A nueve años de la noche cruenta de Iguala, las familias de los normalistas siguen luchando por la verdad y por la justicia, dando un digno ejemplo de amor y resistencia.
Los hechos son conocidos. El 26 de septiembre de 2014 fueron desaparecidos en Iguala, Guerrero, 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, en una jornada donde también fueron privados de la vida seis personas, incluyendo a tres estudiantes, y resultaron heridas varias decenas de víctimas, entre las que se encontraban un estudiante que continúa en estado mínimo de conciencia hasta el día de hoy y a otro joven alumno que sobrevivió a un impacto de bala en su rostro.
Al inicio, la investigación fue conducida por el estado de Guerrero, que dejó ir pistas y líneas de investigación claves. Después, intervino la federación por medio de la extinta Procuraduría General de la República (PGR), que confeccionó, sin evidencia científica, un relato de cierre que se presentó como la “verdad histórica”. Conforme a ésta, todos los chicos habrían sido privados de la vida en un solo evento y reducidos a cenizas en una pira humana hecha en el Basurero de Cocula. Tras la publicación de esta versión de clausura, el presidente Enrique Peña Nieto llamó a los familiares de los normalistas a dar la vuelta a la página.
Las familias resistieron este embate y propusieron que un grupo de expertos internacionales independientes analizara el caso. Así llegó a México el GIEI en 2015, para realizar un cualificado trabajo de revisión de la hipótesis oficial, al amparo de las medidas cautelares que otorgara la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). En septiembre de ese año y después en abril de 2016, mediante sendos informes, el GIEI concluyó entre otras cosas que la “verdad histórica” carecía de sustento probatorio; que se había torturado de forma generalizada durante la investigación; que se habían dejado de lado líneas relevantes de investigación vinculadas al trasiego de trasnacional de drogas, y que el Ejército no había entregado toda la información con que contaba. En la revisión de las inconsistencias de la llamada “verdad histórica” fue determinante, también, la labor realizada por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que practicó el más contundente análisis multidisciplinario sobre el Basurero de Cocula con que hoy contamos.
Por esta labor, el gobierno federal prácticamente echó del país al GIEI. Las familias, sin embargo, resistieron el cierre del sexenio. Su lucha fue alentada en esos momentos duros por hitos del caso como la publicación de un Informe hecho por la Oficina en México de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACNUDH), que documentaba el profuso empleo de tortura en la indagatoria. En 2017, el Poder Judicial encontró fundados estos señalamientos y echó por los suelos las acusaciones presentadas, mediante una innovadora sentencia emitida por un Tribunal Colegiado de Reynosa, debido al cúmulo de irregularidades presentes.
En esas condiciones, las familias llegaron al 2018, cuando era patente que habría alternancia en la Presidencia de la República. Aunque inicialmente se les propuso una Comisión de la Verdad, al existir pendientes de justicia, ellas y ellos insistieron en que este diseño sería insuficiente. Fue así que se generó una nueva etapa anclada en tres componentes centrales: una figura que concretara la voluntad política de esclarecer, misma que en el caso se tradujo en la Comisión para el Acceso a la Justicia en el Caso Ayotzinapa (COVAJ), que por sus características y limitaciones no es equiparable a las comisiones de la verdad surgidas en otras latitudes; una nueva fiscalía especial, que desembocó en la creación de la Unidad Especial para la Investigación y Litigación en el caso Ayotzinapa (UEILCA), cuyo titular fue nombrado muy tardíamente y después removido recientemente cuando se atentó contra su independencia técnica; y finalmente el regreso de los expertos del GIEI que habían participado en el caso, lo que se materializó plenamente, con retraso, hasta el 2020.
En esta fase, algunos avances de proceso se han logrado: la “verdad histórica” fue reconocida como insuficiente; perpetradores de tortura se encuentran hoy en prisión; mandos de la PGR rinden cuentas también por la manipulación de la indagatoria y, lo más importante, fueron identificados los restos de algunas de las víctimas, lo que se informó a sus familias mediante procesos dignos y respetuosos.
