A lo largo de la historia, la maternidad ha representado un costo laboral significativo para las mujeres. Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la participación de las mujeres en la fuerza laboral está mucho más influenciada por la presencia de niños pequeños en comparación con la de los hombres. Esto se debe, en gran medida, a que las responsabilidades de cuidado infantil recaen desproporcionadamente sobre las mujeres. Hay una brecha del 14 % en la participación laboral entre las mujeres con hijos pequeños que viven en pareja y aquellas que no los tienen. En comparación con los hombres, la brecha de género en la participación laboral es aún más pronunciada, alcanza el 38 % para parejas y el 36 % para familias extensas con niños pequeños, en contraste con una diferencia del 23 % para aquellas sin hijos pequeños.
El deporte no escapa de esta realidad. La exigencia que implica practicar un deporte a nivel olímpico, con sus rigurosos horarios de entrenamiento, disciplina, esfuerzo, concentración y el financiamiento necesario para asistir a las competiciones, hace que atletas de alto rendimiento transformen prácticamente el deporte en su ocupación principal y sustento de vida. Para las mujeres, la práctica del deporte a nivel élite enfrenta diferentes desigualdades como la cobertura mediática, el sexismo del lenguaje deportivo en los medios de comunicación, la falta de financiamiento (o las condicionantes para obtenerlo), el acoso y, en algunos casos, abusos sexuales reportados por las atletas, así como las limitaciones para ejercer su maternidad.
Estos Juegos Olímpicos de París 2024, además de ser los primeros en la historia con una participación equitativa del 50 % entre hombres y mujeres, también son pioneros en la inclusión de lactarios y guarderías. La maternidad en el deporte de alto rendimiento ha estado históricamente rodeada de prejuicios y desafíos. Hasta hace unos años, se creía que tener hijos marcaba el fin de la carrera deportiva de una mujer, bajo el estereotipo de que el riguroso entrenamiento y la competencia eran incompatibles con las demandas físicas, emocionales, psicológicas y de tiempo que implica la maternidad.
Sin embargo, hay atletas que han demostrado lo contrario. La velocista Allyson Felix, quien se unió a la Comisión de Atletas del Comité Olímpico Internacional (COI), ha sido una figura clave en la búsqueda de alternativas para que las atletas puedan compaginar su participación en los Juegos Olímpicos con la maternidad. En una entrevista para CBS News, Felix declaró que sabía lo difícil que era competir al más alto nivel después de tener a su hija y quería ser la voz de las madres deportistas. Su activismo comenzó en 2018, cuando denunció públicamente la discriminación de Nike hacia las atletas embarazadas. A pesar de sus numerosas victorias (entre las cuales se encuentran siete veces campeona olímpica), Nike quiso reducir su salario en un 70 % por estar embarazada. Gracias a las declaraciones de Felix y otras atletas, Nike implementó una nueva política de maternidad que garantiza los ingresos y bonificaciones de las deportistas durante los 18 meses posteriores al parto.
El caso de Ona Carbonell, doble medallista olímpica en natación, también llamó la atención en los Juegos de Tokio 2020. Carbonell denunció las difíciles condiciones impuestas para poder seguir amamantando a su bebé durante los Juegos, lo que la llevó a tomar la dolorosa decisión de viajar sola. Por su parte, la maratonista Aliphine Tuliamuk expresó lo difícil que fue dejar de amamantar a su bebé y dormir sin ella, ya que la entrada de infancias estaba prohibida en Tokio 2020. Afortunadamente, las experiencias y voces de estas atletas han contribuido a que en los Juegos Olímpicos de París 2024 se modifiquen las políticas y se creen entornos más favorables para la maternidad y la lactancia.
Asimismo, han sido destacadas las declaraciones de la esgrimista egipcia Nada Hafez, quien compitió embarazada de siete meses, alcanzando los octavos de final. Tras revelar en Instagram que competían “tres en lugar de dos”, recibió críticas sobre si hubiera puesto en riesgo su embarazo, sin considerar que ella es médica. De igual manera, la arquera azerbaiyana Yaylagul Ramazonova compitió mostrando su vientre de seis meses de embarazo, desafiando los prejuicios que han afectado a las mujeres deportistas y demostrando que la maternidad no es un obstáculo para competir en el evento deportivo más importante del mundo.
