Desde cualquier punto de la costera Miguel Alemán se observan cerros secos y pelones. Parecen parte del paisaje árido del norte del país, nada que ver con el ambiente tropical del puerto, de ello, sólo queda el calor, pero este calor tampoco es normal, todo porque los fuertes vientos del huracán Otis arrasaron con el 90 y 95 por ciento, aproximadamente, de la cobertura vegetal que había en el territorio, de acuerdo con los cálculos de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales del estado de Guerrero (Semaren).
La destrucción vegetal por el paso del huracán ha tenido repercusiones inmediatas en Acapulco, la elevación de entre tres y cuatro grados centígrados de la temperatura –de acuerdo con el monitoreo que hacen, en medio de dificultades en el servicio de internet, la única estación meteorológica que funciona en Acapulco y que reportan a investigadores y autoridades– y el incremento en la sensación térmica.
Las temperaturas que reporta la Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil en los últimos días rebasa los 30 grados. El jueves pasado la temperatura máxima fue de 32.5 grados, para el martes fue de 33.5, y este miércoles, después de una madrugada con lluvia, fue de 32.5 grados.
Tampoco son las temperaturas más altas en el estado. El problema es la sensación térmica porque no existen los reguladores naturales, es decir, los árboles.
“La capa forestal, la copa de los árboles, todo lo que es la cobertura forestal nos protege de la incidencia directa de los rayos solares, y al no estar esa capa van directamente al suelo, a la tierra, al cemento, y eso hace que se caliente un poco más la parte baja de la atmósfera, donde nosotros habitamos como seres humanos”, comentó el titular de la Semaren, Ángel Almazán Juárez, en entrevista.
Es común que en las pláticas con habitantes de Acapulco el tema sea el calor intenso que perciben, que fue más duro en los días inmediatos al huracán, porque, además, el municipio se quedó sin energía eléctrica para la ventilación artificial.
El meteorólogo Roel Ayala Mata expuso también que la pérdida de la cobertura vegetal generó de manera inmediata una elevación de la temperatura y de la sensación de calor que, aclaró, ya era alta por el crecimiento de la mancha urbana y los cambios de uso de suelo en el puerto, como ocurrió en la zona diamante.
A eso se suma que “hay mucho material que, además, está incrementando la absorción de radiación solar de onda corta e irradiando mayor cantidad de onda larga, por eso la sensación de calor se ha incrementado” y “la temperatura del agua oceánica está variando entre 29 y 30 grados Celsius”, lo que favorece la evaporación del agua, o sea, la humedad, la lluvia.
Entonces, el mayor de los riesgos después del huracán es el sanitario, porque hay una contingencia por la basura y la materia orgánica en descomposición en las calles. “Lluvia, calor y material orgánico en descomposición es una bomba y no de tiempo, ya prácticamente está explotando”.
La madrugada de este miércoles llovió en el puerto, aunque la temporada de lluvias ya pasó.
En la primera consulta sobre los daños con el titular de la Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil, el académico Roberto Arroyo Matus advertía que el mayor problema dentro de toda la devastación era a la vegetación, quizá por el tiempo que llevará recuperarla.
La Semaren maneja la pérdida vegetal por estimaciones porque, de acuerdo con Almazán Juárez, no están en posibilidades de hacer una cuantificación puntual ante la imposibilidad de un inventario de las especies arbóreas y arbustivas que había en Acapulco.
En lo que sí avanzan, comentó, es en el plan de producción de planta y reforestación que, junto a otras áreas de gobierno federales, trazaron en tres etapas anuales a partir de 2024 para las áreas devastadas por Otis en Acapulco y Coyuca de Benítez. Para estas fechas continúan en la ubicación de los polígonos más afectados.
El proceso es lento, porque para ver los primeros árboles plantados y palmeras un tanto crecidas en Acapulco se necesitan cinco años después de la reforestación. “Nosotros estamos tratando de abocarnos en primera instancia a las plantas, a las especies de rápido crecimiento para que se empiecen a cubrir las áreas desnudas”, comentó Almazán Juárez.