Adicionalmente, gracias a investigaciones periodísticas, hoy sabemos más sobre el entorno macrocriminal de Iguala en 2014; sabemos que en efecto esta zona la controlaba una red que no era una mera organización regional con capacidad de sobornar algunas policías municipales locales, sino un potente entramado delictivo en el que se habían desdibujado las líneas entre el Estado y el narcotráfico por el contubernio de autoridades municipales, estatales y federales, incluyendo en estas últimas a la Policía Federal y al Ejército. Así lo confirman los mensajes de texto del servicio Blackberry empleados por la red criminal en cuestión durante 2014, prueba objetiva que acredita más allá de toda duda el contubernio del narcotráfico con autoridades municipales, estatales y federales, e incluso con los castrenses.
Pero el tema esencial, que es el paradero de los jóvenes y el esclarecimiento pleno de lo ocurrido, continúa pendiente. Esto es, sin duda, lo que más pesa sobre el ánimo de las familias, que llegan a este aniversario sin haber alcanzado el resultado que esperaban. La sensación es que el tiempo se agota sin arribar a la luz de la verdad.
A este sentido de frustración han abonado las Fuerzas Armadas, en el contexto del alarmante empoderamiento militar que vemos en el presente. Esos obstáculos se han traducido en la omisión de entregar documentos relevantes, lo que motivó la salida del GIEI y la protesta de los familiares en el Campo Militar 1; en el otorgamiento de beneficios procesales inauditos, como la prisión domiciliaria a un mando castrense relacionado con el caso por mediación expedita e irregular de la actual Guardia Nacional; o incluso en el intento amedrentador de los militares procesados de llamar a juicio a los actores que han contribuido a alcanzar verdad en el caso.
Ante esta realidad, los padres y las madres han apelado de nuevo al Presidente de la República como comandante supremo de las Fuerzas Armadas, con la esperanza de que se ponga del lado de la verdad y de las víctimas y no del Ejército y sus mentiras; con la esperanza de que no se institucionalice la mentira militar; con la esperanza, en fin, de que la razón de las víctimas no sucumba frente a la razón de Estado. El resultado de este último lance es aún incierto.
Estando en duda si aún habrá espacio para que el poder civil se imponga sobre el poder militar en este caso, lo que es indudable es que a nueve años la dignidad de los padres y de las madres sigue irradiando una fuerza inclaudicable, frente ante la que sólo cabe empatizar y reconocer. Son ellos y ellas -más que activistas, organizaciones, expertos, funcionarios o instancias- quienes al mantenerse en unión y movimiento siguen abriendo brechas para la verdad. Esto hermana a las familias de Ayotzinapa, con tantas y tantos familiares que buscan a los más de cien mil personas desaparecidas que le hacen falta a México, con quienes comparten dignidad, indignación y esperanzas, y les vuelve un referente para todas las personas que frente a la violencia, las desapariciones, la deshumanización, la estigmatización contra las víctimas, el maltrato institucional y la impunidad normalizada, alzan la voz y no se dejan en este México herido. No les dejemos solas.
Shakira dice en entrevista con la BBC que la situación de los inmigrantes en Estados Unidos es “dolorosa”.
En las entrañas del estadio Hard Rock de Miami, una nota está pegada en la puerta de la oficina de producción de Shakira.
“Por favor, vuelve más tarde… a menos que estés en llamas”.
La nota rosa, escrita a mano, sugiere un nivel de estrés totalmente comprensible para el equipo que organiza la gira de estadios más grande del año.
Con 64 conciertos agotados en América, Shakira ha tocado para más de dos millones de fans.
“He trabajado durante más de un año, puliendo cada detalle del espectáculo, así que esta es una recompensa increíble”, declara la estrella.
No hay nervios ni peleas a gritos tras bastidores antes del concierto en Miami… y nadie está en llamas.
El ambiente es tranquilo y profesional. Los bailarines estiran en los pasillos, las costureras cosen cristales en los catsuits y los técnicos de guitarra revisan y vuelven a revisar las afinaciones.
Si te quedas un rato, descubrirás algunos datos sorprendentes de la gira.
