
El activista Ángel Kú presentó una queja en la Comisión Estatal de Derechos Humanos, por violaciones en la acusación del periodista veracruzano de terrorismo, Rafael “Lafita” León Segovia.
En un comunicado, expuso que León Segovia “llamó las cosas por su nombre” y dijo que acusar a un periodista de terrorismo “es un acto extremo, desproporcionado y profundamente peligroso para cualquier democracia”.
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“Mientras el gobierno federal niega reiteradamente que exista terrorismo en México, incluso frente a hechos de violencia extrema como coches bomba y ataques armados, en Veracruz sí se utiliza esta figura penal máxima contra un comunicador. Esta contradicción no es jurídica, es política, y revela un uso selectivo del derecho penal para intimidar”, manifestó.
Kú señaló que no presentó la queja para defender a “Lafita” en lo individual, sino como un ciudadano y receptor del derecho a la información.

“Cuando el Estado criminaliza al periodismo no solo persigue a un periodista: intenta disciplinar a todo el gremio y restringe el derecho colectivo de la sociedad a saber”, destacó.
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Recordó que la organización Artículo 19 señaló que Veracruz se posicionó como la entidad con más procesos de acoso judicial contra periodistas en todo el país, con diez casos documentados.
“Artículo 19 ha advertido, además, una tendencia sostenida de judicialización del ejercicio periodístico en la entidad. En ese contexto, imputar el delito de terrorismo a un periodista puede entenderse como parte de un patrón de criminalización que debe ser investigado y frenado”, señaló.
El activista exigió en varios puntos una investigación y un análisis del uso del delito de terrorismo.
-Que se investigue la actuación de las autoridades estatales involucradas.
Que se analice el uso del delito de terrorismo contra un periodista bajo estándares constitucionales e interamericanos.
-Que se emita un pronunciamiento público claro, no evasivo.

– Que se recomienden medidas de no repetición para impedir que el derecho penal sea utilizado como herramienta de intimidación política contra la prensa.
“Defender la libertad de expresión implica poner límites al poder, no administrarle excusas. Hoy se acusa a un periodista de terrorismo en Veracruz. Si esto se normaliza, mañana cualquier voz incómoda puede ser la siguiente”, añadió.
La Fiscalía General del Estado de Veracruz (FGE) imputó al periodista Rafel “Lafita” León Segovia el cargo de terrorismo, encubrimiento por favorecimiento y delitos contra las instituciones de seguridad pública.
En un comunicado, informó que la audiencia inicial en contra del periodista será el próximo martes 30 de diciembre a las 7:00 horas.
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“Se informa que esta Fiscalía el día de hoy fue notificada que el imputado se acogió a la duplicidad del término constitucional, por lo que la continuación de la audiencia inicial se llevará a cabo el 30 de diciembre de 2025, a las 07:00 horas”, señaló la dependencia.
Por su parte la organización Artículo 19 exigió cesar de inmediato la criminalización de la labor periodística de Rafael León Segovia y abstenerse de imputar delitos graves a partir de hechos directamente vinculados con su ejercicio informativo.
“Actuar con imparcialidad, independencia y apego estricto al principio de legalidad, evitando el uso del derecho penal como mecanismo de represalia o censura”, exigió la organización.
En un comunicado, pidió que se garantice el respeto pleno al debido proceso, presunción de inocencia y derecho a una defensa adecuada.