No obstante, aún quedan desafíos por superar, como el financiamiento de habitaciones de hotel para las madres que lo necesiten, ya que actualmente estos espacios solo están disponibles si son financiados por los Comités Olímpicos Nacionales, lo que representa una barrera adicional. También es necesario contar con lactarios no solo en la villa olímpica, sino también en los estadios, donde las atletas puedan extraer y almacenar su leche. Tuliamuk relató que durante una competición en 2020, un cambio de horario debido al clima le impidió extraer su leche en el hotel y, al llegar al estadio, no encontró un lugar adecuado para hacerlo, salvo el baño, pero ya no tenía tiempo. También es crucial considerar el financiamiento de cuidadores que puedan hacerse cargo de los hijos de las atletas mientras ellas compiten.
Los cambios implementados en los Juegos Olímpicos de París 2024 son un ejemplo de lo que se busca en las luchas por la justicia reproductiva: la decisión de ser madre o no serlo no debe representar un obstáculo o generar prejuicios que limiten el desarrollo profesional y personal de quienes pueden gestar. En este caso, permitir que las mujeres elijan la maternidad y, al mismo tiempo, alcancen la cima de su carrera sin perder el ritmo ni dejar de participar en los Juegos Olímpicos es un gran avance.
* Anahí Rodríguez Martínez(@anahirgzm) es Oficial de Incidencia Política en GIRE.
Oshikatsu se refiere a los esfuerzos que hacen los fans para apoyar a su oshi favorito, que puede ser un artista, un personaje de anime o manga, o un grupo que admiran y quieren “impulsar”.
Los carteles en la enorme estación de trenes de Shinjuku, en Tokio, normalmente se usan para publicitar productos como cosméticos y comida, así como películas nuevas.
Pero ocasionalmente uno puede encontrarse con un cartel que muestra un mensaje de cumpleaños y la foto de un joven, a menudo de una boy band y típicamente con una apariencia impecable.
Estos carteles son creados por empresas publicitarias especializadas y son pagados por fans devotos. Forman parte de un fenómeno llamado oshikatsu, un término acuñado en los últimos años que proviene de las palabras japonesas “apoyar” (oshi) y “actividad” (katsu).
Oshikatsu se refiere a los esfuerzos que hacen los fans para apoyar a su oshi favorito, que puede ser un artista, un personaje de anime o manga, o un grupo que admiran y quieren “impulsar”.
Una parte considerable de este apoyo es de naturaleza económica. Los fans asisten a eventos y conciertos, o compran productos como CDs, carteles y otros artículos coleccionables. Otras formas de oshikatsu están destinadas a difundir la fama de su ídolo, compartiendo contenido sobre su oshi, participando en campañas en redes sociales, y escribiendo fanfiction o creando fanart.
Oshikatsu surgió a partir del deseo de los fans por tener un vínculo más cercano con sus ídolos. La combinación entre oshi y katsu apareció por primera vez en las redes sociales en 2016 y se generalizó como un hashtag en la entonces plataforma de Twitter en 2018. En 2021, oshikatsu fue nominada como candidata a la palabra del año en Japón, una señal de que su uso se había vuelto popular.
Ahora, ha aparecido en el radar del Japón empresarial. El motivo es el estallido de la inflación en los últimos años, provocado por la interrupción pandémica de la cadena de suministro y las conmociones geopolíticas, que ha hecho que los consumidores japoneses reduzcan su gasto.
Sin embargo, con los salarios a punto de subir por tercera vez en tres años, el gobierno se muestra cautelosamente optimista ante la posibilidad de que el crecimiento económico sea reavivado a través del gasto impulsado por el consumo. Compañías de la industria del entretenimiento y medios de comunicación buscan en el oshikatsu como posible motor de esta tendencia, aunque no está claro si las próximas subidas salariales serán suficientes.
