seguridad social en el 25N

Cuando una trabajadora no tiene seguridad social, no tiene respaldo para salir de una relación violenta ni acceso a atención médica o psicológica. La autonomía económica es también una forma de protección.
25 de noviembre, 2025
Por: María Soledad Buendía Herdoiza / Conferencia Interamericana de Seguridad Social

La violencia contra las mujeres no es un exceso ni una anomalía, es el mandato de la masculinidad patriarcal llevado al extremo”.

Rita Segato, La guerra contra las mujeres, 2016.

 

Cada 25 de noviembre, mujeres de todo el mundo levantan la voz bajo un mismo grito: “¡Vivas nos queremos!”. Desde Ciudad de México hasta Buenos Aires, desde Quito hasta Montevideo, las consignas se repiten como un acto de memoria y resistencia: “Ni una menos”, “Nos queremos libres, no valientes”, “Por las que están, por las que faltan y por las que vendrán”.

No es solo una conmemoración: sino un compromiso renovado con la vida, la justicia y la igualdad. Es un recordatorio urgente de que la violencia contra las mujeres es estructural, atraviesa nuestras economías, nuestras instituciones y nuestros sistemas de protección social.

El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer nació en honor a las hermanas Mirabal -Patria, Minerva y María Teresa-, tres mujeres dominicanas opositoras políticas de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo que fueron brutalmente asesinadas el 25 de noviembre de 1960. Su historia trascendió fronteras para convertirse en un símbolo universal de resistencia y lucha contra la opresión patriarcal y política. En 1999, la Asamblea General de las Naciones Unidas oficializó esta fecha, reconociendo que la violencia contra las mujeres constituye una violación sistemática de los derechos humanos.

En ese orden de ideas representa una deuda pendiente con millones de mujeres y niñas que aún viven bajo la amenaza o las consecuencias de la violencia. Se trata de una jornada que nos interpela como sociedades porque la violencia no solo se expresa en su forma física o sexual, sino también en las brechas económicas, la precariedad laboral, la discriminación en el acceso a la salud, la invisibilización del trabajo de cuidados o la impunidad ante el feminicidio.

En América Latina, ser mujer sigue siendo un factor de riesgo. Según ONU Mujeres, 14 de los 25 países con mayores tasas de feminicidio en el mundo se encuentran en esta región. México, por ejemplo, registró más de 3 mil mujeres asesinadas en 2024, de las cuales casi 900 fueron tipificadas como feminicidios. Las cifras, más allá de su crudeza, revelan una falla sistémica: la violencia no se detiene porque la desigualdad tampoco lo hace.

Las violencias que viven las mujeres son múltiples: física, psicológica, sexual, económica, institucional y simbólica. Todas se entrelazan, como escribió la filósofa Diana Maffía, “la violencia de género no es un accidente, sino una estrategia para mantener jerarquías”. A ello se suma la violencia laboral y económica, menos visible pero igualmente devastadora, que expulsa a miles de mujeres del empleo formal y las deja sin acceso a la seguridad social.

Las mujeres trabajadoras, sobre todo las que ocupan empleos informales, enfrentan condiciones precarias que perpetúan la violencia estructural. En la región, seis de cada diez mujeres trabajan sin protección social, según la OIT. La ausencia de licencias, servicios de cuidado, seguridad laboral o protocolos contra la violencia son también formas de violencia institucional y económica.

En palabras de Marcela Lagarde, “la violencia feminicida tiene raíces en la impunidad y en la desigualdad social”. La exclusión de las mujeres del acceso equitativo a la seguridad social es parte de esa desigualdad: cuando una trabajadora no tiene prestaciones, no tiene respaldo para salir de una relación violenta ni acceso a atención médica o psicológica. La autonomía económica es también una forma de protección.

Los sistemas de seguridad social pueden y deben combatir esta violencia en tres frentes:

  1. La prevención, incorporando la perspectiva de género en políticas de salud, empleo y pensiones. No basta con ofrecer servicios universales si las mujeres no pueden acceder a ellos por la doble carga de trabajo o la falta de servicios de cuidado.
  2. La atención y reparación, mediante protocolos laborales y prestaciones que acompañen a las víctimas de violencia. Países como Argentina y México han avanzado en incluir licencias especiales por violencia de género en sus sistemas laborales, pero aún requieren fortalecimiento institucional y presupuestal.
  3. La educación y sensibilización institucional. Un sistema de seguridad social con perspectiva de género implica capacitar al personal en atención a víctimas, generar estadísticas desagregadas y reconocer a la violencia no como un problema privado, sino como un tema de salud pública y justicia social.

Los movimientos feministas de América Latina han logrado un avance invaluable: nombrar, visibilizar y politizar las violencias. Pero el reto sigue siendo convertir esa conciencia en políticas efectivas y en instituciones que respondan con diligencia y empatía. Como decía Julieta Paredes: “No queremos igualdad en el sistema de opresión; queremos otro mundo donde la vida sea el centro”.

Ese mundo empieza cuando la seguridad social deja de ser un privilegio y se convierte en un derecho accesible para todas. Mientras una mujer tenga que elegir entre denunciar o conservar su empleo, entre cuidar o sobrevivir, entre tener salud o tener ingresos, la violencia seguirá reproduciéndose.

