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¿Te vas a tatuar? Ojo en estas red flags al elegir artista y sigue estas recomendaciones de etiqueta
¿Te vas a tatuar? Ojo en estas red flags al elegir artista y sigue estas recomendaciones de etiqueta
Te compartimos recomendaciones para elegir a tu artista. Foto: Ethan Murillo.
7 minutos de lectura
¿Te vas a tatuar? Ojo en estas red flags al elegir artista y sigue estas recomendaciones de etiqueta
Si te vas a hacer un tatuaje y estás eligiendo a tu artista, toma en cuenta estas red flags para no arrepentirte.
08 de septiembre, 2023
Por: Rogelio Loredo
@RogerVk93 
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Si planeas hacerte un tatuaje es importantísimo que selecciones al artista correcto para que plasme correctamente sobre tu piel la idea que tienes en la cabeza y que permanecerá contigo por el resto de tu vida.

Al navegar en redes sociales -especialmente en Instagram-, seguro te toparás un montón de tatuadoras y tatuadores. Y aunque muchas de estas personas tienen un talento innegable, también hay quienes deberías evitar por completo.

Para que elijas correctamente a la persona que te vaya a hacer tu tatuaje, Pablo Díaz y Daniela Zepeda, dos artistas increíbles, nos explican cuáles son las red flags en las que te debes fijar y también una pequeña guía de etiqueta sobre cómo comportarte antes y durante un tatuaje.

Red flags tatuajes
Pablo y Daniela tatúan en SoyFeliz Studio. (Fotos: Instagram @soyfeliz.pablodiaz y @daniela.zepeda)

Consejos para detectar las red flags en los tatuajes

Revisa muy bien los perfiles de las y los tatuadores

Una vez que sepas qué tipo de tatuaje quieres hacerte y el estilo, es momento de iniciar tu búsqueda por el artista correcto.

Pablo cuenta que hay varios artistas que compran seguidores en redes sociales para aparentar ser más grandes de lo que realmente son.

Para identificar esos perfiles, él comparte un truco: si ves que tiene muchísimos seguidores, pero poquitos likes en sus fotos, entonces es probable que haya comprado bots.

Por otro lado, también señala que hay muchas personas que roban sus diseños de otros artistas o hasta de Pinterest.

Una recomendación es hacer una búsqueda inversa de imágenes en Google para revisar que la imagen que haya subido un tatuador a su perfil no sea de alguien más.

Echa mucho ojo en su trabajo cicatrizado

Casi todos los tatuajes se ven muy bonitos y vibrantes cuando están recién hechos, pero lo que verdaderamente importa es cómo se ven una vez que hayan cicatrizado.

Para Pablo, tú te puedes dar cuenta de la calidad de un artista cuando tiene entre 3 y 5 años tatuando porque así tiene más ejemplos de sus tatuajes ya cicatrizados.

Muchos publican en sus perfiles de Instagram apartados con fotos de los tatuajes cicatrizados, pero si tú no lo ves, no tengas miedo en pedirle que te mande fotos. Ya si rechaza hacerlo, entonces puede ser una de las red flags que debes tomar en cuenta.

“El mejor tatuador es el que haya hecho un tatuaje cicatrizado que te gustó, porque así ya palpaste la calidad de su trabajo”, agrega Pablo, quien se especializa en tatuaje contemporáneo.

red flags tatuajes
Checa el trabajo de Pablo en su página de Instagram @soyfeliz.pablodiaz.

¡Nada de promociones de 3×500 pesos!

Suena extremadamente tentador ver que algunos “artistas” ofrecen promociones increíbles donde prometen hacer varios tatuajes por precios súper accesibles, pero este es el tipo de personas que debes evitar a toda costa.

Hay que tener cuidado con un tatuaje que cueste menos de 2 mil pesos porque el material profesional con todo herméticamente sellado y protegido cuesta por lo menos 800 pesos, si ahí le sumas costos de maquinaria, renta de espacio, pago de impuestos y permiso de Cofepris, el costo va subiendo”, cuenta Pablo, también es conocido como Soy Feliz.

Para él, que tiene 13 años de experiencia tatuando, hay una regla: un tatuaje no puede estar más barato de mil 500 pesos, así que si ves estas promociones, mejor busca otras alternativas.

Ya apartaste tu cita, ahora fíjate en el espacio de trabajo

Supongamos que ya elegiste a tu artista, te gustó su trabajo y ya te cotizaron tu tatuaje e hiciste la cita.

