En el marco de los primeros 100 días de gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum no se vislumbra un piso parejo para la vigencia de los derechos humanos en México, pero sí -en cambio- una aplicación discrecional de los mismos.
En dicho periodo fueron aprobadas varias reformas constitucionales. Desde el enfoque de derechos humanos, dos de ellas son progresivas, pero al menos cuatro representan regresiones preocupantes.
La incorporación de la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres al texto constitucional es una bocanada de esperanza, lo mismo que la reforma en materia de derechos de los pueblos indígenas. En contraste, las reformas al Poder Judicial, a la Guardia Nacional (GN), a los órganos autónomos y a la Prisión Preventiva Oficiosa (PPO) –cuya aprobación inició en septiembre de 2024, en la LXVI Legislatura– ameritaban, por ser de gran calado, una minuciosa discusión de fondo. Si bien para la reforma judicial se efectuaron diálogos nacionales entre el 21 de febrero y el 18 de abril en diferentes estados del país, las observaciones de organismos internacionales, Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC) y víctimas de violaciones de derechos humanos no tuvieron eco.
Las y los legisladores desoyeron además los llamados y advertencias hechas por la ONU y organismos jurisdiccionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Así, marcaron su distancia de los principios del derecho internacional e interamericano de derechos humanos que México asumió voluntariamente y que está obligado a cumplir.
En total, bastaron 47 horas de discusión –de madrugada y a puerta cerrada– en la Cámara de Diputados y de Senadores para aprobar la reforma judicial. En cuatro días se concretó la institucionalización de la militarización de la seguridad pública con el paso de la GN a la Defensa. Las y los legisladores pulverizaron también en cuatro días a los órganos autónomos, entre ellos al INAI, institución que implicó –para las OSC y otros actores sociales y políticos– décadas de intenso trabajo para construirlo y consolidarlo.
En contraste, la aprobación de la reforma que impulsa la igualdad sustantiva, la erradicación de la brecha salarial y que busca garantizar la protección contra la violencia de género abre la posibilidad largamente aplazada de que por fin se empiecen a eliminar los obstáculos estructurales característicos del sistema patriarcal que han impedido el ejercicio pleno de nuestros derechos como mujeres.
Otro tema relevante es la aprobación de la reforma constitucional en materia de Pueblos y Comunidades Indígenas y Afromexicanos. Aunque ha sido cuestionada porque no se realizó un proceso de consulta amplio, previo a su promulgación.
El caso es que mientras unos derechos se impulsan otros se restringen. Su vigencia requiere de un piso parejo; no se puede, no se debe escatimar la aplicación de unos por otros. Los derechos humanos no se pueden escoger, son para todas, todos y todes y se aplican sin cortapisa.
Por lo pronto, la reforma judicial pone en tela de juicio el contrapeso que debe ejercer el Poder Judicial en relación con los poderes Ejecutivo y Legislativo. En una carta enviada al gobierno mexicano, el 29 de julio de 2024, la Relatora Especial sobre la independencia de los magistrados y abogados, Margaret Satterthwaite, advierte que dicha reforma podría “socavar la independencia de la judicatura mexicana”.
Si bien advierte que el derecho internacional no requiere un procedimiento específico de nombramiento y selección de jueces, si enfatiza que “cualquier procedimiento” que sigan los Estados debe contar con un mecanismo “transparente, independiente y accesible que permita a una autoridad independiente verificar si los candidatos cumplen con los requisitos de formación, aptitud e integridad”.
En ese sentido, llama la atención sobre la responsabilidad que recae en el poder legislativo para aprobar la idoneidad de los candidatos a jueces y magistrados porque, señala, la intervención de una entidad política incrementa “el riesgo de captura política del poder judicial”. Además de que “no asegura una participación efectiva de la sociedad civil en el proceso de selección de candidatos”.
Otro señalamiento relevante de la relatora es en el sentido de que “la elección popular de jueces podría incrementar el riesgo de que los candidatos a magistrados busquen complacer a los votantes o a patrocinadores de campañas”, con miras a una eventual reelección. Lo que implica un riesgo significativo para la imparcialidad de las decisiones judiciales.
