El derecho a la ciudad es un derecho relativamente reciente que se conceptualizó en 1968 por el francés Henri Lefebvre, a partir de analizar y poner sobre la mesa la industrialización, el desarrollo que podemos nombrar como urbano, y todas las necesidades y problemáticas que implican para las personas que viven dentro de estas construcciones que llamamos ciudades.
A nivel internacional los documentos más relevantes sobre el tema son la Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad, propuesta en 2004 en el Foro Social de las Américas en Quito, y el esfuerzo por elaborar un Tratado Vinculante que regule las actividades de las empresas transnacionales y empresas de otro tipo que impacten a los derechos humanos con la publicación del “Llamado de las autoridades locales para apoyar el Tratado Vinculante de la ONU” en 2020. A pesar de ello, aún no existe un tratado a nivel internacional que contemple el derecho a la ciudad.
En México a nivel nacional tampoco está contemplado en un marco jurídico federal; sin embargo, a nivel local, en la Ciudad de México este derecho se ha impulsado desde 2007 como parte de movimientos populares y de activismos transnacionales concretados en la Carta de la Ciudad de México por el Derecho a la Ciudad en 2010, firmada por un conjunto de organizaciones de la sociedad civil y el gobierno de la ciudad, documento que fue la antesala de la Constitución Política de la Ciudad de México publicada en 2017, la cual también contempla el derecho a la ciudad en su Artículo 12.
Así entonces, el derecho a la ciudad se enmarca dentro de las problemáticas contemporáneas que representan el desarrollo de las ciudades a nivel global, ya que actualmente alrededor del 55 % de la población mundial vive en una ciudad, y en el caso de Latinoamérica se traduce en un 80 %.
En torno a este podemos encontrar múltiples definiciones, las cuales se apegan a ver la ciudad como algo más que edificios, viviendas, tecnología, transporte, servicios y calles pavimentadas, sino como una construcción de relaciones sociales, políticas y económicas que involucran dinámicas muy particulares y diversas de acuerdo a la ciudad y al lugar de la ciudad donde nos encontremos, en donde se incluyen ciertos principios como la no discriminación, la igualdad de género, una ciudadanía inclusiva, la participación política, servicios y bienes públicos equitativos y de calidad, economías diversas e inclusivas y una sostenibilidad entre el campo y la ciudad.
La Coalición Internacional para el Hábitat menciona que “este derecho presupone la interdependencia entre población, recursos, medio ambiente, relaciones económicas y calidad de vida para las presentes y futuras generaciones. Implica cambios estructurales profundos en los patrones de producción y consumo y en las formas de apropiación del territorio y de los recursos naturales. Se refiere a la búsqueda de soluciones contra los efectos negativos de la globalización, la privatización, la escasez de los recursos naturales, el aumento de la pobreza mundial, la fragilidad ambiental y sus consecuencias para la supervivencia de la humanidad y del planeta” (HIC-AL, 2019).
Centrando la atención en la Ciudad de México, vale la pena pensar algunas situaciones o coyunturas actuales que requieren de visibilización, análisis y reflexión para buscar el ejercicio pleno y garantía de este derecho.
La Ciudad de México ha sido un ejemplo de transformación urbana acelerada a nivel nacional y global en el desarrollo de ciudades, en donde la gentrificación ha jugado un papel importante en tiempos recientes, la cual generalmente, no es solo un fenómeno económico, sino también social.
En el contexto de la Ciudad de México implica la llegada de personas extranjeras con un mayor poder de consumo que incrementan los precios de vivienda, encarecen los espacios y servicios y cambian el perfil de los comercios, provocando que las personas residentes originales, generalmente de sectores populares, se vean forzadas a abandonar sus hogares debido al aumento del costo de vida en la zona que han habitado. Este desplazamiento no solo es físico, sino también simbólico, porque transforma la identidad del barrio.
Esta transformación identitaria del lugar de origen lleva consigo un componente racista sumamente fuerte, pues funciona como una sustitución de elementos estéticos (el cómo se ven o se acomodan los espacios físicos), dinámicos (el cómo se organizan las relaciones de acuerdo a las nuevas identidades) y de accesibilidad (quiénes pueden tener acceso de acuerdo a sus posibilidades de consumo y características étnico raciales).
En ese sentido, y de acuerdo al contexto de la Ciudad de México, muchas de las personas que viven ese desplazamiento son aquellas que de manera sistemática han sido discriminadas, y de manera particular, aquellas que son racializadas, es decir, personas morenas, indígenas, afromexicanas, etcétera.
Un aspecto preocupante del racismo y la gentrificación es la normalización del primero a través de narrativas que se hacen alrededor de la ocupación de territorios con el argumento de generar un plusvalor de la zona gentrificada, pues en el discurso público parece que se le da más relevancia al supuesto desarrollo que implica la construcción de plazas comerciales, de proyectos inmobiliarios y de la apertura de tiendas y restaurantes exclusivos, que al desplazamiento de negocios locales y de personas. Por supuesto que esto tiene repercusiones en el acceso a la vivienda, en el libre tránsito, en el libre esparcimiento, en la seguridad y en general, en el derecho a la ciudad de las personas racializadas.
Parece haber una suerte de enaltecimiento simbólico y material hacia los estilos de vida de consumo constantes y exagerados sobre la vulneración de derechos de las personas que habitan un territorio, una ciudad.
Por otro lado, y retomando el tema identitario, es importante pensar la participación que tiene la población en la construcción de la ciudad, donde se crean relaciones y significados alrededor de los lugares de tránsito y de socialización, como son los mercados, los tianguis, las fondas, los puestos de comida, las cantinas, los parques, los centros comunitarios, artísticos, culturales y deportivos, y el espacio público en general.
