La realidad es más escalofriante que la ficción y la película El ángel de la muerte lo demuestra, al seguir la historia real de Charles Cullen, un enfermero que asesinó al menos a 40 personas durante su carrera.
En la nueva película de Netflix podemos ver a Eddie Redmayne como el asesino en cuestión y a Jessica Chastain como Amy Loughren, la enfermera que descubrió que su amigo y compañero es responsable de misteriosas muertes en el hospital donde trabajan.
Se trata de la primera película en inglés del guionista danés Tobias Lindholm y es una adaptación del libro de 2013 The Good Nurse: A True Story of Medicine, Madness, and Murder del periodista Charles Graeber.
Graeber pasó seis años investigando el caso de Cullen e incluso habló con él en prisión.
Aunque en la película todo lo relacionado a la vida de Charles se mantiene rodeado de misterio, él nació el 22 de febrero de 1960 en West Orange, Nueva Jersey en una familia católica irlandesa y de clase trabajadora.
Su papá murió después de que él nació y su mamá cuando estaba en la escuela secundaria. Siempre se le describió como una persona reservada
Tras un intento de suicidio (de varios) en 1984, Charles Cullen se matriculó en la escuela de enfermería en Montclair, Nueva Jersey. De acuerdo al New York Times, pasó por varios trabajos para financiar sus estudios.
Eventualmente se casó con una mujer llamada Adrianne Taub con la que tuvo dos hijas, pero el matrimonio se disolvió en 1993 debido al comportamiento errático de Cullen.
Fue en el 2003, a los 44 años de edad, que Charles Cullen fue arrestado por asesinatos seriales.
Otra figura fundamental de El ángel de muerte es Amy, la mujer que descubre y prácticamente atrapa al asesino.
En la vida real, Amy Loughren también era una mamá soltera que trabajaba en el Hospital Sumerset en Nueva Jersey. Vivía en l norte de Nueva York con sus dos hijas.
Todo era un poco más complicado debido a una enfermedad cardiaca, cardiomiopatía, que le llegaba a producir episodios de jadeos (algo que puede verse en la película).
En este video puedes ver lado a lado a Jessica Chastain y a la verdadera Amy Loughren:
Corría el año del 2002 cuando Charles Cullen comenzó a trabajar en el Centro Médico Sumerset, en la Unidad de Cuidados Intensivos (ICU). Allí conoció a Amy Loughren.
Formaron una amistad laboral muy cercana. Recientemente Amy dijo en una entrevista en BBC Radio que eran tan cercanos que “sabíamos lo que el otro estaba pensando”.
“Estábamos muy unidos por el trauma de esta en la UCI, donde todos los días son de vida o muerte”, recuerda Amy en la entrevista.
Amy relata que en el mismo 2002 Charles fue despedido del hospital y que ella y otras personas estaban enojadas y que era injustificado, pues parecía buen enfermero.
“Nadie pesó que estaba siendo despedido porque estaba lastimando a personas”, dijo Amy sobre el incidente.
Posteriormente, dos detectives se acercaron a Amy para pedirle ayuda para investigar a Charles, pues ya lo tenían en la mira como sospechoso de asesinato en otros hospitales.
Ante la duda puesta por los detectives, Amy miró los registros de Cullen en un sistema llamado Cerner.
Así fue como ella y los detectives llegaron a la conclusión de que Charles Cullen le había administrado dosis letales de medicamento a pacientes en distintos hospitales en sus 16 años de carrera.
Lo peor de todo es que aunque había registros de acusaciones de mal manejo de medicamentos, acoso a compañeros y muertes sospechosas de pacientes a su cargo, nunca tuvo problemas para encontrar un nuevo trabajo.
Los detectives le pidieron ayuda para que ella siguiera hablando con Charles como siempre para encontrar más evidencias o hasta una declaración.
Aunque en El ángel de la muerte las hijas de Amy Loughren nunca se enteran de nada, en la vida real Amy le contó lo que estaba pasando a Alex, su hija mayor que en ese entonces tenía once años.
Amy sabía la importancia de ayudar en el caso, pero no quería arriesgar a sus hijas en el proceso. Alex fue quien la terminó de convencer de ayudar a los detecives.
Amy recuerda que las palabras de su hija fueron “Mamá, está asesinando gente. No me importa si nos tenemos que mudar. No me importa lo que la gente piense de ti. Tenemos que hacerlo.”
