
José Trinidad Baldenegro tenía 11 años cuando se quedó huérfano de padre. Fue en 1986 cuando asesinaron a Julio Baldenegro, indígena rarámuri y gobernador tradicional de Coloradas de la Virgen que se oponía a que despojaran a su comunidad de su bosque y territorio.
Treinta y años después de la muerte de su papá, José Trinidad sufrió el asesinato de su hermano. A Isidro Baldenegro lo mataron en enero de 2017. Años antes, en 2005, había recibió el Premio Goldman —conocido como el Nobel ambientalista— por la defensa de los bosques de su comunidad en la Sierra Tarahumara, en el estado de Chihuahua, al norte de México.
El asesinato del padre y hermano de José Trinidad vislumbró lo que se intensificaría después: en Coloradas de la Virgen defender el bosque y resistirse al despojo se ha convertido en una sentencia de muerte.
El pasado lunes 7 de marzo, el nombre de José Trinidad Baldenegro, de 47 años, se unió a la lista de defensores del bosque y territorio de Coloradas de la Virgen que han sido asesinados. En esa lista, además de los hombres de la familia Baldenegro, también están Víctor Carrillo, a quien mataron en febrero de 2016, y su padre Julián Carrillo Martínez, quien era presidente de bienes comunales cuando lo asesinaron en octubre de 2018.

La mañana del primer lunes de marzo de 2022, cuando iba a rumbo a su milpa, José Trinidad recibió los disparos que lo mataron. Su hija, sus dos nietos y su sobrino escucharon las detonaciones; ellos salieron de su casa con lo que traían puesto. Los hombres que dispararon también le prendieron fuego a su vivienda.
“Creemos que lo mataron porque quieren apoderarse de las tierras”, dice vía telefónica uno de los familiares de José Trinidad que, por seguridad, pide que no se publique su nombre. “Esto lo hemos vivido desde que yo soy yo. Los que se quieren apoderar de la comunidad, siempre eliminan a quien se resiste”.
Las denuncias que por años han hecho los habitantes de esta comunidad de la Sierra Tarahumara no han logrado detener las balas, las amenazas y los desplazamientos.
En la actualidad hay ocho carpetas de investigación por homicidios, varias más por despojo y, por lo menos, 200 personas desplazadas de Coloradas de la Virgen, de acuerdo con datos de Alianza Sierra Madre, organización no gubernamental que acompaña a la comunidad rarámuri y ódami que se forma por pequeñas rancherías dispersas entre las montañas del municipio de Guadalupe y Calvo, en Chihuahua.

Hace tres años, en febrero de 2019, José Trinidad Baldenegro, su esposa e hijos estaban desplazados en Baborigame, Chihuahua. Ahí construyeron una pequeña casa de madera; ahí fue donde hablaron sobre lo que se vivía en Coloradas de la Virgen. Sus palabras, como las de otras personas originarias de esa comunidad, permitieron construir el texto “Sin territorio no somos nada” que se publicó en abril de 2019, como parte del especial Tierra de Resistentes.
La comunidad indígena de Coloradas de la Virgen tiene una larga lucha por el reconocimiento de su territorio. Es una historia que también refleja lo que se vive en otras comunidades de la Sierra Tarahumara.
Desde 1934, los indígenas de Coloradas de la Virgen reclaman al Estado mexicano el reconocimiento de su territorio. Para 1953, cuando ya habían fallecido varios de los primeros pobladores indígenas que impulsaron el reconocimiento de sus tierras, funcionarios de ese entonces registraron como ejido a buena parte de la zona forestal que se encuentra dentro del territorio ancestral de Coloradas de la Virgen. El resto del área quedó como una comunidad agraria.
Quienes hoy están desplazados de Coloradas de la Virgen cuentan que en 1992 se realizó una asamblea para depurar la lista de ejidatarios, porque varios ya habían fallecido. Años después Julián Carrillo y otros habitantes de la comunidad denunciaron que en esa asamblea se presentaron varias irregularidades: en el acta de acuerdos había firmas y huellas digitales de indígenas que, para esas fechas, ya estaban muertos. Así fue como se incluyó a 78 nuevos miembros del ejido, muchos de ellos integrantes de familias de caciques de la zona, a sus trabajadores y a quienes, para entonces, controlaban la siembra de amapola en esa región.