Dijo que para 2024 tienen proyectado, primero, producir 2 millones de plantas, sobre todo en el vivero estatal, ubicado en la colonia la Cinca, en Chilpancingo, para iniciar la reforestación. Estarán concentrados en producir en particular 12 especies tropicales y nativas de esta parte costera, como la parota, caobilla, roble rosa y palmas.
La primera remesa de plantas, aclaró, saldría hasta la siguiente temporada de lluvias. Un millón y medio sería para Acapulco y Coyuca de Benítez, y el resto para los otros municipios de Guerrero.
Entre las especies de rápido crecimiento, que comenzarían a sobresalir en unos cinco años, son las palmeras.
Como en toda las zonas costeras, las palmeras destacan en los territorios e imprimen el ambiente tropical. Después de Otis, Acapulco quedó sin ellas, ya ni siquiera están en el camellón de la costera Miguel Alemán ni en otras áreas urbanas y turísticas.
El Parque Papagayo, ubicado en la zona dorada del puerto, considerado también como un espacio recreativo natural del área turística, es el ejemplo más evidente de la pérdida natural, porque todos los árboles y palmeras que definían su apariencia están vencidos.
El menoscabo de la vegetación se aprecia y se siente desde cualquier sitio del puerto.
El meteorólogo consultado asoció de una manera importante el riesgo sanitario con los efectos que genera la pérdida de la vegetación. “Lo importante ahorita es sacar todo el material. Todo, a como dé lugar”, mencionó.
“El riesgo que ya está ahorita y se va a incrementar es por supuesto la condición sanitaria”. En particular, porque el pronóstico preliminar estacional para la temporada otoño-invierno que él mismo diseñó sugieren precaución por precipitaciones y humedad.
La humedad no es conveniente por toda la basura que sigue acumulada en las calles de la ciudad. La prioridad de las autoridades municipales y estatales son las áreas turísticas, como la costera Miguel Alemán, donde ya hay menos basura que la semana pasada, pero el resto del puerto tiene otra apariencia, por los cerros de desechos mezclados con materia orgánica.
La cantidad de basura en Acapulco es un problema mayor después del huracán. Unos 400 vehículos recolectores llevan a diario hasta el relleno sanitario, ubicado en Paso Texca, entre 6,000 y 7,000 toneladas de basura, de acuerdo con la encargada del tiradero, Graciela Gómez.
Además de que sólo funciona una celda de las tres que hay en el relleno sanitario. La funcionaria municipal calculó desde la semana pasada que, por la cantidad de basura recogida, el tiradero tenía capacidad para unos dos meses más.
En el relleno sanitario se observó el tráfico que generan los camiones pesados con basura que nunca dejan de entrar y salir.
El plan de los gobiernos, incluido el municipal que encabeza la alcaldesa Abelina López Rodríguez, compartió Gómez, es abrir una celda emergente en un terreno adjunto de unas 100 hectáreas.
Pero todavía es un plan y, además, muchas calles de la ciudad siguen atascadas de basura.
Así como el huracán Otis destruyó la casa de muchos humanos, lo hizo con la de los animales, al derribar la mayoría de árboles. La consecuencia de esto fue que muchas especies de la fauna emigraran o murieran.
El titular de la Semaren reportó que con los vientos de manera principal murieron aves, sin que esto signifique la extinción de alguna especie. “Mucha de la fauna, sobre todo aves, murieron, fueron arrastradas por los vientos fuertes del huracán. Algunos otros mamíferos o animales pequeños, reptiles, se esconden entre el suelo o en madrigueras, pero sí algunos mamíferos como ardillas, tejones, mapaches, los hemos encontrado muertos”. Resaltó que principalmente las aves fueron afectadas porque pernoctan entre las ramas y hojas de los árboles.
Algunas especies de aves que existen en Guerrero, según el secretario, son correcaminos, zanates, colibríes (diversos), tordos azules, zopilotes, pericos, cotorras, loros, tucaneta, jilgueros.
La única manera de incidir en la recuperación de la fauna, dijo, es con la regeneración de la vegetación para que las especies tengan un lugar de reproducción, anidación y protección para su regeneración natural.