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En la película vemos que una de las escenas más intensas es cuando Amy usa un micrófono y va a cenar co Charlie para intentar hacer que confiese.
En la historia real de Charlie Cullen esto fue más complicado, pues casi no sucede debido a que semanas anteriores, por su problema cardíaco, le colocaron un marcapasos a Amy.
A los detectives les preocupaba que tener un micrófono pudiera afectar el funcionamiento del aparato médico. Pero Amy los convenció de hacerlo.
Loughren lo confrontó sobre los asesinatos y, en lugar de verse a punto de explotar como en la película, en la vida real se le veía más combativo.
“Voy a caer peleando”, fue lo único que le dijo a Amy.
Aunque no confesó, fue arrestado por autoridades locales.
Finalmente, Cullen confesó diciendo que responsable de unas 40 muertes, aunque incluso se llegó a sospechar que quizás hubo unas 400 víctimas.
En 2006 fue condenado a 18 cadenas perpetuas.
EU recibe a decenas de afrikáners como refugiados tras una orden de Trump que denuncia que son perseguidos por cuestiones raciales, algo que el gobierno sudafricano niega rotundamente.
Un avión procedente de Johannesburgo con 59 sudafricanos blancos a bordo aterrizó este lunes en Washington DC.
Es el primer grupo de afrikáners que llegan a Estados Unidos como refugiados bajo un programa de reasentamiento promovido por el presidente Donald Trump, que considera a esta comunidad víctima de “discriminación racial” en Sudáfrica.
Su arribo a EE.UU. se produce tras meses de tensiones diplomáticas entre el país norteamericano y Sudáfrica.
Trump firmó en febrero una orden ejecutiva en la que denunciaba presuntas violaciones de derechos humanos contra blancos en Sudáfrica, citando expropiaciones de tierras sin compensación y asesinatos en zonas rurales.
El presidente también se ha referido a lo que describió como una “matanza a gran escala de agricultores” blancos, un argumento que ha respaldado públicamente el empresario Elon Musk, nacido en Pretoria, quien llegó a hablar incluso de un “genocidio de blancos”.
El gobierno sudafricano rechaza estas acusaciones y niega la existencia de una persecución racial contra los blancos.
El ministro de Relaciones Exteriores de Sudáfrica, Ronald Lamoa, afirmó este lunes que “no hay persecución de sudafricanos blancos afrikáners” y aseguró que los datos policiales contradicen la narrativa impulsada desde Washington.
Los afrikáners, descendientes en su mayoría de colonos holandeses, han desempeñado un rol central en la historia del país, desde la colonización hasta el régimen del apartheid.
El programa de reasentamiento de Trump está dirigido a los afrikáners, una comunidad blanca sudafricana descendiente en su mayoría de colonos neerlandeses, franceses hugonotes y alemanes que comenzaron a instalarse en el sur de África desde 1652.
Durante siglos, los afrikáners dominaron la política y la producción agrícola del país, especialmente bajo el apartheid (1948-94), donde conformaban el grupo blanco mayoritario y puntal ideológico del régimen.
Hoy representan poco más del 5% de la población en Sudáfrica -unos 2,7 millones de personas- y la mayoría habla afrikáans como lengua materna.
Trump justifica su programa con el argumento de que los afrikáners sufren “discriminación racial” bajo las políticas del Congreso Nacional Africano (ANC), en el poder desde el fin del apartheid en 1994.
En su orden ejecutiva de febrero, el presidente estadounidense citó específicamente la reciente ley sudafricana de expropiación sin compensación de tierras improductivas, abandonadas o adquiridas de manera fraudulenta durante el régimen segregacionista.
Aunque la norma ha sido defendida como una herramienta para corregir desigualdades históricas, tanto sectores conservadores estadounidenses -incluidos influyentes empresarios como Elon Musk y Peter Thiel- como muchos afrikáners en Sudáfrica la consideran una amenaza directa a los derechos de propiedad de los blancos.
Trump también denunció lo que describió como “una matanza a gran escala de agricultores blancos”, tesis respaldada por Musk, Thiel y otros miembros de la llamada “mafia de PayPal”, un influyente grupo de Silicon Valley que mantiene lazos con Sudáfrica.
El gobierno sudafricano niega que exista una persecución racial: el canciller Lamoa consideró infundadas las acusaciones de Washington y alegó que los informes policiales desvinculan la violencia rural de un supuesto genocidio blanco.