La CIDH también hizo un análisis sobre el tema. En él “reconoce la importancia de una reforma que fortalezca el sistema judicial”, pero señala que no hay certeza para garantizar la “idoneidad y acceso meritocrático” de las personas que aspiran a la carrera judicial. Precisa que la reforma “no parte de un diagnóstico sobre los verdaderos déficits en el acceso a la justicia, ni contempla cómo impactará en los procesos de elección popular la fuerte presencia del crimen organizado en varias zonas del país”.
Advierte que el haber incluido en la reforma a los denominados “jueces sin rostro” es contrario a la Convención Americana de Derechos Humanos, de la que México forma parte. Para la CIDH una reforma de este calado debería abarcar a las fiscalías, como la General de la República, las estatales y las defensorías públicas. Desde Amnistía Internacional hemos dicho reiteradamente que dichas instituciones son el nudo gordiano que impide, desde hace décadas, una correcta impartición de justicia en el país.
La reforma judicial fue hecha desde el poder, fue impuesta con la fuerza del poder, bajo la premisa de la denominada “mayoría absoluta” y sin considerar mínimamente que el gobierno se ejerce para todas las personas, no solo para los adeptos y que, por ello en su análisis, se debieron considerar a todas las voces.
La extinción del INAI –junto con otros seis órganos autónomos– es un grave retroceso para el ejercicio del derecho de acceso a la información. Sin una institución dedicada expresamente a ello, será mucho más complejo que el Estado mexicano pueda garantizarnos a todas, todos y todes ese derecho.
El INAI permitió conocer información fundamental en miles de casos, entre los emblemáticos de corrupción o conflictos de interés están los de Odebrecht, la planta de Agronitrogenados, la Casa Blanca o la Estafa Maestra que fue ampliamente documentada por Animal Político. La difusión que les dieron los medios de comunicación permitió que se iniciaran procesos en contra de las personas funcionarias involucradas.
En el sexenio anterior el gobierno negó con frecuencia información al clasificarla como “seguridad nacional”. Es claro que se requiere de una institución con independencia técnica y de gestión que garantice nuestro derecho de acceso a la información estatal.
Lo cierto es que el derecho a la información no desaparece y la forma de hacerlo valer deberá mantenerse como hasta ahora: sin condición para ejercerlo. Las personas debemos contar con procesos accesibles; las solicitudes deben seguir siendo anónimas y sin que se nos requiera justificación para realizarlas; tampoco deberán implicar traslados ni gastos innecesarios ni la necesidad de contar con un abogado para presentarlas.
En medio de esta polémica tampoco hay claridad sobre el destino de la Plataforma Nacional de Transparencia que administra el INAI. Un tema nada menor puesto que incluye millones de datos de información acumulados por lustros, su construcción implicó un reto técnico y se requirió una inversión millonaria para su desarrollo y mantenimiento.
La reforma que autoriza el paso de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa institucionalizó la militarización de la seguridad pública en México. En este tema tampoco valieron los llamados de las OSC, de los especialistas y de organismos internacionales para cambiar ese paradigma por una estrategia que ponga en el centro los derechos humanos de las personas y recargue el peso de la seguridad pública en fuerzas policiales civiles.
Desde Amnistía Internacional cuestionamos la militarización de la seguridad pública desde hace 20 años. Argumentamos, con base en sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CoIDH) sobre los graves riesgos de esa medida para los derechos humanos. Las masacres de Nuevo Laredo, Tamaulipas del año 2023, y la de migrantes en Chiapas de octubre de 2024, así como las muertes de mujeres, personas jóvenes, niñas y bebés a manos de militares y elementos de la Guardia Nacional son algunos ejemplos de ello.
En nuestro informe Cambiando el Paradigma: de la militarización de la seguridad pública a la seguridad ciudadana con enfoque de derechos humanos, presentado en noviembre de 2024, incluimos propuestas para devolver el manejo de la seguridad pública a las corporaciones civiles. Sin embargo, el Estado decidió mantener su política militarista con las graves consecuencias referidas.
Por si fuera poco, la reforma que amplía el catálogo de delitos que ameritan Prisión Preventiva Oficiosa (PPO) asesta un duro golpe al principio de presunción de inocencia y a la libertad personal. Propicia detenciones arbitrarias principalmente de personas menos privilegiadas, hombres jóvenes, personas racializadas no blancas, que habitan en zonas periféricas de la metrópoli o de zonas empobrecidas, como consta en nuestro informe Falsas sospechas.