La recuperación vegetal podría notarse, aclaró el secretario antes, hasta en cinco años de arrancar el próximo año, y hasta entonces, las aves volverían a tener sus casas.
Washington acusa a su vecino del sur de violar un acuerdo de larga data de reparto compartido de agua, pero la nación latinoamericana padece de una sequía sin precedentes.
Después de 30 meses consecutivos sin lluvia, los residentes de San Francisco de Conchos en el norteño estado de Chihuahua, México, se reúnen para rezar por la intervención divina.
A las orillas del lago Toronto, un embalse detrás de la presa más importante del estado, llamado La Boquilla, un sacerdote lidera las oraciones de granjeros a caballo y sus familias, parados sobre un suelo rocoso que solía ser parte del lecho del lago antes de que las aguas bajaran a los niveles críticos actuales.
Entre aquellos que rezan con sus cabezas agachadas está Rafael Betance, quien ha monitoreado La Boquilla de manera voluntaria para las autoridades de suministro de agua durante 35 años.
“Todo esto debería estar bajo agua”, expresa, señalando una extensión reseca con rocas blancas expuestas.
“La última vez que la presa estuvo llena y se desbordó un poco fue en 2017”, recuerda Betance. “Desde entonces, ha bajado año tras año”.
“Actualmente estamos a 26,52 metros por debajo del punto máximo del agua, menos de 14% de su capacidad total”.
No sorprende que la comunidad local esté rogando a los cielos por agua. Aún así, pocos esperan que haya una tregua en la devastadora sequía y el sofocante calor de 42 °C.
Ahora, una antigua disputa con el estado de Texas sobre el escaso recurso amenaza con ponerse fea.
Según los términos de un acuerdo de uso compartido de agua de 1944, México debe enviar 430 millones de metros cúbicos de agua al año del río Bravo a EE.UU.
El agua se envía a través de un sistema de canales tributarios a unas presas compartidas que pertenecen a y son operadas por la Comisión Internacional de Límites y Aguas (CILA), que supervisa y regula el uso compartido del agua entre las dos naciones vecinas.
A cambio, EE.UU. envía su propia y mucho más grande asignación (casi 1.850 millones de metros cúbicos al año) del río Colorado para suministrar a las ciudades fronterizas mexicanas de Tijuana y Mexicali.
México está en mora y no ha mantenido sus envíos de agua durante gran parte del siglo XXI.
Tras la presión de los legisladores republicanos en Texas, el gobierno de Trump advirtió a México que podría retener el agua del río Colorado a menos que cumpla con sus obligaciones en virtud del tratado de 81 años de vigencia.
En abril, el presidente estadounidense Donald Trump acusó a México en su cuenta de la red Truth Social de “robar” el agua y amenazó con seguir aumentando la presión a “ARANCELES, e incluso SANCIONES” hasta que México pague a Texas lo que debe.
No obstante, no fijó una fecha límite firme para la posible implementación de tales represalias.
Por su parte, la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, reconoció el déficit de México, pero adoptó un tono más conciliador.
Desde entonces, México ha transferido inicialmente 75 millones de metros cúbicos de agua a EE.UU. a través de la represa compartida, La Amistad, ubicada a lo largo de la frontera, pero eso es solo una fracción de los aproximadamente 1.500 millones de metros cúbicos de la deuda pendiente de México.
La controversia sobre el intercambio transfronterizo de agua puede ser peligrosamente intensa: en septiembre de 2020, dos mexicanos murieron en enfrentamientos con la Guardia Nacional en las compuertas de La Boquilla, mientras agricultores intentaban impedir que el agua se desviara.
En medio de la grave sequía, la opinión predominante en Chihuahua es que “no se puede tomar de lo que no hay”, afirma el experto local Rafael Betance.
Pero eso no ayuda a Brian Jones a regar sus cultivos.
Agricultor de cuarta generación en el Valle del Río Grande, Texas, durante los últimos tres años solo ha podido sembrar la mitad de su finca porque no tiene suficiente agua de riego.
