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Maternidad en guardia: la doble explotación de las médicas residentes en México
Una vida examinada: reflexiones bioéticas
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El Programa Universitario de Bioética (UNAM) desarrolla investigaciones interdisciplinarias, docencia y difusión que promuevan la... Continuar Leyendo
8 minutos de lectura

Maternidad en guardia: la doble explotación de las médicas residentes en México

El desafío no es humanizar un régimen inhumano, sino desmontar la estructura que convierte la maternidad en un recurso gratuito para el capital y el Estado.
10 de diciembre, 2025
Por: Sofía Teresa Díaz Torres

La residencia médica no se detiene frente a un embarazo. Cuando ambas experiencias coinciden, ocurre lo que el feminismo marxista ha nombrado desde hace décadas como la doble explotación. No se trata sólo de una metáfora, sino de un mecanismo material mediante el cual el capital y el Estado obtienen beneficios de manera simultánea; por un lado, la plusvalía del trabajo asalariado disfrazado de formación; por el otro, el fruto del trabajo reproductivo —gestar, parir, criar— que sostiene la continuidad social sin recibir remuneración ni condiciones dignas.

Autoras como Silvia Federici, 1 Angela Davis, 2 y más recientemente Tithi Bhattacharya, 3 han mostrado que el embarazo y la crianza no son “experiencias privadas”, sino procesos centrales de la reproducción social. La mujer residente encarna así, al menos, dos trabajos: el asalariado y el reproductivo, articulados en un régimen que exprime su cuerpo y tiempo hasta el agotamiento. El hospital se beneficia de su fuerza de trabajo flexible; la sociedad recibe un nuevo ciudadano y futura fuerza laboral, pero ninguna institución cubre los costos materiales ni emocionales de esa doble jornada.

Quiero detenerme en un caso cercano que ilumina con nitidez esta situación. La entrevistada fue una amiga de la preparatoria: compartimos aulas, amistades y un tramo formativo de la vida, pero después nuestros caminos se bifurcaron. Ella estudió medicina en otra institución y seguimos nuestros recorridos de manera fragmentaria, a la distancia, a través de lo que ambas publicamos en redes sociales. Ella había terminado la residencia cuando conversamos y su hija tenía poco más de un año. Esa cercanía nos permitió un diálogo en confianza, pero también marcó lo que podía contarse y lo que quedaba en silencio. No fue, por tanto, una entrevista neutral: como recuerda Haraway, 4 el conocimiento es siempre situado. Mi escucha, mediada por nuestra historia compartida, está inscrita en lo que aquí narro.

Ella relató jornadas que comenzaban antes del amanecer y se extendían hasta la tarde, seguidas de guardias hospitalarias de toda la noche. Al mismo tiempo, debía sostener su embarazo con desplazamientos físicos y cuidados médicos. En sus propias palabras: “me sentí como una adolescente que se embaraza sin haber terminado la escuela”. Esa metáfora muestra cómo el régimen hospitalario inscribe la maternidad en un registro moralizante y disciplinario, donde ser madre es irresponsable porque interrumpe la disponibilidad total del cuerpo al capital médico.

En México los marcos normativos reconocen ciertos derechos —licencias de maternidad, espacios de lactancia, guarderías—, pero en la práctica funcionan más como dispositivos performativos que como garantías efectivas. Nancy Fraser 5 ha señalado que los Estados neoliberales producen “derechos de papel”: medidas que aparentan proteger mientras legitiman la explotación y trasladan los costos del cuidado a las familias. ¿De qué sirve una hora de lactancia si la jornada es de 36 horas? ¿Qué valor tiene una licencia si, aun en el posparto, se exige conectarse a clases y presentar exámenes? Mi amiga relató que dedicaba alrededor de cinco horas diarias a la residencia, incluso a distancia, aun cuando su cuerpo seguía en recuperación. Desde mi interpretación, el lenguaje de la concesión —“me dejaron salir una hora antes”— muestra cómo los derechos se experimentan como favores otorgados, no como garantías exigibles. En este sentido, los derechos de papel cumplen una función clara: legitimar el orden hospitalario mientras preservan intacta la lógica de la explotación.

Aquí dialogan los aportes de distintas corrientes feministas. Martha Lamas 6 advierte que, sin perspectiva de género, las instituciones reproducen desigualdades al no reconocer la maternidad como parte de la ciudadanía laboral. Jacqui True 7 subraya que la igualdad debe institucionalizarse transversalmente, y no quedarse en medidas aisladas. Orloff y Palier, 8 desde la economía política comparada, muestran que en regímenes familistas como el mexicano, los costos de la reproducción recaen en las familias y, dentro de ellas, en las mujeres.