Cuando llegue el día que acordaron, observa muy bien el espacio donde trabaja el tatuador. Pablo señala que de preferencia vayas a hacerte tu tatuaje en un estudio certificado, aunque también hay artistas que prefieren trabajar en casa (él empezó así).

Además, dice que es importante que exista una mezcla entre privacidad y que esté abierto. Eso significa que mientras trabaje el artista no estés completamente expuesto, pero que al mismo tiempo sepas que hay testigos o alguien más en el lugar.

Y luego pasamos al siguiente punto: la higiene

“La higiene es lo primordial, que no haya basura regada, que cuenten con el bote rojo para tirar agujas y desechos biológicos, que tengan toallas de papel, que usen guantes desechables, alcohol para desinfectar, que todos lo utensilios sean desechable y que esté bien iluminado”, enfatiza el tatuador.

Por otro lado, agrega que si vas a una casa, revises que además de contar con todo lo que mencionó arriba, el o la artista tengan un espacio adaptado con una camilla especial -nada de que te va a tatuar en su sillón manchado de sopa o en su cama-, y que todo esté limpio.

Si ves algo que no te late, ya sea en un estudio o en una casa, se vale que te arrepientas y mejor elijas no hacerte el tatuaje en ese momento -aunque pierdas tu anticipo-.

Si no estás totalmente seguro, vete a tu casa y medítalo. Busca otras opciones y en cuanto realmente lo sientas, vuelve. Porque ok, tal vez si te puedes borrar un tatuaje hoy en día, pero duele 10 veces más y cuesta 10 veces más. Entonces es mejor evitar arrepentirse de grandes errores”, resalta Pablo.

La “etiqueta” del cliente: por favor no seas grosero

Ahora que ya repasamos las cosas que debes considerar al elegir a tu artista, también es importante que recuerdes que ellos también son personas y merecen un trato respetuoso de tu parte.

Daniela, quien tiene 5 años tatuando, resalta que la interacción entre un potencial cliente y su artista debe ser cordial.

“Antes que nada que te digan ‘hola’, ‘buenos días’ o ‘buenas tardes’. Hay quienes solo te escriben con un signo de pesos o escribe nada más ‘precio’. La verdad yo a ese tipo de personas ni les contesto porque no es el tipo de cliente que voy a querer tratar”, admite la tatuadora.

Ten una idea clara

Otra cosa que debes considerar al momento de interactuar con tu artista es que ya debes tener una idea clara sobre qué es lo que te quieres tatuar, la zona donde lo quieres hacer y el tamaño aproximado.

“Muchas veces te escriben como ‘ay, me quiero hacer un tatuaje’ y cuando les dices que qué quieren, solo te dicen ‘pues algo que se vea padre aquí en mi brazo’. Eso no me dice nada, necesito más información. Toma en cuenta que te estás haciendo algo de por vida y estaría cool que sepas qué te quieres hacer”, resalta Daniela, que se especializa en fine line.

red flags tatuajes
Mira el trabajo de Daniela en su cuenta de Instagram @daniela.zepeda.

Se vale negociar el precio

Puede que estés cotizando un tatuaje y el precio que te dé tu artista se te haga un poco elevado o se salga de tu presupuesto. Afortunadamente, existe la opción de negociar para buscar alguna alternativa.

Aquí regresamos a la parte de que es importante que sepas qué te quieres hacer, porque de esa forma tu artista te puede dar un aproximado de cuánto podría costar y si se te hace muy caro, hay formas de bajarle el precio.

Siempre va a haber una manera de bajar el precio. Nosotros nos basamos en diferentes factores como la cantidad de material que vamos a utilizar y la cantidad de detalle que lleva el tatuaje. Entonces siempre va a haber manera de negociar el precio, pero modificando el diseño, tal vez simplificándolo o cambiando de estilo, cambiando de zona o de tamaño”, explica la artista.

¿Cómo debe ser tu actitud al momento de tatuarte?

Usualmente, los tatuadores te enviarán una lista de requisitos que debes seguir antes del tatuaje, eso incluye cosas como no consumir bebidas alcohólicas u otro tipo de sustancias, humectar tu piel desde días antes, rasurar la zona donde te tatuarás, etc.

Sin embargo, Daniela señala que para ella -y posiblemente muchos artistas- es fundamental que los clientes tengan una buena higiene.