“Hemos estado luchando contra México porque no han cumplido con su parte del acuerdo”, sostiene. “Solo pedimos lo que nos corresponde por derecho según el tratado, nada más”.
Jones también cuestiona la magnitud del problema en Chihuahua. Cree que en octubre de 2022 el estado recibió agua más que suficiente para compartir, pero liberó “exactamente cero” a EE.UU., y acusó a sus vecinos de “acaparar agua y usarla para cultivar para competir” con ellos.
Los agricultores del lado mexicano interpretan el acuerdo de otra manera.
Afirman que solo los obliga a enviar agua al norte cuando México pueda satisfacer sus propias necesidades, y argumentan que la sequía persistente en Chihuahua significa que no hay excedente disponible.
Más allá de la escasez de agua, también existen debates sobre la eficiencia agrícola.
El nogal y la alfalfa son dos de los principales cultivos del Valle del Río Conchos en Chihuahua, y ambos requieren mucho riego: los nogales necesitan un promedio de 250 litros al día.
Tradicionalmente, los agricultores mexicanos simplemente han inundado sus campos con agua del canal de riego.
Al conducir por el valle, enseguida se ven nogales en charcas poco profundas, con el agua fluyendo desde una tubería abierta.
La queja de Texas es obvia: la práctica es un desperdicio y se puede evitar fácilmente con métodos agrícolas más responsables y sostenibles.
Mientras Jaime Ramírez pasea por sus nogales, el exalcalde de San Francisco de Conchos me muestra cómo su moderno sistema de riego garantiza que sus nogales reciban el riego adecuado durante todo el año sin desperdiciar este valioso recurso.
“Con los aspersores, consumimos alrededor de 60% menos que inundando los campos”, asesgura.
El sistema también permite regar los árboles con menos frecuencia, lo cual es especialmente útil cuando el nivel del río Conchos es demasiado bajo para permitir el riego local.
Sin embargo, Ramírez admite que algunos de sus vecinos no son tan conscientes. Como exalcalde local, insta a la comprensión.
Algunos no han adoptado el método de riego por aspersión debido a los costos de instalación, comenta Ramírez.
Ha intentado demostrar a otros agricultores que resulta más económico a largo plazo, ahorrando en energía y agua.
Pero los agricultores de Texas también deben comprender que sus homólogos de Chihuahua se enfrentan a una amenaza existencial, insiste Ramírez.
“Esta es una región desértica y no ha llovido. Si no llueve de nuevo este año, el próximo simplemente no habrá agricultura. Habrá que conservar toda el agua disponible para consumo humano”, advierte.
Muchos en el norte de México creen que el tratado de reparto de agua de 1944 ya no sirve.
Ramírez cree que pudo haber sido adecuado para las condiciones de hace ocho décadas, pero no se ha adaptado a los nuevos tiempos ni ha tenido en cuenta correctamente el crecimiento demográfico ni los estragos del cambio climático.
Al otro lado de la frontera, el agricultor texano Brian Jones sostiene que el acuerdo ha resistido el paso del tiempo y que aún debe respetarse.
“Este tratado se firmó cuando mi abuelo era agricultor. Ha pasado por mi abuelo, mi padre y ahora por mí”, dice.
“Ahora vemos que México no lo cumple. Es muy indignante tener una finca donde solo puedo sembrar la mitad del terreno porque no tengo agua de riego”, agrega.
La postura más firme de Trump ha dado un impulso a los agricultores locales, opina.
Mientras tanto, la sequía no solo ha perjudicado la agricultura en Chihuahua.
Con los niveles del lago Toronto tan bajos, Betance afirma que el agua restante en el embalse se está calentando a una velocidad inusual, lo que podría causar un desastre para la vida marina que sustenta una industria turística otrora próspera.
El pronóstico para el valle no había sido tan desalentador, afirma Betance, desde que él se dedica a registrar cuidadosamente las fluctuaciones del lago.
“Rezar para que llueva es todo lo que nos queda”, reflexiona.
Reporte adicional de Angélica Casas
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