Los conflictos entre nuevos ejidatarios y la comunidad agraria —integrada por indígenas rarámuri y ódamis— se intensificaron en 2007, cuando las autoridades federales entregaron al ejido permisos para aprovechamiento forestal. Fue entonces cuando las autoridades tradicionales de Coloradas de la Virgen, con el acompañamiento de organizaciones civiles, empezaron su lucha legal para cancelar esos permisos. Fue también cuando aumentaron las amenazas, los homicidios y la presencia de grupos armados.
Además de los permisos forestales, el Estado mexicano entregó varias concesiones para la exploración minera en la zona. Una de ellas, otorgada en 2010, se encuentra dentro del territorio que la comunidad agraria de Coloradas de la Virgen reclama como parte de sus tierras ancestrales. Hasta ahora, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador no ha cancelado esas concesiones que se dieron en sexenios pasados.
“Esas personas a las que les dieron esos permisos, esas concesiones, son personas que no tienen nada que ver dentro de esos territorios… Por lo que estaba luchando Isidro, lo que luchaba mi papá y lo que luchaba Julián es para un reconocimiento del territorio”, comentó José Trinidad en febrero de 2019.

En ese febrero, José Trinidad nos llevó al panteón de Baborigame para mostrarnos la tumba de su hermano Isidro. Ahí, con una voz que parecía un susurro, habló de lo difícil que era estar desplazado, estar fuera del territorio: “Allá uno puede sembrar, uno puede criar animales. Fuera de allá no pude hacer nada”.
—¿Para usted qué es el territorio?
—El territorio es para los indígenas el lugar donde pertenecen. La mayoría de la gente de allá no está dispuesta a vivir en otros lugares. Es muy difícil para la gente abandonar esas tierras. Para la gente de allá es muy necesario que no se tale el bosque y que si se hiciera, se hiciera conforme marcan las leyes, en orden, no que se haga una tala así, sin control —decía José Trinidad.
Como su padre, su hermano y otros indígenas que crecieron en una tierra habitada por pinos, José Trinidad hablaba de la importancia del bosque: “La madera (árboles) significa mucho para el territorio, porque es lo que mantiene la estabilidad de las aguas. El agua que cae de las nubes se filtra y ahí dura el agua. De otra manera, cuando se derriba la madera sin responsabilidad se hace un desastre, se quema el bosque. Llegan las aguas y se lleva todo, ya no hay dónde se detenga, dónde se filtre. Se va el agua”.

José Trinidad fue uno de los testigos que participó en el juicio en contra de los asesinos de Julián Carrillo en febrero de 2021. Él decía que “a estas personas que están asesinando deben investigarlas, ver si hay personas atrás y castigarlas. Al no hacerlo así, a cualquier persona que esté defendiendo la comunidad van a querer hacerle lo mismo”.
El familiar de José Trinidad que pide el anonimato menciona que “Trini no era dirigente de la comunidad, pero sí quería defender y quería hacer algo para la comunidad”. Y también pide lo que antes han reclamado varios más: “Que ya agarren a esos hombres, porque además de quitarle la vida a Trini se la han quitado a otras personas”.
La familia de José Trinidad se sumó, una vez más, a las cifras de personas desplazadas de Coloradas de la Virgen y de otras comunidades de la Sierra Tarahumara que se han visto obligadas a dejar su tierra por amenazas de los grupos armados ligados a la producción y tráfico de drogas.

Irma Villanueva, quien estuvo al frente de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas en Chihuahua hasta septiembre de 2021 y hoy forma parte de la organización Transforma A.C., menciona que los primeros episodios de desplazamiento forzado en la Sierra Tarahumara se registraron en 2011 y desde entonces no se han detenido. Uno de los más recientes ocurrió entre agosto y octubre de 2021 cuando alrededor de 100 personas de la zona del Barranco, en el municipio de Guadalupe y Calvo, salieron de sus comunidades por amenazas de grupos criminales.
En el caso de Coloradas de la Virgen, señala, “los homicidios que se han dado en contra de familias que defienden el territorio ha sido una de las causas de desplazamiento. Estos grupos que los atacan buscan despojarlos de su territorio”.
Villanueva reconoce que el problema no se ha atendido a fondo, no se ha visto como un asunto de seguridad. Lo que ha pasado con la familia Baldomero, dice, “es la historia de muchas familias en la Sierra: sus reclamos parece que se los lleva el viento”.