El 25 de noviembre no es solo una fecha para recordar, sino una exigencia colectiva para garantizar vidas libres de violencia, con autonomía económica, con acceso real a derechos. El reto es entonces pasar del discurso a la garantía de derechos.

* María Soledad es Especialista en Igualdad laboral, Derechos Humanos y Seguridad social en la Conferencia Interamericana de Seguridad Social.

 

Fuentes:

Lagarde, M. (2018). Claves feministas para la negociación en el amor. Siglo XXI Editores.

Maffía, D. (2019). Feminismo, filosofía y política: una mirada desde América Latina. Ediciones Godot.

Paredes, J. (2010). Hilando fino desde el feminismo comunitario. Mujeres Creando Comunidad.

Segato, R. (2016). La guerra contra las mujeres. Madrid: Traficantes de Sueños.

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Imagen BBC
Los gatos se convirtieron en nuestras mascotas mucho más tarde de lo que se pensaba (y todos provienen de la misma especie)
4 minutos de lectura

Cómo, dónde y cuándo los gatos perdieron su carácter salvaje y desarrollaron estrechos vínculos con los humanos era un misterio que había intrigado a los científicos durante mucho tiempo.

01 de diciembre, 2025
Por: BBC News Mundo
0

Al más puro estilo felino, los gatos se tomaron su tiempo para decidir cuándo y dónde forjar vínculos con los humanos.

Según nueva evidencia científica, la transición de cazador salvaje a mascota mimada ocurrió mucho más recientemente de lo que se creía, y en un lugar diferente.

Un estudio de huesos encontrados en yacimientos arqueológicos sugiere que los gatos comenzaron su estrecha relación con los humanos hace solo unos miles de años, y en el norte de África, no en el Levante.

“Son omnipresentes, hacemos programas de televisión sobre ellos y dominan internet”, afirmó el profesor Greger Larson, de la Universidad de Oxford.

“La relación que tenemos ahora con los gatos comenzó hace unos 3 mil 500 o 4 mil años, en lugar de hace 10 mil años”.

Gato jugando levantando una pata hacia la cámara
Getty Images
Los gatos fueron domesticados mucho después que los perros.

Nueva evidencia

Todos los gatos modernos descienden de la misma especie: el gato montés africano.

Cómo, dónde y cuándo perdieron su carácter salvaje y desarrollaron estrechos vínculos con los humanos ha intrigado a los científicos durante mucho tiempo.

Para resolver el misterio, los investigadores analizaron el ADN de huesos de gato encontrados en yacimientos arqueológicos de Europa, el norte de África y Anatolia.

Los científicos dataron los huesos, analizaron el ADN y lo compararon con registros genético de gatos modernos.

La nueva evidencia muestra que la domesticación de gatos no comenzó en los inicios de la agricultura, en el Levante. Ocurrió en cambio unos milenios después, en algún lugar del norte de África.

“En lugar de ocurrir en la zona donde la gente se estaba asentando inicialmente con la agricultura, parece ser un fenómeno mucho más propio de Egipto“, afirmó el profesor Larson.

Cráneo de un gato leopardo en un sitio arqueológico en China
Ziyi Li and Wenquan Fan
Cráneo de un gato leopardo hallado en una tumba de la dinastía Han en la ciudad de Xinzheng, provincia de Henan, China.

Esto concuerda con lo que sabemos de la tierra de los faraones como una sociedad que veneraba a los gatos, inmortalizándolos en el arte y preservándolos como momias.

Una vez que los gatos se asociaron con las personas, fueron trasladados por todo el mundo y eran apreciados en los barcos como controladores de plagas.

Los gatos llegaron a Europa hace unos 2 mil años, mucho más tarde de lo que se creía.

Viajaron por Europa y llegaron a Reino Unido con los romanos, y luego comenzaron a desplazarse hacia el este por la Ruta de la Seda hasta China.

Hoy en día se encuentran en todo el mundo, excepto en la Antártida.

Gato leopardo
Getty Images
El gato leopardo es el felino salvaje más extendido en Asia.

Los gatos leopardo

Y en un giro inesperado, los científicos descubrieron que un gato salvaje convivió durante un tiempo con la gente en China mucho antes de que aparecieran los gatos domésticos.

Eran los gatos leopardo, pequeños felinos salvajes con manchas similares a las de los leopardos, que vivieron en asentamientos humanos en China durante unos 3.500 años.

La relación temprana entre humanos y gatos leopardo era esencialmente “comensal”, en la que dos especies conviven sin causarse daño, explicó la profesora Shu-Jin Luo, de la Universidad de Pekín.

“Los gatos leopardo se beneficiaron de vivir cerca de las personas, mientras que los humanos no se vieron afectados en gran medida o incluso los acogieron como controladores naturales de roedores”, añadió.

Un gato bengalí acostado con las patas hacia arriba se frota en una manta
Getty Images
El gato bengalí es una raza híbrida creada a partir del cruce de un gato leopardo asiático (Prionailurus bengalensis) con gatos domésticos.

Los gatos leopardo no fueron domesticados y siguen viviendo en libertad en Asia.

Curiosamente, se han cruzado gatos leopardo con gatos domésticos para dar lugar a gatos bengalíes, que fueron reconocidos como una nueva raza en la década de 1980.

La investigación se publicó en la revista Science y en Cell Genomics .

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BBC

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