La razón de esto es porque durante la sesión es normal sudar y a veces el olor muy fuerte puede ser desagradable, así que no olvides darte un baño y ponerte desodorante antes de tu cita.

¿Se le da propina al tatuador una vez que termine?

La respuesta es que las propinas son algo completamente voluntario.

“A mí siempre se me ha hecho muy extraño cuando me dejan propina aquí en México, porque no tenemos mucho la cultura dejarla en este tipo de servicios”, menciona.

A ella le ha pasado que es más común que personas extranjeras le dejan propina luego de terminar su trabajo, sin embargo, señala que no te sientas presionado a hacerlo porque los artistas te dan un precio que consideran justo por su chamba y no es necesario dar algo adicional (a no ser que te nazca).

Ahora que sabes las red flags de los lugares de tatuajes (y las reglas para ser un buen cliente) ¿cuándo te harás tu próximo tatto?

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La extraordinaria historia de Tony Osornio, la primera mujer paracaidista de México
12 minutos de lectura
La extraordinaria historia de Tony Osornio, la primera mujer paracaidista de México
Si te vas a hacer un tatuaje y estás eligiendo a tu artista, toma en cuenta estas red flags para no arrepentirte.
17 de septiembre, 2023
Por: BBC News Mundo
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La mexicana Tony Osornio ha sido una apasionada del paracaidismo. Su amor por este deporte de riesgo la llevó a ganar varios campeonatos e, incluso, a alcanzar el grado de subteniente en el ejército de su país, cuando no había mujeres soldados.

Pero en 1984, sufrió un accidente que cambió su vida para siempre.

Esta nota es una adaptación de la entrevista que le dio Tony al programa de radio BBC Outlook sobre su increíble historia.

Nací y crecí en un hogar muy tradicional en San Juan del Río, Querétaro, a unas dos horas de Ciudad de México.

Soy la más joven y la única mujer de cuatro hermanos. Siempre fui tan inquieta que mi papá decía que tenía la energía de mis tres hermanos juntos.

Con mi mamá tuve problemas porque ella decía que las mujeres pertenecíamos a la casa y que los hombres eran los que tenían que salir a la calle. Nunca me dejó ir a estudiar en la ciudad de Querétaro.

Yo sentía que, en vez de acercarme, me alejaba con tantas exigencias. Incluso me golpeaba por desobedecer. Pero, aun así, yo me escondía de ella para hacer el trabajo de mis hermanos, jugar futbol con ellos y mojarme en la lluvia, todo lo que se suponía que no debía hacer.

Me sentía como en una prisión. Llegó un punto en el que no podía soportarlo más. Si mi mamá no me dejaba salir, entonces tendría que encontrar la forma de escapar.

Resolví que me iría con el primer hombre que se quisiera casar conmigo.

Antes de que cumpliera 17, mi primer y único novio me propuso matrimonio. Yo le dije que sí, si me permitía estudiar y salir y tener más libertad.

Mi papá intentó convencerme de que no lo hiciera. Incluso me dijo que me compraría un carro si me quedaba hasta terminar la secundaria.

Pero yo estaba decidida. Quería casarme para salir de allí.

Me casé realmente emocionada de tener esa libertad, de tener una aventura.

Mi marido estaba en el ejército, así que sentía que estaba entrando en un mundo nuevo. Le encantaban los pasatiempos llenos de adrenalina, como conducir carros rápidos y motos y también el paracaidismo.

La verdad es que al principio mi matrimonio fue muy divertido. Nos gustaban las mismas cosas y aprendí mucho de él porque era 11 años mayor que yo. El día que me casé no estaba enamorada, pero con el tiempo me enamoré y los dos nos queríamos mucho.

Luego llegó mi primera hija, Mariela. Fue algo hermoso y maravilloso, pero también muy difícil para mí. Mi marido seguía en el ejército y viajaba mucho, a veces por meses.

Fue abrumador sentir que yo tenía que estar ahí con ella y cuidarla. Sentí que esa bebé se interponía en mi camino.

El día que encontré mi pasión

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) Tony escribió su historia en el libro Salto de amor por la vida, que fue adaptado al cine.

Mi marido dirigía una escuela de paracaidismo.

Yo sentía que era mi obligación ayudarlo. Pero en realidad estaba harta de viajar todos los fines de semana para acompañarlo.

Hasta que un día un amigo de mi marido le dijo: “Deberías involucrarla más para que no se aburra y se canse tanto de venir aquí. Déjala dar un salto con nosotros”.