Un experto en historia del arte analiza algunas de las fotografías más llamativas del año.
La conmovedora imagen de una pagoda parcialmente destruida en Mandalay, Myanmar, que sufrió un devastador terremoto de magnitud 7,7 el 28 de marzo, muestra la cabeza caída de una enorme estatua budista. El terremoto, que causó la muerte de más de 3.000 personas, se sintió incluso en China, India, Vietnam y Tailandia.
El impactante contraste de escala entre la arquitectura tambaleante que atrae nuestra mirada y la colosal estatua derrumbada –que bloquea las vías de escape en la parte de atrás– resulta particularmente impactante. La destrucción causada por el sismo no será olvidada fácilmente por quienes sobrevivieron a ella.
Aunque el pintor portugués,João Glama Ströberle, logró escapar de la iglesia donde asistía a misa cuando ocurrió el terremoto de Lisboa de 1755, nunca se libró de la devastación. Pasaría las siguientes tres décadas (1756-1792) planificando y pintando un elaborado cuadro que representaba el sufrimiento y los daños causados por el terremoto.
Ni completamente dentro del mar ni fuera de él, el casco oxidado del crucero abandonado MS Mediterranean Sky –que volcó en el golfo de Elefsina, al oeste de Atenas, en 2003– fue fotografiado en agosto en su estado perpetuo semisumergido. Durante más de 20 años, el buque ha permanecido medio hundido, deteriorándose lentamente, hasta caer en el olvido.
Capturado de perfil, contra un lienzo ondulante de cobalto líquido, el barco parece tambalearse entre los elementos, o incluso entre diferentes estados de existencia. Su estado inmóvil evoca el viaje petrificado de una antigua talla fenicia de un barco que adornaba un sarcófago del siglo II, transportando pasajeros eternamente entre mundos.
La foto de los monjes orando bajo la inmensa cúpula dorada de Wat Phra Dhammakaya, durante la ceremonia anual de Makha Bucha en febrero pasado, es impresionante por su brillo etéreo. Son decenas de monjes y devotos, muchos de ellos con faroles a sus costados, reunidos para conmemorar la primera gran enseñanza de Buda.
Su resplandor irreal evoca los contornos de un manuscrito birmano del siglo XIX, que representa el primer sermón de Buda en el Parque de los Ciervos, donde monjes y animales se congregan alrededor de su figura resplandeciente. Ambas imágenes capturan la devoción de comunidades decididas a honrarlo y a ser transformadas por su enseñanza.
La imagen de una rata gigante de papel maché que estalla en papeles de colores, flotando por el Gran Canal de Venecia, durante el desfile acuático que tradicionalmente inaugura el carnaval de febrero, es una explosión de color vibrante.
El roedor convertido en espectáculo, la “Pantegana” (rata) flotante, emerge de manera imaginativa de las cloacas de la ciudad como un emblema del costado cómico de Venecia.
Desprendiendo estallidos de color, la rata ofrece un contraste grotescamente brillante con el velo elegantemente luminoso que envuelve Venecia en innumerables pinturas, como la “Entrada al Gran Canal” de Paul Signac, de 1905, un representante del neoimpresionismo.
En ambas imágenes, Venecia se disuelve en un mosaico de luz pixelada.
La imagen de una refugiada congoleña, sentada en un columpio en un centro de tránsito cerca de Buganda en mayo, irradia una alegría que trasciende las incomodidades materiales que la rodean: la lluvia incesante, la estructura de acero oxidada de los juegos infantiles abandonados y el asiento roto que cuelga a su lado.
Esta mujer es una de las más de 70.000 personas que han cruzado a Burundi desde enero y demuestra una fortaleza de espíritu que desafía sus difíciles circunstancias. Si se coloca la fotografía junto a la famosa pintura “El Columpio” (1767), del artista rococó francés Jean-Honoré Fragonard, se despoja a la obra de su frivolidad cortesana, recuperando el columpio como un símbolo atemporal de alegría y paz interior, suspendido fuera del espacio y del tiempo.
Con la cara cubierta una sustancia aceitosa, una activista del grupo de acción directa Fossil Free London se ubicó frente a las oficinas de la compañía energética Shell en mayo pasado.
La venta por parte de Shell de sus activos petroleros terrestres en Nigeria —una medida que, según los manifestantes, permite a la empresa eludir su responsabilidad por los accidentes en el delta del Níger— fue el motivo de la protesta, mientras que la compañía niega haber actuado de forma incorrecta.
La pose con los ojos vendados recuerda a la pintura “Esperanza”, de George Frederic Watts, de 1886, en la que una mujer con los ojos cubiertos se sienta sobre un globo terráqueo oscuro mientras toca una lira melancólica.
La imagen de dos alumnas de ballet de 5 años, Philasande Ngcobo y Yamihle Gwababa, posando en julio en la academia de danza en Tembisa, Sudáfrica, es conmovedora e impactante.
El marcado contraste entre la tierra reseca, las sombras definidas y los delicados vestidos evoca las rigurosas y angulares estéticas de las innumerables escenas de bailarinas ensayando pintadas por Degas.
Manteniendo la mirada fija en la expresividad gestual de sus bailarinas, Degas a menudo abstraía los estudios de danza en amplias zonas de color uniforme, dotando a sus pinturas, al igual que la fotografía tomada a las afueras de Johannesburgo, de una dimensión atemporal.
Una serie de imágenes desgarradoras de niños demacrados en los brazos de sus madres en la Ciudad de Gaza en julio, conmocionaron al mundo. BBC News informó que, según la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA), uno de cada cinco niños en la Ciudad de Gaza padecía desnutrición.
La publicación de esta imagen desató la controversia debido a que el niño retratado en la fotografía también sufría problemas de salud preexistentes.
Si bien existen innumerables imágenes en la historia del arte de madres consolando a sus hijos enfermos, desde “El niño enfermo” de Gabriël Metsu, de 1665, hasta “Los desamparados”, un dibujo a pastel y carboncillo de Pablo Picasso de 1903, fotografías como las capturadas en Gaza no tienen punto de comparación con la pintura ni la escultura.
Ninguna representación visual del sufrimiento o la compasión, por muy talentoso o aclamado que sea el artista, puede capturar adecuadamente la magnitud de la angustia que documentan estas recientes fotografías.
Una imagen extraordinaria capturada por el astrofotógrafo Andrew McCarthy, en la que se ve a su amigo practicando paracaidismo —silueteado contra una fotografía de gran detalle del Sol matutino en Arizona el 8 de noviembre—, cautivó la imaginación del mundo.
No había margen de error, ya que cada aspecto de la cuidadosamente planificada acrobacia tenía que salir a la perfección: una sincronización precisa de la elevación solar, el momento exacto y la caída libre. Rápidamente bautizada como “La caída de Ícaro”, en referencia al mito griego del joven cuyas alas se derritieron al volar demasiado cerca del Sol, la fotografía reaviva una larga tradición en la historia del arte, desde Pieter Bruegel el Viejo en el siglo XVI hasta Henri Matisse en el siglo XX, de representar la trágica caída del joven que se atrevió a ir demasiado lejos.
La imagen de un manifestante en Estambul, ataviado con la vestimenta tradicional de los derviches —asociada habitualmente con el misticismo sufí—, enfrentándose a un batallón de policías fuertemente equipados que utilizaban gas pimienta, se hizo viral en marzo.
Los disturbios políticos generalizados, los más intensos en más de una década en Turquía, se desencadenaron por el arresto y encarcelamiento del alcalde de Estambul, una figura considerada por muchos como rival del presidente Erdogan.
La yuxtaposición visual de un individuo aparentemente estoico e inmóvil, vinculado a la práctica espiritual no violenta de la danza de los derviches, y las fuerzas del orden armadas resulta impactante. El distintivo sombrero alto de los derviches y las túnicas largas y superpuestas, ambas ricas en simbolismo de muerte y renacimiento, elevaron la imagen de una protesta callejera común a algo mítico.
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