
Llegó esa época del año: las luces brillantes, el aire frío y un impulso de tirarnos en el sillón para el maratón de películas navideñas. No importa si se trata de revivir cada escena de Mi pobre angelito o dejarse llevar por la última comedia romántica con una ejecutiva de la gran ciudad que redescubre el amor en un pueblo nevado.
El ritual es el mismo: nos acurrucamos y nos dejamos llevar por historias llenas de nieve y finales felices garantizados.
Pero, si esas historias son tan predecibles, ¿por qué amamos las películas navideñas? ¿Qué las hace tan reconfortantes y adictivas?
La respuesta va mucho más allá del simple “espíritu navideño, pues su atractivo no es accidental. Acompáñenos a desglosar el arte y la ciencia que se esconden detrás de este acogedor género cinematográfico.
Algo que tenemos bien presente, es que las películas tienen tantos clichés que es fácil saber cómo va a terminar con tan solo ver un tráiler. Y aunque eso pudiera parecer un defecto, en realidad estudios señalan que esa podría ser la principal razón de por qué nos gustan las películas navideñas.
No importa que te sientas la persona más rutinaria de la vida. Vivimos en un mundo incierto donde lidiamos con inestabilidad social, efectos psicológicos del estrés, un clima político incierto, entre otras cosas que hacen que nuestros cerebros estén en un estado de hipervigilancia.
Como señala la Dra. Pamela Rutledge, psicóloga de medios y directora del Centro de Investigación de Psicología de los Medios, a CBS News, la previsibilidad es precisamente lo que buscamos en estas películas.
“Casi te decepcionarías si no fueran un poco cursis y predecibles, porque para eso estás ahí. Estás ahí para ver una película que te haga sentir bien“, afirma. “Esto reduce el estrés y refuerza los sentimientos de esperanza y renovación, y todo lo que se supone que trae la Navidad”.
Las películas navideñas ofrecen un espacio seguro donde podemos bajar la guardia, ya que permiten que nuestro cerebro anticipe un resultado feliz.
En un artículo publicado en Psychology Today, la Dra. Pamela Rutledge ahonda más explicando que nuestro cerebro encuentra consuelo en los patrones.
“Los finales felices predecibles, combinados con alegría, risas y lágrimas de felicidad, activan nuestro centro neuronal de recompensa”, añade. En su entrevista con CBS explora más esta fase añadiendo que, ante la satisfacción de que la historia termina como uno pensaba, se libera dopamina y “cuando se trata de sentimientos de calidez, conexión y amor” se libera oxitocina.
“La risa se convierte en un antídoto literal contra el estrés sin necesidad de fármacos“, añade.
Como puedes ver, esta comodidad predecible es un bálsamo para la mente, pero su poder se magnifica cuando se combina con la potente emoción de la nostalgia, transportándonos a un pasado idealizado.
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Más allá de la previsibilidad, las películas navideñas actúan como una “cápsula del tiempo emocional”, transportándonos a una época en la que la Navidad se sentía mágica y segura.
La Dra. Pamela Rutledge explica que las películas navideñas estimulan nuestro sesgo de nostalgia, un proceso cognitivo que nos hace añorar tiempos pasados porque creemos que fueron mejores que ahora.
Este viaje al pasado es un poderoso mecanismo de autorregulación emocional: nos reconecta con nuestras raíces, nos recuerda quiénes somos y nos hace sentir “en casa”, aunque ese hogar sea solo el resplandor de una pantalla.
Así que si en la infancia veías El Grinch una y otra vez con tu familia, o fue muy especial la primera vez que viste Love Actually, es altamente probable que busques verlas una y otra vez para transportarte a esos momentos.
Pero ojo: estos sentimientos no surgen de la nada; son el resultado de una receta narrativa y sensorial cuidadosamente elaborada.
Los estudios y plataformas ya se la saben. Ya tienen las herramientas tangibles para construir la atmósfera navideña que tanto anhelamos. Un artículo de BBC desglosa junto a directores, guionistas y críticos los elementos más importantes de las películas navideñas que nos enganchan.
El ingrediente principal es el mensaje. Según la directora Debbie Isitt (famosa por crear la exitosa franquicia de películas Nativity!), las mejores películas navideñas giran en torno a la “redención humana” y ofrecen “esperanza en la bondad humana”.
Historias como las de It’s A Wonderful Life, A Christmas Carol o incluso Elf comparten un núcleo temático: la idea de que cualquiera puede ser salvado, incluso de sí mismo, y que la Navidad es el momento mágico en que este cambio es más probable.
El estado de ánimo es crucial. El crítico Ali Plumb lo describe como “tranquilizador, divertido, cariñoso y acogedor”.
“Te dan esa sensación acogedora de estar envuelto en una manta en un sofá. Y eso es lo que la gente anhela”, añade.
Esta sensación se logra a través de un diseño de producción meticuloso explicado por la experta en diseño de vestuario Karen Kangas-Preston de la siguiente manera:
La música es el vehículo principal para evocar emociones y nostalgia. El compositor Zhou Tian explica a MSU Today que las partituras suelen incorporar melodías navideñas familiares para generar sentimientos instantáneos de alegría y unión.
Pocos ejemplos ilustran este principio con la maestría de Mi Pobre Angelito, donde la partitura de John Williams se convierte en un personaje más de la historia.
Así, los elementos narrativos y sensoriales no se limitan a crear un mundo en la pantalla; son herramientas de precisión diseñadas para activar la misma nostalgia y necesidad de conexión que forman la base psicológica del género.
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Más allá del confort individual, otra razón de por qué nos gustan las películas navideñas es que satisfacen una de nuestras necesidades más fundamentales: la conexión social.