Entonces mi marido me preguntó: “¿Quieres saltar?”.

“Por supuesto que no. No voy a hacer eso”, le respondí.

“Tienes miedo”, me retó. Él sabía que yo era orgullosa.

Entonces dije: “No, no, no. Apúntame para el próximo salto”.

No era un salto cualquiera. Era parte de una competencia de paracaidismo.

Y llegó el día. Me subí al avión, fui viendo cómo uno por uno los demás saltaban y llegó mi turno. Me acerqué sigilosamente a la puerta abierta. Y salté.

Sentí el aire en la cara y sentí que flotaba. Fue una maravilla sentirme conectada con el cielo, con el aire, con una libertad que no puedo describir con palabras. Una sensación tan profunda como la de ser uno con el todo.

Y supe que ese era el lugar al que pertenecía.

Fue un shock total para mí. Fue un placer que no puedo describir completamente. Fue maravilloso, maravilloso, maravilloso. Y lo único que vino a mi cabeza fue que tenía que hacerlo de nuevo.

Gané el segundo puesto en ese concurso. Fue toda una sorpresa porque descubrí que tenía esas habilidades.

Me resultaba muy fácil enfrentar la altura, mantener el equilibrio y encontrar la distancia exacta al punto de aterrizaje. Se me daba bien.

El trofeo fue lo de menos en comparación con las sensaciones que sentí y que me acompañaron durante toda la semana. Mientras lavaba los platos o conducía o cocinaba, revivía lo que había experimentado.

Una mujer en el Ejército

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) Como paracaidista militar, Tony logró el grado de subteniente.

Seguir saltando no fue fácil porque no es un deporte barato.

Pero mi marido era comandante de la brigada paracaidista, así que solía hacer saltos militares con el ejército.

Le pregunté si podía saltar con él del avión militar cada vez que él saltara. Podría ponerme un uniforme. Nadie se daría cuenta y no costaría nada.

Me dijo que estaba loca. Luego de un mes de insistencia, cedió.

Yo escondía mi cara debajo del casco y no miraba a nadie. Hasta que un día hubo una exhibición ante el Secretario General y el Presidente del Ejército.

Pensamos que como estábamos lejos nadie se daría cuenta, así que salté y todo fue perfecto. Fui la primera en aterrizar, quitarme el overol y ponerme en formación saludando a la bandera.

¿Por qué hay una mujer aquí? No hay ninguna mujer en el ejército”, preguntó el Secretario General.

Fue una situación rara. Mi marido podía terminar fusilado por haber roto las reglas.

Así que aproveché la oportunidad y pedí enlistarme en el ejército. Todo el mundo me miraba como si estuviera loca.

“Con tu apoyo, te prometo que seremos un grupo de paracaidistas que llevará en alto el nombre de México”, le dije al Secretario.

Para convertirme en soldado y recibir el mismo trato que los demás, iba a tener que superar unas duras pruebas físicas. Una de ellas consistía en correr 20 kilómetros, llevando una gran mochila.

La primera vez que lo intenté, solo logré correr cinco y me vomité. Los demás reclutas me ridiculizaron y me enfurecí.

Pero no me rendí. Entonces, antes de llevar a mi hija al colegio, corría por todo el barrio. Pasaron meses antes de que pudiera demostrar que las mujeres también podíamos hacerlo.

Empecé a ver la belleza de estar en el ejército y defender a tu país. Por otro lado, era doloroso porque muchos hombres se burlaban de mí y hablaban de mí a mis espaldas.

Había noches en las que llegaba a casa y me pasaba la noche llorando y pensando que no iba a poder con todos esos hombres.

Un día me enfadé muchísimo y les grité: “Cuando puedan hacer los saltos que yo hago y tengan todos los trofeos que tengo, entonces aceptaré su juicio, pero no antes”. Me gané su respeto.

El salto que cambió mi vida

Recuerdo que mi papá me decía: “Chiquita, ya viviste campeonatos, saltos militares, saltos libres. Por favor, cuídate. No puedo dormir de la preocupación”.

Pero yo le decía que sin el paracaidismo me moriría.

Incluso cuando estaba embarazada de mi hijo Paco, seguí saltando. Iba a competir en un campeonato en París, así que no quería divulgarlo.

Pero luego casi lo pierdo en un salto. Esta pasión me llevó al límite de ser irresponsable. Lo fui. Lo único que quería era tener un avión en frente y poder saltar y saltar y sentir esa sensación, esa adrenalina.