Contraviene la sentencia que emitió la CoIDH contra México en 2022, por haber mantenido en prisión preventiva oficiosa durante 17 años a Jorge Marcial Tzompaxtle Tecpile, Gerardo Tzompaxtle Tecpile y Gustavo Robles López, a quienes finalmente no se les comprobaron los delitos imputados.
A contrario sensu la PPO no ha frenado la impunidad y mucho menos la incidencia delictiva. La procuración de justicia no avanza por la ineficiencia de las fiscalías del país como lo advertimos en nuestro informe Juicio a la Justicia. Por ello insistimos en que se revise y mejore su trabajo y se fortalezca a las policías locales, entre otras medidas que sí redundarían en la disminución de la impunidad y la incidencia delictiva.
Además, la prisión preventiva oficiosa expone a las personas privadas de la libertad a violaciones de derechos humanos como tortura y tratos crueles e inhumanos. Los centros carcelarios no son sitios que se precien por el respeto de los derechos humanos.
El 4 de septiembre de 2024 envié a Claudia Sheinbaum, en su calidad de presidenta electa, una carta para solicitarle una reunión en la que pudiéramos dialogar sobre los grandes pendientes que tiene el Estado mexicano en materia de derechos humanos. Le manifesté que su llegada a la presidencia constituye una oportunidad para generar espacios de escucha, diálogo e interlocución.
En Amnistía Internacional creemos que así será. Por ello a poco más de 100 días de iniciado su gobierno reiteramos nuestro llamado para reunirnos y generar alternativas consensuadas encaminadas a consolidar el sistema de derechos humanos en México, como lo hemos hecho desde que Amnistía Internacional inició su trabajo en el país hace ya casi 54 años.
* Edith Olivares Ferreto (@EdithFerreto) es directora ejecutiva de Amnistía Internacional México (@amnistiamexico).
La aprobación por parte de la FDA de un nuevo tipo de medicamentos contra el dolor agudo promete ser un arma efectiva para limitar el uso de los adictivos opioides.
En Estados Unidos dicen que se trata de una epidemia y cada año causa decenas de miles de muertes que pudieron ser evitables.
Los fallecimientos por sobredosis de analgésicos opioides dejaron en ese país más de 80.000 muertes en el año de 2022, de acuerdo con datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés).
Una de las principales causas detrás de este problema reside en que estos medicamentos son muy eficaces para combatir el dolor, lo que hace que sean recetados con relativa frecuencia, pese a que -al mismo tiempo- tienen un gran potencial de generar adicción.
Un nuevo medicamento para el tratamiento de dolores agudos, recién aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de EE.UU. , promete ahora convertirse en una herramienta importante en la lucha contra esta crisis de los opioides.
El medicamento, que tiene el nombre de suzetrigina y que se comercializará en EE.UU. como Journavx, fue fabricado por Vertex Pharmaceuticals y es parte de un nuevo tipo de analgésicos que modulan la señal de dolor en el sitio que se emite, en vez de hacerlo en los receptores del cerebro, como lo hacen los opioides.
Esto, aseguran los expertos, eliminaría el riesgo de dependencia y adicción que tiene el consumo de opioides, particularmente en situaciones de dolores agudos como cirugías o accidentes.
“La aprobación de hoy es un hito importante en el manejo del dolor agudo”, dijo Jacqueline Corrigan-Curay, la directora encargada del centro de evaluación e investigación de medicamentos de la FDA, “una nueva clase de terapia analgésica no-opioide ofrece la oportunidad de mitigar ciertos riesgos asociados con el uso de un opioide para el dolor y le ofrece otra opción a los pacientes”.
La aprobación es la primera en más de 20 años que se le otorga a un nuevo tipo de analgésico, algo que muestra las dificultades a las que se enfrentan los investigadores a la hora de tratar el dolor.
Durante los últimos 30 años, el doctor Stephen Waxman, de la Universidad de Yale (EE.UU.) ha estado investigando los mecanismos que usa el cuerpo para expresar dolor.
Sus estudios se enfocaron principalmente en los nervios del sistema periférico -los que comunican órganos y extremidades al sistema nervioso central y, luego, al cerebro- y las moléculas químicas que estos usan para comunicarle al cerebro señales de dolor.
