Erradicar el trabajo infantil ha sido, desde hace décadas, uno de los compromisos más importantes que los Estados asumieron al formar la comunidad internacional; México no ha sido la excepción. Hemos ratificado los principales instrumentos internacionales en la materia —Convenio 138 sobre la edad mínima de admisión al empleo y el Convenio 182 sobre las peores formas de trabajo infantil, ambos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)—, desarrollando un marco normativo robusto y creando políticas públicas cada vez más adecuadas para enfrentar esta problemática.
Sin embargo, el desafío hoy no es de normatividad ni de narrativas, sino de implementación a nivel estatal y municipal. Aunque hay avances significativos, el trabajo infantil persiste en miles de comunidades del país, especialmente en aquellas marcadas por carencias sociales como pobreza, exclusión e informalidad. La realidad que enfrentamos es un desfase entre las obligaciones legales del Estado mexicano y la capacidad de aterrizarlas en acciones sostenidas y coordinadas a nivel local.
La situación es preocupante. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI) 2022, 3.7 millones de niñas, niños y adolescentes en México realizan trabajo infantil, y de éstos, 1.1 millones están en trabajos peligrosos o prohibidos por la ley. Estas cifras nos revelan una realidad innegable: cumplir con el objetivo 8.7 de la Agenda 2030 –erradicar el trabajo infantil para el año 2025– es algo irrealizable. Es evidente que no se ha alcanzará el objetivo e incluso en algunos contextos la situación se ha agravado, principalmente tras los impactos económicos y sociales derivados de la pandemia por COVID-19. Por esto extraña que lejos de haberse implementado acciones de alto impacto para mitigar estos efectos, muchas de las estrategias quedaron en el papel o en iniciativas de alcance limitado.
Es importante reconocer que se han dado pasos importantes a nivel de política pública. Por primera vez en la historia, el Plan Nacional de Desarrollo 2025–2030 incluyó estrategias explícitas para atender el trabajo infantil. Esto representa un cambio significativo respecto a la importancia que he tenido en administraciones previas y demuestra un avance en la visibilización de la problemática.
En este panorama, el gran reto continúa siendo la implementación a nivel local. Aunque la federación diseñe estrategias, emita lineamientos y coordine políticas, la ejecución depende en gran medida en los gobiernos estatales y municipales y es aquí donde existe el mayor riesgo de que la cadena de acción se rompa. En muchos estados y municipios, los equipos interinstitucionales para prevenir y atender el trabajo infantil son reducidos y carecen de los recursos necesarios o de los conocimientos-capacidades técnicas necesarias para actuar con enfoque de derechos de niñez.
Las áreas de inspección del trabajo son claves para prevenirlo y erradicarlo, pero enfrentan limitaciones y en múltiples ocasiones sus actividades enfrentan realidades que disminuyen la efectividad de su labor; sumado a ello, el número de inspectores laborales es considerablemente bajo si se compara con el volumen de centros de trabajo y la dispersión territorial del país, y que la reciente reforma en materia agrícola mandata inspeccionar los campos agrícolas al menos una vez al año. A nivel nacional, según cifras de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, hay alrededor de mil inspectores para cubrir más de cinco millones de unidades económicas. En la práctica, esto significa que la probabilidad de que una situación de trabajo infantil sea detectada, investigada y atendida por los canales formales es mínima.
A pesar de esto, existen experiencias locales que demuestran que sí es posible actuar con eficacia. El caso de Querétaro, por ejemplo, destaca por la implementación de un Protocolo de detección, prevención y atención de trabajo infantil que incluye acciones específicas para identificar y atender situaciones de riesgo, así como mecanismos de coordinación con otras instituciones, como las Procuradurías de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes. Por su parte, en el Estado de México se ha desarrollado una ruta intermunicipal para la atención del trabajo infantil, que busca articular esfuerzos entre municipios colindantes que comparten dinámicas económicas y sociales similares. Estas experiencias, si bien acotadas, ofrecen una hoja de ruta valiosa sobre cómo construir modelos de intervención interinstitucionales, eficaces y sostenibles.