Ahora que han pasado los años, me cuestiono cómo me atreví a todo eso.

En ese momento, sentía que estaba en la mejor faceta de mi vida, más enamorada de mi marido que nunca, con dos hijos preciosos, un buen sueldo y haciendo el deporte que me apasionaba.

Un día, en febrero de 1984, todo cambió.

Llegó la oportunidad de hacer un salto frente al entonces Presidente de México, Miguel de la Madrid.

La noche antes de ese salto, sentí algo que nunca había sentido antes. Me sentí rara, como si no quisiera saltar.

Había mucho viento. Y el viento para los paracaidistas es lo más peligroso, así que pidieron que participáramos solo los más experimentados.

Una vez abordé el helicóptero, le dije a mi esposo: “No quiero hacerlo”.

Él me respondió: “¿Tú? ¿Que siempre quieres saltar y hoy no? ¿Hoy, cuando el presidente está mirando? No podemos fallarle. Ya estamos en el aire. Es demasiado tarde”.

Le pedí un beso, y saltamos.

Teníamos que engancharnos para crear una bandera mexicana en el aire, y luego desengancharnos.

Creamos la bandera perfectamente, pero el viento empezó a halarnos. Sentí que iba a estrellarme encima del Presidente y que me iba a llevar a todo el público por delante.

Como era la más liviana, el viento me halaba con más fuerza. Halé el freno con toda la fuerza que pude.

Pero en ese entonces, si frenabas así de fuerte, se rompía el paracaídas. Y así fue.

Aterricé tras una caída libre de 25 metros. No tuve tiempo para abrir el paracaídas de emergencia.

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) El paracaidismo deportivo tuvo un gran apogeo en la década de 1970 gracias a la invención de un sistema de liberación rápida del paracaídas.

Un dolor de otro mundo

Sentí el crujido de todos mis huesos. Luego, una sensación muy extraña: no sentía mi cuerpo en absoluto, solo mi cabeza.

Durante unos instantes, vi todo en cámara lenta e iluminado por una luz blanca brillante, algo muy bello.

Pero de repente un intenso dolor en mi cuello me trajo de nuevo a mi realidad. Estaba tendida en el suelo y todo mi cuerpo, flácido como un trapo. No podía mover aboslutamente nada.

La primera reacción de la gente a mi alrededor fue sacarme del lugar, porque la ceremonia debía continuar. Pero el presidente, a cuyos pies caí, dijo: “no, no, no, llévenla en mi helicóptero directamente al hospital militar”.

Fue la primera vez que reconocí la importancia de la respiración, porque sentía que no podía respirar. Trataba de tomar aire, pero no lo sentía.

Paco, mi hijo, tenía cuatro años y me vio saltar esa vez. Recuerdo que lo vi y pensé: “Tienes que aguantar porque él está aquí”. Verlo me dio las fuerzas para continuar. Estaba al borde de la muerte. Mientras me llevaban, logré hacerle un guiño.

Ese fue el momento exacto en el que mi vida dio un drástico giro de tenerlo todo a no tener nada.

Pasé tres años mirando al techo. Me taladraron tres clavos en el cráneo para sujetarme a algo llamado halo ortopédico. Tuve que soportar un peso de más de 18 kilos en la cabeza para tratar de alinear mi cuello con la columna vertebral.

Reconstruyeron mi cuello con un trozo de hueso de mi cadera porque se había desmoronado totalmente. Tuve que soportar mucho dolor, mucha desesperación, hasta el punto de la locura.

Durante las primeras semanas, estuve casi inconsciente. Los médicos no creían que fuera a sobrevivir.

Mi diagnóstico fue cuadraplejia. Dijeron que nunca más iba a poder mover del cuello para abajo.

Tampoco controlaba mis funciones corporales. Tenía que usar un catéter y pañales.

Mentalmente, me fui a un lugar muy oscuro. Estaba atrapada sin poderme mover ni sentir. Tenía llagas en todo el cuerpo por tanto estar quieta que se infectaban y apestaban. Me sentía como un trapo inútil.

Y entonces mi marido me dejó por una enfermera.

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) Tony sufrió su accidente a los 29 años. Hoy tiene 69.

El infierno

Yo digo que, si existe el infierno, yo lo viví y mis hijos lo vivieron conmigo. Pero también eso nos fortaleció. Mis hijos fueron el motor que me impulsó a seguir. Eso, y la rabia que le tenía a mi ex.

