¿Te pusiste como propósito de año nuevo hacer un voluntariado? ¿Quieres conocer nuevas personas, mientras ayudas a los demás? Pues prepárate, porque próximamente llega Huellas ONG a la CDMX.
Y es que con tan solo regalar un par de horas de tu sábado, puedes transformar tanto tu vida, como a quién le proporcionas ayuda.
Lo más evidente de un voluntariado es servir a otras personas y la sociedad; pero lo que muchas veces se nos olvida es que este también contribuye al desarrollo personal.
Como lo menciona la Unicef, puede traer ventajas como:
Se trata de una organización no gubernamental nacida en La Plata, Argentina gracias al esfuerzo de Ezequiel Rodríguez Padilla.
“Yo hacía voluntariado desde los 13 años, más o menos. A los 21 es que se me ocurre como crear esta organización que al principio era algo chiquito”, platica en entrevista con Animal MX.
Su fundación se dio en 2007 y desde entonces se ha dedicado a empoderar a miles de personas a través de experiencias de voluntariado y siempre bajo la idea de “cómo nos cambia la vida cuando pensamos más en los demás”, cuenta Ezequiel Rodríguez.
Es así que la ONG Huellas ya tiene más de 17 años de existencia y está presente en 12 ciudades de Argentina, Uruguay y El Salvador. Y ahora, alista su llegada a México.
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Aunque todavía siguen alistando detalles, la organización está lista para iniciar con sus sábados de voluntariados el próximo 1 de febrero.
¿Y por qué lanzarse a México? Ezequiel Rodríguez Padilla platica que por un lado, hace unos 8 años en el TEC de Monterrey en Chihuahua aprendió sobre “la escalabilidad de hacer crecer las cosas”.
De ahí regresó con la idea de tomar el concepto y aplicarlo también a la ONG Huellas.
Luego, en 2023 recibió el Premio Iberoamericano al Liderazgo Social por la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) en una ceremonia en Puebla, en el marco del Festival de Las Ideas.
Lo primero que pensó fue en cómo ayudar a México:
“Mi próximo objetivo cuando me tomé otro avión (a México) que sea para llevar a la organización”.
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La expansión de Huellas ONG es una valiosa oportunidad de fomentar el voluntariado entre jóvenes y generar un impacto positivo en las comunidades locales.
Tal y como ya lo hacen en otros países, planean llegar a Ciudad de México para trabajar con asilos, comedores y comunidades marginales, poniendo especial atención en dar ayuda a infancias y personas mayores.
Tienes que estar pendiente del sitio huellas.social, pues ahí es donde se abrirán las actividades de voluntariado de cada sábado.
Lo que tienes que hacer, es ir a la página y hacer clic en el botón “Participar como voluntario!”. Te pedirá que te registres con tu cuenta personal de Facebook para poder seguir con la inscripción.
“Yo creo que es una experiencia que tienen que vivir; no conozco a alguien que se haya arrepentido y una de las frases que más me han dicho a mí siempre es que les cambió la vida“, explica Ezequiel para invitar a la gente a unirse a Huellas en CDMX.
Tras hacer esta actividad desde los 13 años, nos comparte que es una experiencia “con un montón de emociones” y otra cosa muy valiosa es que asó ha podido conocer a muchas personas, tanto voluntarias como infancias y personas de la tercera edad muy fascinantes.
“Es algo muy lindo la riqueza que tienen los abuelos; los chiquitos es es otra realidad que puede ser muy lejana. He conocido un montón de personas”.
Finalmente, le emociona poder llegar a México y ver el recibimiento que tiene Huellas ONG acá y reafirma que “mientras más manos tengamos, más ayuda podemos multiplicar”.
La risa no es solo un pasatiempo agradable ni un lujo ocasional. Es un pilar fundamental en nuestra salud.
¿Alguna vez se ha puesto a reír con alguien que apenas conoce? Tal vez fue por una broma tonta o, incluso, por el simple hecho de oír el sonido de esa persona riendo.
No importa si es la primera vez que la vemos o si no compartimos intereses con ella, porque en ese momento estamos conectados por una simple y poderosa reacción: la risa.
La risa como reflejo biológico se confirma en diversos estudios que muestran que los bebés ya sonríen hacia el primer mes de vida y empiezan a reír alrededor de los tres meses, incluso antes de comprender las dinámicas sociales que los rodean.
De forma similar, las personas sordociegas, que nunca han visto ni oído una risa, también ríen de manera espontánea, lo que subraya el carácter innato de este comportamiento.
Sorprendentemente, la risa no es un rasgo exclusivo de nuestra especie.
Investigaciones recientes han descubierto que al menos 65 especies de animales —como vacas, loros, perros, delfines o urracas— emiten sonidos similares cuando juegan o incluso cuando les hacen cosquillas, como les ocurre a los simios y a las ratas.
Esto sugiere que la risa no es algo exclusivamente humano, sino que tiene raíces evolutivas muy antiguas, compartidas con otros animales.