En ese orden de ideas, vale la pena preguntarnos: ¿por qué puede pensarse que un puesto en la calle se ve mal frente a un restaurante “gourmet”? ¿Por qué habrá quienes prefieran comprar en una plaza que en un tianguis? ¿Por qué “se ven mejor” las paredes pintadas de manera homogénea que con grafitis o murales? ¿Por qué hay personas que pueden transitar libremente por el espacio público y otras que serán observadas de manera sospechosa o despectiva por su apariencia? ¿Quiénes son esas personas que pueden transitar libremente en las zonas gentrificadas?
Sin dar una respuesta a alguna de las preguntas, una posible pista a estas puede pensarse desde la propia historia del racismo en México, en donde el mito del mestizaje se encargó de enaltecer características europeas, desde las cuestiones estéticas propias de las personas, como lo es el tono de piel y las características fenotípicas, hasta cuestiones culturales como el estilo de vida y de relación entre las personas. De manera concreta este mito fundó las bases del aspiracionismo de la blanquitud, en donde las personas buscan acercarse de alguna manera más a lo blanco, a través de la apariencia y/o del estilo de vida.
Hablar de gentrificación en la Ciudad de México implica hablar de racismo, aunque por supuesto también de otros sistemas de opresión como el clasismo, el capacitismo, las lgbtfobias, entre otros, así como del combate a estos desde una perspectiva incluyente, en donde se pueda pensar en la convivencia y desarrollo de todas las personas a partir de la implementación de leyes de vivienda, de la inclusión de habitantes en la planificación colonial, barrial y urbana en general, de la reivindicación cultural y territorial, y desde una movilización interseccional que ponga en evidencia las diversas experiencias y opresiones que puede vivir una población por la gentrificación de acuerdo a sus características.
La gentrificación es racista por la propia historia mexicana, y requiere de acciones antirracistas que atiendan cuestiones estructurales para el acceso igualitario de todas las personas al derecho a la ciudad, sobre todo para aquellas que el circulo de desigualdad y discriminación se ha encargado de violentar más.
* Ricardo Portilla es asesor educativo en el Subdirección de Educación del COPRED.
La acción humanitaria busca generar mayor “conciencia internacional” sobre la crítica situación que vive la Franja de Gaza
Una tripulación de 12 personas, incluyendo a la activista climática sueca Greta Thunberg, zarpó este domingo desde las costas de Sicilia, en el sur de Italia, rumbo a Gaza.
Con el objetivo de “quebrar” el bloqueo israelí en la Franja, el grupo embarcó en el velero Madleen, en una acción coordinada por una organización denominada “Flotilla de la libertad”.
El viaje se da después de que otro buque operado por el grupo, el Conscience, fuese alcanzado por dos drones cuando cruzaba aguas maltesas a principios de mayo. La organización acusó a Israel del ataque que impidió su arribo a la zona.
“Estamos haciendo esto porque, sin importar las probabilidades que tengamos, tenemos que seguir intentándolo”, dijo Thunberg antes de subirse a la embarcación en una rueda de prensa en la que rompió en llanto.
“Porque en el momento en que dejamos de intentarlo, perdemos nuestra humanidad. Y, por muy peligrosa que sea esta misión, no es ni de lejos tan peligrosa como el silencio del mundo entero ante el genocidio transmitido en directo”, agregó.
A la tripulación también se suman otras personalidades como la eurodiputada franco-palestina Rima Hassan y el actor de “Juego de tronos” Liam Cunningham.
Según informó la organización, en el barco se transportan suministros de ayuda que el grupo calificó de “cantidades limitadas, aunque simbólicas”.
La acción humanitaria busca generar mayor “conciencia internacional” sobre la crítica situación que vive Gaza.
La ONU ha advertido que más de 2 millones de palestinos se encuentran al borde de la hambruna y ha denunciado crímenes de guerra en el territorio asediado.
Si bien tras la presión mundial Israel suspendió parcialmente el bloqueo de ingreso de ayuda humanitaria la semana pasada, la situación sigue siendo preocupante.
Durante el fin de semana, justamente un punto de distribución de alimentos dejó un saldo trágico.
Al menos 31 personas murieron y 150 resultaron heridas tras un ataque de tanques israelíes cerca de un centro de distribución de ayuda humanitaria en Rafah, en el sur de la Franja de Gaza.
Mientras Hamás e Israel, con la mediación de Estados Unidos, siguen negociando un acuerdo de alto el fuego, las hostilidades en el territorio gazatí no han cesado.
El fin de semana, Hamás respondió a la propuesta estadounidense afirmando que está dispuesto a liberar a 10 rehenes israelíes vivos y a 18 rehenes muertos a cambio de un millar de prisioneros palestinos.
Sin embargo, el grupo también reiteró sus demandas de una tregua permanente, la retirada completa de Israel de Gaza y garantías para el flujo continuo de ayuda humanitaria.
Los activistas prevén que tardarán siete días en llegar a su destino y han transmitido que esta no será la única vía de presión que ejercerán.
“Estamos rompiendo el cerco a Gaza por mar, pero eso es parte de una estrategia más amplia de movilizaciones que también intentará romper el cerco por tierra”, afirmó el activista Thiago Ávila.
El joven hacía alusión a la denominada Marcha Global a Gaza, una acción internacional, abierta también a médicos, abogados y medios de comunicación, que tiene previsto partir de Egipto y llegar al cruce de Rafah a mediados de este mes.
Ahí organizarán una protesta para exigir que Israel detenga la ofensiva en Gaza y reabra la frontera.
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