Estaba devastada. Sentía que estaba en lo más profundo de la oscuridad y que me estaba perdiendo en mis pensamientos de que sería más fácil si estuviera muerta.

Cuando volví a casa, mis hijos saltaban de alegría, pero yo estaba destrozada por la depresión.

Fue tan triste para mis hijos descubrir que tenían una mamá tan enojada y demandante; estaba fuera de mí. A veces hay tanto dolor interno que no sabes dónde ponerlo. Me desquité con ellos.

Mariela dejó de hablar. Sus profesores me dijeron que se quedaba en un rincón durante el recreo completamente muda.

Paco se metía en peleas con otros niños siempre que tenía el chance. Lo expulsaron de siete colegios. Así que sí, nuestras vidas cambiaron mucho cuando salí del hospital.

Yo realmente creía que iba a salir caminando del hospital, así que no poder hacerlo me enfadó y me deprimió muchísimo.

Pensaba: “¿De qué les sirvo a mis hijos si al volver del colegio se encuentran con una madre tumbada sin control de esfínteres y sin comida en la mesa para ellos?”

Yo no quería limosnas de nadie. Era demasiado orgullosa para recibir ayuda.

Empecé a vender cosas por teléfono. Luché por mi pensión y por encontrar la manera de sobrevivir. Pero seguía hundiéndome en la oscuridad y la depresión.

Llegué a un punto en el que pensé que era mejor dejar a mis hijos sin madre que tener que soportar esto. Ya ni quería abrir los ojos. Había decidido suicidarme. Llevaba varios días sin comer. Me estaba desvaneciendo.

El milagro

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) Contra los pronósticos de sus doctores, Tony pudo volver a ponerse de pie.

Fue ahí cuando conocí a Martha, mi terapeuta. Cuando hablé con ella, sentí algo muy especial en sus ojos, sentí que me hablaba desde el corazón. Y recuerdo perfectamente que me dijo: “He visto personas que mueven su cuerpo, pero no se mueven interiormente. Tú tienes un volcán dentro”.

Creo que, tan pronto como empiezas a sanar tu alma internamente y empiezas realmente a creer que es posible, entonces puede mejorar tu salud.

Mi cuerpo era lo de menos para mi curación real.

No fue sino hasta que enfrenté con toda esa desesperación, esos celos, esa intolerancia, que mi cuerpo empezó a moverse. Muy poquito al principio. Pero luego más y más.

Fue un milagro. Los doctores que vieron mis radiografías no podían creer lo que estaban viendo. Con mi diagnóstico, se suponía que solo podía mover los ojos y nada más. Pero he ido recuperando más y más movimientos.

Lo que más me cuesta es mover las manos. Pero puedo sentir mi cuerpo. Lo siento incluso más intensamente que cuando caminaba.

En ese camino, llegó un día que estaba meditando en mi jardín y sentí una iluminación, una sensación de dicha que nunca había sentido en mi vida, ni siquiera durante mis mejores saltos. Me sentí abrumada por tanta energía y tanto placer. Incluso pensé que la silla de ruedas, que tanto odiaba usar todos los días, había sido mi mejor maestra.

Entonces fui a buscar a Martha, mi terapeuta, y le dije que quería compartir lo que había aprendido en mi proceso con otras personas en condición de discapacidad. Y así fue como encontré la misión de mi vida.

Con su ayuda, creé la Fundación Humanista de Ayuda a Discapacitados, o Fhadi, para ayudar a otros mexicanos con discapacidad motriz.

En estos más de 25 años, hemos encontrado personas en estado de abandono muy graves: No tenían una silla de ruedas. Los dejaban en el suelo, indefensos, con solo 23 o 28 años. Fue muy triste descubrir que todo esto existe.

Pero ahora uno de los mayores tesoros de mi vida es ver a estas personas crecer y prosperar, como yo lo hice. Me da mucho placer y satisfacción.

Ahora soy más libre que nunca. Y lo logré estando presente en mi propia vida, en cada momento de la manera más sencilla y natural.

Aún necesito fisioterapia y ayuda porque no puedo mover las manos. Pero saboreo la vida más profundamente y me siento incluso mejor que cuando caminaba. Me siento feliz.

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) Desde 1997, Tony ayuda a personas en condición de discapacidad en su fundación Fhadi.
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