La medicina es un ejercicio esencialmente antropocéntrico y se desentiende del daño que su ejercicio pueda causar a otros seres vivos y a la compleja estructura inanimada del planeta. Cada año, por ejemplo, se estima que se administran 16 000 millones de inyecciones que generan residuos no biodegradables que pueden causar desbalances críticos en los entornos donde son desechados. Por ello, se hace necesaria una revisión ética del papel de la medicina para promover su integración en una corresponsabilidad con el planeta.
El Antropoceno se ha definido como la era en la que la actividad humana es una fuerza con potencial transformador a una escala geológica, y se ha caracterizado por una indiferencia egoísta del ser humano ante el impacto ambiental. Este abuso desmedido de los beneficios que la casa común aporta al ser humano raya en la obscenidad, por lo que Kiza utiliza la palabra “Antropobsceno” para dotarla de una magnitud lexicológica. 1 El entorno ha sido manipulado, explotado y cambiado acelerada y desmesuradamente, hasta el punto en el que la propia existencia humana sobre la tierra está hoy comprometida. Algunos autores más radicales (¿o más realistas?) dirían que la existencia humana está condenada de forma irreversible. Morton, 2 por ejemplo, argumenta que el “fin del mundo” tal como lo conocíamos ya ha sucedido, por causa de “hiperobjetos” como el cambio climático, cuya escala temporal y espacial trasciende la comprensión humana.
El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) ha identificado puntos de no retorno que ya han sido sobrepasados o están cerca de ser alcanzados. Entre ellos, el aumento irreversible del nivel del mar debido al derretimiento de Groenlandia y la Antártida Occidental, la pérdida de biodiversidad en ecosistemas tropicales como el Amazonas y la acidificación de los océanos. La causa: el hipercapitalismo, definido como un uso desmedido, irracional, extractivo y egoísta de recursos. Moore propone que no es la existencia del ser humano la causante de esta transformación destructiva del planeta, sino un sistema capitalista global que explota recursos naturales de manera insostenible para maximizar el crecimiento económico, por lo que más que llamarle Antropoceno, propone que debiera ser llamado “Capitaloceno”, donde el ser humano ha ejercido un sistema de dominación y explotación sin límites.
La práctica médica contemporánea ha mostrado ser un ejercicio de dominación que opera bajo una lógica de control y explotación del entorno. Esto fue puesto particularmente de manifiesto en el contexto de la crisis por la pandemia de COVID-19: la ingente cantidad de plásticos generados durante la pandemia, tanto en entornos clínicos como en la vida cotidiana —como mascarillas, guantes, equipos de protección personal y productos desechables— inundaron el planeta, muchos de ellos sin cumplir una función imprescindible. Según informes ambientales, gran parte de estos materiales no fueron gestionados de forma adecuada, lo que resultó en un aumento significativo de los residuos plásticos en océanos y ecosistemas terrestres. Este fenómeno refleja una desconexión con el planeta, relegando el impacto ambiental a un plano secundario.
La lógica extractivista 3 permea incluso la atención a la salud, priorizando la producción y el consumo masivo de bienes desechables con el fin de disminuir al máximo el dolor. Vivimos en una sociedad intolerante al dolor, que consume recursos de forma irreflexiva, enemistándose incluso con las formas de vida bacterianas bajo la luz aséptica de quirófanos de alta tecnología, usando plásticos estériles de un solo uso y generando cantidades inmanejables de residuos para la atención de algunas cuantas personas. Siguiendo la máxima kantiana del imperativo categórico, no se justifica la destrucción de los sistemas ecológicos que sustentan la vida misma: el ejercicio capitalista de la atención a la salud amenaza, incluso, las más básicas condiciones necesarias para la vida.
Es necesario repensar los fundamentos éticos de nuestras decisiones, no sólo en términos de humanidad, sino también considerando el bienestar del planeta. Nos enfrentamos a lo que resulta incognoscible para el ser humano, ante lo cual sólo puede adoptarse una forma de admiración, asombro y la reverencia frente a lo desconocido y sublime, el thauma (del griego Θαύμα, maravilla o sorpresa). Heidegger 4 sugiere que este thauma es la base para una relación auténtica con el mundo, un mundo que hoy debemos repensar y expandir en su concepción. El asombro ante lo indecible nos conduce a una disposición reverencial, alejándonos de la explotación instrumental del entorno, hacia una actitud de cuidado y respeto (sorge, del alemán, cuidado o preocupación) 5 hacia todo lo que existe. La medicina debe plantearse no como una relación de dominio, sino de asombro y cuidado, reconociendo que hay aspectos del complejo sistema donde interactúa lo vivo y lo inerte, que siempre permanecerán más allá de nuestra capacidad de comprensión.
Michel Serres 6 introdujo la interpretación del término negligencia como una derivación de negación de la unión neg-ligar, refiriéndose a la desconexión entre la humanidad y su entorno. Somos negligentes cuando, con una falta de consideración por los sistemas naturales que sostienen todas las formas de vida, subyugamos la existencia del resto de los seres a una perspectiva egoísta, donde los humanos no se perciben como parte de un sistema planetario vivo, como la que propone Latour, 7 sino que nos situamos como sus dominadores. La medicina debe buscar replantearse para re-ligar a los humanos con su entorno, estableciendo una corresponsabilidad entre la práctica médica y la sostenibilidad ecológica. Al resultado científico y práctico de esta transición sólo el tiempo dirá si podremos seguirle llamando medicina.