Desafortunadamente, estas buenas prácticas son la excepción. Para lograr un cambio estructural, se requiere avanzar hacia una política pública que establezca obligaciones específicas para cada nivel de gobierno, desde el federal hasta los municipios. Esta política debe ir más allá de los lineamientos generales existentes y contemplar mecanismos vinculantes que obliguen a cada nivel de gobierno a asumir responsabilidades concretas. Asimismo, es indispensable avanzar en la instalación y fortalecimiento de las Comisiones Interinstitucionales para la Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil (CITI) locales, que sumen la participación de los municipios, sector privado y sector social de la entidad para que sean herramientas efectivas de coordinación intersectorial y esfuerzos multisectoriales.
Es necesario abordar el trabajo infantil como una consecuencia y no una causa de las condiciones socioeconómicas en las regiones. Por tanto, las intervenciones más efectivas serán aquellas que aborden sus raíces estructurales: la pobreza, la exclusión social, la falta de acceso a educación de calidad, la discriminación, la violencia y la informalidad laboral. Este abordaje requiere necesariamente, la participación activa de todos los sectores: gobiernos, empresas, organizaciones de la sociedad civil, sindicatos, academia y comunidades. Cada actor tiene capacidades, recursos y ámbitos de acción distintos, y es justamente esta diversidad la que permite construir intervenciones más completas y sostenibles.
Estamos a meses de que finalice 2025 y es claro que no lograremos erradicar el trabajo infantil. Sin embargo, existe la oportunidad de construir una política pública transexenal, que coloque a las niñas y los niños en el centro de las decisiones, que fortalezca las instituciones competentes, capacite al personal y, sobre todo, genere la política necesaria para actuar con decisión. Cada niña y cada niño que hoy trabaja representa una oportunidad para garantizar sus derechos y crear un buen presente y un mejor futuro.
* Miguel Ramírez Sandi es coordinador de Incidencia Política en Protección de la Niñez de Save the Children (@SaveChildrenMx), organización independiente líder en la promoción y defensa de los derechos de niñas, niños y adolescentes. Trabaja en más de 120 países atendiendo situaciones de emergencia y programas de desarrollo. Ayuda a los niños y niñas a lograr una infancia saludable y segura. En México, trabaja desde 1973 con programas de salud y nutrición, educación, protección infantil y defensa de los derechos de la niñez y adolescencia, en el marco de la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas. Visita nuestra página y nuestras redes sociales: Facebook, Twitter, Instagram.
El primer taquillazo moderno del verano, la película “Tiburón” (Jaws) de Steven Spielberg, cumplen 50 años este 20 de junio.
En el verano de 1926 nadaba mar adentro, cerca de la Costa de Nueva Jersey, un tiburón joven de 2,7 metros de largo que brevemente desplazó a la Primera Guerra Mundial de los titulares de prensa en EE.UU.
Poco conocida entonces por la ciencia, esa criatura marina tendría posteriormente un enorme impacto en los anales de la cultura popular estadounidense, convirtiéndose en la estrella del primer taquillazo moderno del verano, la película “Tiburón” (Jaws) de Steven Spielberg, de cuyo estreno se cumplen 50 años este 20 de junio.
También hizo que el gran tiburón blanco fuese recordado cuando la Gran Guerra ya había sido olvidada.
Todo ocurrió entre el 1 y el 12 julio de 1916, cuando un tiburón blanco joven atacó a cinco personas en la costa este de EE.UU., matando a cuatro de ellas.
El animal protagonista de esta serie de ataques, entonces sin precedentes, creó terror mientras se desplazaba más de 100 kilómetros a lo largo de las playas del Atlántico en plena temporada vacacional.
La primera víctima fue encontrada en Beach Haven, Nueva Jersey. Recién graduado de la Universidad de Pensilvania, Charles Vansant, era hijo de un doctor de Filadelfia.
La noticia pasó casi desapercibida.
La gente que escuchó sus gritos en la playa pensó que estaba bromeando. Los científicos dijeron que un tiburón no tenía la “fuerza en la mandíbula” para atravesar los huesos humanos.
Fue el primer ataque mortal de un tiburón registrado en la historia de EE.UU. Sin embargo, no trascendió.
En el caso de la segunda muerte, unos bañistas encontraron un cuerpo mordido ensangrentado en la arena y salieron corriendo de la playa, gritando aterrorizados.
De repente, el “monstruo marino” saltó a la primera plana de The New York Times. Otro bañista horriblemente destrozado fue sacado del estuario de un río. La víctima falleció poco después.