Como afirma la Dra. Rutledge, estamos instintivamente programados para responder a la conexión humana, incluso si la vemos representada en los medios.
Por un lado, ver películas navideñas es a menudo una excusa para reunirse. Se convierten en un ritual familiar, entre amixes o parejas que crea recuerdos compartidos y amplifica las emociones positivas.
Como argumenta a RTE el Dr. Brendan Rooney, Profesor asistente en la Escuela de Psicología de la UCD y director del Laboratorio de Psicología de los Medios y el Entretenimiento, el acto de verlas en compañía termina siendo más importante que la película en sí.
“Creo que se trata menos de lo que hay en la historia y más de lo que ocurre en la sala de la casa o en el cine. Se trata de pasar tiempo con la gente con la que ves la película”.
Ya sea riendo de los mismos chistes o comentando los clichés más cursis, la experiencia compartida fortalece las relaciones y nos hace sentir parte de algo más grande.
Sin embargo, también las mismas tramas pueden responder a esa necesidad de conexión social. Aunque sea la clásica comedia romántica, nos dan la esperanza de que cualquier persona puede encontrar el amor y pertenencia, por ejemplo.
Regresando a lo que cuenta la directora Debbie Isitt a BBC, las mejores películas navideñas tratan sobre la redención humana, la idea de que cualquiera puede ser salvado y que la bondad puede prevalecer, incluso en los personajes más cínicos.
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Ahora ya sabes por qué amamos las películas navideñas. Esa atracción es una mezcla compleja y fascinante de psicología, biología y ritual social.
Lejos de ser un simple placer culposo, este hábito es una respuesta saludable y racional a las complejidades del mundo moderno. La previsibilidad calma nuestra ansiedad, la nostalgia nos ancla a un pasado seguro y su cuidada atmósfera sensorial nos envuelve en calidez.
Ver estas películas es un pequeño acto de esperanza. Es una afirmación de nuestro anhelo de simplicidad, calidez y la creencia fundamental de que, al menos durante dos horas, el mundo puede ser un lugar más amable donde todo encaja perfectamente en su lugar.

En lo que respecta a la monogamia, los humanos se parecen más a las suricatas y a los castores que a nuestros primos primates.
En nuestra vida amorosa, nos asemejamos más a estas mangostas sociales y unidas que a nuestros primos primates, según sugiere una clasificación de monogamia elaborada por científicos.
Con un 66% de monogamia, los humanos obtienen una puntuación sorprendentemente alta, muy superior a la de los chimpancés y los gorilas, y a la par de las suricatas.
Sin embargo, no somos ni mucho menos la criatura más monógama.
El primer puesto lo ocupa el ratón californiano, un roedor que forma vínculos inseparables para toda la vida.
“Existe una liga de élite de la monogamia, en la que los humanos se encuentran cómodamente, mientras que la gran mayoría de los demás mamíferos adoptan un enfoque mucho más promiscuo para el apareamiento”, afirmó Mark Dyble, investigador del Departamento de Arqueología de la Universidad de Cambridge.
En el mundo animal, el emparejamiento tiene sus ventajas, lo que podría explicar por qué ha evolucionado de forma independiente en múltiples especies, incluida la nuestra.
Los expertos han propuesto diversos beneficios para la llamada monogamia social, en la que las parejas se unen durante al menos una temporada de reproducción para cuidar a sus crías y ahuyentar a los rivales.
Dyble examinó varias poblaciones humanas a lo largo de la historia, calculando la proporción de hermanos de padre y madre (individuos que comparten la misma madre y el mismo padre) en comparación con los medio hermanos (individuos que comparten la madre o el padre, pero no ambos).
Se recopilaron datos similares para más de 30 mamíferos monógamos sociales y de otras especies.
Los humanos tienen un índice de monogamia del 66% de hermanos de padre y madre, por delante de las suricatas (60%), pero por detrás de los castores europeos (73%).
Mientras tanto, nuestros primos evolutivos se sitúan en la parte inferior de la tabla: los gorilas de montaña con un 6%, y los chimpancés con solo un 4% (al igual que el delfín).
En último lugar se encuentra la oveja de Soay, de Escocia, donde las hembras se aparean con múltiples machos, con un 0,6% de hermanos de padre y madre.
El ratón californiano ocupó el primer puesto, con un 100%.
Sin embargo, estar clasificados junto a suricatas y castores no significa que nuestras sociedades sean iguales: la sociedad humana es completamente diferente.
“Aunque la proporción de hermanos de padre y madre que observamos en los humanos es muy similar a la de especies como las suricatas o los castores, el sistema social que vemos en los humanos es muy distinto”, declaró Dyble a la BBC.
“La mayoría de estas especies viven en grupos sociales similares a colonias o, quizás, en parejas solitarias que se desplazan juntas. Los humanos somos muy diferentes. Vivimos en lo que llamamos grupos con múltiples machos y múltiples hembras, dentro de los cuales existen estas unidades monógamas o de pareja estable”, explicó.
Kit Opie, profesor del Departamento de Antropología y Arqueología de la Universidad de Bristol, que no participó en el estudio, afirmó que este es otro elemento clave para comprender cómo surgió la monogamia en los seres humanos.
“Creo que este artículo nos proporciona una comprensión muy clara de que, a lo largo del tiempo y en diferentes lugares, los humanos son monógamos”, declaró.
“Nuestra sociedad se parece mucho más a la de los chimpancés y los bonobos; simplemente hemos tomado un camino diferente en lo que respecta al apareamiento”, agregó.
El nuevo estudio fue publicado en la revista científica Proceedings of the Royal Society: Biological Sciences.
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