Según datos oficiales, en 2024 se registraron 44 homicidios en zonas agrícolas, de los cuales ocho fueron de granjeros.
El Instituto Sudafricano de Relaciones Raciales (SAIRR) concluyó que los ataques afectan tanto a trabajadores blancos como negros y suelen estar motivados por robos o conflictos laborales.
BBC Mundo habló con el analista sudafricano Ryan Cummings, director de la consultora Signal Risk, que cuestiona el fundamento jurídico y humanitario de conceder asilo a los afrikáners.
“Ciertamente no enfrentan ningún tipo de marginación colectiva por su cultura, raza o idioma”, afirma.
El experto considera que las leyes de acción afirmativa impulsadas por el ANC no son punitivas hacia los blancos, sino mecanismos para revertir la exclusión histórica de la población negra, y remarca que “los afrikáners aún se encuentran en el extremo superior de la escala socioeconómica”.
Cummings añade que la percepción de inseguridad en zonas rurales, donde se han producido ataques violentos a granjas, ha alimentado una narrativa política dentro de sectores afrikáners más conservadores.
“Se han presentado como actos de violencia étnica, como si hubiera un genocidio sistemático en curso, pero en realidad responden a dinámicas locales: granjas aisladas, guardias de seguridad deficientes, armas y dinero en efectivo almacenados en las instalaciones”, considera.
Reconoce, no obstante, que figuras como Julius Malema, líder del partido comunista Luchadores por la Libertad Económica, han alimentado esa sensación de amenaza con cánticos como Kill the Boer (“Mata al granjero”), lo que ha reforzado el temor de algunos afrikáners a un resurgimiento del nacionalismo negro en sus formas más violentas.
El gobierno sudafricano ha sido muy activo a la hora de denunciar violaciones de derechos humanos de Israel en Gaza, y en enero presentó un caso de “genocidio” ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya.
Esto causó un deterioro en las relaciones entre Sudáfrica y EE.UU., aliado de Israel.
“Trump quiere destacar ante la comunidad internacional que el mismo gobierno que lleva a Israel ante un tribunal internacional por presuntas violaciones de derechos humanos está infringiendo esos mismos derechos sobre su propia ciudadanía”, evalúa Cummings.
En marzo, la administración estadounidense expulsó al entonces embajador sudafricano, Ebrahim Rasool, después de que este denunciara una “insurgencia supremacista” impulsada desde Estados Unidos.
El secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio, justificó la medida calificando al diplomático como un “agitador racial” que “odia a América”.
Por su parte, el gobierno sudafricano sostiene que la narrativa promovida desde Washington es infundada y responde a intereses políticos internos en Estados Unidos.
Desde que Trump firmó la orden, más de 70.000 sudafricanos blancos expresaron interés en emigrar, según la Cámara de Comercio Sudafricana en Atlanta.
El grupo de 59 personas que aterrizó esta semana en Washington es el primero en beneficiarse del plan.
Desde Sudáfrica, el programa de reasentamiento de Trump se percibe con escepticismo o incluso con cierto sarcasmo, según el director de Signal Risk.
“Muchos sudafricanos ven a los afrikáners que se acogen al programa de Trump como personas que buscan una salida, un modo de hallar la utopía que están buscando: una sociedad donde puedan existir sin tener que compartir espacio con sudafricanos negros”, sostiene Cummings.
Según el experto, hay “muchas almas dañadas” entre los afrikáners que crecieron durante el final del apartheid.
“Sienten que no fueron cómplices, pero que se les está haciendo pagar por lo que ocurrió décadas antes de que nacieran”, indica.
Sin embargo, concluye que la mayoría de los sudafricanos está de acuerdo con la idea de una sociedad multirracial y que quienes se resisten a ello -y ahora emigran- “probablemente no estaban interesados en participar en ese proyecto desde el principio”.
Cummings incluso cree que muchos sudafricanos moderados ven con buenos ojos la emigración de ciertos afrikáners a Estados Unidos bajo la iniciativa de Trump.
Parte de la sociedad sudafricana la considera “una manera de deshacerse de personas que han sostenido una ideología racista o supremacista blanca “.
“Muchos sudafricanos sienten que Sudáfrica, como país, probablemente estará mejor sin ellos, en el sentido de que estaremos perdiendo a individuos que esencialmente no tienen interés en participar en la construcción nacional ni en vivir en un país multirracial”, sentencia.
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