Y otro hombre que intentó luchar con el tiburón también resultó muerto.
Los alcaldes de la zona negaron lo que estaba sucediendo, temiendo perder los ingresos en los balnearios turísticos, hasta que el miedo hizo que cerraran y que los políticos pidieran la ayuda de los científicos.
A un experto del Museo de Historia Nacional de EE.UU. le costó identificar la especie del asesino, pero finalmente dio con el “devorador” de hombres: Carcharodon carcharias, el gran tiburón blanco.
En una ola de pánico, hombres enfurecidos tomaron rifles y tridentes, lanzándose a cazar al tiburón. Finalmente, el escualo murió al atacar el bote de un hombre que lo mató, convirtiéndose en héroe.
¿Suena familiar? Es la verdadera historia de “Jaws” (“Tiburón”), la mítica película de Steven Spielberg de 1975.
En 1974, el escritor Peter Benchley trasladó la historia de los balnearios de Nueva Jersey a Amity, un lugar ficticio de Long Island, en su novela “Jaws”.
El tiburón de Benchley mata a cuatro personas, incluyendo una en un estuario. Un hombre lucha con el tiburón y muere. El alcalde niega lo que está sucediendo y protege los dólares del turismo hasta que el horror lo hace recurrir a un científico.
Al ictiólogo del acuario de Nueva York le cuesta identificar la especie hasta que da con el legendario “come hombres”, el Carcharodon carcharias, el gran tiburón blanco, y advierte a la gente sobre lo sucedido en 1916.
Grupos de hombres enardecidos lideran una caza del tiburón, que, finalmente, muere cuando ataca el bote de un hombre que termina siendo un héroe.
Cuando entrevisté a Benchley, me dijo que la novela surgió de su interés en los ataques de tiburones, incluyendo las proezas de Frank Mundus, un pescador deportivo de Long Island que atrapó un gran blanco de un peso récord de 1.554 kg.
Sin embargo, en un prólogo posterior de “Jaws”, Benchley se refirió a lo sucedido en 1916, enfatizando que los tiburones se quedaban en una sola zona, matando una y otra vez.
“Una y otra vez he asegurado en entrevistas que cada incidente descrito en ‘Jaws’… realmente ocurrió”, apunta Benchley.
Su novela fue una sensación cultural de alcance global.
Fidel Castro dijo que “Tiburón” representaba una metáfora sobre el capitalismo depredador.
Otros señalaron que se refería a Richard Nixon y el caso Watergate. El libro se mantuvo cerca del primer lugar en la lista de best-sellers de The New York Times durante 44 semanas.
Al siguiente verano, en 1975, Steven Spielberg lanzó “Jaws”, la película.
El papel del tiburón de la costa de Nueva Jersey fue interpretado por un monstruo gigante mecánico.
Y, a partir de entonces, salir a nadar nunca volvió a ser igual.
“Jaws” le dio a Hollywood su primer taquillazo de la temporada estival, sirviendo de modelo de negocio para otras películas.
Igualmente, inspiró algunas terribles películas de terror.
Y también horrorizó a los científicos expertos en tiburones, como George Burgess, de la Universidad de Florida, por representar falsamente al “gran blanco” como un vengativo cazador de humanos.
De hecho, los tiburones no atacan a las personas, excepto en contadas ocasiones.
Burgess apunta que la película inspiró decenas de torneos de pesca de tiburones en la costa este de EE.UU., donde los mataban “sin remordimientos”
En las últimas décadas los cazadores de tiburones han contribuido a diezmar casi todas las especies existentes.
Sin embargo, “Jaws” también provocó el crecimiento de un movimiento de conservación de los tiburones y los océanos, con mejor y mayor financiación para las investigaciones.
Y los científicos ahora difunden el concepto de que los tiburones son parte del medio ambiente para que no sean demonizados, dice Burgess.
Burges catalogó al responsable de los ataques de 1916 en el Registro Internacional Oficial de Ataques de Tiburón como un gran blanco, pero otros científicos dicen que fue un tiburón toro. Ese es un misterio que nunca se resolverá.
*Michael Capuzzo es periodista y autor de los best-sellers “Close to Shore” y “The Murder Room”. Esta historia se publicó originalmente en 2016 y fue actualizada con motivo del 50 aniversario de la película “Tiburón”.
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