El testimonio confirma este diagnóstico: la red de apoyo de la residente fue, sobre todo, femenina —madre, abuela, compañeras—. Su esposo también estuvo presente y ofreció acompañamiento constante, pero quedó institucionalmente relegado: la ley sólo le reconoció cinco días de licencia de paternidad, sin ningún otro respaldo que hiciera posible una corresponsabilidad real. Esa restricción no es anecdótica: expresa un régimen laboral que naturaliza la maternidad como tarea exclusiva de las mujeres y expulsa a los padres de cualquier papel efectivo en el cuidado. La abuela, por su parte, tampoco recibió apoyos ni recursos, cargando con responsabilidades a costa de su propio tiempo y esfuerzo. Las compañeras residentes se solidarizaron con gestos concretos —como dejarla dormir durante las guardias—, pero esa red de apoyo, aunque indispensable, resulta precaria e insuficiente. El hospital y el Estado descansan en esa “buena voluntad” femenina para sostener lo insostenible: un régimen que externaliza los cuidados explota la solidaridad entre mujeres y se exime de garantizar derechos colectivos.

Así, la residencia sigue siendo un espacio que premia promedios y disponibilidad absoluta, mientras niega el reconocimiento de las desigualdades estructurales y de la interseccionalidad que atraviesa a las mujeres-madres en la formación médica. No existe una “mujer universal”: 9, 10 clase, racialización, origen regional o condición migratoria configuran experiencias radicalmente distintas. Una residente proveniente de sectores medios urbanos, con familia médica y redes de apoyo estables, puede amortiguar parcialmente las exigencias institucionales. En contraste, una residente indígena, afrodescendiente o de origen rural enfrenta mayores barreras: discriminación implícita, menor acceso a recursos materiales y redes de cuidado más frágiles. 11 De igual forma, la maternidad de una residente sin pareja estable o con pareja también precarizada genera cargas diferenciadas. Estas dimensiones cruzadas intensifican la vulnerabilidad: no sólo es la mujer-madre en el hospital, sino la mujer-madre racializada, de clase trabajadora o migrante, la que encarna en su cuerpo el peso completo de la reproducción social externalizada.

Así, el familismo del régimen mexicano no sólo traslada los costos de la reproducción a las familias: reproduce jerarquías dentro de las mujeres mismas. Mientras unas logran sostenerse con apoyo doméstico o intergeneracional, otras quedan atrapadas en una espiral de explotación múltiple, donde la maternidad en la residencia se convierte en un campo de lucha marcado por desigualdades históricas y estructurales.

La residencia médica mexicana, medida en horas sin dormir, no sólo castiga la maternidad: la integra como un mecanismo de disciplinamiento estructural. El temor de una residente al comunicar su embarazo —“¿cómo le iba a decir a mi coordinadora que estaba embarazada?”— es síntoma de un sistema que naturaliza la disponibilidad absoluta del cuerpo médico, negando la legitimidad de la maternidad dentro de la formación profesional.

¿Qué hacer?

  • Nombrar a las médicas residentes como trabajadoras plenas: no becarias, sino sujetos de derechos laborales, con salario, seguridad social y condiciones de reproducción de la vida.
  • Desnaturalizar el régimen hospitalario: la explotación no se resuelve sólo con guarderías o lactarios, sino cuestionando la organización misma de las guardias y la lógica productivista que las sostiene.
  • Desfamiliarizar la reproducción social: el cuidado no puede seguir externalizado a las familias y, dentro de ellas, a las mujeres; debe reconocerse como responsabilidad colectiva del Estado y de las instituciones de salud.
  • Radicalizar el horizonte: no basta con “mejorar” las residencias; un feminismo marxista debe plantear la transformación estructural de un sistema médico que, al tiempo que cura, produce cuerpos exhaustos y vidas sacrificadas.
  • Cuestionar desde la bioética el impacto de las estructuras laborales y reproductivas en la dignidad, autonomía y salud del personal de salud, analizando cómo estas estructuras perpetúan la explotación y alienación del trabajo reproductivo dentro del sistema capitalista.

Conclusión

El feminismo marxista permite nombrar esta paradoja: la sociedad obtiene dos beneficios —una médica especialista y una nueva ciudadana— mientras la residente paga los costos sola. Pero ya no pienso en teorías: pienso en mi amiga, en sus jornadas interminables, en su miedo y en el hospital que la formó. Su relato muestra que la doble explotación no es un accidente coyuntural, es el sostén de la productividad hospitalaria y comunitaria. Por lo tanto, el desafío no es humanizar un régimen inhumano, sino desmontar la estructura que convierte a la maternidad en un recurso gratuito para el capital y el Estado.