De hecho, las carcajadas de los simios al jugar podrían ser el origen evolutivo de nuestra risa. A diferencia del habla, que requiere un lenguaje complejo, la risa es instintiva y contagiosa, lo cual refuerza el sentimiento de pertenencia al grupo.
Los científicos creen que esta función social surgió probablemente con el Homo ergaster hace unos dos millones de años, ya que generaba cohesión grupal sin necesidad del lenguaje.
Pero ¿por qué ciertos estímulos nos resultan graciosos? La gelotología, la ciencia que estudia la risa, lleva años buscando una respuesta a esta pregunta. Y pese a las más de veinte teorías que intentan explicarlo, no existe un consenso definitivo.
Sin embargo, la mayoría de los modelos actuales coinciden en tres factores clave: la percepción de una violación de expectativas (incongruencia), la evaluación de esa violación como inofensiva y la simultaneidad de ambos procesos.
Es decir, la risa aparece cuando algo desafía nuestras expectativas de forma repentina pero inofensiva, y lo procesamos de manera inmediata.
Por ejemplo, si alguien tropieza con una cáscara de plátano y se levanta riendo, nuestro cerebro registra la sorpresa (“¡qué inesperado!”) y, al comprobar que no hay riesgo (“solo es una caída tonta”), libera esa tensión con una carcajada de alivio porque no existe una amenaza real.
Este mecanismo explica por qué un chiste fallido no causa gracia (falta sorpresa) o por qué un accidente real no es cómico (el suceso no es inofensivo).
Sin embargo, no todos los estímulos humorísticos son universales.
Las diferencias culturales, personales y contextuales afectan profundamente lo que se considera gracioso. Un mismo chiste puede resultar cómico en una cultura, ofensivo en otra o completamente irrelevante en una tercera.
Pero ¿qué ocurre en nuestro cerebro desde que percibimos algo gracioso hasta que nos reímos?
Diversos estudios han demostrado que el procesamiento del humor involucra múltiples regiones. Así, mientras la incongruencia se detecta en la corteza prefrontal dorsolateral, la unión temporo-occipital evalúa su carácter inofensivo.
Una vez confirmada esta ausencia de riesgo, se producen cambios en la sustancia gris periacueductal y se activa el circuito de recompensa (liberando el neurotransmisor dopamina), lo que finalmente desencadena la risa.
Curiosamente, no todas las risas son iguales.
La risa emocional ligada a un estado de placer genuino es innata y espontánea, activando principalmente estructuras cerebrales asociadas a la recompensa emocional, como el núcleo accumbens y la amígdala.
En cambio, la risa voluntaria es aprendida y funciona como una herramienta social para imitar o reforzar vínculos emocionales y depende de áreas cerebrales responsables de movimientos conscientes.
Así, cada tipo de risa refleja mecanismos neuronales distintos: lo automático frente a lo social.
Además, se ha observado que los jóvenes tienden a mostrar una mayor activación en las zonas vinculadas al placer emocional, lo que refleja una experiencia más intensa y primaria del humor.
En cambio, en los adultos se encienden más aquellas áreas relacionadas con el procesamiento complejo, la reflexión asociativa y la memoria autobiográfica.
Esto explicaría cómo debido a la experiencia acumulada, los adultos contextualizan el humor mediante la memoria y prefieren estilos complejos (como el sarcasmo), mientras que los jóvenes, con menos experiencias vitales, buscan estímulos inmediatos (como el humor físico o absurdo).
Más allá de su dimensión emocional y social, la risa tiene también un potente efecto terapéutico.
Cuando reímos, el sistema opioide endógeno —relacionado con sensaciones de placer y calma— se activa, promoviendo la liberación de neurotransmisores como la dopamina y la serotonina, sustancias clave en el bienestar psicológico y en la reducción del estrés.
Diversos estudios avalan la eficacia de la risa para mejorar la calidad de vida, especialmente en personas mayores, donde la frecuencia de la risa se asocia a menor riesgo de discapacidad funcional.
La llamada risoterapia ayuda a reducir niveles de cortisol (hormona del estrés), aliviar la depresión y la ansiedad, mejorar la calidad del sueño e incluso a aumentar la tolerancia al dolor.
Los efectos positivos de la risa se extienden también al ámbito hospitalario: en niños y adolescentes sometidos a procedimientos médicos, la presencia de payasos ha demostrado reducir significativamente la ansiedad, el dolor y el estrés.
En definitiva, la risa no es solo un pasatiempo agradable ni un lujo ocasional. Es un pilar fundamental en nuestra salud y en el bienestar social. Aprender a reír más, a buscar motivos de alegría en lo cotidiano, puede ser tan crucial para nuestra vida como cuidar la alimentación o hacer ejercicio físico.
La risa tiene la capacidad de transformar nuestra biología, nuestra mente y nuestras relaciones. Quizá el humorista Victor Borge (1909-2000) tenía razón cuando dijo que es la distancia más corta entre dos personas.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia creative commons. Haz clic aquí para ver la versión original.
**Marta Calderón García es investigadora en cognición, comportamiento y neurocriminología de la Universidad Miguel Hernández en España.
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