El 11 de marzo de 2022, cuatro días después del asesinato de José Trinidad, la Fiscalía del Distrito Zona Sur del Estado de Chihuahua informó que activó un operativo para esclarecer el homicidio. Además, aseguró que se desplegaron acciones para brindar seguridad, recibir denuncias y brindar atención a los habitantes de la región.
Cuando asesinaron a Julián Carrillo, en 2018, también se habló de operativos y de acciones para brindar seguridad.
En el informe Entre Balas y olvido, publicado en abril de 2019, Amnistía Internacional ya advertía que el Estado mexicano “ha fallado en garantizar un ambiente seguro y propicio para las personas defensoras, en particular, debido a que las medidas no son las adecuadas para el riesgo enfrentado por la comunidad (Coloradas de la Virgen), dado que esta cuenta con baja presencia estatal y una fuerte presencia de grupos del crimen organizado”.
En marzo de 2021, en la sentencia que se emitió por el asesinato de Julián Carrillo y de su hijo Víctor, los jueces también señalaron que el Estado mexicano falló en brindar la protección a los defensores del territorio. Además, señalaron que ahora se tenía la obligación de reparar el daño a las personas desplazadas de Coloradas de la Virgen y garantizar las condiciones para que las familias tuvieran un regreso digno y seguro a su comunidad. El asesinato de José Trinidad muestra que nada de eso ha sucedido.

La abogada Ruth Fierro, del Centro de Derechos Humanos de las Mujeres (Cedehm), organización que acompaña a la comunidad de Coloradas de la Virgen en los procesos legales, explica que aún no está firme la sentencia por el asesinato de Julián Carrillo, ya que el abogado de uno de los acusados presentó una apelación.
Además de que la sentencia aún no se ratifica, Fierro explica que los gobiernos de todos los niveles —estatal y federal— pusieron una especie de pausa en la atención del caso Coloradas de la Virgen: “La impunidad está instalada desde hace mucho en la comunidad. No se ha atendido el problema por la disputa del territorio ni se ha reconocido el territorio ancestral de la comunidad”.
Isela González, de la organización Alianza Sierra Madre, señala que el recién asesinato de José Trinidad muestra que en Coloradas de la Virgen hay una ausencia del Estado. “No existen las condiciones de seguridad para que las familias desplazadas regresen”, señala.

González recordó que, desde 2016, debido a las amenazas que han recibido, personas desplazadas de la comunidad de Coloradas de la Virgen e integrantes de Alianza Sierra madre están bajo el Mecanismo de Protección para Defensores de Derechos Humanos y Periodistas de la Secretaría de Gobernación, pero poco se ha avanzado para cumplir con el plan de protección.
Mongabay Latam solicitó una entrevista al subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, Alejandro Encinas, pero no se tuvo respuesta.
En enero pasado, después de varios meses en los que no se había convocado a ninguna reunión, dependencias estatales y federales realizaron una mesa de seguimiento del mecanismo de protección para el caso de Coloradas de la Virgen. “Nosotros asistimos bajo protesta —dice González— porque sabíamos que no iban a haber funcionarios con capacidad de decisión. El mecanismo solo da medidas reactivas, como un botón de alerta, pero no se atiende el problema estructural. No se atiende la impunidad ni el despojo que padece la gente de Coloradas”.