“Viajamos con dos lavadoras y dos secadoras, que conectamos en cada sede”, dice la jefa de vestuario, Hannah Kinkade, quien apenas tiene 300 trajes que cuidar.
Cada atuendo debe renovarse antes de un nuevo espectáculo, dice, porque “Shakira baila con mucha intensidad y los bailarines también”.
“Los bailarines desgastan tanto sus zapatos que tenemos que repintarlos cada mañana”.
El director de escena, Kevin Rowe, nos muestra los oscuros pasillos bajo el escenario, donde el equipo tiene reservas secretas de Gatorade y café frío para sobrevivir al sofocante calor de Miami.
“O hace mucho calor o llueve mucho”, dice sobre trabajar en un espectáculo al aire libre. “Pero esa es la desventaja de vivir en el submundo”.
Sobre las 14:30, la banda comienza su prueba de sonido. Poco después de las 15:00, Shakira llega con sus caderas que no mienten, escoltada por la policía, y se une al equipo en el escenario.
Vestida con jeans plateados acampanados y una camiseta blanca sin mangas, no puede evitar bailar mientras evalúa el lugar de la noche.
“Vine aquí para el concierto de Beyoncé y estuvo impecable, así que más les vale que me hagan sonar así”, bromea con el equipo.
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¿O no es tan broma?
Shakira suelta la broma con un guiño, pero hay algo que todos reconocen entre bastidores: la jefa es una perfeccionista.
“Cuando está encendida, está encendida”, apunta la bailarina principal Darina Littleton. “Cuando entra, está lista, su personaje está listo, está entregada a tope”.
“Ella sabe lo que quiere, y si no lo consigue, lo conseguirá de una forma u otra”, señala el director musical Tim Mitchell, quien ha tocado con Shakira desde los 90 (incluso escribió el riff de flauta de pan en “Suerte”). Es muy meticulosa con cada aspecto del espectáculo: el sonido, lo visual, la iluminación, las pulseras, todo. Es increíble. No sé cómo lo hace”.
La obsesión da sus frutos.
El concierto de Shakira consiste en dos horas y media de drama musical: un desfile ininterrumpido de éxitos bilingües, 13 cambios de vestuario y movimiento constante.
Interpreta una danza del vientre de inspiración libanesa durante Ojos así; una rutina tribal con cuchillos para presentar Whenever, Wherever; golpea con fuerza una guitarra Flying V durante Objection (Tango); y hace que el público aúlle y rebuzne con una versión electrizante de She Wolf.
La gira se titula “Las Mujeres Ya No Lloran” en honor al último álbum de Shakira, inspirado en algunos de los desamores y trastornos personales más intensos que jamás haya vivido.
Su relación de 11 años con el futbolista Gerard Piqué se rompió, al mismo tiempo que su padre se sometía a una cirugía cerebral de emergencia, y las autoridades españolas la acusaron de fraude fiscal por 14.5 millones de euros (16.8 millones de dólares), en donde finalmente llegó a un acuerdo extrajudicial.
“Muchos de ustedes saben que los últimos años no han sido los más fáciles para mí”, dice en el escenario. “Pero, ¿quién no se cae de vez en cuando, no?”
“Lo que he aprendido es que una caída no es el final, sino el comienzo de un camino aún mejor”.
Más específicamente, la turbulencia la impulsó a un arrebato creativo que la puso de nuevo en el centro de la conversación cultural tras siete años de silencio musical.
En 2023, Bzrp Music Sessions Vol. 53, un tema creado con el productor argentino Bizarrap, estuvo lleno de dardos dirigidos a Piqué y su nueva novia (“cambiaste un Rolex por un Casio”) y ganó el premio a la canción del año en los Grammy Latinos.
Continuó con la temática en una serie de sencillos exitosos como el sarcástico “Te felicito” y “TQG”, un dueto con la también estrella colombiana Karol G, que ha acumulado mil 300 millones de reproducciones en Spotify.
“Es una gran inspiración para las mujeres”, dice una fan, con orejas peludas de loba, poco antes del show. “Lo ha hecho todo. Ella es poder”.
