
En la Fórmula 1 desde 2014, cada piloto tiene la opción de escoger el número que ellos deseen entre el 2 y el 99, ya que el número 1 está reservado para el que se el actual campeón de la temporada. Hay casos excepcionales como el número 13 que no se usa por superstición y el número 17, retirado en honor al piloto fallecido en pista, Jules Bianchi.
Max Verstappen usó el dorsal número 1 desde la temporada 2022 hasta la actual, 2025, ya que fue el campeón indiscutido durante 4 años. “Mad Max” deberá usar un nuevo número a partir de 2026, pues Lando Norris fue el campeón este año y tiene la posibilidad de usar este número la siguiente temporada.
El piloto neerlandés usó el número 33 en temporadas anteriores a la de 2022, su número fue icónico mientras aún no era campeón. Para esta nueva era, donde no será campeón, el dorsal que usará Max Verstappen será el número 3.
“No será el 33, mi número favorito siempre ha sido el 3, aparte del número 1. Ahora podemos cambiar, así que será el número 3.”
Este número siempre ha sido el favorito de Max, pero estaba en uso por su en ese entonces, compañero de equipo, Daniel Ricciardo, así que solo le añadió un número 3 extra para la suerte, dando así su icónico dorsal 33.
“El número 33 siempre estuvo bien, pero simplemente me gusta más un solo 3 que dos. Siempre dije que representaba doble suerte, pero ya he tenido mi suerte en la Fórmula 1”
El número 3 ha sido portado por grandes campeones del pasado, como lo son Michael Schumacher, Alain Prost, Nigel Mansell y curiosamente su suegro, Nelson Piquet, quien fue campeón con ese mismo dorsal en los años 1981 y 1983.
Sin duda un dato muy curioso del mundo del automovilismo, pero que ayuda a poder identificar a los pilotos de una mejor manera o acaso en el fútbol ¿te imaginas a Cristiano Ronaldo con otro número que no sea el 7?.
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En lo que respecta a la monogamia, los humanos se parecen más a las suricatas y a los castores que a nuestros primos primates.
En nuestra vida amorosa, nos asemejamos más a estas mangostas sociales y unidas que a nuestros primos primates, según sugiere una clasificación de monogamia elaborada por científicos.
Con un 66% de monogamia, los humanos obtienen una puntuación sorprendentemente alta, muy superior a la de los chimpancés y los gorilas, y a la par de las suricatas.
Sin embargo, no somos ni mucho menos la criatura más monógama.
El primer puesto lo ocupa el ratón californiano, un roedor que forma vínculos inseparables para toda la vida.
“Existe una liga de élite de la monogamia, en la que los humanos se encuentran cómodamente, mientras que la gran mayoría de los demás mamíferos adoptan un enfoque mucho más promiscuo para el apareamiento”, afirmó Mark Dyble, investigador del Departamento de Arqueología de la Universidad de Cambridge.
En el mundo animal, el emparejamiento tiene sus ventajas, lo que podría explicar por qué ha evolucionado de forma independiente en múltiples especies, incluida la nuestra.
Los expertos han propuesto diversos beneficios para la llamada monogamia social, en la que las parejas se unen durante al menos una temporada de reproducción para cuidar a sus crías y ahuyentar a los rivales.
Dyble examinó varias poblaciones humanas a lo largo de la historia, calculando la proporción de hermanos de padre y madre (individuos que comparten la misma madre y el mismo padre) en comparación con los medio hermanos (individuos que comparten la madre o el padre, pero no ambos).
Se recopilaron datos similares para más de 30 mamíferos monógamos sociales y de otras especies.
Los humanos tienen un índice de monogamia del 66% de hermanos de padre y madre, por delante de las suricatas (60%), pero por detrás de los castores europeos (73%).
Mientras tanto, nuestros primos evolutivos se sitúan en la parte inferior de la tabla: los gorilas de montaña con un 6%, y los chimpancés con solo un 4% (al igual que el delfín).
En último lugar se encuentra la oveja de Soay, de Escocia, donde las hembras se aparean con múltiples machos, con un 0,6% de hermanos de padre y madre.
El ratón californiano ocupó el primer puesto, con un 100%.
Sin embargo, estar clasificados junto a suricatas y castores no significa que nuestras sociedades sean iguales: la sociedad humana es completamente diferente.
“Aunque la proporción de hermanos de padre y madre que observamos en los humanos es muy similar a la de especies como las suricatas o los castores, el sistema social que vemos en los humanos es muy distinto”, declaró Dyble a la BBC.
“La mayoría de estas especies viven en grupos sociales similares a colonias o, quizás, en parejas solitarias que se desplazan juntas. Los humanos somos muy diferentes. Vivimos en lo que llamamos grupos con múltiples machos y múltiples hembras, dentro de los cuales existen estas unidades monógamas o de pareja estable”, explicó.
Kit Opie, profesor del Departamento de Antropología y Arqueología de la Universidad de Bristol, que no participó en el estudio, afirmó que este es otro elemento clave para comprender cómo surgió la monogamia en los seres humanos.
“Creo que este artículo nos proporciona una comprensión muy clara de que, a lo largo del tiempo y en diferentes lugares, los humanos son monógamos”, declaró.
“Nuestra sociedad se parece mucho más a la de los chimpancés y los bonobos; simplemente hemos tomado un camino diferente en lo que respecta al apareamiento”, agregó.
El nuevo estudio fue publicado en la revista científica Proceedings of the Royal Society: Biological Sciences.
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