La organización, nacida en Alemania durante la Primera Guerra Mundial, ha estado en el centro de la atención tras las acusaciones de abuso contra su fundador.
José Antonio Kast, presidente electo de Chile, es un hombre de profundas convicciones religiosas.
Así lo dejó en claro en su primer discurso, apenas se conocieron los resultados de las votaciones del domingo, cuando afirmó: “Nada es posible si no tuviéramos a Dios”.
“Nada ocurre en la vida, para los que somos de fe, que no sea en relación directa con Dios”, prosiguió.
Y a continuación, pidió a su creador que le concediera “humildemente” la “sabiduría, templanza y fortaleza para estar siempre a la altura” del desafío que asumirá el próximo 11 de marzo, cuando releve a Gabriel Boric en el Palacio de La Moneda.
Estas fueron tres de las cinco frases con carga religiosa que el abogado de 59 años pronunció durante la casi hora que habló ante los miles de sus seguidores que se congregaron en Santiago para celebrar su triunfo en las elecciones presidenciales.
Sin embargo, lo anterior no debería sorprender. ¿La razón? El político y varios de sus hermanos se formaron bajo los lineamientos de Schoenstatt, un movimiento católico conservador que tiene presencia en más de 100 países, incluyendo todos los de América Latina.
Los vínculos del mandatario electo con el movimiento comenzaron gracias “a su hermano mayor, Miguel”, aseguró a BBC Mundo el filósofo chileno Álvaro Ramis Olivo. Miguel Kast se unió a Schoenstatt tras conocer a algunos de sus miembros durante su etapa universitaria.
Sin embargo, otras fuentes sostienen que fueron los padres del político, Michael Kast y Olga Rist, quienes tuvieron el primer contacto con Schoenstatt. Ambos eran profundamente religiosos y devotos de la Virgen María, una práctica muy extendida en la Baviera alemana de donde provenían.
Schoenstatt es “un movimiento apostólico de renovación, nacido en el seno de la Iglesia”, con un marcado “carácter mariano”, según se lee en su página web.
“La formación de un hombre y de una comunidad nueva que sirvan a la Iglesia y a la sociedad” constituye el objetivo de la organización, explicó a BBC Mundo el padre Felipe Ríos, coordinador del movimiento en América.
Schoenstatt fue fundado en octubre de 1914, pocos meses después del estallido de la Primera Guerra Mundial, por el sacerdote alemán José Kentenich (1885-1968).
Su nombre proviene de un pueblo ubicado en la zona de Vallendar, a orillas del río Rin, en el actual estado de Renania-Palatinado, al oeste de Alemania y cerca de las fronteras con Luxemburgo y Bélgica.
Kentenich, quien era miembro de la Sociedad del Apostolado Católico -mejor conocida como Padres palotinos-, era profesor en un seminario que la orden tenía en la localidad de Schoenstatt, palabra alemana que se puede traducir literalmente como “lugar hermoso”.
El religioso, junto a un grupo de estudiantes, restauró una pequeña capilla ubicada en los jardines del seminario y pidió a la Virgen María que la convirtiera en un lugar de peregrinación.
Uno de los signos distintivos de este grupo es que en donde tienen presencia levantan replicas idénticas a la capilla alemana.
“Mucho antes de que cadenas de comida rápida como McDonald’s descubrieran el efecto cultural de establecimientos totalmente idénticos, el Espíritu Santo en Schoenstatt comenzó a hacerlo”, se lee en el sitio web de la agrupación, en el cual se asegura que actualmente hay 200 “santuarios filiales” en todo el mundo.
Pero, ¿qué es exactamente Schoenstatt? ¿Se trata de una congregación religiosa o de algo distinto?
“Es una organización dentro de la Iglesia católica que nació con la idea de que los laicos podían realizar tareas similares a las de las órdenes religiosas, pero con autonomía respecto de los jerarcas eclesiásticos”, explicó a BBC Mundo el filósofo chileno Ramis.
“El movimiento cuenta con una rama laica -personas que no han tomado los hábitos- y otra religiosa, que incluye una orden sacerdotal y una comunidad de mujeres laicas consagradas. Estas se asemejan mucho a las monjas, aunque no lo son, ya que no toman votos”, añadió el experto en teología, quien es rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano de Chile.
La historiadora italiana Alexandra von Teuffenbach, además de confirmar que el grupo está conformado por “varias ramas”, señaló que algunas de ellas son “institutos seculares”; es decir, organizaciones cuyos miembros, sin ser religiosos, se comprometen a vivir en pobreza, castidad y obediencia, permaneciendo al mismo tiempo en su entorno social y profesional habitual.
“Comparar a Schoenstatt con el Opus Dei es acertado”, afirmó la investigadora a BBC Mundo, cuando se le mencionaron otras agrupaciones católicas que podrían considerarse equiparables.
Sin embargo, Ramis advirtió que existen diferencias significativas entre Schoenstatt y la organización fundada por el español Josemaría Escrivá de Balaguer.
“Aunque existen semejanzas, Schoenstatt no ha intentado influir en la política. En cambio, durante el franquismo en España, el Opus Dei aprovechó la coyuntura para ubicar a sus miembros en puestos clave de la economía y la banca, los llamados ‘tecnócratas'”, puntualizó el académico chileno.
Hasta la elección de Kast, solo otro miembro de este movimiento católico había ocupado un alto cargo en Chile: su hermano mayor, Miguel, quien se desempeñó como ministro y presidente del Banco Central durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).