El compromiso de Shakira con el espectáculo es tal que quiere que nuestra entrevista sea después de que baje del escenario. Así que, poco después de la medianoche, sale de su camerino luciendo más fresca que un campo de margaritas.
“Les advierto que puede que no tenga mucho sentido ahora mismo”, dice riendo. “Todavía me estoy recuperando. Hoy hizo mucho calor y humedad. Así que cuando está así, o hay altitud, es un gran reto… pero vale totalmente la pena.”
¿Qué pasa cuando está cansada o enferma?
“Para montar un espectáculo de esta envergadura y que se celebre cada noche, no importa si estás triste, si tuviste un mal día, si estás enferma o si tienes tos; simplemente tienes que dar lo mejor de ti y, milagrosamente, lograr que suceda”.
“Y la adrenalina, de hecho, no me deja sentir el agotamiento ni lo exigente que puede ser. Te ayuda a superarlo”.
Tocar en Miami fue particularmente significativo, cuenta, porque es la ciudad a la que se mudó de joven con la esperanza de abrirse paso en el mercado pop occidental.
Para entonces, ya era una estrella en Colombia, pero sabía que el éxito internacional significaba cantar en inglés. El único problema era que nunca lo había aprendido.
“Tenía solo 19 años cuando me mudé a EU, como muchos otros inmigrantes colombianos que llegan a este país en busca de un futuro mejor”, afirma.
“Y recuerdo que estaba rodeada de diccionarios español-inglés y diccionarios de sinónimos, porque en aquel entonces no tenía Google ni ChatGPT para [ayudarme]. Así que todo era muy precario”.
“Y luego me adentré en la poesía y comencé a leer un poco de Leonard Cohen, Walt Whitman y Bob Dylan, tratando de entender cómo funciona el inglés en la composición de canciones. Creo que así es como me volví buena en esto”.
Últimamente, ha estado reflexionando sobre esas experiencias, su aceptación en EU y cómo eso contrasta con la actitud del gobierno de Donald Trump hacia los migrantes.
Al aceptar el Grammy al mejor álbum de pop latino a principios de este año, abordó la situación directamente.
“Quiero dedicar este premio a todos mis hermanos y hermanas migrantes en este país. Son queridos, valen la pena y siempre lucharé con ustedes”, sostuvo.
¿Cómo se siente, le pregunto, ser inmigrante en EU hoy en día?
“Significa vivir con miedo constante”, asegura. “Y es doloroso verlo”.
“Ahora, más que nunca, tenemos que permanecer unidos. Ahora, más que nunca, tenemos que alzar la voz y dejar muy claro que un país puede cambiar sus políticas migratorias, pero el trato a todas las personas siempre debe ser humano”.
Es una declaración contundente, pronunciada en inglés y en español, cuando Shakira se dirige directamente a sus fans latinoamericanos.
Esa conexión es la base del éxito de su gira: sus fans han crecido con Shakira y se ven reflejados en ella.
En Miami, el público abarca generaciones: madres e hijas cantan al unísono éxitos de los 90 como “Pies descalzos, sueños blancos”, y bailan al ritmo de un Waka Waka (This Time for Africa) para celebrar.
Por eso, el momento álgido del espectáculo llega durante “Acróstico”, la tierna balada que Shakira escribió para sus hijos, en la que les prometió que se mantendría fuerte tras la separación de Piqué.
Mientras canta, Sasha (12) y Milan (10) aparecen en las pantallas de video haciendo un dueto con su madre.
“Se me derrite el corazón cada vez que los veo en esa pantalla y escucho sus vocecitas”, reconoce la estrella. “Son todo para mí. Son mi motor y la razón por la que estoy viva. Así que tenerlos cada noche en el escenario es un momento precioso”.
Esta es la primera vez que los niños tienen la edad suficiente para ver a su madre actuar en concierto, y ella confiesa que tienen sentimientos encontrados al respecto.
“Cuando tengo un concierto, se estresan un poco porque quieren que todo salga perfecto para mí”, relata.
“Siempre están preocupados, como: ‘Mamá, ¿cómo te fue? ¿Te caíste? ¿Estás bien?’. Y trato de mostrarles que no hay un concierto perfecto. Está bien cometer un error”.
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