“Los opioides funcionan como una llave y un candado dentro del cerebro”, impidiendo la llegada de esas señales, explicó Waxman a BBC Mundo.
“El cáliz sagrado de la investigación del dolor era el de encontrar las moléculas en nuestros nervios periféricos y que pudiéramos bloquear esas señales”.
Con su equipo de Yale, Waxman experimentó con diferentes compuestos que lograran bloquear una molécula conocida como NAV 1.8, una especie de batería que le permite a los nervios enviar señales de dolor al cerebro.
Al enfocarse en la emisión de la señal, en vez de la recepción en el cerebro, se evitan muchos de los efectos secundarios relacionados a los opioides.
“No toca el cerebro, así que no tiene los efectos secundarios como adormecimiento, confusión, visión doble o pérdida de balance y no tiene potencial adictivo. Así que realmente es un gran paso hacia adelante”, indica el experto, quien no trabaja para Vertex pero es consultor de compañías que están desarrollando medicamentos similares.
Aunque la aprobación de la FDA se hizo para el tratamiento de dolores agudos, Waxman explicó que aún se desconoce si este tipo de medicamentos puedan tratar dolores crónicos o ciertos dolores específicos para los cuales hay muy pocos tratamientos.
Aunque el proceso para la aprobación de cualquier medicamento, desde sus etapas de investigación hasta su salida al mercado, puede tomar entre 15 y 20 años, el dolor es un área particularmente difícil para estudiar.
“Creo que los retos asociados al desarrollo de un medicamento para el dolor son mayores que los que tiene el desarrollo de una vacuna, o un medicamento para las enfermedades inflamatorias o para el cáncer”, dice Waxman.
“Puedes medir esas enfermedades, puedes hacer un examen de sangre y buscar biomarcadores -evidencia molecular de la presencia de alguna enfermedad en el cuerpo-. El dolor es una respuesta subjetiva”, agrega.
El experto explica que medir el dolor, a través de encuestas en las que se le pide al paciente que defina la intensidad en una escala de uno al diez, puede llevar a resultados irregulares, dado a que otros factores, como el sueño o la ansiedad, pueden aumentar la percepción de dolor.
Es por eso que Waxman considera la nueva aprobación de la suzetrigina como un hito que espera le abra las puertas a nuevas maneras de combatir el dolor.
“El trabajo está en su infancia. No veremos su madurez sino en 10 o 15 años, pero creo realmente que tendremos terapias para el dolor personalizadas e individualizadas, basada en el genoma, en algún punto de los próximos 10 o 15 años”.
La llegada de la suzetrigina, y de los medicamentos que puedan aparecer luego de su aprobación en EE.UU., puede ser también un mecanismo para reducir la exposición de personas sanas a los opioides en situaciones médicas.
Esto debido a su inmenso potencial adictivo: según datos del Hospital General de Massachussetts, entre el 9 y el 13 por ciento de los pacientes que usan analgésicos opioides después de una cirugía terminan generando un consumo crónico.
Es una cifra alarmante, teniendo en cuenta que solo entre septiembre de 2023 y agosto de 2024, EE.UU. reportó casi 58.000 muertes por sobredosis de opioides, a pesar de inmensos recursos y programas para reducir el impacto de este tipo de sustancias en las comunidades.
Dentro de las políticas del gobierno de Donald Trump, el mandatario ha usado el aumento de aranceles como un instrumento para presionar tanto a China como a México y Canadá para que aumenten sus esfuerzos para impedir el ingreso del opioide sintético fentanilo a EE.UU.
Pero los expertos concuerdan en que nuevos tipos de medicamentos como la suzetrigina deben ser parte de una estrategia a largo plazo para evitar el ingreso de pacientes sanos en un mundo del que difícilmente pueden salir.
“La FDA ha apoyado durante mucho tiempo el desarrollo de tratamientos para el dolor sin opioides,” dijo la agencia en su comunicado.
“Como parte del Marco de Prevención de Sobredosis de la FDA, la agencia ha publicado un borrador de orientación destinado a fomentar el desarrollo de analgésicos sin opioides para el dolor agudo y ha otorgado subvenciones para apoyar el desarrollo y la difusión de pautas de práctica clínica para el manejo de afecciones con dolor agudo”, agregó.
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