“Este grupo prioriza la vida familiar más que la vida pública”, explicó Ramis.
“Y aunque comparte con el Opus Dei el rigorismo sexual y moral, no tiene un tono tan culpabilizador. No recurre a penitencias como las flagelaciones o el silicio como se denuncia del Opus Dei”, dijo.
“Tiene una fuerte implantación en clases adineradas, aunque también en sectores medios, profesionales y empresariales. No es progresista, sino bastante conservador, pero en algunos elementos se ve un mayor pluralismo ideológico que otras organizaciones de la Iglesia”, remató.
Los calificativos de “ultracatólico” o “ultraconservador” que desde algunos sectores de la sociedad y de la prensa se le da a Schoenstatt no le quitan el sueño a Ríos.
“Somos un movimiento dentro de la Iglesia católica y, por lo tanto, seguimos sus lineamientos. En mi opinión, no somos de los más conservadores dentro de la Iglesia”, remató.
Sudamérica fue la primera región fuera de Europa a la que Schoenstatt se extendió, de acuerdo con los registros de la organización.
En la primera mitad de la década de 1930, uno de los seguidores del padre Kentenich llegó a Argentina y, para 1935, se le sumaron cuatro Hermanas de María, integrantes de una de las organizaciones religiosas femeninas que forman Schoenstatt.
Casi simultáneamente arribaron miembros del movimiento a Brasil y, dos años después, ya estaban presentes en Uruguay.
Actualmente, el movimiento católico tiene presencia en todos los países de América Latina, salvo “algunas islas del Caribe, las dos Guyanas y Surinam”, aseveró Ríos.
“Funcionamos más bien desde los santuarios; solo entre Chile, Argentina y Brasil hay casi 80”, agregó el representante de Schoenstatt, quien indicó que también administran más de una docena de colegios en cuatro países (Chile, Argentina, Ecuador y México), así como un hospital en Buenos Aires (Sanatorio Mater Dei) y otras obras dedicadas a “los más pobres”.
La expansión por la región fue impulsada por el propio fundador, quien la visitó en varias ocasiones, según se lee en su biografía.
“Chile, por ejemplo, es uno de los lugares donde Schoenstatt tiene mayor fuerza internacional, debido a que su fundador vivió un tiempo aquí”, explicó Ramis.
En 1941, agentes de la Gestapo detuvieron al religioso por sus enseñanzas y, meses después, fue enviado al campo de concentración de Dachau, donde permaneció hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945.
Tras el conflicto bélico, los años de persecusión sufridos en manos de los nazis le otorgaron un nuevo prestigio a Kentenich pero, para finales de la década de 1940, sectores de la jerarquía católica alemana comenzaron a ver con preocupación la forma en que este hombre dirigía el movimiento y el control que ejercía sobre sus miembros.
“La autoridad suprema, a saber, el director general (Kentenich) y la superiora general, son los ‘padres’, es decir, ‘padre de la familia’ y ‘madre de la familia’. Las Hermanas son hijas o niñas. Pero, en la práctica, la ‘madre de la familia’ está totalmente sometida a la voluntad del ‘padre de la familia’, que para todas las Hermanas se equipara a Dios”, alertó en 1949 monseñor Bernhard Stein, obispo auxiliar de Tréveris, a sus colegas de la Conferencia Episcopal de Alemania.
Además, algunas de las hermanas señalaron al sacerdote de haber abusado de ellas.
En 1951 el papa Pío XII separó a Kentenich de su posición dentro de Schoenstatt y lo envió al exilio en Estados Unidos donde permaneció 14 años hasta que se le permitió regresar a Alemania, donde murió en 1965.
“Los seguidores de Kentenich nunca han negado este episodio, pero lo presentaron como un conflicto de poder, donde Kentenich fue víctima de celos y envidias de jerarcas de la Iglesia”, afirmó Ramis.
Sin embargo, en 2020 la historiadora italiana Von Teuffenbach publicó el primero de sus dos libros sobre Schoenstatt y su fundador.
En su obra, la investigadora afirmó que Kentenich abusó sexualmente de una integrante de Schoenstatt en Chile en 1947, según la información contenida en los diarios de uno de los investigadores que el Vaticano envió en la década de 1950 para indagar sobre él y su movimiento, así como a partir de archivos del pontificado de Pío XII (1939-1958).
Desde Schoenstatt han negado los señalamientos, aunque han admitido que algunos aspectos del comportamiento de su fundador son controvertidos. Sin embargo, la experta considera que los hechos le dan la razón.
“En el caso de Kentenich, el proceso que llevó a los decretos y al exilio en EE.UU., como también a la prohibición de tener contactos con las monjas, se basa en motivaciones que no están escritas en los decretos. Pero vienen explicadas en los ‘actos’, y en ellos se detallan todas las pruebas que se encontraron. Y sobre esta base los jueces (del Santo Oficio) decidieron”, agregó.
Los señalamientos de Von Teuffenbach contribuyeron a paralizar el proceso de beatificación del sacerdote, iniciado en 1975.
“Cuando la Iglesia beatifica a alguien afirma: este hombre o mujer es un ejemplo para todos. Yo reconozco ciertamente que Kentenich escribió cosas interesantes y seguramente hizo cosas buenas, pero no querría en absoluto que fuera considerado como ejemplo de vida cristiana”, remató la historiadora.
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