* Sofía Teresa Díaz Torres es médica cirujana y maestra en bioética por el Instituto Politécnico Nacional. Sus investigaciones se centran en la mejora de las condiciones laborales del personal de salud y la justicia en el acceso a la salud. Actualmente es residente de investigación en el Centro Médico ABC y estudiante del Doctorado en Bioética de la UNAM.

 

Las opiniones publicadas en este blog son responsabilidad únicamente de sus autores. No expresan una opinión de consenso de los seminarios ni tampoco una posición institucional del PUB-UNAM. Todo comentario, réplica o crítica es bienvenido.

 

 

1 Silvia Federici, Revolution at point zero: Housework, reproduction, and feminist struggle (PM Press, 2013).

2 Angela Yvonne Davis, Women, race & class (Vintage, 1981).

3 Tithi Bhattacharya, ed., Social Reproduction Theory: Remapping Class, Recentering Oppression (Pluto Press, 2017).

4 Donna Haraway, “Situated Knowledges: The Science Question in Feminism and the Privilege of Partial Perspective”, en Feminist Studies 14, núm. 3 (1988): 575-99. https://doi.org/10.2307/3178066

5 Nancy Fraser, “Contradictions of capital and care”, en New Left Review 100 (2016): 99-117.

6 Marta Lamas, comp., El género: La construcción cultural de la diferencia sexual (Miguel Ángel Porrúa / PUEG-UNAM, 1996).

7 Jacqui True, Gender, Globalization, and Postsocialism. The Czech Republic After Communism (Columbia University Press, 2003).

8 Ann Shola Orloff y Bruno Palier, “The Power of Gender Perspectives: Feminist Influence on Policy Paradigms, Social Science, and Social Politics”, en Social Politics: International Studies in Gender, State & Society 16, núm. 4 (2009): 405-12.

10 Patricia Hill Collins, Black Feminist Thought: Knowledge, Consciousness, and the Politics of Empowerment (Routledge, 2000).

11 María Lugones, “The Coloniality of Gender”, en Worlds & Knowledges Otherwise 2, núm. 2 (2008) 1-17.

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El gobierno de Trump paraliza los procesos de residencia y ciudadanía para migrantes de Venezuela, Cuba, Haití y otros 16 países
3 minutos de lectura

La medida de paralización de los procesos migratorios afecta a las personas provenientes de 19 países no europeos.

03 de diciembre, 2025
Por: BBC News Mundo
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El gobierno de Donald Trump anunció este martes la suspensión de las solicitudes de inmigración presentadas por ciudadanos de Venezuela, Cuba, Haití y otros 16 países no europeos, a los que les había restringido la posibilidad de viajar a Estados Unidos a principios de este año.

La decisión paraliza las solicitudes de residencia y ciudadanía pendientes de las personas procedentes de ese grupo de países y exige que todos los inmigrantes procedentes de esos estados “se sometan a un proceso de revisión exhaustiva”.

Además de los países latinoamericanos mencionados, la lista afecta a los ciudadanos de Afganistán, Burundi, Chad, Eritrea, Guinea Ecuatorial, Irán, Laos, Libia, Myanmar, República del Congo, Somalia, Sudán, Yemen, Sierra Leona, Togo y Turkmenistán.

La medida fue formalizada a través de un memorando del Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos en el que se anuncia un proceso exhaustivo de reevaluación, para analizar a fondo “las amenazas a la seguridad nacional y pública, así como cualquier otro motivo de inadmisibilidad o inelegibilidad”.

El texto oficial que detalla la nueva política hace referencia al ataque armado ocurrido la semana pasada en Washington D.C. contra dos miembros de la Guardia Nacional, uno de los cuales falleció.

Por ese ataque fue detenido como sospechoso Rahmanullah Lakanwal, un hombre afgano que había colaborado con las fuerzas estadounidenses en Kabul y que entró a EE.UU. en 2021, beneficiado por un programa que otorgó protección especial a los migrantes de ese país, tras la retirada de los militares de EE.UU. de ese país.

La oleada de restricciones ocurridas tras el ataque a los miembros de la Guardia Nacional sugiere un enfoque creciente del gobierno de Trump sobre la inmigración legal, enmarcado en la protección de la seguridad nacional.

Desde que volvió a la presidencia en enero, Trump firmó una orden ejecutiva en la que busca “proteger a los ciudadanos estadounidenses de extranjeros que puedan intentar cometer actos terroristas, representar amenazas a la seguridad nacional, promover ideologías de odio o explotar las leyes de inmigración con fines maliciosos”.

En ese contexto, Trump ha ordenado enviar a decenas de agentes federales a las principales ciudades de Estados Unidos para detener migrantes indocumentados y concretar deportaciones.

BBC

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