Contrario a la percepción popular, oshikatsu ya no es del ámbito exclusivo de las subculturas juveniles. Se ha hecho camino también entre los grupos de mayor edad en Japón.
De acuerdo a una encuesta realizada en 2024 por la empresa japonesa de estudios de mercado, Harumeku, el 46% de las mujeres que están en sus 50 tienen un oshi al que apoyan económicamente. Las generaciones mayores tienden a tener más dinero para gastar, especialmente después de que sus propios hijos hayan terminado su educación.
Oshikatsu también supone una interesante inversión en términos de género. Mientras en los hogares tradicionales japoneses se sigue esperando que los maridos sean el sostén económico de las familias, en el oshikatsu son más a menudo las mujeres las que apoyan económicamente a hombres jóvenes.
Cuánto gastan los fans en sus oshi, depende. Según una encuesta reciente realizada por la empresa japonesa de marketing CDG y Oshicoco, una agencia de publicidad especializada en oshikatsu, la cantidad media que gastan los fans en actividades relacionadas con sus oshis es de 250.000 yenes (unos US$1.736) anuales.
Se calcula que esto aporta cada año 3,5 billones de yenes (US$24.500 millones) a la economía japonesa, y representa el 2,1% del total de las ventas minoristas anuales de Japón.
Oshikatsu impulsará el gasto de los consumidores. Pero dudo que tenga el impacto en la economía japonesa que esperan las autoridades. Para los aficionados más jóvenes, el peligro es que la aprobación gubernamental acabe con cualquier tipo de influencia cool, haciendo que el oshikatsu sea menos atractivo para estas personas a largo plazo.
Y si apoyan a un oshi que aún no ha conseguido el éxito, pueden tener una mayor sensación de que su apoyo importa. De ahí que parte del gasto vaya directamente a individuos, en lugar de a superestrellas corporativas ya establecidas. Pero también es posible que los jóvenes oshis en apuros gasten más de este dinero que las celebridades establecidas.
La prensa internacional se está enfocando ya sea en el lado económico del oshikatsu, o en lo peculiar de los fans “obsesivos” que consiguen un segundo trabajo para apoyar a su oshi, y madres que gastan grandes sumas en un hombre que tiene la mitad de su edad. Pero lo que esa cobertura pasa por alto es la lenta pero profunda transformación social de la que el oshikatsu es un síntoma.
Una investigación de 2022 sobre personas que practican oshikatsu deja claro que las “actividades de fans” responden a un deseo profundo de conexión, validación y pertenencia. Si bien esto podría satisfacerse mediante la amistad o una relación íntima, un número creciente de jóvenes adultos japoneses siente que este tipo de vínculos son “problemáticos”.
Los hombres jóvenes lideran esta tendencia, especialmente aquellos que no trabajan como asalariados de oficina con empleos relativamente estables, los llamados salarymen. Muchos de los que trabajan a tiempo parcial o en empleos manuales tienen dificultades para imaginar un futuro con una familia.
El sector terciario está cambiando para dar cabida a un número creciente de servicios que convierten en productos cosas intangibles como la amistad, la compañía y las fantasías románticas escapistas.
Desde abrazos no sexuales hasta alquilar a un amigo por un día o tener una cita con un acompañante travestido, se puede buscar alivio temporal de la soledad pagando por hora. Como resultado, la conexión humana en sí misma se está convirtiendo en algo que puede ser consumido mediante pago.
Por otro lado, compartir actividades de oshikatsu puede generar nuevas amistades. Reunirse para adorar colectivamente a sus ídolos es una forma poderosa de crear nuevas comunidades. Aún está por verse cómo estos cambios en la manera en que las personas se relacionan moldearán el futuro de la economía y la sociedad japonesa.
*Fabio Gygi es profesor titular de Antropología en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de la Universidad de Londres.
Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia creative commons. Puedes leer la versión original en inglés aquí.
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