* José Israel León Pedroza es médico especialista en Medicina Interna y maestro en ciencias en Inmunología. Es profesor investigador en la Universidad Anáhuac México y ejerce la medicina en el Hospital General de México Dr. Eduardo Liceaga, donde es coordinador de investigación y miembro del Comité de Ética en Investigación. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores y es también profesor de asignatura en la Facultad de Medicina de la UNAM.
Las opiniones publicadas en este blog son responsabilidad exclusiva de sus autores. No expresan una opinión de consenso de los seminarios ni tampoco una posición institucional del PUB-UNAM. Todo comentario, réplica o crítica es bienvenido.
1 Kiza, Borja D. Antropoceno obsceno: sobrevivir a la nueva (i)lógica planetaria. Icaria, 2020.
2 Morton, Timothy. Hiperobjetos: Filosofía y ecología después del fin del mundo. University of Minnesota Press, 2013.
3 Klein, Naomi. This changes everything: capitalism vs. the climate. Simon & Schuster, 2014.
4 Heidegger, Martin. Ser y tiempo. Niemeyer, 1927.
5 En alemán, el término sorge puede traducirse como ejercer un cuidado o tener preocupación sobre algo. En la filosofía de Heidegger, lo utiliza en Ser y tiempo (1927) como un concepto central en su análisis de la existencia (Dasein), la estructura fundamental del ser-en-el-mundo, no de manera aislada, sino intrínsecamente relacionada con el mundo y con los demás. El sorge tiene, por un lado, la connotación del cuidado por las cosas del mundo (besorgen) y, por otro lado, la del cuidado más profundo y existencial hacia su propio ser y hacia el de los otros (fürsorge). Esto implica que nuestra relación con el mundo no es meramente instrumental, sino que está cargada de significado existencial. Además de un reconocimiento de nuestra finitud; es un reconocimiento de nuestra responsabilidad hacia lo que nos rodea y hacia nosotros mismos. Nos llama a relacionarnos con el mundo desde una actitud de respeto, cuidado y consideración, en lugar de explotación y dominio.
6 Serres, Michel. El contrato natural. Pretextos, 1991.
7 Latour, Bruno. Cara a cara con el planeta: Una nueva mirada sobre el cambio climático. Siglo XXI Editores, 2019.
El portavoz del Ministerio de Salud de Gaza le dijo a la agencia Reuters que los ataques han dejado al menos 200 personas muertas.
El ejército de Israel está realizando “amplios ataques” en la Franja de Gaza.
El portavoz del Ministerio de Salud de Gaza le dijo a la agencia Reuters que los ataques han dejado al menos 200 personas muertas.
Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) afirmaron que están atacando lo que denominaron “objetivos terroristas” pertenecientes a Hamás.
Esta es la mayor oleada de ataques aéreos en Gaza desde que comenzó el alto el fuego el 19 de enero.
Las conversaciones para extender el cese al fuego en Gaza no se han concretado en un acuerdo.
Tres casas fueron alcanzadas en Deir al Balah, en el centro de Gaza, un edificio en la Ciudad de Gaza y objetivos en Jan Yunis y Rafah, según informó la agencia Reuters citando a médicos y testigos.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el ministro de Defensa, Israel Katz, ordenaron los ataques la mañana del martes, según un comunicado de la oficina del primer ministro.
“Esto se produce tras la reiterada negativa de Hamás de liberar a nuestros rehenes, así como su rechazo a todas las propuestas recibidas del enviado presidencial estadounidense, Steve Witkoff, y de los mediadores”, declaró.
“Israel, a partir de ahora, actuará contra Hamás con mayor fuerza militar”, añadió.
El plan para los ataques “fue presentado por las Fuerzas de Defensa de Israel durante el fin de semana y aprobado por los líderes políticos”, agregó.
El gobierno del presidente de EE.UU., Donald Trump, fue consultado por Israel antes de llevar a cabo los ataques, según declaró un portavoz de la Casa Blanca a Fox News.
Los negociadores han estado intentando encontrar una salida tras el fin de la primera fase de la tregua temporal el pasado 1 de marzo.
Estados Unidos propuso extender la primera fase hasta mediados de abril, incluyendo un nuevo intercambio de rehenes en poder de Hamás y prisioneros palestinos en poder de Israel.
Sin embargo, un funcionario palestino familiarizado con las conversaciones declaró a la BBC que Israel y Hamás discreparon en aspectos clave del acuerdo establecido por Witkoff en las conversaciones indirectas.
Este último conflicto entre Israel y Hamás comenzó el 7 de octubre de 2023, cuando tras un ataque de Hamás murieron 1.200 personas en el sur de Israel, en su mayoría civiles, y 251 fueron capturadas como rehenes.
El ataque desencadenó una ofensiva militar israelí que desde entonces ha causado la muerte de más de 48 mil 520 personas, la mayoría civiles, según cifras del Ministerio de Salud, utilizadas por la ONU y otros organismos.
La mayor parte de los 2.1 millones de habitantes de Gaza ha sido desplazada en múltiples ocasiones.
Se estima que el 70 % de los edificios han sido dañados o destruidos, los sistemas de atención sanitaria, agua y saneamiento han colapsado y hay escasez de alimentos, combustible, medicamentos y refugio.
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